OTRO PLANETA
EXPERIMENTOS
Mezcla de utopía hedonista, sociedad secreta y mercado paralelo, el Proyecto
Venus, ganador de la prestigiosa beca Guggenheim, es una red de intercambio
de bienes y servicios formada por artistas, intelectuales, científicos
y tecnólogos para responder al Gran Maltrato Nacional. Ya tiene moneda
propia el venus, y en su lista de ofertas figuran desde tartas de
calabaza y viajes en taxi hasta obras de arte, consultorías sentimentales,
servicios de paternidad sustituta y asesoramientos para concretar cualquier clase
de deseos. Sepan cómo se vive hoy en Venus sin cruzar la General Paz.
› Por Alan Pauls
¿Qué es Venus,
además de un planeta, una señal de cable porno y el nombre latino
de una diosa lasciva? ¿Qué es ese Venus que ofrece cuadros de Alfredo
Prior, tartas de calabaza, consultorías sentimentales, servicios de paternidad
sustituta y próximamente los frutos hasta ahora clandestinos
del otro yo pictórico del escritor César Aira? Al parecer, hay tantas
respuestas como usuarios. Según la home page del sitio que Venus tiene
en Internet (proyectovenus.org), Venus es una red de artistas, intelectuales,
tecnólogos, científicos, actualmente en formación en Argentina,
que intercambian productos, servicios, objetos, etc.. Pero en el viejo departamento
de Congreso que sirve de sede al proyecto todo es mucho más blando, relajado,
maleable y metafórico, y los modelos para pensar el experimento van del
falansterio de Fourier a las sociedades primitivas que abismaron a Pierre Clastres,
pasando por variantes intermedias como la orgía, la secta, el mercado paralelo
o las sociedades secretas. El clima es jovial, distendido. La edad de los venusinos,
que prefieren el anonimato, oscila entre los cincuenta y los veinte, pero la excitación
que flota en el aire está repartida con una intachable ecuanimidad. Algunos
hablan de Venus como si fuera efectivamente un mundo: En Venus
tal cosa, dicen. O: Cuando me metí en Venus nunca pensé
que... Otros lo llaman el Sistema, La Red, La
Organización o incluso La Experiencia: Si no lo
viviste, es imposible explicarte lo que es, dice una venusina evangelista.
Pero la pompa de esos apodos inquietantes hace poca justicia al tono doméstico
y familiar con que los pronuncian, que aleja a Venus de cualquier condición
abstracta y lo convierte en un entorno íntimo, proyección más
o menos sistemática en el mundo de un haz de deseos mínimos y múltiples.
Lo bueno es que no hay dos participantes que sostengan el mismo discurso
sobre Venus, dice un miembro joven. Venus es multiforme, agrega
otro, que renuncia a lo que todos los demás le reconocen: la categoría
de padre fundador del experimento: es algo orgánico e imprevisible,
que no tiene límites definidos y por lo tanto puede dispararse para lugares
muy diferentes, pero no excluyentes sino simultáneos. Desde cuestiones
de utilidad práctica conseguir algo que necesitás hasta
entrar en contacto con gente interesante, desarrollar proyectos o simplemente
pasar un momento agradable. Venus es multiuso. Polimorfismo, maleabilidad
y una dinámica interna impredecible, alimentada por el azar de deseos cruzados,
parecen ser los principios más activos y eficaces con que Venus respondió
al estado de cosas que inspiró su invención: la catástrofe
argentina. Ante la situación general, dice el fundador, podés
deprimirte y no saber qué mierda hacer, podés estar totalmente destruido
y no tener medios ni posibilidades de reaccionar, y también podés
decir bueno, las cosas son así, pasa esto y esto y ponerte
a pensar qué necesidades afectivas, existenciales, culturales o materiales
tenés. Y frente al Gran Maltrato, buscar que la gente se quiera, que te
traten bien, estar con quienes te gusta estar, relacionarte con las personas que
aprecian lo que vos hacés y viceversa. En otras palabras: responder
a la crisis, la dispersión y el fetichismo de las tragedias personales
con una forma nueva de aglutinamiento, una comunidad artificial fundada no en
grandes horizontes políticos sino en un repertorio de urgencias portátiles.
Impecablemente trajeado, un miembro muy conocido en su vida pública
por su voz y su actitud de crooner dandy trae a colación el antecedente
de Chakra, el piloto de comunidad artística que el fundador de Venus montó
en 1999 en una quinta decrépita de Parque Leloir. La idea de Chakra
era ofrecer un espacio físico concreto y medios de producción para
desarrollar proyectos artísticos, pero el objetivo más sigiloso
era ver cómo podía funcionar una sociedad de artistas, que suelen
ser gente muy poco dada a coparticipar. Probablemente allí hayan nacido
ciertas soluciones que ahora forman parte de Venus. La sociedad
de artistas, pues, como laboratorio de un funcionamiento social articulado
alrededor del encuentro de fuerzas y deseos heterogéneos. Según
su ideólogo, Chakra, que precedió largamente al estallido social
y económico, fue una reacción a una catástrofe intelectual
o cultural, al éxtasis del éxito individual, al narcisismo estéril
de fines de los 90. Era necesario que hubiera un lugar de contaminación.
