› Por Cecilia Sosa
Caserón colorido, con tangos en mp3 y platos que mezclan juego y placer.
Si algo faltaba en el stock alimentario de la ciudad era un bodegón como Enfundá la mandolina. Casa antigua de paredes turquesas, naranjas y amarillas donde las tradiciones se reciclan sin rendirse ante la convención. Manteles en caminito, apoya-platos de cerámica, discos de vinilo, latas de galletitas, cuadros de destapadores, y tango, mucho tango, que suena en formato mp3.
¡Y los platos! Todo en Mandolina parece preparado para arrancar no ya suspiros, sino gritos de admiración. Para empezar, un éxtasis de vino blanco con almíbar de durazno y canela que llega acompañado de ¡cornalitos! como los de la abuela, y pancitos abrochetados. Después, a elegir entre las pizzas al hornito con ingredientes sueltos para armar literalmente a gusto, albóndigas con puré que son como cordilleras de los Andes, osobuco con cinco horas de cocción o pastel de papas que viene escondido en bol sellado. ¿Humita al plato? En Mandolina no hay plato que valga. Su pedido llegará en frasco, listo para adobar con una indescifrable salsa dulce que viene nadando en la tapa, comer a cuchara y rogar que no se acabe nunca. Un lugar donde hasta un clásico pollito con puré da que hablar. Sólo haga la prueba.
¿Y los postres? Pura felicidad: alfajores de chocolate abiertos con tacita de relleno de repuesto o Copa Mandolina, una mousse de dulce de leche con sombrero de choco-torta.
¿Los ideólogos? Tres treintañeros, uno de ellos gourmet de De olivas ilustres, que no olvidaron ni la barra de tragos para comer y beber con altura, a precios amistosos y nada de apretujarse con el comensal de al lado: en Mandolina rige la maravilla del espacio propio. Todo para ver, tocar y probar. Porque hasta las florcitas que acompañan los platos son comestibles. ¿Novedad de primavera? Jueves, noche de señoritas, daikiris y margaritas. Sin tarjetas.
Enfundá la mandolina queda en Salguero 1440, 4822-4479. Abre de lunes a sábados a la noche, y sábados y domingos al mediodía.
El mejor asado en Parque Chacabuco, con ensaladas gigantes, anfitrión musical y precios de otro mundo.
Zelarrayán y Beauchef. En una de esas callecitas amplias y soleadas, de las que quedan tan pocas en la ciudad, por donde los autos circulan porque sí en doble mano, sin problemas, está Cosechero, una parrillita auténticamente argentina o tan argentina como se puede soñar. Sin la sofisticación de Urondo, el bar poético con el que comparte barrio, Cosechero ofrece desde hace cinco meses las delicias del mejor asado, en un salón tan simple, cálido y acogedor que parece de otro mundo –mejor, eso seguro–. Mesas de madera, amplios ventanales, manteles de esterilla, vasijas de barro, platos de rodajas de quebracho colorado, un jarrón con corchos adentro, y no mucho más. Pero atención... Tanta espontaneidad no es improvisada: Juan Martín y Candelaria Inés –músico y compositor él; sommelier ella– viajaron por el todo país en busca de ideas. Y montaron un lugar como si sólo existieran el barrio y las estrellas que iluminan las noches tranquilas de Parque Chacabuco.
¿La especialidad de la casa? El vacío más tierno y una inigualable bondiola de cerdo que sale a la provenzal. Y también pastas caseras, milanesas gigantes, enormes ensaladas para combinar a gusto (que además se cobran como ensaladas, dato no menor) y una carta de vinos breve pero meticulosamente elegida.
¿Por qué Cosechero? Por el tema de Ramón Ayala y por el cuadro de Marta Ozzol, artista plástica y suegra (es la mamá de Candelaria). Aunque en medio de tanta placidez, las canciones de Silvio Rodríguez suenen un poquitín redundantes, el pecado se perdona si las mollejitas salen tiernas, si el bife se come sin ojo y si alguna noche inspirada el músico anfitrión regala alguna canción propia. O si uno es capaz de redescubrir al trovador cubano, que supo escribir canciones gloriosas. Sencillo y suave como sus precios, Cosechero amerita la excursión.
