Los White Stripes: para muchos, la mejor banda del mundo.
Por Mariana Enriquez
Jack y Meg White tenían una tarea difícil: hacer un disco mejor que el insuperable Elephant. Pero como sin duda, son los músicos más lúcidos del rock y tuvieron clarísimo que un himno de la estatura de “Seven Nation Army” no pasa dos veces en la vida, decidieron hacer un disco completamente distinto a los anteriores. Lo que requiere un alto porcentaje de valentía, porque siempre es mucho más sencillo seguir explotando la fórmula hasta que nada quede.
Get Behind Me Satan empieza con un tema “a la antigua”: “Blue Orchid” es típico White Stripes, pesado, guitarra y batería. Pero todo cambia con “The Nurse”, un tema entre tierno y siniestro, con marimbas, piano y batería, los principales instrumentos a partir de entonces en la sencilla movida de eliminar la guitarra para marcar la diferencia. “Forever for Her (Is Over For Me)” es una balada de desamor que podría sonar en un perdido bar de Mississippi, tal como indica un piano que suena desvencijado y la cansina batería de Meg; el estribillo es glorioso y elevado al estilo de los Rolling Stones circa “Exile on Main Street”. En “Little Ghost”, folk apalache, aparece la guitarra, pero acústica. “The Denial Twist” demuestra que un piano y una batería pueden sonar como el fin del mundo. “White Moon”, con más piano y maracas quedaría perfecto en una iglesia del cinturón bíblico, sólo que se trata de una canción de amor para Rita Hayworth (y no es la única: Jack White también le dedica a la diva “Take Take Take”). El cierre no puede ser mejor: “I’m Lonely (But I Ain’t That Lonely Yet)” encuentra a Jack solo ante el piano gimiendo una melodía country clásica y una letra incestuosa, retorcida. Después de proclamar que extraña a su madre, canta: “Y amo a mi hermana/ Dios sabe que la extraño y ella me ama/ Y sabe que no voy a olvidar/ Y a veces me pongo celoso de sus pequeñas mascotas”. Es extraña la manera en que Jack White toma la música norteamericana más tradicional y los mitos del gótico sureño y los convierte en algo más moderno y deslumbrante que cualquier experimento electrónico. Es más extraño aún que mejoren disco a disco. En este momento, los White Stripes no tienen límites. Dichosos quienes los vieron hace un mes en el Luna Park, porque asistieron al concierto de la mejor banda del mundo.
White Stripes, Get Behind Me Satan.
Jack Johnson, el surfer que hace sentir bien.
Por M.E.
La verdad es que el nuevo disco del hawaiano Jack Johnson no es muy diferente a sus anteriores trabajos (Brushfire Fairytales y On and On); pero es el primero que se edita en Argentina (¡milagro!) y quizá el mejor, así que la iniciación local a uno de los más interesantes cultores del tan en boga neo-folk no podría ser mejor. Además, las canciones de In Between Dreams son tan luminosas y sinceramente optimistas que bastan para alegrar un día nefasto y ponerse a soñar con el mar. Johnson siempre dice que es primero un surfer y después un músico, y en sus canciones logra una síntesis perfecta: suenan como un atardecer en la playa. El ejemplo perfecto es “Banana Pancakes”: Johnson solo con su guitarra canta sobre quedarse adentro y cocinarle panqueques de banana a su chica; suena como una mañana perezosa con desayuno en la cama. Parece saber que un momento así puede ser todo lo que se le puede pedir a la vida, y su celebración de la sencillez nunca suena ingenua, más bien todo lo contrario.
Johnson también se adentra en otros ritmos, como el funk contenido de “Staple It Together” o el pop a la Jonathan Richman de “Situations” (que dura apenas más
de un minuto). No hay grandes sorpresas. Lo que es atractivo en Jack Johnson se relaciona mucho más con una cuestión de actitud: su visión de un mundo tibio y soleado nunca parece impostada ni negadora. No es para tanto, parecen decir sus canciones, su voz tranquila, sus letras juguetonas. Puede escribir sobre el lamentable estado del mundo (“Good People”) o la finitud de la
existencia (“If I Could”) y aún así mantener la solemnidad en grado cero. Algunos dirán que le falta profundidad, que su folk epidérmico carece de entrañas. Pero desde cuándo un artista es valioso sólo si se anda despellejando por ahí. Es tan saludable que alguien se acuerde de las bondades de perder el tiempo, mirar las nubes o,
como canta en “Breakdown”, desear que el tren se pare para bajar y caminar por ahí, con la curiosidad renovada. In Between Dreams es un disco para sentirse bien. Todo un servicio.
Jack Johnson, In Between Dreams.
Ryan Adams sufre en su mejor forma.
Por M.E.
¿Alguna compañía se tomará la molestia de editar en Argentina a Ryan Adams? Porque francamente es un padecer gastar fortunas o desesperar con un download cada vez que el ultra prolífico Adams lanza un disco. Doble otra vez, para colmo. Pero con una diferencia. A veces se le puede objetar a Adams cierta incontinencia, o visitas a terrenos donde su talento no brilla (como el retro garagero de Rock’n’roll). Pero cuando acierta, y Cold Roses es el caso, pocos están a su altura. El disco es un regreso al country de Whiskeytown (la excelente primera banda de Adams) con nuevo grupo, The Cardinals. El criterio para que sea doble poco tiene que ver con el largo: cada uno dura menos de cuarenta minutos. Sucede que la primera parte es tristeza pura, desde la apertura, “Magnolia Mountain” que pretende una epifanía sonora, pero consigue dejar al oyente noqueado de melancolía. Todo mejora/empeora con dos de las mejores canciones de amor perdido de los últimos tiempos: “Now That You’re Gone”, con su guitarra solitaria y una letra que dice: “Todo lo que tocaste está intacto y yace como evidencia de una escena del crimen/ No me atrevo a mover nada porque es el rastro de nosotros/ Y significa todo, o casi”. Se sabe de la reputación donjuanesca de Adams, pero el dato de que su novia Carrie Hamilton falleció de cáncer después de un romance breve e intenso explica muchas cosas, entre ellas ese violín doloroso que hechiza “Cold Roses”. “How Do You Keep Love Alive” es otra pieza de deliciosa tristeza y exageración romántica: “Ella recorre mis venas como un largo río negro/ Y azota mi jaula como una tormenta/ ¿Qué significa estar tan triste si amar a alguien debería hacerte feliz?/ ¿Qué se hace, cómo se mantiene vivo al amor?”. Es la última canción de la parte 1 y por suerte Adams inicia el segundo disco con “Easy Plateu”, un country rock a la Neil Young que despeja la desdicha. El disco 2 es igual de bueno en una vena más vital, especialmente la eufórica “Dance All Night” con coros de chicas y armónica. Ryan Adams está de vuelta haciendo lo que mejor le sale y ojalá no abrume al mercado como promete (quiere sacar tres discos este año), sobre todo porque es muy difícil que supere Cold Roses. Si lo hace, habrá que reconocer que es un genio nomás.
Ryan Adams and The Cardinals, Cold Rose
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