Domingo, 12 de mayo de 2002 | Hoy
HALLAZGOS
A ciento cincuenta años de que se volviera una práctica habitual en la Argentina, un grupo de empleados de una fábrica de cerveza inglesa decidió repudiar públicamente la visita a Londres de un reputado torturador de los Habsburgo. Celebrado por Engels y conmemorado después por Garibaldi, este acto de justicia popular bien puede considerarse el primer escrache registrado en la historia contemporánea. A continuación, los detalles.
La
ciudad de la furia
La Londres
de mitad del siglo era un lugar bastante pacífico para un continente
plagado de levantamientos obreros. Para desesperación del vecino londinense
Karl Marx, la brutal desigualdad producida por la Revolución Industrial
no fomentaba la lucha de clases. Uno de los pocos movimientos de protesta masivos
de ese país era el cartismo. Justamente uno de los líderes del
movimiento era George Harney, dueño del diario Red Republican, donde
se publicó la primera versión inglesa del Manifiesto Comunista.
Al enterarse de la visita de La Hiena a Londres, Harney alentó con pocas
esperanzas a todos sus conocidos a realizar lo que en la Argentina actual se
llamaría un escrache.
Y así llegamos a la anécdota: al parecer el desprevenido von Haynau
incluyó en su itinerario turístico una visita a la célebre
fábrica de cerveza Barclay & Perkins, que quedaba al lado del ya
entonces derruido Teatro El Globo de Shakespeare, en la margen sur del Támesis.
Con sus 430 empleados, esta destilería era la mayor productora de cerveza
del mundo y lugar obligado para todo turista que se preciara. Según cuenta
el diario The Times de la época, en cuanto von Haynau terminó
de firmar el libro de los visitantes (que incluiría las rúbricas
de Napoleón III y Otto von Bismarck, entre otros), los trabajadores reconocieron
al atildado personaje. A continuación, según una de las versiones,
le arrojaron un fardo de heno en la cabeza y lo taparon con estiércol
(que vaya uno a saber qué hacía en la destilería). Según
otra, los trabajadores agarraron palos y piedras, y se acercaron peligrosamente
a él. Sea como fuere, en cuanto se recuperó de su sorpresa, el
general salió corriendo.
La huida no duró mucho. Lo encontraron escondido en el pub George, donde
los trabajadores se olvidaron de la supuesta corrección inglesa y lo
molieron a palos. Para suerte del general, la policía llegó antes
de que el asunto terminara en un linchamiento pleno y lo llevó del otro
lado del río. La Hiena, humillado como estaba, decidió cancelar
sus vacaciones en la ciudad.
Festejos
y protestas
Eufórico,
Harney publicó en su editorial que el ataque era una prueba del progreso
en el conocimiento político de la clase obrera, su incorruptible amor
por la justicia y su intenso odio por la tiranía y la crueldad.
La ocasión mereció un festejo en el FarringdonHall durante el
que habló el mismísimo Friedrich Engels. Llegaron cartas de felicitación
al diario desde París y Nueva York. Además, los cronistas de la
época recogieron una canción en honor a Haynau que suena mejor
en inglés que en castellano, pero que dice más o menos lo siguiente:
Échenlo, échenlo de nuestra orilla del Támesis/ déjenlo
ir con los grandes tories y damas de alto rango./ Puede pasear por el West End
y desfilar su orgullo/ pero nunca volverá a acercarse al George de Bankside.
Para los diarios más conservadores, como el Quarterly Review, lo ocurrido
en Bankside era un indicio de la influencia extranjera, en obvia
referencia a los ideólogos foráneos que se habían refugiado
en el país.
El asunto siguió con un escándalo diplomático. El embajador
austríaco exigió una disculpa del gobierno británico, pero
el secretario de Relaciones Exteriores de este país, Lord Henry Palmerston,
vio con buenos ojos el castigo y respondió que los trabajadores sólo
habían expresado sus sentimientos frente a lo que consideraban
una conducta inhumana, de un hombre al que se veía como un
gran criminal inmoral. Sólo tras la intervención personal
de la reina Victoria y la renuncia de Palmerston se envió otra carta
algo más conciliatoria a Viena. Pero ni aun así el gobierno austríaco
consideró que la cuenta estaba saldada y para demostrarlo no mandó
ningún representante a los funerales del Duque de Wellington en 1852.
De cualquier manera el incidente se ganó un lugar entre los mitos de
la época y cuando el revolucionario italiano Giuseppe Garibaldi visitó
la ciudad en 1864, quiso visitar la fábrica para agradecer a los hombres
que azotaron a Haynau.
Así que habrá que tachar el escrache de la cada vez más
corta lista de inventos argentinos para sumarla a una más internacional,
de inveterada autodefensa popular.
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