MúSICA
Nuestro Viedman
Con sólo 25 años, Lisandro Aristimuño ya tiene toda una marca: haber tocado en todos y cada uno de los casinos patagónicos. Pero después de haber abandonado su Viedma natal y de haber hecho base en General Roca, decidió venirse a Buenos Aires siguiendo a su novia de toda la vida. Por suerte, además se trajo las canciones de aires folklóricos y arreglos electrónicos que conforman Azules Turquesa, el álbum debut que está presentando en vivo desde hace un tiempo.
Por Martín Pérez
Los pedidos solían llegar a la banda generalmente anotados en una servilleta de papel. Temas de Cheyenne o de Ricardo Arjona, para un público que apenas si aplaudía tibiamente, enfrascado como estaba en el juego, o en el recuento de las pérdidas. Sentado en una mesa de un bar de Almagro, muy cerca del local donde toca recurrentemente desde hace ya un par de meses, Lisandro Aristimuño recuerda con una sonrisa sus tiempos de músico contratado por los casinos patagónicos.
“Ahí fue cuando aprendí a ser el bufón del rey”, explica este cantautor rionegrino, nacido en Viedma hace 25 años, pero que apenas cumplió los 20 abandonó su hogar para irse a vivir a General Roca. Se fue de casa para estudiar en un respetado instituto artístico del lugar –al estilo Fama, único en todo el país– pero aprendió mucho más sobre su oficio viajando durante dos años por cada uno de los Casino Magic distribuidos en toda la Patagonia. “Ibamos de Comodoro hasta Suárez”, explica Lisandro, que trabajaba en yunta con un amigo mucho mayor que él, Fernando Barilá, responsable de conseguir la changa que él mismo sigue haciendo. “El mejor momento de la noche siempre llegaba cuando alguien terminaba ganando. Entonces descorchaba un champán, pedía tema tras tema y aplaudía a rabiar. Por eso te decía eso de que éramos los bufones del rey. Los bufones de los chanchos de Pink Floyd.”
A casi un lustro de aquel pasado de –literalmente– músico por encargo, Aristimuño acaba de ver editado su álbum debut por un sello independiente porteño. Un sueño que comenzó el mismo día que abandonó el trabajo en los casinos. “En un principio estaba bueno el trabajo, servía para compensar mi vida en General Roca. Porque cada vez que volvía de algún viaje me encerraba en casa a grabar cosas en la portaestudio”, recuerda Lisandro, que finalmente terminó eligiendo el viaje que le señalaban sus grabaciones caseras, desanduvo el camino que lo había alejado de Viedma, y después de un recital a sala llena en su ciudad natal decidió que debía dedicarse a sus canciones. Canciones que lo terminarían trayendo a Buenos Aires, y a este debut discográfico que desde hace unos cuantos meses viene defendiendo en los escenarios porteños.
Camiseta patagónica
Un par de semanas atrás, según cuenta, tocó en Buenos Aires una banda de rock de su ciudad natal llamada Nación Evasora. Una cita que no quiso perderse, y lo mismo sucedió con toda la gente de Viedma que pulula por la selva porteña, por lo que el show se transformó en todo un evento, aun cuando nadie más se haya enterado en Buenos Aires. “La gente de la Patagonia es de ponerse la camiseta”, explica Aristimuño. “Nadie mueve, pero cuando uno mueve siempre lo respaldan. Es algo medio contradictorio. Porque se copan cuando te ven laburar, pero también es difícil que alguien arranque”, dice Lisandro, y ya está hablando no sólo de la movida del grupo que fue a ver, sino también de su propia experiencia haciendo música en una ciudad en la que, según él mismo señala, no podés tener tu propia banda si no hacés covers.
