Dom 05.06.2005
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ARTE > LAS NUEVAS SALAS DE ARTE ARGENTINO DEL BELLAS ARTES

Visita guiada por la otra casa rosada

Mejor tarde que nunca: finalmente el Museo Nacional de Bellas Artes ha inaugurado 32 salas especialmente dedicadas a organizar un recorrido por la historia del arte argentino. A pesar de las críticas y las quejas de rigor, la iniciativa lleva a 471 (contra 106) las obras argentinas expuestas, y de paso recupera algunas joyas que hasta ahora permanecían vírgenes al público.

› Por María Gainza

Moria Casán diría que se hizo un refresh, como un viejo amigo que ha regresado de un spa. Esa es la sensación que a primera vista dejan las 32 salas de arte argentino recientemente inauguradas en el Museo Nacional de Bellas Artes. No se puede creer. Primero, que hayamos tenido que esperar hasta el siglo XXI para que el MNBA tuviera un recorrido coherente por el arte de nuestro país (en vez de las 106 obras de arte argentino que había colgadas ahora hay 471, muchas expuestas por primera vez). Segundo, que ese recorrido, además de existir, esté bien hecho.

Ojo, no es el MOMA. Y justamente por eso, lo primero que las salas demuestran es que las obras de arte pueden sobrevivir en casi cualquier lugar. Es una de las vanidades más grandes del hombre suponer que se necesitan salas de limpieza quirúrgica, iluminación costosísima y grandes arquitecturas para mostrar una obra de arte. A lo que sí es más difícil sobrevivir es a una mala curaduría. Por muy vapuleado que pueda estar, el acto curatorial sigue siendo lo que –literalmente– cuenta. Es éste el verdadero arte dentro de un museo y eso incluye hasta la etiqueta más diminuta. Esta vez, con un guión a cargo de María José Herrera e investigación de María Florencia Galesio, el cuento (como diría Gombrich, que llamó a su best-seller Story of Art y no History of Art) del arte argentino está bien contado. Visto en planta, el mapa de las salas parece un laberinto de espejos, pero al caminarlo se siente como un túnel del tiempo. Por un lado del tubo se ingresa al siglo XIX y se sale por el otro circa 1980; en el medio hay salas que rompen la cronología para proponer otros recortes, vitrinas que contextualizan, vistas axiales, una historia social que asoma sutilmente en catálogos y fotos, y una sociología del arte que muestra básicamente cómo se construye la historia desde las instituciones.

Que no hay mucho espacio, eso ya se sabe. Y, sin embargo, está bien resuelto. Ni hay amontonamiento ni se despilfarra pared (los salones franceses, después de todo, más que una muestra eran un motín y aún así los Courbet se apreciaban). Quejarse de que la disposición de las obras es atractiva pero mansa, es como acusar a una iglesia de predicar. El museo es didáctico, su función es editar su colección para contar una historia a un público lo más amplio posible. Y aunque tengamos la impresión de que quedan cosas afuera, que falta de esto y sobra de lo otro, hay que bajar la neurosis y recordar que ésa es la sensación que nos deja la vida en general: siempre está la posibilidad de haber tomado otro camino.

Veamos entonces las tres epifanías dentro un museo: el montaje, que es inteligente y claro; la arquitectura, que no va a disparar un efecto Bilbao, que no va a convocar peregrinaciones multitudinarias tirándose de los pelos como beatlemaníacos ante la audacia de los espacios, pero que al menos no se come ni asfixia a las obras y tiene un tamaño de intimidad doméstica sumamente agradable (y consolarse pensando que ya hay gente que se queja de que el nuevo MOMA diseñado por Yoshio Taniguchi tiene salas demasiado grandes que dispersan la mirada); y la colección. Veamos entonces. La sensación general es que falta un poco de punch, de wow, de aaaaaah pero, como es una colección pública hecha en base a donaciones, se entienden sus desniveles. La colección es fuerte hasta la década del ‘40 y después afloja, pero lo bueno es que, como quedaron cosas afuera, la idea es rotar una sala entera por lo menos una vez al año. Y finalmente hay algunos grandes éxitos de la historia del arte argentino, el tipo de obra que da la sensación de estar visitando la reconstrucción de Europa que se hizo en Disney. ¿Ya viste la Torre Eiffel? ¡Esperá que ahora viene El Gran Canal!

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