PLACERES CULPABLES
El multimillonario estreno de El Hombre Araña reavivó algunos de los viejos dilemas con los que el comic norteamericano (y la cultura de masas en general) ronda desde hace décadas las conciencias progresistas. ¿Tienen sexo los superhéroes? ¿Son esquizofrénicos? ¿Por qué el “mundo” al que salvan se parece tanto a Estados Unidos? Y sobre todo: ¿cómo es posible maravillarse con un personaje de historieta sin quedar atrapado en sus telarañas ideológicas? Responde José Pablo Feinmann, fanático crítico.
› Por José Pablo Feinmann
El otro yo
En resumen:
Superman es un alienígena, pero bueno. Viene del espacio exterior, no
como vendrán los alienígenas del macartismo de los 50 (a destruir
la Tierra), sino a aplicar en ella la justicia. Para hacerlo tendrá dos
personalidades: una para estar entre la gente (Clark Kent) y otra
para llegar volando hacia la gente y salvarla de todo tipo de problemas
(Superman). Con este doblez, el héroe de Siegel-Shuster inaugura otra
modalidad de los superhéroes: la esquizofrenia. Superman juega a ser
torpe y débil y hasta algo cobarde por medio de Clark y surge poderoso
e infalible por sí mismo. En el pésimo Batman que hace Joel Schumacher,
la gloriosa Nicole Kidman interpreta a una psicoanalista que analiza la esquizofrenia
batmaniana. No lo cura, pero lo enamora; algo previsible tratándose de
Nicole Kidman. Como suele decir un amigo mío: Si Nicole Kidman
se dedicara a curar esquizofrénicos, tendría de entrada dos pacientes:
yo y yo. Y Superman debe vivir eludiendo la sospecha tenaz de Lois Lane,
también reportera del Daily Planet, que quiere averiguar
su verdadera identidad. Trabaja con Clark, pero quien siempre la salva es Superman.
Como sea, trabajando con uno o siendo una y otra vez rescatada por el otro,
Lois vive cerca de los dos, razón que determina que los dos, Superman
y Clark, le teman: Superman no desea que ella sepa que él es Clark y
Clark no desea que ella sepa que él es Superman. Este juego de escondidas
revela, a lo largo de los años, una huida permanente de Clark y Superman,
quienes siempre se ven en problemas ante la cercanía de Lois.
La pregunta del millón
No es posible
eludir aquí el tema de la sexualidad de los superhéroes. Clark
y Superman se llevan mejor entre ellos que con Lois. De Batman y Robin se han
dicho miles de cosas, y algunas de las más presuntamente ofensivas las
dijeron inquisidores macartistas de los 50 al insinuar una clara relación
homosexual entre Bruce Wayne y su efebo. Una sugerencia: ¿por qué
no asumir con orgullo la relación gay entre Batman y Robin? Se ha pintado
muchas veces, en muchas paredes suburbanas, Batman ama a Robin.
¿Cuándo se dirá que sí, que es cierto? Acaso ya
no importe, y la razón es una y poderosa: no hay quien no lo sepa a esta
altura de los tiempos. ¿O no se ha tornado evidente en el pasaje de Tim
Burton a Joel Schumacher, en el pasaje de Batman Returns a Batman Forever? Recuerden:
en la gran escena final del film de Burton, Catwoman (Gatúbela) se niega
a ir a vivir con Batman en la baticueva, tal como Batman (luego de arrancarse,
casi con dolor, su máscara) se lo ha propuesto. No, dice
Gatúbela. ¿Cómo podría vivir contigo si no
puedo vivir conmigo misma? Y la cosa queda ahí. O sea, nada de
Gatúbela y Batman en la baticueva, atendidos por Alfred y arañándose
en la baticama. ¿Quién aparece en el próximo film de la
serie, ya de la mano de Schumacher? Robin. Quien, sí, va a la baticueva.
¿Y cómo no darle la razón a Batman? Gatúbela era
una gata neurótica, llena de resentimientos y dificultades; Robin es
un muchacho sano, alegre, amigo de las motos suntuosas y los yogures.
Otro ejemplo: Mandrake, el Mago. Que nadie diga que no es un superhéroe.
Los superpoderes de Mandrake son sus maravillosos pases mágicos, capaces
de alucinar al más tenebroso de los adversarios. Bien, Mandrake tiene
a su lado a un negro inmenso, una especie de sirviente exótico llamado
Lothar, a quien las historietas argentinas llamaban Lotario y los pibes del
barrio Lo Otario. Mandrake tenía una novia con la que jamás
formalizaba, tal vez por la cercanía de Lotario. El
Fantasma vive en una bellísima caverna, en la jungla birmana, rodeado
de calaveras, con su perro y su caballo blanco. Tiene una novia neoyorquina
que se llama Diana Palmer y que a veces lo visita y siempre le trae problemas.
Pero de formalizar, ni una palabra. ¿A causa de los pigmeos
birmanos? ¿Del perro, del caballo? Difícil saberlo. Y posiblemente
innecesario. ¿A quién le importa? Los superhéroes tienen
cosas más importantes que el sexo para hacer en este mundo. Están
para luchar por la justicia. Y todos aquellos que se entregan fervorosamente
a una causa son algo solitarios, algo misóginos, algo razonablemente
onanistas.
Mesianismo imperial
Los superhéroes
(se supone) están para salvar al mundo, pero todos los que no vivimos
en America sospechamos que están para salvar a America.