“En los boliches te preguntan eso: ¿qué covers hacés?”, cuenta quien supo formar parte, allá por sus tiernos trece años, de una banda llamada Marca Registrada. “Hacíamos Beatles, Charly García, Spinetta”, enumera. Hijo de un director de teatro y una madre actriz, Lisandro asegura haber mamado toda la historia musical de su viejo, que supo escuchar rock (y hasta tener banda propia), pero también Inti Illimani o “música de teatro” (sic) como la de Wim Mertens. Es ese lastre de la necesidad de hacer covers si tenés tu bandita lo que lo hizo venerar a un grupo como Nación Evasora, que –según cuenta– “tenía huevos como para hacer temas propios”. Esa independencia fue algo que lo incentivó a largarse a cantar sus canciones cuando dejó el trabajo de los casinos. “Hice un recital en un teatro de mi viejo, que formaba parte de una cooperativa teatral, fuera del circuito de pubs. Y me fue bárbaro, a la gente le gustó. Así que a partir de entonces me dediqué a eso.”
Quien dice Viedma también dice Patagones, la ciudad que está frente al río. Esas dos ciudades son el territorio natural de Lisandro, que sin embargo aclara que sólo va de vez en cuando, durante el verano, a tocar sus canciones. “Es la época en la que todo el mundo vuelve”, explica. Pero su lugar ahora es Buenos Aires, ciudad que pateó y pateó con su primer disco terminado a cuestas, hasta que encontró un sello –Los Años Luz, el de Kevin Johansen, así como el eje Basso-Krygier-Samalea– que se entusiasmó y quiso editarlo. Cuando se le comenta que es el primer artista del sello que es realmente contemporáneo, ya que todos los artistas mencionados arrancaron con lo suyo a fines de los ‘80, Aristimuño sonríe. “Es verdad, nunca lo había pensado así”, concede. “Pero la música que hacen ahora no suena muy ochentosa. Hacen fusión, mezclan estilos. Así que por ese lado me siento acompañado.”
Del caos al azul
Como una cajita de música. Así es Azules Turquesa, el delicado álbum debut de Aristimuño, al que desde el sitio web de su discográfica califican como mezcla de temas de aires folklóricos con arreglos electrónicos, o algo así. Cuando se le comenta la frase, Lisandro asiente en silencio. Pero al tiempo aclara: “Mirá que yo no sé tocar folklore, ¿eh? Me das una guitarra, y ni el rasguido me sale”. Está claro que lo suyo está más cerca de Cosquín Rock que de Cosquín a secas. Y ni siquiera Cosquín Rock, porque su propuesta es más intimista que otra cosa. Como un chill out con canciones, así suenan –al menos desde el disco– los temas de Aristimuño. Temas que antes del disco supo juntarlos en un par de cassettes distribuidos entre los amigos, que datan de su época en General Roca. “Uno es el demo marrón, y otro se llamaba Caos, porque así vivía yo cuando volvía de los shows de los casinos”, cuenta.
Poco hay de ese caos, sin embargo, en Azules Turquesa. Tal vez sea porque los temas del disco, aunque remiten mucho al sur, fueron compuestos todos entre paredes porteñas. “Me dio la cosa de venirme a la gran ciudad, y de golpe tuve más cerca al sur”, explica. Aunque a la hora de mencionar referentes musicales el primero que pica en punta es Charly García, sus temas recuerdan a otros artistas. “Cuando se lo hice escuchar, un amigo me dijo que me tenía que pasar un disco. Y me dio Frontera, de Drexler. Pero hasta entonces no había escuchado nada de él”, asegura Lisandro, cuyo disco se parece más, en realidad, al álbum siguiente del uruguayo, el mucho más electrónico Sea. Porque, tal como le sucedió a Drexler, la forma parece quedar por delante del contenido. Hay mucho maquillaje electrónico en las canciones de aire autóctono –una vidala, algún huayno– de Azules Turquesa, de allí lo de cajita de música o chill out. Pero finalmente lo que termina ganando son los arreglos más despojados, como en el tema Canción de amor. “Yo sé que no soy un gran instrumentista, ni tampoco un letrista”, confiesa Lisandro. Pero agrega: “Lo mío es la melodía”. Como álbum debut, sin embargo, Azules Turquesa es un disco prometedor. Lisandro canta bien, y una escucha repetida del álbum lejos de aburrir termina acompañando. Y sin necesidad de acertar un pleno en la ruleta, prometer una vuelta para todos y empezar a pedir temas.
El próximo show de Lisandro Aristimuño será el miércoles 23 de junio a las 21 en La Vaca Profana, Lavalle 3683.