HALLAZGOS 1
Tocando el viento
Un argentino radicado en Uruguay rescata una de las artes orientales más antiguas, y que ahora vuelve a las jugueterías y librerías: el de los barriletes.
› Por Sergio Kiernan
A Hemingway le gustaba decir que la ventaja que tienen los escritores sobre los pintores era el soporte: con un lápiz de tres centavos, un poco de silencio y un cuaderno escolar se podía inventar el Quijote. Lo decía en sus tiempos de París, cuando paraba entre pintores y los escuchaba quejarse por los precios de pinceles, telas y alquileres de estudios bien iluminados. Hem, que entonces era muy pobre, tenía hasta la crueldad de reírse de los escultores, soñantes con mármoles.
Fabio Crisanti vive en otra época y otro continente; y no es escritor, pero también se encontró pensando en soportes materiales. Tras algunas peregrinaciones internas y externas, terminó recalando en Colonia y reinventando una manera de arte arcaica: hace los más delicados, deliciosos y bonitos barriletes en miniatura.
Cristanti tiene 35 años, dos hijas, una esposa y un domicilio uruguayo casi casual. El hombre es de Bahía Blanca, pasó diez años en Buenos Aires y se cansó profundamente del cemento. En su voz calma, cuenta que no le alcanzaba el horizonte y recuerda que su ciudad natal no está en el final de la provincia bonaerense, como sentimos aquí, sino en el comienzo de la Patagonia. O sea, que allá hay lugar.
Fue entonces que cruzó el río, excursión de fin de semana, y se encontró con el Uruguay. Pronto fue su segunda emigración y Crisanti dejó el diseño gráfico, la publicidad, las escenografías, la ilustración de libros infantiles, los videos, las instalaciones y hasta la ambientación, para volver a la artesanía.
Pequeñas Cometas Impresas fue el resultado. Los mínimos barriletes -entre orientales, cometas– vienen en cajitas de CD, con sus largas colas de raso plegadas y carreteles de hilo fino y resistente. Cada tanda de barriletes tiene un dibujo peculiar y personal, la mayoría de Crisanti y otros de amigos y colegas, que se imprimen en papel liviano en tiradas reducidas. Con ese papel se arma la cometa del modo más tradicional: cañitas, pegamento, hilo.
“Lo curioso es que de chico nunca hice barriletes”, dice Crisanti. “La idea surgió acá, en Colonia, por un amigo que vino de visita unos días y se puso a hacer uno. Se ve que a mí me había quedado el viento adentro, porque me interesó, aprendí y al tiempo empecé a hacer las Impresas.”
Después de experimentar con formas y tamaños, nacieron las pequeñísimas y la cajita de CD. “Para mí reúnen varias cosas interesantes, son un juguete, un regalo nostálgico, un objeto de arte y una artesanía”, explica Crisanti, perfectamente familiarizado con clientes que dicen que no saben si enmarcarlas o remontarlas.
Las cometas comenzaron a ser vendidas en las tiendas de museos uruguayos, y el Torres García de Montevideo hasta encargó tiradas especiales con gráficas del artista. Manos del Uruguay, el almacén del barrio histórico de Colonia y pequeñas tiendas como Tiempo Funky o Luna & Cía. se sumaron después. En Buenos Aires, las tienen la librería del Centro Cultural Recoleta –que muestra una agradable debilidad por los juguetes de artistas–, Asunto Impreso, Babel y La Barca. Con este fenómeno turístico que se vive aquí y en la otra orilla, los barriletes fueron llegando a Europa y Estados Unidos, y “Little Printed Kites” está empezando a exportar.
¿Y qué tal vuelan? La experiencia directa demuestra que son fantásticas. Las mínimas cometas arrancan con el menor viento y, si sopla fuerte, se clavan en el fin de sus cuarenta metros de hilo, piden más y comienzan a hacer ochos horizontales, rápidos y constantes. Un maestro chino no esperaría más.