Al fin y al cabo, ellos los crearon. Durante la Segunda Guerra, la mayoría
de los superhéroes se comprometieron en la contienda. Hay dos tapas de
Superman que son paradigmáticas. En el Nº 48 de Action Comics (año
1942), vemos a Superman dándole una formidable trompada a la hélice
de un avión japonés. ¡Vieran la cara del piloto! Dibujado
con los rasgos demonizados del belicismo de la época (enormes dientes,
ojos rasgados y cara hiperamarilla), el pobre jap sabe que se enfrenta con una
fuerza imbatible. Pero en 1947, con la guerra terminada, y ya en el magazine
con el nombre del superhéroe, Superman, vemos al Hombre de Acero en tareas
más domésticas: ayudando a un herrero a hacer herraduras. La gracia
reside en que, para sorpresa del herrero, Superman agarra la herradura al rojo
y la moldea sin chamuscarse. Es todo. El héroe ha regresado a lo cotidiano.
En La Momia, Brendan Frazer resume el espíritu con que se construyen
las historietas. Alguien le pregunta qué hay que hacer. Frazer responde:
Lo de siempre. Y resume: Rescatar a la chica, matar al villano,
salvar al mundo. Así de simples son la estética y la ética
que animan a los comics. Uno, sin embargo, siempre siente cierta pobreza en
la tercera proposición. Los superhéroes salvan a la chica y matan
(o arrestan o entregan a la autoridad) al villano, pero ¿a quién
o a quiénes salvan? Superman actúa en Metrópolis. Batman
en Ciudad Gótica. El Fantasma anda por la jungla birmana. Son símbolos
del Imperio: siempre salvan a Estados Unidos. Pero lo hacen fragmentariamente.
En cada caso simple que resuelven los poderosos superhéroes debemos leer
la salvación total del Imperio y, por traslación,
del mundo, ya que el mundo es posesión del Imperio. Digamoslo
así: las acciones de los superhéroes son metonímicas. En
cada parte que solucionan debemos leer la solución del todo.
Si Superman salva a un perrito de morir aplastado por un camión hidrante,
en ese acto debemos leer no la salvación del perrito (la particularidad),
sino la salvación y preservación del orden imperial (la totalidad).
Ilusiones ópticas
El Hombre Araña es un superhéroe tardío: en 1962, cuando
nace, la era dorada de los superhéroes ya había terminado. El
Hombre Araña es una versión arácnida de la leyenda del
hombre lobo. Si Lawrence Talbot (Lon Chaney Jr.) se transforma en lo que es
por la mordedura de un lobo, Peter Parker (Tobey Maguire) se transforma en lo
que es por la mordedura de una araña. Así de simple. Se nos aclara
que es una clase particular de araña, una especie desconocida. Se nos
aclara y se nos confunde, ya que al ser, la especie, desconocida, no podemos
discutir ni uno de los curiosos y fenomenales poderes que le confiere a Parker.
Y bueno, es así.
La peli no está nada mal. Los pibes que la vean no la olvidarán
fácilmente. Me explico: cuando yo era pibe y veía películas
de Superman en el Cabildo de Belgrano o el Edén Palace de Villa Urquiza,
Superman, cuando se lanzaba a volar, se transformaba... en un dibujito. Era
una torpeza, una tosquedad increíble, pero para mí, y para mis
amiguitos del barrio, que tendríamos seis o siete años, era una
maravilla, un deslumbramiento que se prolongó a lo largo de los años.
Si ese pibe que era yo en, pongamos, 1952, viera, por algún milagro de
alguna máquina wellsiana del tiempo, El Hombre Araña, enloquecería
sin más trámite. No podría tolerar tanto deslumbramiento:
creería irrefutablemente en los superhéroes, creería que
la Columbia Pictures contrató al Hombre Araña en persona para
hacer esa película, ya que sólo el Hombre Araña, el verdadero
Hombre Araña, que, cómo discutirlo, existe, es real, podría
hacer lo que se ve en ella. Conjeturo que algo así pasa con los chicos
de hoy. No pueden no creer en eso que ven. Es tan rotundo, tan evidente, tan
increíble y tan verdadero a la vez. ¿O acaso lo maravilloso no
existe?
No hagan bandera
El film termina
con el arácnido humano trepándose a un mástil en el que
flamea, coherentemente, la bandera americana. Los colores del superhéroe
también se le parecen, como se le parecían los de la Mujer Maravilla
y los de tantos otros. Sí, se los hacen para ellos a los superhéroes
y nos los prestan a nosotros para que los veamos un rato y sepamos que, cuidado,
son de ellos. Pero todas las viejas series de televisión de Superman
(ésas con George Reeves, que se suicidó y se llamaba Reeves, como
el otro Superman, Christopher, que aún no consigue levantar vuelo de
su silla de ruedas: curioso destino el de los actores-Superman) concluían
con el héroe recortándose contra una bandera americana.
Y lo juro me las vi todas, esas series del Hombre de Acero. Luego,
no obstante, me hice hegeliano y marxista y luego sartreano y adorniano y luego
peronista subversivo y luego por decirlo así enemigo de la
globalización americana. Conmigo, y con muchos otros, no
les fue bien en lo ideológico al Hombre de Acero y la bandera de America.
Disfrutamos las aventuras, la maravilla, hasta el torpe dibujito animado disfrutamos,
y la ideología... se la devolvimos. Ojalá hagan lo mismo los pibes
de hoy con el Hombre Araña. Ojalá lo hagan en las tres mil salas
en que se da mientras ahoga con sus telarañas infinitas, que son las
del capitalismo mediático, toda otra expresión del arte del cine,
toda diferenciación, todo otro rostro, todos los otros posibles héroes
de este mundo.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux