POR JONATHAN ROVNER
A la hora de salir, siempre se planteó una disyuntiva insoluble: de un lado la diversión, del otro el rendimiento. Para quienes trabajan en horario de oficina, salir los días de semana implicaba resignarse a ir a la oficina al día siguiente medio destruido, y –en caso de incendio– directamente pegar el faltazo. Pero el capitalismo es astuto, y no hay necesidad para la que no conciba un producto. Más aún cuando se trata –tentación máxima de los espíritus ambiciosos– de matar dos pájaros de un tiro.
Los after office, movida bolichera que desde hace un año viene imponiéndose en las principales discotecas de la ciudad, ofrecen la posibilidad de divertirse sin menoscabar el rendimiento profesional, más bien favoreciéndolo. El ritual tiene lugar los días miércoles a partir de las 19.30. Allí, los jóvenes oficinistas pueden bailar y cenar al mismo tiempo, beber, hacer contactos para futuros proyectos o simplemente levantarse a algún compañero/a con el/la que todavía no lograban entablar confianza en horario de trabajo.
Pety Peltenburg, organizador del after office de Opera Bay (el boliche de Puerto Madero que es una versión empequeñecida del Teatro de la Opera de Sydney), sostiene que la movida “no es una moda pasajera sino un hábito que llegó para quedarse, y que beneficia a muchas empresas”. Podría decirse, además, que es un fenómeno de fiesteros profesionales. Pero no tanto por la seriedad con que encaran la fiesta (aunque un poco también) como por el hecho de que para asistir a estas fiestas es preciso –por lo menos– aparentar una vida profesional.
Vaqueros y zapatillas no tienen acceso al after office, como tampoco lo tienen los adolescentes. El hábito está orientado a los mayores de 25 y se difunde por correo electrónico; se accede mediante reserva previa, a la manera, si se quiere, de un encuentro laboral. En la flora y fauna del after office cabe de todo: ejecutivos de cuentas de grandes estudios contables, funcionarios del Poder Judicial, agentes de finanzas, creativos publicitarios y una larga lista de etcéteras, algunos de los cuales, incluso, tienen poco que ver con el mundo oficinesco. Son gente que simplemente sale de su trabajo –cualquiera sea–, se va corriendo a su casa, se cambia y vuelve al centro para pasarse un rato en el boliche.
A no dejarse engañar: el after office propone un ambiente de chapeo, y no precisamente en el sentido que nuestros abuelos le daban al verbo. Chapeo en el sentido de “pelar chapa”. Mezclados con los cerca de 10 mil trabajadores del sector terciario que cada miércoles a la tarde van a distender su semana, pululan algunos madrugados personajes de la noche que, ataviados con su mejor traje (quizás, ay, el único), reparten misteriosas tarjetas en las que apenas se puede leer un nombre y una dirección de correo:
[email protected], por ejemplo. Dicen ser consultores, productores o cualquier cosa que luzca impactante, cosa de impresionar a jóvenes secretarias de buena presencia y fantasías de promoción social.
Al principio es gratis (para el que tiene reserva). A partir de las 22 se paga alrededor de 10 pesos que dan derecho a una consumición. A las 23, los after están que explotan de gente, y a las 2, de golpe, la fiesta se termina y todo el mundo a casa.
Opera Bay: Cecilia Grierson 225 (Puerto Madero). News: Av. Libertador 3883, Paseo de la Infanta,
Arco 17 (Palermo). Asia de Cuba: Pierina Dealessi 750, Hilton Hotel (Puerto Madero). Museum:
Perú 535 (San Telmo). Chabela: Av. Libertador 7999 (Núñez).