Es una fantasía que tengo desde los 60, que fue cuando la vi en acción:
en Buenos Aires todo funcionaba básicamente por cruces, préstamos,
solidaridades, deseos mutuos, envidias, odios, sexo. Si no existe ese hervidero,
no existe nada. Pero si existe, ahí sabés que va a pasar algo. No
necesariamente una obra, que puede salir o no, sino algún tipo
de funcionamiento, una forma de vida....
De los eventos de Chakra que llegaron a reunir a una treintena de artistas
al centenar largo de miembros de Venus hay una distancia análoga a la que
separa la apoteosis del individualismo artístico de los años 90
de la hecatombe que hoy pulveriza a toda la sociedad argentina. Si Chakra fue
la maqueta de una comunidad de artistas, Venus es un mundo paralelo completo,
suerte de Argentina Bizarra que reconstruye a escala el tejido vital y el circuito
de intercambio de bienes que la Argentina Real liquida cada día un poco
más, o cuyo goce reserva exclusivamente para una selecta casta de gangsters.
Porque Venus, básicamente, es un mercado. Al menos así empezó
en marzo de este año, cuando tomó estado público por primera
vez, presentó su flamante moneda el venus, que cotiza a un peso por
unidad y lanzó una convocatoria vía Internet para atraer a
sus primeros operadores. La condición de acceso: tener algo que ofrecer
en el mercado, cualquier bien o servicio de circulación legal en Argentina.
Poco tiempo después, en la feria-fiesta de lanzamiento del proyecto, pequeñas
hordas de venusinos frenéticos desplegaban sus ofertas en El Argentino
y estrenaban el vértigo y el goce de una autarquía mercantil completamente
excéntrica. Obras de arte, cactus, recuerdos personales, ropa: todo cambiaba
de mano a una velocidad adicta, comprado y vendido por medio de unos billetes
tersos, brillantes, por ahora sólo en versión par (de 10 y de 2
Venus: la línea impar se inaugurará próximamente con billetes
de 1), estampados con paisajes remotos del trópico, todos convenientemente
fuera de registro, y exóticas caligrafías tailandesas.
La moneda fue sólo un punto de partida, una excusa para llegar a
otra cosa, dice un venusino que se niega a reducir el sistema
a un mero micromercado de bienes. Pero inventar un signo monetario es un gesto
tan inaugural como inventar una lengua, aun cuando (o precisamente porque) los
venus se paseen por ahí exhibiendo desfachatadamente su aire de trampa,
ícono verdadero de un país apócrifo. Y la cuestión
monetaria también obligó a los venusinos a cambiar radicalmente
su relación con la economía. Ya no se trataba de padecerla, como
suele ser ley en el mundo real, sino de experimentarla empezando de cero, reescribiendo
todas sus categorías (liquidez, circulante, masa
monetaria, etc.) en función de un mercado in progress, deliberado,
en un ejercicio de simulación que tarde o temprano, como el mundo Tlön
de Borges, terminaría pasando a otro estado, no más real, quizá,
que la economía simulada, pero sí más deseable, más
eficaz, más feliz. Al principio algunos nos decían: Pero
¿qué respaldo tiene esta moneda? Después vino todo
el quilombo, la gente perdió sus dólares, las provincias emitían
toda clase de monedas nuevas... y nadie volvió a preguntar por el respaldo.
Lástima, porque nosotros habíamos decido dárselo. El venus
es la única moneda mundial con verdadero respaldo líquido: vino,
vino Venus. Porque suponete que vos tenés dólares, ¿no? Vas
al banco de la Reserva Federal y decís: Buenas, tengo cien dólares,
¿me da mi oro? Perdón, te dicen, pero eso
se derogó en 1947. Desde entonces 100 dólares son 100 dólares
y se representan a sí mismos. Así que detrás de ese
billete no hay nada. En cambio acá vas y si querés recuperás
en líquido el respaldo de todos tus venus. Ahora estamos viendo de vendérselo
a una marca: la idea es que haya una marca de vino bueno, o varias, que constituyan
un fondo, de modo que esto se pueda multiplicar. Porque mientras no
haya vino no podemos emitir. En el principio, pues, fue la monetización.
Los primeros cincuenta que entraron a la red recibieron un préstamo de
50 venus, cosa de hacer circular la moneda y poner en marcha los intercambios.
Después, con el incremento de los miembros, cuyo ritmo sorprendió
incluso a los más optimistas, el préstamo inicial fue bajando gradualmente
hasta llegar a los 12 venus gratuitos a los que hoy tiene derecho quien quiera
entrar en el sistema. El trámite es simple; el único requisito es
ser recomendado de alguien que ya forme parte de la red. (A falta de ese mentor,
Venus sólo tolera una moneda de cambio: el poder de seducción del
aspirante.) Hasta ahora, sin embargo, nadie ha sido rechazado. El
flamante venusino cotiza su oferta en pesos y la traduce a venus, pero la que
se encarga de fijar el precio final es la dinámica propia del mercado.
