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Domingo, 6 de noviembre de 2005

LIBROS > JOAN DIDION DESPIDE A SU MARIDO

Anteojos negros

¿Qué le pasa a una mujer cuando de pronto, en el medio del living de su casa, muere el marido con el que conformaba una leyenda pública gloriosa, un matrimonio privado feliz y una relación simbiótica en la que durante años uno pudo completar las frases del otro sin ningún problema? Inspirado, lúcido y a la vez emocional, The Year of Magical Thinking es el relato con que la gran escritora Joan Didion consiguió refugiarse de la locura luego de la inesperada muerte del también escritor John Gregory Dunne.

 Por Rodrigo Fresán

En buena parte de sus fotos oficiales –esas que suelen guardar las espaldas de sus libros– la ensayista y novelista Joan Didion suele llevar anteojos negros. Enormes y tan marca propia y registrada como ese mechón blanco de Susan Sontag. Anteojos negros cubriendo buena parte de su rostro fino y de rasgos afilados y acentuando su parecido con algún insecto sabio e implacable. Leyendo sus ficciones y sus no-ficciones –que a menudo parecen confundirse, limitar sin fronteras claras, morderse la cola– cabe pensar que la verdadera función de esos anteojos no es la de esconderla a ella sino la de protegernos a nosotros. Porque leyendo a Joan Didion (Sacramento, California, 1935) poco y nada cuesta imaginar que sus ojos –como los de Ray Milland en aquella película de Roger Corman– lo ven todo, ven a través de las cosas y llegan mucho más lejos y más allá que las miradas del resto de los mortales.

En la contratapa del recién aparecido The Year of Magical Thinking, por una vez, Joan Didion no lleva anteojos negros. Y no está sola. En la foto –que se reproduce en estas páginas– Joan Didion está acompañada por su esposo de siempre (el también narrador y periodista John Gregory Dunne) y la hija adoptada por ambos (Quintana Roo Dunne) en tiempos mejores y lejanos. La foto fue tomada en una casa junto al mar, Malibú 1976. Es una de esas fotos inequívocamente felices. Una de esas fotos para las que se inventaron las fotografías. Una de esas fotos que demuestra que si algo envejece y muere más rápido que las fotos ese algo es la felicidad.

UNO Y si esta nota fuera una novela de Joan Didion –novelas con títulos como Run River, Play it as it lays, A Book of Common Prayer, Democracy o The last thing he wanted– bien podría empezar con una de esas características frases tan didionianas. Secas y como un dardo. Que te clavan de entrada en el tiempo y el lugar. Frases como “Seré su testigo” o “Algunas cosas importantes han sucedido últimamente”. Si esta nota fuera una investigación de Joan Didion –cualquiera de las piezas incluidas en Slouchin Towards Bethlehem, The White Album, Salvador, Miami, After Henry, Political Fictions o Where I Was From– bien podría arrancar con algo como “Esta es una historia sobre el amor y la muerte en una tierra dorada” o “Es fácil ver los principios de las cosas, y difícil ver sus finales”. Pero ésta es una nota sobre un libro desgarrador de Joan Didion –un libro titulado The Year of Magical Thinking, donde se funden las verdades de los hechos incontestables y las imprecisiones de los sentimientos– y empieza así: “En buena parte de sus fotos oficiales –esas que suelen guardar las espaldas de sus libros– la ensayista y novelista Joan Didion suele llevar anteojos negros”.

DOS En estos días, Joan Didion lleva anteojos negros por motivos muy diferentes a los que le hicieron llevar anteojos negros el día de su boda. Joan Didion lleva ahora anteojos negros para esconder el dolor por la pérdida y la imposibilidad de comprender cómo es que todo puede venirse abajo tan rápido, en tan poco tiempo y sin aviso alguno. Aunque, claro, siempre hay señales. Su libro anterior –una memoir personal a la vez que historia pública de California publicada en el 2003 con el título de Where I Was From– comenzaba con la historia de sus antepasados pioneros y cerraba con la muerte de su madre y, en perspectiva, con el anuncio de que se inauguraba la huracanada temporada de las despedidas.

The Year of Magical Thinking abre con la muerte de su marido John Gregory Dunne, el 30 de diciembre de 2003, un mes antes de su cuarenta aniversario de bodas, en un departamento en New York. Dunne estaba hablando sobre la Primera Guerra Mundial o las propiedades benéficas del scotch (Joan Didion no está del todo segura) y de pronto se llevó la mano al pecho y The End. Entonces el tiempo se detuvo y comenzó para Joan Didion lo que denominó el año del pensamiento mágico, el año de volverse inteligentemente loca para, sólo así, evitar perder la razón.

TRES Por lo que llegado este punto –como sucede con las espasmódicas tramas y los intermitentes perfiles de Joan Didion– tal vez sea pertinente profundizar en la figura del muy sólido fantasma que vaga por las páginas y pasillos de The Year of Magical Thinking.

