Dom 18.12.2005
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MúSICA

La cantante calma

Hija mayor del clan Vitale, integrante de M.I.A. (Músicos Independientes Asociados) y compañera de Verónica Condomí, Liliana Vitale acaba de editar su quinto disco solista llamado Al amparo del cielo, después de unas vacaciones forzadas, cuando casi perdió la voz de puro cansancio. Recuperada, reconciliada con su familia “clánica”, repasa su carrera y habla del oficio de cantar. Y de esa forma de coherencia que implica abrir la boca sólo cuando se tiene algo para decir.

› Por Martín Pérez

Sentada en la terraza de la casa familiar, en pleno barrio de San Telmo, Liliana Vitale mira fijo a su interlocutor y en su boca se dibuja una sonrisa cuando escucha que Al amparo del cielo, su flamante quinto álbum como solista, tiene algo de Canta Liliana Vitale, su lejano segundo disco. “Puede ser”, concede. “Es que este disco es fruto del puro placer de cantar.” La portada de aquel álbum, en el que recorría temas de Alberto Muñoz –clásico obligado de toda su discografía– así como de Jaime Roos, Silvio Rodríguez y Jorge Lazaroff, mostraba la puerta de un local de baile tan de barrio que estaba enmarcada en bombitas de colores, y el título aparecía en un cartel manuscrito, colgado a modo de anuncio. Ese mismo espíritu domina este último álbum de la hija mayor de los Vitale, en el que, además de una gran mayoría de canciones propias, interpreta otras firmadas por Jorge Fandermole, Horacio Fontova e incluso Bersuit Vergarabat. Y no es difícil imaginar un cartel similar para un show actual de Liliana, que vuelve a cantar mejor que nunca, después de un largo silencio. “Con este disco me terminé de dar el alta”, confiesa.

Como lo atestigua la limitada cantidad de discos editados en una carrera llamativamente larga, Liliana Vitale sólo publica un disco cuando tiene algo que decir. Y lo que principalmente tiene para decir Al amparo del cielo es que la cantante ha vuelto a cantar. “La baja me la di cuando terminé de presentar en vivo mi disco anterior, El beneficio de la duda”, recuerda. “No sé cómo fue que llegué incluso a presentarlo, porque tenía un cansancio fenomenal en la voz.” Estuvo a punto de tirar la toalla, pero gracias a los consejos de Miguel Cantilo, recurrió a los oficios de Susana Rossi, profesora de canto. “Es la única que sabe algo, y no soy sólo yo la que lo dice”, aclara. Con la voz recuperada, Liliana editó primero Siete cielos, una obra coral a pedido de un maestro de reiki, que dedicó a su maestra. Recién después llegó el momento de la palabra. Y, con sus nuevas canciones ya terminadas –compuestas en los últimos seis años; una de ellas incluso arrastrada desde su disco anterior–, de volver a asumir el oficio que conoce de toda la vida, el de cantar.

La diferencia

Aunque su disco Mujer y argentina abre con una grabación de “María” (“Acaso te llamaras solamente María...”) registrada a la tiernísima edad de 5 años, si se le pregunta a Liliana Vitale cuándo se recibió de cantante, ella dice, sin dudarlo ni un segundo, que fue recién a los 24 años, con la edición de su primer disco solista, una gema titulada Mamá, deja que entren por la ventana los siete mares (reeditado, junto a Canta Liliana Vitale en un compacto suscintamente titulado Recopilación). “Porque recién ahí el canto fue una decisión, hacia la canción y la palabra. Todo lo que hice antes fue más bien una formación en lo musical”, explica, y en esa frase incluye toda su experiencia como parte del grupo M.I.A. (siglas que significaban Músicos Independientes Asociados) e incluso sus trabajos junto a Verónica Condomí.

Semejante contundencia merece una explicación más amplia y, con respecto al grupo casi familiar, uno de los venerables e iniciáticos experimentos de independencia musical dentro de la música popular ligada al rock. Vitale explica que el desprejuicio de su propuesta la nutrió de manera fundamental. “Ahí se hacía cualquier cosa que podías hacer con onda, y yo entré en el juego del multiinstrumentalismo. Toqué batería, piano, guitarra, flauta... todo con un desprejuicio que fue casi una bendición”, recuerda. “Pero la diferencia cualitativa aparece cuando yo decido decir. Ahí es donde hago la diferencia.” Aquella diferencia, que aún hoy es posible percibir en aquel álbum debut, está también marcada por las hermosas canciones de Alberto Muñoz, exclusivo compositor del disco. “Con él aprendí dos cosas: fue mi guía para ingresar en el mundo de la poesía, y también me deslumbró su flexibilidad vocal.”

Esa diferencia de la que habla Liliana, y la importancia de la flexibilidad vocal que aprendió de Muñoz, tal vez estén vinculados en lo que, según nada menos que Egberto Gismonti, es una de las principales particularidades de su canto: el fraseo. “Que alguien como Gismonti diga semejante cosa es algo que me llena de hermosura”, dice Liliana, que conoció al músico brasileño en las épocas de M.I.A. “Cuando vino a tocar en el Teatro Coliseo, se copó con el dúo que hacíamos con Verónica y nos invitó a cantar en su show. Pero pasaron los años y nunca me imaginé que tenía un recuerdo tan vivo de aquella experiencia. Hasta que, cuando edité Mujer y argentina, me llegaron unos elogios precisos, entre los que confesaba su interés en mi fraseología, pavada de palabra”, cuenta, orgullosa. Y con razón.

