NOTA DE TAPA 1
Después de meter el dedo en la llaga con Vietnam (Pelotón), la política exterior norteamericana (Salvador), los medios masivos (Asesinos por naturaleza), el circo deportivo (Un domingo cualquiera) y la trastienda de Washington (JFK y Nixon), Oliver Stone decidió enfrentarse como nunca a su propio país, viajó a La Habana y filmó una extensa entrevista con Fidel Castro. Sus seguidores celebran su osadía. Sus críticos señalan su complacencia. Radar reproduce en exclusiva los fragmentos más agudos de Comandante, el retrato del antiguo enemigo público número 1 de Estados Unidos.
Oliver Stone: –Si
en la actualidad no hubiera vencido, ¿estaría sobre una caja de
madera en la plaza hablando de la revolución?
Fidel Castro: –No, estaría muerto.
¿Cuánto tiempo dedica al día a asuntos administrativos,
cuánto a asuntos creativos y cuánto al mantenimiento físico?
–El mínimo posible a asuntos administrativos. El máximo
a conversar con los compañeros y comentar sobre distintos temas. Eso
es creativo porque hay que buscarles soluciones. Uno debe recibir información,
conocer los problemas y tratar de encontrar respuestas.
¿Y al físico?
–No invierto ningún tiempo en afeitarme. Cuando era joven dedicaba
mucho tiempo al deporte, por placer. Hoy lo que uno hace en ese sentido es para
mantener la salud. Aquí mismo en mi oficina tengo una pista. Mido el
número de pasos.
¿Y puede enseñarme ese sitio?
–En el acto (Fidel Castro se levanta de su escritorio y camina hasta la
puerta). Primero miro el reloj, antes me tomo el pulso. Entonces me voy hacia
allá.
¡Parece un preso!
–Sí, qué voy a hacer, estoy preso. Cuando entro aquí,
ésta es mi celda.
Imagino que fue muy frustrante lo de Elián González en Miami.
–Fue la primera vez que reclamamos a alguien. Porque hechos ilegales de
ese tipo han ocurrido cientos, miles. Nos comprometimos en una lucha para ganar
la batalla, que no era jurídica, era política. En un primer momento
recibo la solicitud del padre de que se reclame a su hijo. Yo comprendía
que desde el punto de vista jurídico, jamás recibiríamos
la razón. Pero primero necesitaba saber quién era el padre. Porque
una batalla como ésa sólo se podía librar si había
una gran justificación. Ocho veces trató la pareja de tener el
hijo, fue en el octavo intento que lo consiguieron. Y el padre lloraba, me daba
mucha pena. Me di cuenta de que era justo hacer el esfuerzo que fuera necesario.
Y no me equivoqué.
Sé que no acude a psiquiatras. Con todas las penas que ha tenido en su
vida, ¿alguna vez ha sentido que quería hablar con un psiquiatra?
–Realmente nunca me ha pasado por la cabeza.
¿Nunca?
–No. Tal vez sea una especial confianza en mi mismo. Francamente, nunca
me habían hecho siquiera esa pregunta. Oliver, tal vez se deba a que
desde muy pequeño tuve que resolver importantes problemas. A mí
me enviaron a Santiago de Cuba cuando tenía cinco o seis años.
Así empezó mi primera experiencia dura.
¿Podría decirse que se volvió fuerte en su mente y su corazón
porque su madre lo abandonó?
–No, era mi aliada. Cuando exigí que me enviaran a la escuela ella
me ayudó. Mi padre tenía tierras, muchas tierras y estaba dedicado
a eso, pero yo exigí que me enviaran a estudiar. Cuando estaba en segundo
año de la carrera me enrolé en una expedición para derrocar
al gobierno de Trujillo en Santo Domingo.
¿Estaba dispuesto a morir a esa edad?
–Sí.
Si fuera Salvador Allende y estuvieran rodeando su palacio, ¿se suicidaría?
–Combato. Hasta que me maten. Y si se creara una situación en que
se rompiera el fusil, bueno, entonces sí, la decisión hubiera
sido morir.
Fidel Castro y Oliver Stone suben a un auto para salir a recorrer La Habana.
Stone espía qué guarda Castro en el asiento trasero.
Aquí tenemos cigarros y caramelos. También veo una pistola. –Sí,
hice sacar el fusil (Fidel señala el piso del auto) si no usted no hubiera
podido meterse.
Oliver Stone toma la pistola en sus manos, cerca de la cabeza de Fidel.
¿Sabe cómo usarla, Fidel?
–Tal vez me recuerde todavía.
Hábleme de Nixon.
–La primera vez que lo vi fue en marzo del ‘59. Era vicepresidente.
Habló conmigo. Yo le explico cuál es la situación, las
ideas que tengo. Entonces él manda un borrador inmediatamente. Dijo que
yo era comunista. En aquella época hablar de reforma agraria equivalía
a ser identificado como comunista. Desde el principio me dio la impresión
de que era un hipócrita, un politiquero y un vanidoso. Además
fue él quien recomendó que había que organizar una expedición
para destruirnos.
¿En qué momento se comprometió con la U.R.S.S. como aliado
y antagonizó con EE.UU.?
