Dom 27.06.2004
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MúSICA

Por la vuelta

Exhumando discos de pasta y viejas cintas originales, dos notables colecciones musicales (una del sello Euro Records, la otra del coleccionista Carlos Puente) resucitan, depurándolas con la tecnología de hoy, joyas secretas o inhallables del tango.

POR JULIO NUDLER

Quien quiera escuchar “Desencanto” de Enrique Santos Discepolo, grabado en 1937 por la orquesta del autor, con la voz de Tania, su mujer, y un sonido excelente, ya puede hacerlo. También si le fascina el Edmundo Rivero de los primeros años cincuenta, recién alejado de la orquesta de Aníbal Troilo, y sabe que su versión de “Mala entraña” de Enrique Maciel y Celedonio Flores, acompañado por guitarras, es insuperable. O si anduvo en vano detrás de “Café de Barracas”, homenaje de Enrique Cadícamo a Eduardo Arolas sobre la música de su olvidado tango “No”, en la excelente versión que en 1952 registraron Angel D’Agostino con el magnífico Tino García. Ésas y 397 grabaciones más integran la “Colección 78 RPM”, lanzada en veinte compactos por Euro Records, sello derivado del Buenos Aires Tango Club en la lucha por la supervivencia.
Estos CD ofrecen todos los datos básicos de cada tema, incluidas su fecha de grabación y una semblanza de los intérpretes. La depuración del sonido de esos discos de pasta, pesados y quebradizos, que hace medio siglo fueron desplazados por el vinilo de los LP, ha evitado en este caso la pérdida de calidez y tersura. En realidad, como aclaró a Radar Miguel Angel Fernández, responsable de esta iniciativa, cerca de la mitad del material no proviene de discos 78 sino de cintas originales conservadas por las grabadoras, en este caso la RCA Víctor. El contenido de esas cintas fue posiblemente editado en LP muchos años atrás, pero permite incluir en estos compactos cierto número de temas atractivos para un público más amplio.
Proponerse escuchar de un tirón todos estos CD implica dedicar unas veinte horas seguidas a recorrer su fabuloso contenido. La extraña sensación que produce esta clase de colecciones es la de volver fácilmente accesible lo que por tanto tiempo resultó tan trabajoso. Paradójicamente, también puede ocasionar cierto despecho, porque a nadie le gusta que ese tesoro que fue amasando a fuerza de grabar de la radio, durante años y años, sintonizando hasta lo imposible, esté de pronto a disposición de cualquiera y con mejor calidad. Probablemente muchas de esas tomas caseras en casete incluyan alguna frase intrusa, sobreimpresa a la música para pisarla por quien pasaba los discos y quería evitar que los oyentes se apropiasen de su colección. O el inoportuno top de la hora irrumpiendo en medio de la grabación para revelar su espurio origen.
El coleccionista Carlos Puente es quien provee la mayor parte de los 78 utilizados, y él en persona, de lunes a viernes de 12 a 18, espera en Lavalle 2039, sede del Buenos Aires Tango Club, a los sabihondos tangueros que caen por allí a cotejar conocimientos y discutir incansablemente, como se puede discutir de fútbol. Ese club fue creado por Fernández en 1996 con la esperanza de reunir como mínimo unos 800 socios que pagasen una cuota mensual de 10 pesos, para así recibir cada dos meses un CD con la correspondiente revista, que incluiría una discografía completa del intérprete. Pero la idea no funcionó, pese a que cuenta hoy con más de 2400 inscriptos.
Es que, salvo los coleccionistas, que se interesan por todo y más que nada por lo raro, por la figurita difícil, con total independencia de su valor artístico, casi todos los tangueros tienen sus amores y fanatismos, y el que ama a Aníbal Troilo difícilmente pague por un disco de Juan D’Arienzo, lo cual es perfectamente comprensible. También tienen sus odios, como el de tantos tradicionalistas que aborrecen a Astor Piazzolla, o el desprecio de algunos gardelianos por Agustín Magaldi o cosa que se le parezca, y quizás el desdén por Ignacio Corsini.
En la práctica, el Club lleva publicados 13 compactos, entre ellos algunos tan notables como el que rescata grabaciones de Alberto Marino entre 1947 y 1949, o el que se concentra en el período 1951-1955 de Francini-Pontier, entre otros. Aunque a los tumbos, la entidad sigue viva y pronto lanzará un CD con versiones de Osvaldo Fresedo y otro con el binomio de loscantores Roberto Florio y Jorge Durán, acompañados por la orquesta de Orlando Trípodi.
Paralelamente, Euro Records, con medio centenar de títulos ya editados, continúa en su empeño de exhumar aquellos registros que no son negocio para las compañías grabadoras y que éstas, por tanto, están dispuestas a ceder a cambio de dinero. Los tirajes son de mil compactos, que en ciertos casos no resulta fácil colocar. De los editados por el Club quedaron unos 4 mil que esperan aún comprador. Esto reduce la esperanza de que Euro Records u otra empresa independiente posibilite el rescate de vastos acervos que permanecen dormidos e ignorados, salvo para círculos muy pequeños.
Es el caso de artistas extraordinarios de las primeras tres o cuatro décadas del siglo XX que se diluyen en el olvido. ¿Quién se ocupará de recuperar los registros de Rosita Quiroga, de Azucena Maizani, de Charlo, de Corsini, del propio sexteto de Julio De Caro en su fabuloso paso por el sello Brunswick (1929 a 1932), de Cayetano Puglisi o de Carlos Vicente Geroni Flores, entre otros? De todos ellos ha salido algo en CD, en la Argentina, en Europa o en Japón, pero la mayor parte duerme en los archivos o en colecciones particulares. Si el Estado o una Fundación no lo hacen, nadie recobrará aquel manantial. A menos que algún japonés visionario decida emprender la tarea.
Lo que permite una fantástica colección como ésta de los 78 RPM es asomarse a esa inmensa riqueza creadora depositada en el tango durante décadas ya muy distantes. Depara impresionantes sorpresas como ese “Carmín” que grabó Julia Vidal en 1954, con esa extrañísima particularidad de ser una en los agudos y otra totalmente distinta en los graves. El indecible placer de escuchar a Rivero en el tango “En la vía” (1951); a la portentosa Carmen Duval en el vals “A una mujer”, secundada por Horacio Salgán en 1940; a D’Agostino con Rubén Cané en “Carnaval de mi barrio” (1954); “No esperaba verte más”, de la talentosa Dorita Zárate, por Carlos Di Sarli con Jorge Durán (1946); el antológico “Por qué soy reo”, por Angel Díaz con Alfredo Gobbi (1949); “Gotas de veneno”, por Jorge Casal en 1956; “Mi taza de café”, por la Orquesta Típica Víctor con la completamente olvidada voz de Alberto Coral (1944); el mítico Osvaldo Cordó en 1948, cuando cantaba con Fresedo, en “Cafetín de Buenos Aires”, o tal vez “Color de barro”, un tango de Anselmo Aieta y Cátulo Castillo que pocos recuerdan y que grabó Angel Vargas con Eduardo del Piano en 1948.
Claro que siempre pueden proponerse otros itinerarios dentro de una colección como ésta, haciendo tiempo mientras llega la próxima.

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