John Gregory Dunne (1931-2003) se hizo escritor “porque tartamudeaba y quería dejar de tartamudear, al menos en la página” y pensaba que la escritura era un trabajo manual “como instalar cañerías”. Su novela favorita era El buen soldado de Ford Madox Ford. Dunne –tal vez más conocido por haber sido hermano del best-seller y columnista de Vanity Fair Dominick Dunne– escribió varios guiones para Hollywood y constituyó, junto a su socia y esposa, una de las parejas más cool y hip de N.Y. o L.A. Se sabe que eran inseparables y que uno terminaba las frases o las oraciones que empezaba el otro. Dunne murió sin haber escrito la Gran Novela Americana, pero lo intentó varias veces y el resultado fueron varios títulos admirables. Muchos se arriesgan a lo primero, pocos consiguen lo segundo. La más conocida de ellas –traducida al español por Pomaire– fue la portentosa y melancólica Confesiones verdaderas (1977) narrando la historia de dos hermanos, un policía y un sacerdote, enredados en el misterioso crimen de la Dalia Negra en el Hollywood de los ‘40. El mismo Dunne la adaptó al cine y resultó una película injustamente poco valorada, estrenada con el mismo título en 1981, y protagonizada por Robert De Niro y Robert Duvall. Otros libros igualmente valiosos fueron Dutch Shea Jr. (de 1982 y que arranca con una memorable y muy didioniana primera frase: “Lee estaba en el baño de damas cuando estalló la bomba”), Playland (de 1994, una particular reescritura del mito del gángster Bugsy Siegel) y –muy especialmente– su épica saga familiar de resonancias kennedyanas que a Norman Mailer, seguro, le produjo una muy poco saludable envidia: The Red, White and Blue (1987) tomaba prestado un título que descartó Scott Fitzgerald para El gran Gatsby y narraba la historia de la familia Broderick y, de paso, varias décadas de historia norteamericana con una prosa ágil y efectiva donde nunca llegaba a extrañarse del todo la mirada clínica del periodista experto que Dunne siguió siendo hasta el día de su muerte. Nothing Lost –un convulsionado thriller legal que no se conformaba con ser nada más que eso– se publicó póstumamente el año pasado. En el terreno del ensayo, sus artículos y colaboraciones fueron recopilados en varios libros. En Quintana and Friends, de 1978, se encuentran tanto un tierno relato de la adopción de su hija como una feroz y metódica demolición de la gurú-crítica cinematográfica de The New Yorker Pauline Kael (a Dunne no le gustaban los críticos en general y advertía, invirtiendo la polaridad del dictum de Hemingway, que “sólo un amateur se cree las malas críticas, porque así puede permitirse el derecho de creer en las buenas”). En Harp (1989) y Crooning (1990) se presenta como un ciudadano del mundo sin jamás olvidar sus raíces irlandesas y católicas; tema y problema del que ya se ocupaba la autobiográfica y perdedora, pero también muy graciosa, Vegas: A Memoir of a Dark Season (1974). Delano (1967) contenía su magistral cobertura de la huelga de trabajadores de la vendimia en California capitaneada por César Chávez. Y El estudio (1969, publicado por Anagrama en 1971) era una sabrosa y virulenta excursión a los estudios de la 20th Century Fox, a un planeta desbordante de idiotas con mucho poder y mucho dinero. Igual fascinación por la estupidez del mundo del celuloide es lo que se padece en Monster: Living off the Big Screen (1997): la crónica kafkiana de sus aventuras junto a Didion –con quien había escrito en 1971 el guión de Panic in Needle Park, protagonizada por un debutante Al Pacino– a la hora de intentar escribir para los Disney Studios, a lo largo de ocho años y varias reescrituras, lo que se suponía que iba a ser una denuncia del detrás de la escena de los noticieros televisivos y la vida en el aire y la muerte anunciada de la conductora Jessica Savitch. El film, claro, acabó siendo una empalagosamente romántica película protagonizada por Robert Redford y Michelle Pfeiffer. Lo última oración del libro –que puede ser considerado, sin dudarlo, un clásico en su forma; uno de los mejores testimonios de los sufrimientos y humillaciones que Hollywood puede llegar a hacerles experimentar a los escritores– es: “También la pasamos bien”.

