MúSICA: LLOYD COLE, UN MúSICO DE CULTO QUE PARA ALGUNOS ES RELIGIóN
Sweaters de cuello alto
Lloyd Cole sólo quería hacer un disco que sonara “intemporal”, la BBC pensó que el primer single era demasiado risqué, el Príncipe Andrés lo consideró un disco perfecto y los estudiantes con ínfulas intelectuales lo convirtieron en un clásico instantáneo para minorías sofisticadas. Ahora Rattlesnakes cumple veinte años, se relanza en edición de luxe y The Commotions vuelven a unirse para cantar sus canciones llenas de nombres célebres. Mejor oportunidad para conocer a Lloyd Cole no hay.
› Por Rodrigo Fresán
¿Dónde estaban tus tímpanos en 1984? ¿En la nerviosa Manhattan étnica de los Talking Heads? ¿Con el puño en alto junto a U2? ¿Llorando la separación de The Police? ¿En los pantanos sureños de R.E.M.? ¿Sacudiéndose con Frankie Goes to Hollywood? ¿O temblando en los aleros góticos de The Cure? Es probable que estuviesen en todas esas partes y sonidos al mismo tiempo; porque los ‘80 fueron psicóticos y polimorfos y perversos y había mucho para repartir y degustar. Y uno de sus sabores más exquisitos fue paladeado por una selecta y cultivada minoría que no era tan mínima pero sí selectiva. Hace veinte años aparecía Rattlesnakes, debut de Lloyd Cole and The Commotions. Disco redondo con diez canciones para chicos y chicas cultos y, sí, snobs. Música que no tenía nada que ver con lo que se hacía por entonces. Un disco sin latidos electrónicos o raros peinados nuevos que hoy se reedita en versión doble de luxe -incorporando demos, temas en vivo, sesiones para la BBC, lados B y outakes, dieciocho temas en un segundo cd entre los que se cuenta el hit perdido “Beautiful City” y una version del “Glory” de Television– y que conmemora no sólo el tiempo perdido sino el tiempo recuperado: Lloyd Cole ha reunido a The Commotions –Neil Clarke, Lawrence Donegan (hijo del histórico Lonnie), Blair Cowan y Stephen Irvine– para aclamada minigira celebratoria por Inglaterra, Irlanda y Escocia, donde todo empezó, en las aulas de la Glasgow University. Allí donde chicos con sweaters de cuello alto y pelo corto cantaban canciones sobre chicas con faldas escocesas y pestañas largas.
Nombres propios y apropiados
Porque desde el principio –basta con ver las pulcras fotografías de la banda, muchachos que parecen más adictos a los Penguin Modern Classics que a las drogas de última generación– Lloyd Cole and The Commotions fueron por la suya, felices de que así fuera. Su primer disco –con esa desconcertante y austera portada con foto de puerta entreabierta– sonaba y sigue sonando definitivo y en su punto porque recién entraron a los estudios, con el entonces productor de moda Paul Hardiman, luego de meses de pulir las canciones hasta el más mínimo detalle en vivo y en directo. Por eso, los deliciosos toques sónicos –el teclado de “Speedboat”, el solo de guitarra en “Forest Fire”, la sublime sección de cuerdas de Ann Dudley en “Rattlesnakes” arropando la voz más de crooner que de rocker de Cole– parecían calculados al segundo y, al mismo tiempo, se gozaban como algo tan fresco y espontáneo. De ahí, también, que todo costara apenas 30.000 libras. En resumen: un disco para jóvenes sofisticados que no ha perdido nada de su sofisticada juventud y así lo probaron las recientes fechas de los reunidos Commotions donde la nostalgia de los mayores compaginó bien con la reverencia de los recién llegados. Unos y otros, sí, con ese inconfundible look free cinema y nouvelle vague de ya no tan jóvenes pero por siempre airados.