A diferencia del mercado capitalista, que sólo la enarbola para pervertirla
mejor, en Venus donde la relación entre suministros y necesidades
se rige por la racionalidad del deseo sí está vigente la ley
de la oferta y la demanda. Como era de prever, la irrupción del dinero
no fue inocua; muchos precios bajaron, ya sea por la multiplicación de
ofertas similares o por propia decisión de los ofertantes, que sacrificaron
la regla de la paridad por la salud del sistema (un célebre director de
arte cobra 10 venus por una clínica de diseño que afuera
no bajaría de los 100 pesos). Sana y (todavía) maniobrable, la joven
economía, sin embargo, no tardó en flirtear con el colapso. La culpa
fue del arte; más precisamente de una obra de Pablo Suárez, que
un venusino metió en la red como anzuelo prestigioso para atraer forasteros.
El cuadro, tasado en la exorbitancia de 1500 venus, pasó a ser un objeto
de deseo unánime y suscitó una fiebre de ahorro que congeló
todas las operaciones de intercambio. (Había sólo 4 mil venus en
circulación, y el venusino más rico no tenía más de
50.) Charlando en las reuniones nos decíamos: Pero cómo,
¿vos también estás ahorrando para comprarte el Suárez?¡El
cuadro se chupaba toda la energía del sistema! La emergencia se resolvió
retirando el Suárez del mercado, pero nada indica que no despunten otras
amenazas en el horizonte. Por lo pronto ya ha empezado la especulación,
uno de cuyos primeros ejemplos es lo que en la jerga del sensacionalismo venusino
se conoce como El Caso Carreira: Hay un libro del poeta Carreira que se
usa mucho afuera, en los cursos y talleres de poesía, y como Venus es el
único lugar donde se consigue, ya hay gente que compra ejemplares en venus
y los vende después en pesos. ¡Ya hay gente que vive del mercado
Carreira!
Pero ¿hay vida en Venus? ¿Se puede subsistir con lo que ofrece el
sistema, sin tener que asomar la nariz a la atmósfera viciada del mundo?
Por ahora hay dos respuestas. Una: Todavía no, pero cuando aumenten
las ofertas más básicas comida, atención médica,
etc., ¿por qué no?. Dos: La subsistencia puede
ser el objetivo de los clubes de trueque, pero no es el de la red. Para la mayoría
de los venusinos, vivir es mucho más que comer arroz o ir al médico.
Un poeta subsiste si hace poemas, y eso es para él lo vital. Acá
el foco está puesto en esa clase de necesidades. Aunque en Venus
no hay nada tan desacreditado como el conflicto, los planetas posibles que retratan
esas dos respuestas no son precisamente idénticos: en el primer caso, Venus
reemplaza el mundo real; en el segundo, Venus es el sobremundo suntuoso donde
habita una nueva aristocracia del espíritu.
Cuando meditaba los criterios de casting para integrar sus falansterios, el utopista
Charles Fourier recomendaba atender a ciertas cualidades que la civilización
considera viciosas o inútiles. Hay uno de esos consejos que en Venus
es casi una ley: buscar los caracteres tildados de caprichosos. Un
considerable porcentaje de los bienes y servicios que ofrece el sistema parece
diseñado a la medida de una raza de excéntricos. Hay masajes, sí,
y entrenadores personales, reiki, asesoramiento jurídico, cocina moderna,
organización de fiestas y eventos, viajes en taxi, clases de inglés,
de química y de photoshop, salones para alquilar... pero qué pálidas
suenan esas tentaciones al lado de las otras, las que sólo se consiguen
en Venus: Escribo cartas de amor, Puedo escuchar cualquier cosa
que quieras contarme, Jueguitos a pedido, Digas mejor
sus poesías en 4 sesiones, Cómo reaccionar ante una
agresión callejera/Sangre fría, Cucurto renueva tu casa,
Mucamo, Te hablo sobre tu obra, Concrete sus deseos,
Cómo convertirse en una marca, Investigo. En sincro
con la música autonomista y autogestionaria de estos tiempos, el proyecto
Venus desdeña toda negatividad, toda voluntad de anexión: no quiere
copar nada, no persigue la toma del poder, no pretende cambiar las
instituciones. Si su programa puede sonar escandaloso (o infantil) es porque se
atreve a mezclar dos mundos que la cultura clásica no puede pensar juntos,
a menos que uno esclavice al otro: el hedonismo y la necesidad, la imaginación
y la racionalidad, la idiosincrasia y el lazo. Inventar una sociedad de singulares
(o, como le habría gustado a Jarry, una comunidad de excepciones):
¿no es ése uno de los desafíos que podrían revitalizar
el sentido de la política en el siglo XXI?