Dom 14.04.2002
radar

Liberación o independencia

En el medio del actual derrumbe económico, comienza la semana que viene la cuarta edición del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires. Pero el presupuesto devaluado y pesificado que apenas alcanza a la décima parte del anterior no pudo con el entusiasmo de organizadores e invitados, muchos de los cuales hasta se ofrecieron a pagarse el pasaje de su propio bolsillo con tal de estar presentes. El resultado será 170 películas y 120 invitados que ofrecerán la posibilidad de ver cine oriental, europeo, norteamericano, argentino y hasta siberiano. A continuación, una guía para no perderse.

Por Hernán Ferreirós
Desde 1999 y una vez por año, el cinéfilo porteño vive diez días que cambian su mundo. Con sentidos castigados por años de salas de arte y ensayo cree percibir imágenes que parecen llegadas de Marte; palabras chinas, suecas, coreanas, japonesas, iraníes, alemanas, francesas, danesas y otras irreconocibles empiezan a sonar en sus tímpanos que crujen como pequeñas torres de Babel; casi no duerme; falta a su trabajo; olvida el dólar, el CER y la nada hacia la que se dirige su país; gasta cantidades espeluznantes de dinero en comida chatarra; descubre que hay otros estados de ánimo además de la indiferencia, la bronca y el terror; no puede ver el sol pero ya no le importa. Vive en una microciudad paralela, montada sobre la calle Corrientes pero secreta para muchos, donde logra ser feliz. Esta alteración brutal en la percepción, la rutina y el estado de ánimo de algunas personas enuncia su nombre con una sintaxis extraña: Buenos Aires Festival de Cine Independiente.
Entre el 18 y el 28 de abril, comenzará la cuarta edición de este encuentro único en Latinoamérica entre películas, realizadores, espectadores, críticos, distribuidores, actores, programadores de festivales y mucha otra gente de cine. Este año, la ciudad recibirá 170 películas y 120 invitados de los lugares más cercanos y lejanos del planeta. A diferencia de años anteriores, el nuevo festival no será el más grande, ni tampoco el más concurrido por visitantes ilustres. Sin embargo, si se comparan estas diferencias con las del país de abril de 2001 y abril de 2002, se puede afirmar que el evento casi no cambió.
“Cuando la crisis llegó a mordernos los talones empezamos a plantearnos en qué se podía ceder y en qué no”: quien habla es Quintín, editor de la revista de cine El Amante y director artístico del evento. “Concluimos que el festival tenía que lograr tres objetivos: mostrar un abanico amplio de cine internacional al público de Buenos Aires; mostrar cine argentino a invitados del exterior; y crear un lugar de encuentro estimulante con interlocutores de otros lugares del mundo.” Para lograr estos objetivos –los mismos que se habían propuesto y alcanzado el año anterior– se contó con un presupuesto que, tras ajuste y devaluación, alcanzaba los 150 mil dólares, es decir, aproximadamente un 10 por ciento del dinero que se había utilizado en el festival de 2001.
“El mayor problema fue la plata para traer las películas. Cada película extranjera tiene un costo promedio de cerca de 3 mil dólares: hay que pagar hasta mil dólares de derechos de exhibición, otros mil de transporte y mil pesos de subtitulado. El problema no era sólo conseguir la plata, tampoco se la podía girar al exterior. Hicimos un llamado internacional que inmediatamente resultó en la asistencia financiera del festival de Rotterdam, que se hizo cargo de más de 15 mil dólares de derechos de proyección. Además, mucho de los invitados cubren ellos mismos sus gastos, incluidos los pasajes de avión”, concluye Quintín. “Por eso, el presupuesto de este festival es una ficción”, agrega Flavia de la Fuente, un tercio del equipo de programadores, completado por los críticos Luciano Monteagudo y Marcelo Panozzo. “Si el año que viene hay la misma plata, el festival se va a reducir a la mitad. No podés volver a decirle a alguien que no tenés para pagarle el pasaje porque justo en el medio hubo una devaluación. Las cosas que se consiguieron gratis esta vez no se van a volver a conseguir.”
A la austeridad financiera, el festival parece oponer un derroche de nombres, géneros, nacionalidades, estéticas, estilos, formatos y duraciones. La única constante de cada año es la heterogeneidad de la muestra. La programación del festival no intenta cancelar discrepancias, rarezas y contradicciones yendo tras una mirada consistente y unívoca sino que, por el contrario, parece querer magnificar las diferencias al provocar el encuentro en salas contiguas de documentales y ficciones, de cine napolitano y coreano, de títulos como Obreras del mundo (Marie-France Collard) y Prostituta adolescente se convierte en máquina de matar en Dae Hak Roh (Nam Ki-Woong).
