PERSONAJES > ALFREDO RUBíN, EL ESCRITOR DE TANGOS DEL SIGLO XXI
Cantante, guitarrista y compositor, Alfredo Rubín lanzó un álbum atípico para el tango: está totalmente integrado por temas suyos, surgidos de sus años como bailarín empedernido de las milongas. Pasen y lean: el trasnochado mundo de un letrista de este siglo.
“Yo no estoy en guerra con nadie”, se ataja presuroso el cantante Alfredo Rubín, que el año pasado editó Reina noche, uno de esos discos que levantan polvareda en el ambiente tanguero. Lo más curioso es que el cabildeo se desató antes de escuchar los temas: casi todas las letras llevan su firma. No es poco en un medio proclive al recurso de los clásicos y abrazado a la eterna discusión sobre qué tango hay que cantar. Pues bien, lejos de la sombra cautivante de los grandes poetas, este porteño de 44 años, también conocido como Tape, canta y dice lo suyo junto a Las Guitarras de Puente Alsina, Adrián Lacruz y Mariano Heler.
El mundo al revés: Rubín ensaya una defensa de por qué eligió sus propios tangos y no los ajenos. “Algunos me dicen: ‘Nene, no cantás ningún clásico’. Eso se puede leer como: ‘Quién te crees que sos para salir con temas tuyos’. Lo que parece soberbio es justamente lo opuesto: ¿para qué registrar una vez más ‘El Ciruja’ si Gardel ya lo grabó para escucharlo todo el día? Yo no puedo hacer nada ahí”, explica.
Lo suyo tampoco tiene la impronta de la renovación ni se enrola en el tango electrónico, tan en boga en estos días de turismo & giras. Como carta de presentación, se lo podría ubicar como un letrista que aborda coordenadas ya conocidas por el género, pero que al mismo tiempo le da aire a la tradición. Por ahí pasa su trabajo. Más que reparar en novedades, en un largo túnel que comunica pasado y presente del tango, el cantor encuentra su lugar adentro, en los recovecos. Algo de todo esto ya lo había esbozado en el disco Hemisferio, que editó en 1998 con el Cuarteto Almagro. La diferencia es que ahí había otras texturas y una nítida influencia piazzolliana. Ahora siguió en tránsito hacia el pasado, indagando los tiempos idos para impregnarse del lenguaje y nutrir sus letras de este siglo: hay milongas, valsecitos, tres guitarras, retratos en penumbras de amores y desamores y la evocación a las formaciones de los ’20 y ’30.
¿Cómo reconstituir ese puente entre generaciones que alguna vez estuvo roto? “Tengo informantes –subraya misterioso Rubín–, que son los veteranos, los coleccionistas, que me cuentan cómo fueron los años ‘40 y me dan el aroma de lo que pasaba en el tango en esa época”, detalla. Ellos gravitaron en el disco. Hubo otro tanto de investigación en la obra de los grandes: Agustín Bardi, Juan Carlos Cobián, Aníbal Troilo, Carlos Gardel y José Dames, menciona, “para aprender, para no escribir en el aire”. Con este background, armó sus relatos sobre la vieja temática de la noche, las milongas y las mujeres. La discordancia es que no son canciones ambientadas en los años ‘30. Se trata de viñetas porteñas de fin de siglo XX, nacidas a partir de su propia experiencia en las pistas.
Aunque advierte que tal vez la suya es “una visión muy idílica”, Rubín reivindica las milongas de comienzos de los ‘90. Ahí, unos años antes de que la devaluación las llenara de turistas pero unas temporadas después de que la compañía Tango Argentino provocara un cimbronazo con el baile, cultivó la pasión por el tango y, lógicamente, por la danza. Según cuenta, fueron tiempos de fijar base en las pistas de Regin, Club Almagro, Parakultural, Kebilí y Cuartito Azul.
El disco es un retrato de esos años trasnochados, de rastrear sus códigos y los protagonistas. Esa búsqueda está plasmada en la canción “Reina noche”, en la que un vampiresco milonguero anuncia entre lamentos “madrugada, ya vendrás con tu dolor”, y también en un tango que es un tributo al salón que ya no está: “¿Cuánto baile diste, madre taura de bailar?/ Siempre más allá de lo posible, más allá/ cuando una por una iban palmando las demás/ mañanitas del Regin, ¿y quién las mentará?”.
“Regin –repasa– era una milonga que quedaba donde hoy está el salón El Beso, en la esquina de Corrientes y Riobamba. Un lugar muy atorrante, oscuro, dulce para los nocheros en la época de la resistencia, cuando el tango era como coleccionar estampillas de Bulgaria, no había tantos profesores ni venía Julio Iglesias.” A la hora de hacer historia, la primera milonga en la que aterrizó Rubín fue Cuartito Azul, hace quince años. Como tantos otros, la cosa empezó por los pies: fue a ver, probó con unos pasos y su vida empezó a girar. Olvidó los tanteos con el rock y se metió de lleno en el tango, aunque haya retazos de esa “pre-vida” en su alucinante “Bluses de Boedo”.
“¿Viste los boliches que después son top? ¿Viste el momento mágico en que empiezan? Ahí aparecí y me volví loco: se daba una cosa muy emocionante. La pista era un poema. Yo vi abrazos de 10 minutos con la alegría de ser tanguero. Estaba esa cosa rea. Después empezó a aparecer la guita, los viajes, el poder y se cortó un poco”, narra y se disculpa otra vez por el brío romántico que les imprime a los recuerdos. Por entonces, su vida se repartía entre sus actuaciones y la danza (“iba, tocaba, cantaba y bailaba”). La pasión se agitó a tal punto que decidió ir, grabador en mano, a registrar las voces de esas ojerosas criaturas noctámbulas. Finalmente, todo ese material lo volcó en el álbum a través de retratos anónimos, romances que nacieron y murieron en la pista, mezclados con historias personales y noveladas.
Con las canciones del disco sonando, es difícil no pensar en aquel tango que popularizara en los años ‘20 Ignacio Corsini, “Patotero sentimental”, en el que el rey del bailongo disimula bajo su risa las penas por ese gran amor que él mismo abortó. Es que cierto fatalismo envuelve al álbum de Rubín. Pero nuevamente su mundo está al revés del cliché tanguero: la canción “Embrujado” da señales de que algo muy fuerte pasó en el corazón de su vida: “Y este calavera, el de la fiebre milonguera/ es hoy adicto de tu magia y de tus besos”, reza la letra. “Digamos que yo elegí no hacer más la vida de los tipos de mis canciones”, aclara el cantante, hoy en pareja, padre de un pequeño niño y algo alejado de las pistas, aunque cada tanto se da una vuelta por ahí, “pero voy mucho menos, ahora me endurecí un poco”, agrega mientras estira una leve sonrisa.
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