–Uno, cuando nos quitan la cuota azucarera, nos quedamos sin mercado y
nos cortan el suministro de petróleo. Fue el momento económico
y político, me vino un sentimiento gratitud con la U.R.S.S., pero no
fue un compromiso político y militar. Pero ya se estaba organizando la
expedición en Guatemala para la invasión. Entonces nosotros le
compramos armas a los soviéticos. Kennedy recibió la herencia
que le legó la administración Eisenhower. Kennedy no tenía
mucha experiencia. Confiaba en las instituciones.
Sus críticos en EE.UU. y los historiadores siguen diciendo que en la
carta del 26 de octubre a Kruschev (durante la crisis de los misiles) pidió
la guerra nuclear. Socialismo o muerte.
–Puede haberse interpretado así. Yo no dije que atacaran. Yo dije
“si mi país es atacado...”. Porque yo partía de la
convicción de que después de la invasión, los norteamericanos
no tardarían demasiado en lanzar un ataque. Aquí no había
un traductor de ruso. Había un embajador que hablaba muy mal el español
y entonces yo garabateé aquella nota. Dudo que Kruschev haya recibido
exactamente lo que dije. Yo imagino lo que interpretó el embajador. Da
miedo.
Si usted sabía del golpe de Estado del ‘54 en Guatemala, tenía
razones para no confiar en EE.UU.
–Bueno, por lo menos era el comportamiento histórico. Pero no era
la única intervención de EE.UU. En Santo Domingo hubo una, otra
en Haití. Ya existía la CIA.
¿Y usted sabía todo eso?
–No había nadie que lo ignorara.
Excepto los norteamericanos.
–Porque a los norteamericanos les decían que era un gobierno comunista,
que era un peligro para la seguridad nacional de EE.UU. Y esas son palabras
sagradas que cada vez que se invocan tienen un reflejo condicionado. “Tal
cosa pone en peligro la seguridad de EE.UU.” Palabras sagradas.
Se habla de asesores cubanos en Vietnam.
–No, eran cubanos que estudiaban allí las prácticas de los
vietnamitas, para reunir la experiencia.
¿Cuántos cubanos había allá?
–Yo creo que nunca más de veinte. Un grupo muy pequeño.
Después se dijo que había asesores en seguridad y que habían
participado en la tortura de los prisioneros. Yo le digo que eso es una mentira
total.
Leí informes de prisioneros de guerra en Hanoi. Hablan de que había
cubanos que al principio sólo miraban pero luego participaron de las
golpizas y fue muy brutal. –Si eso fuera cierto usted puede estar seguro
de que los hubiéramos sometido a un juicio oral. Créanos o no.
En 43 años de revolución jamás en este país se ha
torturado. Es un principio que traemos de la guerra. Era la práctica
de Batista, y nosotros no queríamos usar esos procedimientos. Los vietnamitas
no querían ningún extranjero en sus tropas. Eran muy celosos,
extremadamente nacionalistas, y no eran criminales. No practicaban el asesinato
de prisioneros.
Bueno, hubo mucha brutalidad.
–Usted debe saber de eso más que yo.
¿Usted es un dictador?
–¿Qué es un dictador? ¿Alguien lo sabe en realidad?
¿Y es malo ser un dictador? Porque, por ejemplo, los gobiernos de EE.UU.
han sido muy buenos amigos de los más grandes dictadores. Marx habla
de dictadura del proletariado, no de dictadura personal.
A usted lo llaman “el dictador estrella de cine”.
–¿Qué me niegan? ¿Dicen que soy un mal actor?
¿Es un nuevo Evita Perón?
–Mire que he escuchado cosas raras sobre mí... No tengo comparación
con Evita. Lo que sí creo es que ella sentía intensamente la causa
del pueblo de su país y la gente le respondió. Y gozó de
más apoyo que el propio Perón. Pero no me ofende que me comparen
con ella. Aunque yo no le he pedido prestadas mis ideas a nadie. Admito que
soy un dictador, un dictador de mi mismo, un esclavo del pueblo. Es lo que soy.
(Stone quiere saber sobre las mujeres de Fidel.)
¿Tiene una foto de Dalia?
–Fotos tengo, pero no me parece correcto enseñarlas. Ha sido una
práctica de toda mi vida preservar lo privado.
Es que es difícil conseguir fotos de ella. Las otras chicas son más
fáciles de encontrar.
–¿Qué otras chicas?
Nati, o su primera esposa Mirta, Celia...
–Permítame, pero es una costumbre mía. No me creo con derecho
a divulgar relaciones que he tenido con una dama.
¿Ni siquiera de la madre de sus hijos?
–Puede ser la madre de mis hijos y puede no serlo.
Pero está casado oficialmente, ¿no?
–No. Es un formalismo que he evitado. Me casé una vez, no hizo
falta más.
Dicen que Celia fue su gran amor.
–Fue una mujer extraordinaria. Una relación distinta. Pero nunca
he hablado de ese tema. Pero es verdad que he tenido una vida con amor.
¿Quisiera vivir para siempre?
–No. Porque mi mente está acostumbrada a que hay un período
limitado de tiempo.
