Dom 19.02.2006
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MúSICA > BELLE AND SEBASTIAN

Levantad, músicos, la viga del tejado

El año pasado, Belle and Sebastian, la banda que alguna vez fue la más misteriosa de Inglaterra, reeditó viejos simples y EPs en un disco doble llamado Push the Barman to Open Up Old Wounds. Fue apenas el inicio de un renacimiento creativo que acaba de coronarse con su nuevo CD, The Life Pursuit, una colección de trece canciones tan luminosas como melancólicas, quizá las mejores en diez años de una larga y apasionante carrera llena de delicadeza, inteligencia y romanticismo.

› Por Rodrigo Fresán

Atardeceres y amaneceres en la tan musical ciudad de Glasgow, pasión por la literatura francesa y el cine de la nouvelle vague sin por eso descartar una flema muy british, solos de flauta dulce y toc-toc, uniformes de colegio y paseos por Kelvingrove Park y Kelvin Walkway y Narnia y conciertos encantadoramente deshilvanados en el Glasgow ABC, rupturas románticas y amour fou y melodías perversamente infantiles con letras que flagelan y autoflagelan, videoclips domésticos, trompetas, picnics, inteligencia nerd. Y así –quién iba a decirlo– la por siempre frágil banda escocesa con nombre francés Belle and Sebastian (título de novela de Cécile Aubry protagonizada por un niño y su perro en los Pirineos) cumple diez años de vida y de obra. Y lo festeja con The Life Pursuit, opus 7, tal vez su disco más logrado hasta la fecha y retorno triunfal a sus inicios para minorías selectas pero, ahora, universalmente reconocidos. Trece canciones luminosas y felices y saltarinas y melancólicas y nubladas y casi inmóviles. Trece canciones que –nos enteramos en la primera y terminamos de comprenderlo en la última– son las que suenan dentro de la cabeza de una chica mientras, en el cuarto de al lado, su madre agoniza.

EL ESTADO EN QUE ME ENCUENTRO

Y una manera muy veloz y funcional (pero jamás exacta) de definir a Belle and Sebastian sería la de considerarlos como el producto bastardo pero noble de una hipotética noche de pasión entre The Kinks y The Smiths. Pero no, no es tan sencillo. Porque en la banda que formaron el ex niño de coro y boxeador y cuidador de iglesia alguna vez aquejado por síndrome de fatiga crónica Stuart Murdoch y su musa problemática Isobel “Bel” Campbell a principios de 1996 junto a Stuart David, Richard Colburn, Stevie Jackson, Chris Geddes y, más adelante, Sarah Martin (con numerosos invitados en rotación), se detectan muchos y más variados genes y rasgos que trascienden a la perversión de Morrissey y a los ojos de rayos X de Ray Davies. Añadir, por ejemplo, destellos del perfil más delicado de la Velvet Underground, Burt Bacharach, Simon & Garfunkel, los Beatles y los Beach Boys, Marc Bolan, Nick Drake, Cat Stevens y, claro, la compulsión reclusiva y secreta y mística de J. D. Salinger. Y más todavía: pensar en Belle and Sebastian como compañeros de viaje de gente que puede llamarse Robyn Hitchcock, The Flaming Lips, Jonathan Richman, They Might Be Giants, Kate Bush, The Magnetic Fields, Randy Newman o Violent Femmes. Grupos y solistas –principitos y princesitas– que habitan sus propios pequeños grandes mundos más allá de épocas y estilos.

Digámoslo así: Belle and Sebastian como la banda de culto perfecta, la banda pop para gente que le gusta leer, la banda para enamorarte y para que te rompan el corazón, la banda que existe y suena nada más que para uno y por uno, la banda cuyo último single –el que anticipaba la reciente edición de The Life Pursuit, atención a la special edition incluyendo DVD de concierto reciente– se llama “Sapito gracioso”.

PODRIA HABER SIDO UNA BRILLANTE CARRERA

Y el que Belle and Sebastian esté de vuelta en lo más alto –y no es que alguna vez hubiera caído muy bajo, pero...– es una excelente noticia. Porque no hay nada mejor para una banda de culto que trascender la pasión de sus seguidores que –suele ocurrirles a todos los mesías– los aman y los odian con igual intensidad y, por encima de todo, no quieren compartirlos con nadie.