Y las letras, claro. Porque si algo distinguía a Rattlesnakes del resto de debuts de bandas de entonces eran sus cejas enarcadas, sus guiños a todas partes –a The Byrds y a Big Star y a Reed y a Dylan especialmente– y esa manía referencial sólo superada por la de Franco Battiato o la de Quentin Tarantino. Nombres y más nombres y versos sueltos de un cantautor que en “Are You Ready to Be Heartbroken?”, al final del disco, recomendaba: “Si realmente quieres enderezarte / Apóyate contra una biblioteca”.
Pero antes de eso –en canciones desbordantes de humo de cigarrillos franceses y de Citroëns 2CV, de chicas “con pómulos como geometría y ojos como pecados” que “se llevaban las valijas pero dejaban toda la ropa” y a las que se les preguntaba “¿por qué tienes que decirme todos tus secretos cuando ya es difícil amarte sin saber nada?”, de sótanos y de altillos, de orgasmos como incendios forestales y de ojerosas depresiones bajo la lluvia– todo esto y mucho más: “Ella es igual a Eve Marie Saint en On the Waterfront / Ella dice que todo lo que necesita es terapia, yeah / Todo loque necesitas es amor, es todo lo que necesitas”; o “Son las ocho de la mañana / Y todavía no puedes dormirte / Por culpa de este perfect day y toda esta white light, white heat/ Ah, no es hermoso”; o “Lee a Norman Mailer o consíguete un nuevo sastre”; o “A los diez años ya era igualita a Greta Garbo”; o “Pareciendo un renacido, pero viviendo como un herético / Escuchando todos los discos de Albert Lee”; o “Ella lee a Simone de Beauvoir en sus circunstancias americanas”; o “Buscaba algo que rimara con The New York Times cuando algo me distrajo”; o “Puedes conducir de regreso a la ciudad en un castigado auto estilo Grace Kelly, luciendo como un amigo de Truman Capote / luciendo exactamente como lo que eres”; o “Bailando por tu depto / Mientras suena ‘Leopard-Skin Pill-Box Hat’”; o “Hay personas que dicen que han tenido una sobredosis de Leonard Cohen / Y, bueno, puedo imaginarme ese río cuando pienso en ellos”.
Todo esto, claro, produjo cierta irritación en los periodistas-rock, porque aquí había llegado un tipo que “sonaba” como ellos pero encima de un escenario –¡lo mejor de ambos mundos!– y, para colmo, a la hora de las entrevistas Cole explicaba sin vacilaciones que “The Sea and the Sand” había sido inspirada por la lectura de Up on the Black Hill de Bruce Chatwin, que “Down on Mission Street” era “consecuencia directa de una sobreexposición al primer Graham Greene”, y que la clave de “Rattlesnakes” estaba en “haber puesto a la protagonista de A Book of Common Prayer de Joan Didion en el contexto de Play It As It Lays de, también, Joan Didion”. Para cuando la gente de New Musical Express los acusó de poseurs y de “Country & Western Velvet Underground” ya fue demasiado tarde porque el mismo Cole se reía de sí mismo en “Speedboat” cuando cantaba aquello de “Como no hay verdad absoluta a ser develada / Esto implica que no queda nada por descubrir / A nosotros los académicos no se nos desanima fácilmente / Ya sabes, Lloyd, que te puedes comprar tres frases ingeniosas por una libra”. Todo esto, también, les encantó a las juventudes en busca de algo especial; y fue esta especialidad la que se continuó en Easy Pieces (de 1985, y un tanto más deslucido por la producción de Clive Langer y Alan Winstaley, que los hacía sonar demasiado cerca de Madness pero, aun así, ahí estaban “Why I Love Country Music”, “Lost Weekend”, “Brand New Friend”, “Perfect Blue” y “Cut Me Down”). En 1987 llegó el inesperado canto del cisne: el dolido y agudo Mainstream: tal vez el mejor disco sobre el fin de la adolescencia entendiendo por adolescencia eso que dura hasta los 30 años. Postales y despedidas para el disco del adiós: canciones sobre los papelones de aspirar papeles en discotecas, sobre la vejez de los propios padres y la novedad del propio matrimonio, sobre cumplir los 29 y sentir “que todo lo que hay que hacer es arrastrarse” para entrar en caja y en molde, de sentirse como Sean Penn (circa Madonna) sin serlo, de hacer el amor antes del divorcio, de llamar por teléfono al amigo de la infancia y encontrarlo y que nos cuelgue, de sentirse un insatisfecho en los tiempos de la nueva y gran peste, y de descubrir que para volver a empezar primero hay que sentirse acabado. Todo eso que ya estaba anunciado en Rattlesnakes cuando se nos preguntaba una y otra vez si estábamos listos para que se nos rompa el corazón. Y sangrar. Pocas veces alguien fue más felizmente triste.