Cuando llegue el momento el Viagra lo ayudará.
–¿También me ayudará a pensar? El médico dijo
que elevaba la circulación...
Yo podría ser agente de la CIA.
–Correcto. Entonces dirán: “Oliver viajó a La Habana
a darle Viagra a Fidel Castro”. Si piensan que va a ayudar a darle un
ataque al corazón a ese enemigo, le van a dar la condecoración
que no le dieron en Vietnam.
¿Por qué si es tan popular con las nuevas generaciones no llama
a una elección?
–Es que la pregunta es equivocada, porque parte del supuesto de que no
hay un sistema electoral en Cuba y de que no hay elecciones en Cuba. Posiblemente
nuestras elecciones sean mucho más democráticas que encualquier
otro país. Estudie e infórmese sobre nuestro sistema electoral.
Participan todos los vecinos que eligen a los delegados de cada región.
El partido ni elige ni postula, son los vecinos los que nombran. No se puede
partir del dogma de que no hay elecciones.
¿Qué hay de la discriminación del gobierno hacia los homosexuales?
–Al principio en nuestro país había un espíritu machista
chauvinista y de prejuicio. Eso se ha ido reduciendo con los años hasta
que prácticamente no hay ya ningún problema. Costó trabajo
por el machismo atávico que imperaba.
¿Qué hay de la población negra?
–La población negra era la más pobre. Fue la más
beneficiada y hoy son los más revolucionarios.
¿Y tienen líderes políticos negros?
–Sí, pero no estamos satisfechos. Yo pienso que todavía
no estamos alcanzando la igualdad de posibilidades.
¿Adónde va el mundo?
–Esa pregunta se la hace mucha gente. Yo pienso que el mundo se hará
cada vez más ingobernable. Es imposible establecer un orden mundial basado
en la fuerza. La solución de los problemas del mundo no es militar. Yo
tengo la esperanza de que el pueblo norteamericano sea un factor decisivo en
la defensa del ideal de cambio en el mundo para lograr un orden más humano.
El Che dijo que muchos Vietnam acabarían con Estados Unidos.
–Desde el punto de vista estratégico era correcto su pensamiento.
Pero nunca oí decir al Che que había que acabar con Estados Unidos.
Estados Unidos es el pueblo norteamericano. Primero que nada había que
acabar con la corrupción y con los abusos en este hemisferio. Era la
prioridad del Che. Él se refería a la lucha contra el colonialismo,
hablaba en ese sentido.
Gente con la que he hablado me dijo que el Che volvió de Africa, que
tuvo dos depresiones nerviosas y cuando volvió a Cuba se internó
en una clínica. Después tuvo una reunión de 48 horas con
usted, dio un portazo al marcharse y se fue a Bolivia.
–Si la historia se escribe así, no se podrá creer jamás
lo que uno lee. La verdad es que cuando él se unió a nosotros
en México pidió una cosa: que cuando se terminara la revolución
cubana, él quería seguir, y no quería que por razones de
Estado le prohibiéramos irse. Tenía aquella idea en la cabeza.
He oído decir que hacía enojar a la gente, que no le gustaba transigir
y que avergonzó a Cuba porque atacó a los rusos y ellos estaban
muy molestos con él.
–Che era crítico del uso de las categorías capitalistas
para construir el socialismo.
¿Los rusos le pidieron que se librara de él?
–Jamás. Es como si me pidiera que me librara de Raúl (Castro,
su hermano).
¿No cree que después de su éxito en Africa, al Che Cuba
le pareció demasiado pequeña?
–A Africa lo envié yo. Le voy a decir por qué. Él
estaba muy impaciente. Quería ir a Sudamérica. Yo no veía
que las condiciones fueran buenas. Estaba demasiado impaciente, y para la guerrilla
hay que ser joven.
Algunos dicen que usted podría haber presionado más a Bolivia
para ayudar al Che.
–Esa operación la hicimos combinada. Llevaría tiempo. En
una lucha de guerrilla, en una primera etapa, cuando inicias, no conoces el
terreno, no conoces a la gente, puede ser muy difícil y queríamos
que llegara con la mayor seguridad posible. Pero surgieron diferencias entre
él y los bolivianos del PC. Ocurrieron contradicciones. Eso pasó.
¿Qué versión de su vida le gustaría para el capítulo
final? Uno: abuelo, muchos niños, patriarca benevolente, amado por su
pueblo, muere en su lecho tras una gran vida. O tiene lugar el Nuevo Orden Mundial
y encadenan a Fidel con millones de personas viéndole defender de la
manera más elocuente los derechos humanos y la dignidad, como ningún
otro. ¿Qué haría, versión uno o dos?
–Ninguna de las dos. Siempre intento pensar con el máximo de racionalidad.
Y tengo el concepto de la relatividad de la gloria. Mire, Martí expresó
una frase: “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”.
Nunca me he dedicado un segundo a pensar cómo me deben ver, ni cómo
me recordarán. La historia es relativa, la especie puede acabarse, el
sol se apagará. ¿De qué valen la fama, las preferencias?
Un día nada de esto existirá.
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