FAN > UN ENSAYISTA ELIGE SU PELíCULA FAVORITA: CENIZAS Y DIAMANTES, DE ANDREJ WAJDA POR HORACIO GONZáLEZ
La muerte sublime
La obra de Wajda es inseparable de la historia de Polonia, una nación borrada del mapa del mundo durante ciento veinticinco años: fascista apenas seis años después de su renacimiento, obligada a luchar en 1939 en el campo de las democracias y rota por dos ocupaciones, la alemana y la soviética. Después de Kanal (1957), Cenizas y diamantes (1958) completa la trilogía de películas bélicas iniciada por el director con Una generación (1955), film que lo convirtió en la cabeza del nuevo cine polaco. Zbigniev Cybulski interpreta a un “desesperado” de la Resistencia, papel por lo que se lo identificó con Maciek, el héroe dividido, irónico y perdido del Armia Krajowa. “Resumía nuestra generación”, dirá el cineasta del actor, “y se me parecía como un hermano”. Durante diez años, Cybulsky repitió este papel en todas sus películas. Con Wajda también actuó en Pokolenie y El amor a los viente años. Murió en 1967 al querer saltar de un tren en marcha.
Por Horacio González
Cenizas y diamantes, blanco y negro, fines de los ’50. Estamos en Polonia, pocos días después de la derrota de los nazis. Nacionalistas y comunistas luchan por los despojos nacionales. La película de Andrej Wajda tiene un actor, Zbigniev Cybulski, que puede cotejarse con el mejor Bogart o el Belmondo de Sin aliento. Wajda habla de la desolación política, de tener que dar muerte a un hombre, del vacío pasmoso que se apodera del asesino. El asesino pasa a ser un hombre horrorizado, muerto él mismo por el peso de su acción, un exiliado de su misión política –que finalmente consuma– a quien sólo le cabe descubrir lo que es la agonía amorosa.
Pocas veces se ha visto con tanta nocturnidad y lirismo (“cenizas y diamantes”) la devastación de la conciencia política en el hombre armado. Wajda toma al militante nacionalista –el gran Cybulski–, lo rodea de los símbolos rotos de la nación, lo pone frente a viejos sepulcros y poesías del alma irredenta de Polonia, lo hace comisionado de “la muerte sublime”, muertes rápidas, desechables, en nombre de una desesperada empresa de salvación. Y con todo eso asistimos a un examen de la conciencia política barroca, al escepticismo frente al inevitable sacrificio, a una religiosidad fatalista y a un oscuro erotismo.
El asesinato político, repentinamente, se transforma en un vacío metafísico y una cita polaca con reminiscencias sartreanas. “Existencialismo polaco”: Cybulski parece salido de Las manos sucias. Pero es Wajda, no Sartre, el que busca en la arcaica poética martirológica de un país desvencijado para encontrar el hilo de una lucha nacional que adquiere la forma moderna de un duelo entre nacionalistas y comunistas. Descubre la conciencia fenomenológica de lo que es un crimen en la historia y qué es la criminalidad política, con sus señuelos poéticos y su sueño redentor.
Cybulski muere demoradamente, payasescamante, enfundado en sábanas blancas colgadas en un descampado. Antes había meditado sobre los caídos en la célebre escena del bar del hotel, que tantos copiaron o mencionaron. Cenizas y diamantes, quizás una película argentina.