Domingo, 2 de junio de 2002 | Hoy
PLASTICA
Lejos de la ironía y cerca, muy cerca, de la fascinación, Gumier Maier vuelve a la carga con Chi Chi, una muestra parida a la luz del calor del verano, la hecatombe argentina y los augurios del I Ching que pone la madera en movimiento y reconstruye una infancia en la que arte y juguete eran sinónimos minuciosos.
Por María Moreno
El nene colgado
En la ficción
freudiana del fort da, un niño haría aparecer y desaparecer a
la madre jugando con un carrete de hilo. En su madurez, ¿habrá
recordado ese niño la textura retorcida del hilo, las vetas de la madera
tosca? Gumier Maier imagina sus obras como reconstrucciones de objetos de unainfancia
evocada en detalles. Los recortes de metal y chapa de la fábrica de su
padre Gino, los colores pastel del interior de la peluquería de su tía
Ester, los muebles artesanales que un tío abuelo decoraba con pájaros
que primero pintaba con lápices de colores en hojas de papel canson,
las combinaciones de las fórmicas de las mesitas, los almanaques y los
azulejos de las pizzerías y heladerías que otros parientes hacían
rendir para poder veranear en Mar del Plata, donde la retina de Gumier Maier
recogió la estética copetinera de los años 50.
Ésas fueron las formas primeras, talladas. Cuando empecé
a deambular por la ciudad esas formas reaparecieron en las molduras. Para mí
no hay nada mejor que tomarme un colectivo y ver los balcones de las casas antiguas.
Hoy mismo, caminando por Catamarca, apareció en una arista una especie
de helecho que se deshace. En realidad estoy cada vez más tentado de
pasar a la tridimensión.
En realidad es como si, para mirar, vos rompieras con la figuración.
Mi mirada infantil era la de un nene colgado que miraba el rulito de no
sé qué. Y luego lo veía en las molduras, en los muebles.
Es como si tuviera una visión abstracta de la realidad, pero todo lo
que yo hago parece animado: Esto es un perrito, esto un dragón.
Alguien me dice: ¿Viste la farmacia ésa? Y yo no me
acuerdo de la farmacia ésa. Cuando paso me doy cuenta de que lo que recuerdo
son ciertas formas en la vidriera, colores. Tengo una visión abstracta
porque la desgajo del sentido que tiene.
Tampoco es una mirada perceptiva.
Y por eso no sé si tengo que ver tanto con el movimiento Madi,
como me han señalado. El Madi y el arte concreto nacieron en contra del
arte representativo ilusionista, que era considerado burgués. Me acuerdo
que todo lo que vi de los Madi yo debía tener quince años,
estaba en Bellas Artes para mí era puro paisaje e ilusión.
Lozza dice que lo de él es sólo forma y color, que su obra no
remite a ninguna experiencia, ni imaginaria ni sensorial: es pura percepción.
De ahí la palabra perceptismo. Pero yo a los quince años veía
en sus obras pájaros, montañas, caminos. En el arte concreto siempre
encontré paisajes. Por eso pienso que mi relación con el arte
concreto es tangencial. Aunque hay parentescos.
O citas.
No creo. Cuando hacía obras rectilíneas estaba de moda citar.
Pero yo funciono desde la fascinación. Hay un cuadro que tengo y que
nunca mostré: es un Fernand Léger que yo siempre vi
reproducido en blanco y negro. Entonces hice el mismo cuadro pero en colores.
Una aberración. Para mí ya es una obra mía. La titulé
Hommage, sin decir para quien era ese hommage. Puede que haya diálogos,
pero no es una operación consciente tipo estoy citando a.
Juguetería Satie
Primero salieron
de la pared y se pararon sin abandonar su esquema de plano engrosado. Pero como
dice Gumier Maier, los chi chi piden movimiento, incluso música. Su aire
modernista evoca el desafío de Nijinsky a la ley de gravedad, la yunta
entre Cocteau y Chanel, las geometrías de un París donde La consagración
de la primavera de Stravinsky desencadenaba una batalla campal.
¿Hacia dónde vas?
Hacia el juguete.
¿No será más bien hacia el títere? Tenés
una obra con unas figuritas que se persiguen y que me hicieron pensar en hilos
de marionetas.
Pensé mucho en los títeres de Tailandia, que se manejan
con palitos. A veces, cuando trabajo, me rodeo de un montón de material
que por ahí no tiene que ver directamente con la obra. En este caso,
de unos dibujos muy antiguos y toscos de ballets europeos. O tal vez los movimientos
de los ballets fueran toscos y entonces los bailarines aparecen como marionetas.
En las dos figuras en movimiento de esa obra yo veo a las travestis que juegan
a correrse en la esquina de Costa Rica y Uriarte.