La familia

Como hija mayor del clan Vitale, es difícil arrancar una charla con Liliana, en el hogar familiar, sin mencionar, justamente, a la familia. “La mía es clánica. Para bien y para mal”, asegura, con más satisfacción que resignación, mientras señala que sus padres –el legendario Rubens (más conocido como Donvi) y mamá Esther– cumplen este año sus bodas de oro. “Ellos son los que rompieron el molde. Los que nos enseñaron a crear, a involucrarse y a no tener miedo de cambiar”, cuenta, con la convicción no del que repite un versito, sino del que ha roto amarras y ha regresado. “Es verdad, fui la oveja negra de la familia”, concede. “Todo se maneja por ciclos y hoy me puedo reír por eso. Estoy muy contenta, contenta por haber hecho y contenta por estar haciendo”, dice quien hoy atiende a sus alumnos –y a la prensa– en una especie de primer piso ubicado al fondo y arriba de la casa de sus padres (donde, dicho sea de paso, también está el estudio de grabación de su hermano Lito).

Hija de un legendario maestro de música, que según ella no está siempre dando cátedra, pero no deja de enseñar jamás, la gran leyenda musical de la familia Vitale está vinculada con su madre. Más precisamente, con la voz de su madre. Se cuenta, por ejemplo, que el director del Teatro Argentino de La Plata tocó la puerta de la casa de sus abuelos en Ensenada asegurando que una voz como ésa se escuchaba cada mil años. “Yo nunca escuché esa voz de mi madre, sino la que tenía en las guitarreadas de los años sesenta, luego de años de cigarrillo. Me acuerdo de que ella decía: ‘ésta ya no es mi voz’. Algo que recién pude entender después del proceso de reparación de mi propia voz”, cuenta la hija que fue –casi– punk. “Es que con viejos tan potentes es difícil poderse ver. A mí me tocó irme lejos y no llamar a casa por mucho tiempo. Por esos años no me hice la cresta punk, pero me faltó muy poco. Era la época de mi segundo disco solista. Me corté el pelo y me fui a vivir a Córdoba. Y recién volví para la época del tercero, Mujer y argentina, donde estoy recién regresada a Buenos Aires. Y ahora ya estoy revolvida, y disfrutando de la vida.”

La rockera

Además del trabajo con su profesora de canto, Liliana Vitale asegura que una de las claves para reencontrarse con su voz luego de la edición de El beneficio de la duda fue haberse reencontrado con Verónica Condomí. Con ella grabó su primer disco fuera de M.I.A., esa especie de “club de música progresiva” –según lo califica Sergio Pujol en su libro Rock y dictadura– que comenzó allá por 1975 como trío, liderado por Alberto Muñoz, con unos adolescentes Liliana y Lito. Y con ella, claro, contaba que Gismonti le prestó atención por primera vez. “En el año 1977, siendo parte de M.I.A., nos embarcamos en una búsqueda musical a través de la experimentación sonora de nuestras voces como único instrumento”, escribieron Verónica y Liliana en la reedición en CD de sus dos discos como dúo, realizada en 1996. La preparación de esta reedición las volvió a unir: “Reencontrarme con ella fue reencontrarme con el buen uso de la voz”, explica. “Fue como si nos hubiésemos separado el día anterior, y llevábamos muchos años sin vernos. Pero tenemos tantos años de cantar juntas, que es como si dejásemos a nuestras voces cantar solas y nosotras sólo nos miramos”. Sin dejar de matear en la terraza de la casa familiar, Liliana Vitale no se atreve a contestar cuál es su hoja de ruta ahora que se ha dado definitivamente de alta. Sabe que, ahora que sus hijos ya están grandes, tiene el tiempo que la profesión puede llegarle a exigir. Pero aún no sabe, por ejemplo, si va a retomar ese lejano proyecto que comenzó a dibujar en su disco de regreso a Buenos Aires y la casita de los viejos, Mujer y argentina. “Era un proyecto basado en aquel verso inmortal de ‘Naranjo en flor’: ‘Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamientos’. El disco de ‘saber sufrir’ era Mujer y argentina, y los tres que siguen aún hay que hacerlos: uno de standards de amor, para amar; uno de folklore, para partir; y por último uno de rock y pop para la parte de andar sin pensamientos”, enumera muy seria, esgrimiendo de a uno en uno los dedos de una mano para ahondar en cada uno de los ejemplos. Y, en tren de seguir enumerando, arriesga una definición final. “Los elementos que nos dan la identidad son el tango, el rock, el folklore y la balada. Pero si yo tuviera que definirme, diría que vengo del rock. Porque cuando digo rock digo ‘Viernes 3 AM’, digo indigenismo, digo antiglobalización, pienso en ‘imagina que no hay fronteras’, en la mejor definición posible de esas palabras, en las cosas que hablábamos allá por el ’74, cuando para mí empezó todo esto. Te confieso algo: cuando en Mujer y argentina grabé varios tangos, me empezaron a salir laburos. Pero yo ni en pedo me pongo la ropita de tanguera. Creo que los grabé para poder decir eso, que no lo soy”, dice Liliana, la cantante que se dio de alta, mujer y argentina, capaz de cantar toda clase de canciones y estilos pero antes que nada rockera. Y a mucha honra.

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