La vuelta al Cole
Desarmados The Commotions, la carrera de Lloyd Cole -exportado a los Estados Unidos para ser una estrella que, finalmente, tuvo que resignarse a aquello de I Coulda’ Been A Contender– fue un asunto raro y trémulo. No es que sus discos fueran malos. Todo lo contrario. Pero hay artistas que nacen para ser cult y no religión. Y, de algún modo, en perspectiva, está muy bien que así sea.
Lloyd Cole (1990), Don’t Get Weird On Me, Babe (1991) y Bad Vibes (1993) tenían varias cosas en común: grandes canciones como “No Blue Skies”, “A Long Way Down”, “Butterfly” y “So You’d Like to Save the World” y “Can’tGet Arrested”; grandes músicos como Robert Quine y Fred Maher y Matthew Sweet acompañados por densas orquestas y un aire de super-producción; y el un tanto zombie y desconcertado sonambular entre N. Y. y L. A. de un tipo que no había perdido el talento pero que, daba la impresión, no estaba del todo seguro de qué hacer con él y de si a alguien le interesaba que él hiciera algo al respecto.
La clave del asunto y el satori de la solución llegaron con el magnífico Love Story de 1995 y el descubrimiento de que Lloyd Cole no tenía que ser David Bowie sino simplemente... Lloyd Cole. Así, mientras sus tres primeros discos sonaban a blockbusters con corazón indie, Love Story asumía su condición de home movie de luxe y se convertía –con la ayudita de Neil Clark en la guitarra y con dos singles, “Like Lovers Do” y “Sentimental Fool”, que parecían eslabones extraviados y redescubiertos de Rattlesnakes– en una suerte de cuarto disco de The Commotions con un Cole más inspirado, sabio y elegante que nunca. Vendió bien, la crítica lo celebró como una segunda venida, y Cole inauguró una siguiente etapa de tipo tranquilo y humilde y, por supuesto, felizmente melancólico con eufóricas tendencias depresivas. Habría sido el momento perfecto para reunir a The Commotions, sí; pero Cole prefirió fundar una nueva banda de “new wave folk music” con nombre que lo decía todo, The Negatives, y grabar disco y salir de gira. The Negatives (2000) –quinteto conformado por Lloyd Cole, David Derby, Michael Kotch, Rafa Maciejak, y reforzado por Maher, Clark, los arreglos de cuerdas de Anne Dudley y la producción de Stephen Street– es un lindo disco de lindas canciones como “Past Imperfect”, “Impossible Girl” y “No More Love Songs” que ha ido mejorando con los años. Años que Cole ha dedicado a una carrera solista y low-fi. Así, The Negatives fue seguido en el 2001 en tándem por Etc. (el álbum “perdido” post Love Story con demos y versiones donde sobresalía “39 Down”, continuación natural y autobiográfica de “29”) y los delicados instrumentales de Plastic Wood (que alguien definió a la perfección como “música de fondo ideal para pasarles el plumero a los libros y reacomodar la biblioteca”). Los tres fueron reunidos –junto a Loaded/Live in New York, un concierto de The Negatives, ensamblado en base a descargas mp3 de fans– en la elegante caja 2001: Collected Recordings by Lloyd Cole y en cuyas liner-notes se leía: “De cualquier modo, mi obra siempre ha sido una especie de terapia, y con la edición de estos discos, esta caja, mis placards de canciones quedan vacíos otra vez. Así que quizás haya llegado el momento de volver a ponerse en movimiento”.