Por lo general, la vía de llegada a nuestro país –y al resto de Latinoamérica– de nuevos músicos, nuevos cineastas, nuevos escritores extranjeros, por más “de elite” o “de culto” que sean, es su validación por la máquina cultural norteamericana. Sin embargo, la programación del festival no pasa por esa aplanadora estética porque se realiza mirando hacia todos los lugares del mundo, no sólo el Norte. De hecho, algunos de los cineastas orientales –como Jang Sun Woo, autor de Película mala, infinita, inacabable– que se presentaron en las ediciones anteriores del festival, lograron un amplio reconocimiento en Occidente tiempo después de su paso por aquí.
Dentro del cronograma internacional de festivales, el de Buenos Aires es el último del circuito, lo que presenta una pequeña desventaja –las películas que llegan llevan más de un año dando vueltas por el mundo– y una gran ventaja: los programadores pueden elegir películas de una docena de muestras.
Entre la extensa propuesta internacional, este año se podrán ver nuevas películas de Laurent Cantet –ganador en 2000 con Recursos Humanos e invitado a este festival– Jean-Luc Godard, Werner Herzog, Tsai Ming Liang –su film What time is it, there?–, Claire Denis –la polémica Trouble Every Day, con música de Tindersticks–, Michael Snow, Johnny To, además de un breve recorrido por lo último de la obra de Takashi Miike –autor de la reverenciada Dead or Alive–, Manoel de Oliveira, Alexander Sukurov –realizador de Madre e hijo– y Kim Ki-duk –autor de la perturbadora La Isla, vista el año pasado–. También habrá retrospectivas completas –o casi– de la obra de Hou Hsiao-hsien, cineasta chino radicado en Taiwan y reconocido como uno de los realizadores más importantes –y más secretos– de los últimos veinte años, de quien se verá hasta su último film Millenium Mambo; y de Hugo Santiago, realizador argentino radicado en París, de quien aquí apenas se conocen sus films Invasión y Las veredas de Saturno.
Esta edición incluye a más debutantes argentinos que ninguna otra. “Para los realizadores debutantes el festival tiene un rol muy necesario”, explica Marcelo Panozzo. “El año pasado casi todas las películas argentinas que se dieron salieron al circuito de festivales. Antes del festival de Buenos Aires, las óperas primas rara vez salían del país. Una película como Pizza, birra, faso no se exhibió en ningún otro lado. Sin embargo, a partir del festival los nuevos realizadores que muestran aquí sus películas pueden convertirse en jugadores de un tablero internacional de cine independiente.”
Este año se verá una retrospectiva dedicada a Raúl Perrone, cuyo nuevo film Late un corazón compite en la sección “Lo Nuevo de lo nuevo”, la muestra de cine nacional inaugurada en el año 2001. También se verán films de Federico León (Todo juntos), Cristian Pauls (Por la vuelta), Andrés Di Tella (La Televisión y yo), Gustavo Postiglioni (El Cumple) y otro diez realizadores.
Otros ciclos incluidos son “Tarde o temprano” (cine de culto: se incluye A Skin Too Few, largometraje sobre Nick Drake, uno de los songwriters fundamentales de los 70), “Pasado y presente” (una serie de documentales de corte histórico que van desde las confesiones de una secretaria de Hitler hasta el film de Spike Lee sobre Huey Newton) y “Globalización y Barbarie” (que aborda los efectos de la globalización en el Tercer Mundo).
Todos podremos encontrar algo que nos seduzca y algo que nos ofenda, algo que nos interpele y algo que nos deje indiferentes. “Lo único que tratamos de evitar –dice Quintín– es la película de festival. Hace poco vino un tipo a presentar un largometraje. Lo vimos y nos pareció que copiaba cliches de otras películas. Le dijimos que no quedaba seleccionado. Y este hombre nos dice: Pero esta es una película típicamente independiente, y hasta está fulanito, que es un icono del cine independiente. Eso es justamente lo que queremos evitar, que el cine independiente se repita, se normalice. Lo que pasa en Sundance, donde el cine independiente ya es un género. Este es un festival para descubrir otro cine, no para seguir viendo más de lo mismo.”

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