Durante la colgada yo descubrí en una de esas figuras una cabecita
y la coloqué pensando: Mira para allá. Las dos están
como a punto de caminar. Por eso pienso que lo que me falta es el movimiento
real. O la posibilidad de la articulación en un juguete. Lo que me encanta
de esas figuras es que donde vos ves dos travestis otros me dijeron que vieron
dos enamorados que se escapan a hacer sus cosas juntos o que él
la está corriendo a ella a patadas.
También aparecen pentagramas imaginarios. Dan ganas de mirar la muestra
con un fondo de música de Satie.
Yo hice todo esto escuchando la FM tango. Y fue muy raro, porque escuchando
tango me aparecían Satie y Debussy. Antes escuchaba música clásica.
Y sin embargo ahí está la música escuchada y recordada.
No sólo hay pentagramas. Las obras de pared son como escrituras arábigas
o en sánscrito.
A veces nos ponemos un poco antropomórficos. Eso está muy mal
visto.
Estaba mal visto desde la idea del arte como una especie de ascesis arrancada
de cuajo de lo sensible y lo vivencial. Cuando vos te colgás de cualquier
cosa es porque estás fantaseando. Si bien no planeo voy a hacer
una mujer cacerolera con un vestido calipso, me salen formas y colores
que vienen casi siempre de otras formas y colores que veo. Pueden ser obras
de arte o no. Permanentemente hay cosas que me inspiran, pero no se qué.
Y después empiezo a hacer mis cosas, que tampoco sé qué
son, y yo mismo, a una a la que le digo perro, al mes la llamo planta
y a los dos meses una señora. Esta posibilidad de fantasear,
de engancharse, es lo que George Steiner llama resonancia.
El marche preso del sentido
Contra el ascetismo
rojo y Discépolo, los colores de Gumier Maier parecen los de un couturier
fantasioso: verde nilo, amarillo patito, rosa salmón, naranja krishna.
Con estos chi chis Stalin hubiera hecho una hoguera, Proust un biombo y Warhol,
que era más justo y menos frívolo, los hubiera puesto donde están:
en una galería de arte. Los chi chis son talismanes contra el peso opresivo
del mensaje, juguetes para una mnemotecnia privada, juegos de ajos y cruces
contra los curadores vampiros que ahora estudian sociología.
El curador es un personaje bastante siniestro en el arte contemporáneo.
Porque lo que hace es hacer prevalecer lo discursivo por sobre los demás
elementos del arte. Y lo discursivo está condensado siempre en un deber
ser. ¿Qué privilegian los curadores hoy? Las nuevas tecnologías.
Por ejemplo la fotografía, que la descubrieron ahora pero ya tiene un
siglo y medio de existencia, y no cualquier fotografía sino una que cuestiona
el papel de o la visión desde. Creo que gran parte del arte actual no
es más que un disciplinamiento del arte. La gente ya produce cosas en
función de que sabe cuáles son las que van a circular. Se está
apuntando a algo muy sociológico, muy atento al contexto, o más
bien a la CNN. Las dos primeras obras que tematizaron la desocupación
en la Argentina aparecieron en el 2001, y la desocupación viene de 1991.
O sea que esta alerta a lo social no es un ojo puesto en lo social sino en el
discurso de los curadores. El problema con los curadores es que buscan un sentido
unívoco y no creen en la polisemia. Se está confundiendo el arte
con la publicidad. La estructura es la misma: qué tengo que decir, cómo
lo digo, a quién se lo comunico.
Dejemos a los curadores y hablemos de los críticos. ¿Qué
crítica te molestó más?
Las que me adjudican ironía. Yo no soy irónico. Cuando mostré
con otros artistas en Nueva York se hizo una mesa redonda. Kacero, Burgos y
yo estábamos entre el público. Y de pronto los críticos
que hablaban dos yanquis y uno argentino insistían sobre
la ironía de estos artistas, yde pronto Siquier, que estaba
en la mesa, dijo: Perdón, yo quiero decir a título personal
que en mi obra no hay ironía. Entonces saltamos nosotros: Queremos
dejar en claro que nosotros tampoco somos irónicos. ¿Sabés
qué dijeron? Nada. Siguieron hablando de la ironía. O sea: la
palabra del artista no vale, y eso forma parte del contexto actual. El artista
sería un boludo que no sabe. El que sabe es el crítico de la mirada
sabia, que considera que la mirada del artista es naïve.
La ironía es sobre algo. En el sobre ya está la horca del sentido.
La ironía presupone un objeto delimitado absolutamente, y eso no
está en estas producciones. Fabián Lebenglik dice que la distancia
que yo tomo no es la de la ironía sino la de la fascinación y
la nostalgia.
El catálogo de Chi chi lleva un acápite de Truman Capote: A mí que me den una playa desierta, en un día de invierno, cuando el mar está calmo. Y tratándose de Gumier Maier habría que agregar: Y que la marea traiga a mis pies una maderita que ignore por completo que algún día se llamará perro, dragón, chi chi.
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