La siguiente sesión en el autoanálisis in progress de Cole se tituló Music in a Foreign Language: otra obrita maestra doméstica y sentida. Diez tracks que suenan perfectos en un living a oscuras porque parecen haber sido grabados en un living a oscuras. La canción que da el título al álbum –un canto a las canciones extranjeras cuyas letras no se entienden pero su significado se va haciendo transparente con el correr de los años y del tarareo–, o la delicadamente siniestra “My Other Life”, o la vencida “Late Night, Early Town” no hubieran estado de más entre lo mejor de Leonard Cohen con quien, entre otras muchas cosas, Lloyd Cole comparte iniciales y una sonrisa sarcástica ante el estado de las cosas y el triunfo de los cosos. Cole dice –desde su casa en Massachusetts, “porque los colegios son buenos y se puede jugar buen golf”– que: “Tengo 44 años y no estoy mal... Soy un songwriter más que un hit maker. Lo que, cuando miro atrás, me permite sentir que nunca escribí malas canciones y que hasta mis gloriosos fracasos son algo digno. Pude haber tomado decisiones equivocadas, de acuerdo; pero siempre sentí lo correcto. Y, claro, no tengo nada que decirle a nadie que escuche a Limp Bizkit. Ya no intersecto con esa cultura joven. Tendrías que ser un adolescente muy hip para seguir lo que yo hago. Pero algunos hay por ahí. Y están los que han crecido conmigo que me van a ver en Tokio o en Estocolmo o en Melbourne. Toco enlugares pequeños pero interesantes. Y trato de compaginar mis giras con torneos de golf locales. No es una mala vida. No, señor”. Y si no le creen –coincidiendo con la reedición de Rattlesnakes– también ha salido Lloyd Cole: The Singles, veintiún sencillos con The Commotions y en solitario acompañados por un DVD con 21 clips donde se aprecia su inmejorable gusto para trajes y camisas y, por supuesto, poleras negras.
La tristeza ja ja ja ja
La anteúltima vez que vino a tocar a Barcelona -un lugar pequeño, cómodo, a medio llenar, principios del 2001– Lloyd Cole estaba de pésimo humor y lo aclaró desde el vamos. Cole venía subiendo desde Valencia donde también había ofrecido un concierto –él y su guitarra y nada más– y casi se había desmayado de furia al comprender que la mayoría de los asistentes “me habían ido a ver convencidos de que yo era Boy George, el cantante de Culture Club”. Una vez que hubo comprobado que todos los presentes en Barcelona no sólo sabían a la perfección quién era él sino que, además, se sabían de memoria todas y cada una de sus canciones, Cole se relajó y –a solas con su guitarra acústica– ofreció uno de esos conciertos que nunca se olvidan y que se recuerdan siempre, y de ahí la abundancia de shot de Jack Daniel’s que los presentes le alcanzaban hasta los bordes del escenario y que Cole aceptaba emocionado y cada vez más... simpático. Una feliz velada melancólica a cargo de alguien que ha hecho de su tristeza nuestra alegría y de sus blues nuestros mejores colores. Esa noche Cole tocó canciones solistas, covers de Dylan y de Cohen y de Cave y, por supuesto, algún tema de Rattlesnakes. “Perfect Skin” y “2CV” y “Four Flights Up” y, a la altura de “Speedboat”, se permitió cambiar la letra y donde antes se escuchaba “Yo estaba trabajando en mi gran novela inconclusa / Por favor, dejen que me presente: mi nombre es Roland” esta vez el Roland fue suplantado, luego de una mínima y traviesa pausa, por un... Marcel. Y el tipo estalló en una bourbonesca carcajada de regocijo.
Los viejos hábitos nunca mueren.