Así, Belle and Sebastian arrancó disfrutando de las mieles del secreto a voces con la edición limitada de Tigermilk (mil copias autoeditadas en junio de 1996 y posteriormente relanzado en 1999) al que encadenaron el glorioso If You’re Feeling Sinister (noviembre de 1996) y una sucesión de tres singles y EPs de 1997 (Dog on Wheels, Lazy Painter Jane y 3..6..9 Seconds of Light, todos ellos reunidos en el 2005 en el indispensable doble recopilatorio de canciones sueltas Push the Barman to Open Up Old Wounds). Hasta ahí, Belle and Sebastian eran favoritos de la crítica, Stuart Murdoch era el letrista más admirado desde Elvis Costello; Isobel Campbell era la perfecta mezcla de Edie Sedgwick y Samantha Morton; y se intercambiaban chismes sobre sus peleas y besos entre bambalinas y se les agradecía el “haber conseguido pasar los ’60 y los ’70 a través del filtro de los ’80 para conseguir algo definitivamente marca ’90”. Canciones redondas y angulosas y de una vigorosa delicadeza como “The State I’m in”, “I Could Be Dreaming”, “The Stars of Track and Field”, “Seeing Other People”, “Like Dylan in the Movies”, “Get Me Hawai from Here, I’m Dying” , “Lazy Painter Jane”, “This Is Just a Modern Rock Song”. Canciones sobre un perrito de juguete o sobre quedarse en la cama escuchando discos viejos mucho más jóvenes que nosotros. El problema para muchos es que entonces Murdoch –confundido por tanta loa y palmadita en la espalda y reclamos de su Isobel– no quería ser líder. Y decidió “democratizar” la banda y puso a todos a componer y de pronto, como dijo alguien, “había demasiadas canciones de Ringo” en el siguiente disco de Belle and Sebastian. Lo que no significó que The Boy with the Arab Strap (1998) no incluyera el clásico instantáneo de igual título, la demoledora “It Could Have Been a Brilliant Career”, “Set the Clock Around” y –seguro, lo mejor de Isobel Campbell– “Is It Wicked no to Care”. Pero se detectaba cierta fatiga de materiales y, alguien lo dijo casi en voz baja, la pérdida de gracia de un chiste que ya se había contado y cantado demasiadas veces. Y peleas y bandas paralelas y el desconcierto de ganar el Brit Award de 1999 a Banda Revelación. Y la llegada de la oscura Edad Media con el lanzamiento del muy desparejo y cansado Fold your Hands Child You Walk Like a Peasant (2000) y la fallida colaboración con el director Todd Solondz resultando en el casi mini-álbum Storytelling (finalmente editado en el 2002) que –la verdad sea dicha–, funcionaría mucho mejor como soundtrack para el Rushmore de Wes Anderson o, mejor aún, para una nueva versión de ese clásico perdido que es Melody. Y el adiós de Isobel Campell en el 2001 y esa canción tormentosa –“I’m Waking Up to Us”– donde Stuart le canta: “Yo necesito alguien que se alegre por las cosas que hago / Tú necesitas un hombre que sea rico o que haya perdido un tornillo / Sabes que te amo y eso es lo irónico / Y tú vas a salir intacta de todo esto / En cualquier caso, me parece que nunca te gusté / Sólo te gustas a ti misma y que los hombres te besen el culo / Ropa cara / Por favor, no me dejes seguir/ Ella era el amor de mi vida y yo dejé que se fuera”. Y entonces, los que están a favor o en contra de la chica (a mí nunca me cayó bien). Y las giras mundiales. Y todos ellos allí arriba, en el escenario (los vi en vivo, en un festival de Barcelona) como fugitivos peligrosos del acto escolar de un college para niños superdotados, pero tan torpes...

El despertar lento comenzó como Dear Catastrophe Waitress (2003, inesperadamente producido por Trevor Horn y nominado para los prestigiosos premios Mercury e Ivor Novello) en tándem con el tan simpático como revelador DVD Fans Only compilado con devocional amor por Blair Young. La muy recomendable biografía del 2005 Belle and Sebastian: Just a Modern Rock Story (diseño de portada del propio Murdoch y escrita por el fan pero objetivo Paul Whitelaw con plena colaboración de los miembros y ex miembros de la banda que no vacilan en culparse entre ellos y apodar “Gollum” a Murdoch) contó a todos los que sólo unos pocos sabían (y, claro, los pocos se enojaron porque de pronto eran muchos) continuó el proceso de glasnost y apertura luego de confidenciales años de plomo.

Y ahora este brillante The Life Pursuit (con Tony Hoffer, alguna vez tras la consola de Beck y Air y Supergrass; incluyendo la que tal vez sea la canción más descaradamente hermosa en todo el canon B&S: “Dress Up in You” se entiende y se disfruta como un volver a nacer sin dolores de parto, pero con las cicatrices que muestran y demuestran que la felicidad sólo se alcanza y se disfruta luego de haber juntado la suficiente tristeza para poder experimentar en la vida aquello que, en un principio, sólo se encontraba en las canciones.

Porque recordar, casi al principio, en “Get Me Away From Here, I’m Dying”, Stuart Murdoch rogaba: “Oh, sácame de aquí que me muero / Tócame una canción que me libere / Ya nadie las escribe como antes / Así que tal vez me toque a mí hacerlo”.

Así era, así es y, todo parece indicarlo, así será.

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