Sáb 20.07.2002
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Monstruos locales

Plástica La muestra de Agustín Inchausti que puede verse en el Rojas hasta el 27 de julio marca su regreso a la plástica. Para volver, Inchausti eligió venir acompañado de unas composiciones que combinan el plástico con el vidrio, el papel celofán y la pintura. El resultado: una galería de seres más que extraños.

› Por Laura Isola

Al Rojas, que lo vio nacer allá por 1989, Agustín Inchausti vuelve con una muestra. El retorno, también, significa mucho en términos de su arte: luego de las exposiciones de 1991 en el Centro Cultural Recoleta y Camino del corazón de 1992 nuevamente en el Centro Cultural Rojas, Inchausti retoma su actividad después de un paréntesis de ocho años sin pintar. Por lo tanto, éste no es sólo un regreso a la galería de un espacio fundacional en su carrera, cuando en los años noventa se vio instalado y nombrado como “una de las eminentes promesas” de aquellos años. No es para menos que semejante responsabilidad deje a cualquiera sin ganas siquiera de pintar, pero éste no es el punto y es apenas una débil conjetura sobre lo público del arte y sus implicancias en la psicología del artista. Mejor es pasar a lo que Agustín Inchausti, que en 1990 ganó la beca para el Taller de Guillermo Kuitca, tiene para exhibir.
Víctimas del despojo, que se mantiene a pesar del ensamble de distintos materiales, las imágenes se suspenden de las paredes de la galería. El suspenso actúa en la doble acepción del término: levitan y generan intriga. Para lograr lo primero, el uso de materiales como el papel transparente, el plástico desgarrado de bolsas de basura, vidrios rotos y celofán son la clave de la ligereza y la levedad que parecen tener las obras. En cuanto a la intriga, el suspense, se mantiene insinuando más que mostrando; superponiendo materia sobre materia y apenas dejando ver qué hay debajo, creando un clima bastante cercano al misterio. Porque es posible que la pregunta ante esta muestra venga por el lado de ¿de qué se trata esto que estoy viendo? La falta de título para nominar la muestra refuerza esta idea y libera de ataduras a la interpretación, al mismo tiempo que tanta libertad puede dar como resultado un efecto de desconcierto o asfixia.
Si bien los cuadros están resueltos con aparente sencillez de trazos y con colores moderados, en su conjunto se presentan como inquietantes. Rompen con las convenciones del marco y se “desparraman” en las paredes. Violan el trazado de la línea recta y zigzaguean en bordes filosos. Son voraces y acumulativos de capas que se superponen, reproduciendo en su imagen final los modos de construcción de la obra. Parecen grabados, aunque realizados de manera precaria; recuerdan a collages, pero su factura es deliberadamente desprolija. En todo parece haber un intento de sabotaje del pacto con el que mira, haciendo ostentación del artificio, dejando caer el telón para que se noten las costuras del asunto.
Tampoco es posible vislumbrar una historia que reúna las composiciones ni tampoco microhistorias que se cuenten a partir de cada trabajo. Son insinuaciones, pequeñas puntas que asoman a la superficie y no terminan de desarrollarse. Esto no es una falla sino más bien el intento de andar por otros carriles buscando otro modo de expresión. Ésta podría estar dada por la elección de fragmentos que, como pasa en los materiales, significan a fuerza de acumulación.
Hay un cuadro –término que apenas alcanza para designar a los trabajos de Inchausti– que está compuesto por una pintura de un torso femenino desnudo que remata con una falda negra de plástico que describe cierto vuelo. En otra de las composiciones se vislumbran formas como de insectos que asumen características mezcladas de moscas con arañas. También hay vegetales extraños, que semejan a cactáceas y paisajes bocetados que no remiten a un lugar preciso. Sin embargo, todos pueden ser pensados desde una perspectiva onírica. Las imperfecciones de los sueños serían, en este caso, la explicación de la incompletud, del despojo y la ausencia. Lo que se muestra es lo que queda, el resto que asoma al despertarse. Pero esa figura, mitad mujer mitad pollera, mitad pintura mitad bolsa de plástico; lo mismo que ese insecto, esa planta o el mismo paisaje parecen salidos de El libro de los seres imaginarios de Jorge Luis Borges. Aquí no es elsueño sino la fantasía la que anima el engendro de figuras, y el prólogo de este libro se vuelve sorprendentemente explicativo: “El nombre de este libro justificaría la inclusión del príncipe Hamlet, del punto, de la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad. En suma, casi del universo”. La noción de lo inagotable es también en parte solidaria con el trabajo de Agustín Inchausti: las capas superpuestas y las formas cambiantes que semejan a un caleidoscopio pronostican nuevas asociaciones, que pueden multiplicarse al infinito. Asimismo, como en la imaginativa idea borgeana, los seres que brotaron de Inchausti no son para una lectura consecutiva. Más bien exploran las múltiples entradas y son el alimento de los curiosos que quieran ver de qué se trata este regreso del artista. Que por ahora logra que se le dé la bienvenida.

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