Cosechero queda en Zelarrayán 995. Abre de martes a domingos de 12 a 15 y de 19 al cierre. 4926-1116. Lunes cerrado.
Delicias sin carne en el flamante restó de la Universidad del Yoga.
El yoga no es sólo cuestión de “Omms” sino de “Hummms”. Y si no, a darse una vuelta por la primorosa esquina de El Salvador y Oro, donde la Universidad del Yoga (una cadena internacional liderada por el maestro DeRose) acaba de abrir su flamante restó. Unas pocas mesas de madera, amplios ventanales sobre la ochava, el puro glamour del jean y la madera, y una mesa baja con almohadones es todo el escenario. ¿Naturista? ¿Vegetariano? A no dejarse llevar por el horror. Todos pero todos los platos preparados por el chef del yoga, sin recaer en carnes muertas, apelan a despertar los sentidos con los sabores más inverosímiles. Los paladares más estoicos no podrán más que tambalear ante el sinfín de cominos, curries, jenjibres y picantes que pueblan los platillos más amables.
Mañanas y tardes: poderosos desayunos y meriendas, que incluyen un yogur con granola en tazones que ni Heidi podría tomar y heladísimos licuados con yogur, muffin de arándanos y la limonada más estimulante.
Mediodías y noches: wrap de vegetales asados y queso feta para comer con la mano, chutney de tomates y lima con papas rotas, risotto de hongos portobello, con piel de limón y queso mascarpone; curry de yogur y zapallo asado, con naan de ajo y coriandro.
¿De postre? Una inigualable sopa picante de chocolate (de tradición francesa), clafouti de peras y frambuesas con cardamomo y helado. Y para combinar con todo, té chai, con ingredientes secretos traídos de la India. Después de manjares tales, no se sorprenda si una fuerza nueva lo conduce al interior de la casa, lo hace transitar entre mullidos sillones para trepar hasta una sala de práctica donde las posturas del maestro DeRose (que adornan todas las paredes) no resultan tan inverosímiles como pensaba. Y luego de su mejor mantra... un solarium donde recuperarse al sol.
El restaurante de la Universidad del Yoga abre de martes a miércoles de 10 a 20, y de jueves a sábados de 10 a 24.
Delicias artesanales de todo el país para comer in situ o llevar de souvenir.
En la fiebre acrílica de Recoleta casi resulta raro encontrar un lugar como Sabores y Sentidos, un almacén de campo que inauguraron hace menos de un año Vera y Michelle Poliacoff, madre e hija, anfitrionas y cocineras llegadas de Madariaga, provincia de Buenos Aires. Apenas una decena de pequeñas mesitas, piso de baldosas, paredes color ladrillo, cálidos manteles, flores secas y un desfile de delicias artesanales para mimar las cuatro comidas.
Sabores y Sentidos no descansa. Por la mañana, desayunos con pan de campo, miel, dulces artesanales; para el té, por la tarde, mate y tortas. El menú de primavera demanda empanadas, cazuelas (de carne y verduras, pollo con puerro, champignon y crema) y platos principales a elegir entre pollo relleno, papas alemanas, pescado con verduras grilladas o sándwich de verduras, tomates confitados y lengüitas de mozzarella. Y a toda hora, ensaladas tan voladas como las aves que nombran, sándwiches camperos para armar a capricho y placer, o picadas con los fiambres, quesos y ahumados menos probables.
En Sabores y Sentidos hasta los postres tienen resonancias telúricas: higos en almíbar, cosquitos de membrillo en almíbar de Malbec caliente, pera rellena con queso ¡azul!, mousse de frutos rojos y brochette de queso y dulce. Para el cierre, cafecito con licores caseros y tan artesanales como parece mandar el lugar.
Además, los magníficos muebles de roble se ocupan de tentar con su provisión almacenera, ampliada para llevar souvenires de regalo: artesanías en plata, mermeladas, dulces, alfajores, collares, chutneys, aros, conservas, mostazas y vinos –a precios razonables–. ¿Un té en tubo de ensayo o un estilizado salame de búfalo? Todo es posible. Hasta se consigue la más telúrica carterita de yute, por si las manos no dan abasto.
Sabores y Sentidos queda en Uriburu 1710, 4804-5100. Abre de lunes a lunes de 8 a 24.
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