CUATRO Aquí y ahora y en The Year of Magical Thinking Joan Didion es como sus heroínas (que pueden llamarse Lily Knight, Maria Wyeth, Elena McMahon, Inez Victor o simplemente Charlotte; varadas en países tercermundistas o en atolones nucleares y radiactivos), una consumada y consumida mujer en suspenso. Una madre y una esposa esperando que algo suceda. La madre espera que su hija Quintana Roo salga de un coma profundo producido por complicaciones de una neumonía para así poder decirle que su padre ha muerto. La esposa espera que su marido muerto vuelva a casa y la rescate del presente porque “durante cuarenta años yo me vi sólo a través de sus ojos; yo no envejecí”. Y así, de golpe, la avalancha de la edad, las ganas de no tener ganas de nada, la búsqueda de ayuda en otros libros; y pensar en The Year of Magical Thinking –al igual que lo que sucedía con aquel libro sobre la depresión de William Styron, en aquel otro sobre la agonía del sida de Harold Brodkey– como en un singular libro de autoayuda. Un libro que sólo ayuda a su autor y al que nosotros accedemos con el más respetuoso y admirado de los silencios. Un libro que Joan Didion comenzó el 4 de octubre de 2004 y que concluyó 88 días después, y que fue escrito para no derrumbarse. Un libro en el que Joan Didion explica que hay dos tipos de dolor ante la muerte de un ser querido –“poco complicado” y “patológico”– y en el que no demora en descubrir que ella es un claro espécimen de la segunda variante. Una mujer súbitamente vulnerable y azotada por catástrofes que no dejan de sucederse: su hija, repuesta, vuela hacia California para el postergado servicio fúnebre de su padre y, en el aeropuerto, recién aterrizada, sufre una caída y se golpea la cabeza y coágulo y neurocirugía en el UCLA Medical Center mientras Joan Didion va de la cama al living (a la biblioteca y a los libros consoladores de Eurípides y Freud y Auden y de su marido que, de pronto, le parecen mucho más oscuros de lo que los recordaba) y de ahí al escritorio y a la sala de terapia intensiva, volviéndose loca, imaginando milagros y resurrecciones, yendo a misa, renunciando a soñar por las noches, descubriendo que no se puede pensar sin recordar, comiendo poco y nada, llorando, armando frases con anteojos negros: “John estaba hablando; de pronto ya no habló”, “Te sientas a cenar y la vida, tal como la conociste hasta entonces, terminó”, “El matrimonio no es sólo tiempo; también es, paradójicamente, la negación del tiempo”, “¿Cómo haría para volver a mí si le quitaban sus órganos? ¿Cómo regresaría sin sus zapatos?”, “Somos seres mortales e imperfectos, conscientes de nuestra mortalidad al mismo tiempo que la alejamos a empujones, llenos de fallas por nuestras propias complicaciones, tan ansiosos que a la hora de nuestras pérdidas, para mejor o peor, también lloramos por nosotros mismos. Por cómo fuimos. Por cómo ya no somos. Por cómo en cualquier momento dejaremos de ser”, “La locura retrocede, pero ninguna claridad ocupa el espacio que deja libre”.

CINCO Malas noticias: no se consiguen libros de Joan Didion en castellano. Hace años se publicaron un par en Argentina y uno en España. Lo mismo ocurre con los de John Gregory Dunne. El limbo de los descatalogados. Pero –buenas noticias– tal vez la cosa cambie: The Year of Magical Thinking fue una de las presas más codiciadas en la reciente Feria de Frankfurt y acaba de ser nominado en la categoría de non-fiction para el National Book Award que se entregará en unos días. Tal vez algo bueno salga de todo esto –de “estos fragmentos que he encallado junto a mis ruinas”– y la maestra reconocida de Bret Easton Ellis y de Mary Gaitskill (candidata al mismo premio con su brillante novela Veronica) viaje a costas lejanas y reciba el reconocimiento que se merece y que siempre tuvo en su país y “El genio de Joan Didion” es el título de tapa de una reciente edición de The New York Review of Books.

Y The Year of Magical Thinking –“un libro que me resultó muy fácil de escribir”– no llega hasta su segundo final, una coda terrible, otro ciclón golpeando en las ya muy castigadas costas de Joan Didion: el pasado 26 de agosto, como consecuencia de una pancreatitis aguda, falleció la hija y fotógrafa Quintana Roo Dunne a la edad de 39 años. Los editores le ofrecieron a Didion parar la impresión del libro para que ella, de así quererlo, agregara un puñado de páginas sobre el asunto. Didion agradeció el gesto pero prefirió no hacerlo.

“En lo que a mí respecta, el libro estaba terminado. Cerrado. De ahí que pueda hablar sobre él y pueda salir a promocionarlo. Esa es la idea ahora: mucho trabajo y mucho movimiento. Un tour de once ciudades. En cambio, lo de Quintana no puedo discutirlo porque no he escrito sobre ello. Es el mismo dolor pero al mismo tiempo es un dolor diferente. Es algo sobre lo que no quiero hablar. Es la parte sobre la que no puedo hablar”, explicó Didion, muy despacio y con voz muy baja, en un reportaje reciente. Cuenta el entrevistador que, llegado este punto, Didion se quitó los anteojos negros y tenía los ojos inundados por las lágrimas.

Ahora ella es la única que queda, la sobreviviente de la foto, la que tendrá que contar la historia sola y sin nadie que complete las oraciones. Es una tarea dura pero, también, es un consuelo: saberse dueña de una buena vida, protagonista de una pareja de antología, madre de una hija formidable y, cuando llegue la hora, socia indivisible a la hora de repartir fifty-fifty del crédito –el terrible dolor que se destila en The Year of Magical Thinking sólo se consigue luego de muchos y largos años de felices acciones racionales– por un epitafio à deux en el que bien podría leerse, sí, otra vez, para siempre, un “También la pasamos muy bien”.

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