Dom 28.07.2002
radar

PERSONAJES

El equipo de José

Descubrió seres extraterrestres. Encontró gnomos maléficos. Trajinó casas embrujadas. Siguió la pista de misteriosos narcos. Estuvo en los allanamientos más espectaculares. Y encima escribía los guiones y montaba las escenografías de estas historias que conmocionaron los noticieros de los 80. ¿José De Zer? No: Carlos “Chango” Torres, el inefable camarógrafo que por primera vez cuenta cómo fueron aquellos años de gloria en que De Zer reinaba y “Nuevediario” arrasaba en el rating.

Por Mariano Blejman
El fenómeno de las vacas mutiladas desató el delirio extrasensorial como hacía tiempo no sucedía en televisión. Las pantallas se inundaron de una duda tremenda (¿existe el chupacabras?) y era necesaria la opinión de un experto. Mauro Viale salió con su equipo de “Indomables” a buscar alguien que pudiera entender lo que pasaba. El inolvidable José De Zer había fallecido hacía cinco años, así que sólo quedaba una persona: el “Chango”, aquel camarógrafo que el mismo De Zer hizo famoso de tanto pedirle que lo acompañara por su sobrenombre: “Seguime Chango”. Así fue como, por primera vez, Carlos “Chango” Torres apareció en público. Ofició de cómplice de Viale para intentar explicar el fenómeno de la mutilación, sentado en un banquito. Seriamente dijo: “Debe haber algo raro ahí”. Y se fue a su casa.
Durante décadas, el camarógrafo oculto más conocido de la televisión argentina fue reacio a los reportajes. Tal vez por exceso de modestia, tal vez porque guardaba algunos secretos. Trabajó durante 15 años como camarógrafo de De Zer en el mítico “Nuevediario”. Hizo de compañero del periodista más extraño –a muchos les gusta el mote de bizarro– que haya deparado el mundo televisivo argentino: descubrió seres extraterrestres, encontró gnomos misteriosos, persiguió narcotraficantes en el norte del país junto a Gendarmería, comió –al menos dice que comió– víboras, participó de allanamientos y, lo más raro de todo, siempre estaba donde tenía que estar. Si no llegaba a tiempo, inventaba lo que fuera necesario. Trabajar con De Zer era como hacer Blair Witch antes de Blair Witch, como armar una película del Dogma 95 y hacerla pasar como cierta. Un confabulador nato que bien podría ocupar un programa entero de “Aunque usted no lo crea”.
El Chango siempre se mantenía detrás de De Zer como uno de esos choferes que se supone nunca van a hablar, aunque todos sospechen que tarde o temprano confesarán las aventuras de su jefe: la primicia y la revelación queman en el recuerdo cuando pueden despertar una pizca de asombro. A punto de cumplir 50 años, el Chango decidió confesar, por primera vez en su vida, cómo se armaron aquellas notas periodísticas que conmocionaron al país.
“Siempre me quisieron hacer notas. Incluso en ‘Nuevediario’ querían que yo apareciera en las notas que hacíamos contando lo que había visto. Pero yo nunca quise, porque en ese momento la nota era José. Yo no tenía por qué estar opinando al lado suyo, si con su palabra era suficiente.” José De Zer fue, a decir verdad, un genial embustero. Por empezar, con su apellido: el real era Keizer. Por seguir, con su familia: tenía varias que mantenía en forma simultánea, una hija reconocida, Paula, y algunos hijos más. Ofició de periodista estrella de la televisión durante más de 10 años: desde la primavera alfonsinista hasta el ocaso menemista. Fue amigo de comisarios y jueces que lo invitaban a comer. Compartió cenas con Gerardo Sofovich, Alberto Olmedo y un nutrido grupo de vedettes. Era el único periodista al que Eduardo Duhalde invitaba cuando era su cumpleaños. En la cárcel, Carlos Monzón sólo lo atendía a él. Su recurso más conocido, si bien no era invento suyo, ha quedado patentado como una marca indeleble del periodismo de los años 80: la ficción era necesaria para entender la realidad. Y encontró la complicidad del Chango. ¿Pero quién era el Chango? Se lo preguntaron durante años las señoras que veían espantadas la llegada de los narcos por el norte, los fans club de ovnis y una parte importante del mundo de la tele que nunca le conoció la cara. ¿Quién era? Un austero moreno de la provincia de Buenos Aires, que había entrado a Canal 9 como cadete en 1968, con 16 años. Que pasó a ser ayudante de compaginación, ayudante de archivista y ayudante de cámara. Y llegó a camarógrafo recién a mediados de los 70. Se cruzó con De Zer a principio de los 80 y no se separó de él hasta la muerte del periodista en 1997. “José me hizo el camarógrafo más famoso de los desconocidos. Porque todos hablan del Chango, pero nadie sabe quién soy. Yo traté de mantener esa incógnita. Pero como ya no estoy en el medio, pasaron muchos años y falleció José, no tengo problemas en contar todo.”

LA MONTAÑA MAGICA
A comienzos de 1985 De Zer y el Chango llegaron a Carlos Paz para cubrir la temporada de verano, como cada año. A José le encantaba la noche y Chango lo seguía. Las entrevistas habituales iban desde Susana Giménez hasta Carmen Barbieri, pasando por todo el teatro de revistas. Hasta que una mañana, mientras tomaba un café en el centro, De Zer descubrió en el diario local una noticia: “Uia... mirá: una mancha”, le dijo al Chango. Era una foto de unos pastizales quemados que parecían la huella de un plato volador. “Podemos ir a verlo, ¿no?”, dijo. Era la punta del iceberg que no terminaría de derretirse hasta hoy. “Fuimos al lugar, encontramos la marca y José dijo: ‘¿Cómo la podemos encarar?’. Nos sentamos y armamos un pequeño libreto para pensar lo que teníamos que hacer.”
–¿Inventaron todo?
–La mancha era real. Pero todo lo demás era pura ficción. Una mancha es una mancha, pero no se encuentra una mancha así todos los días. Así que nos fuimos al camino. Como era verano, había un montón de cascarudos muertos y secos. Agarramos algunos y los tiramos en la ruta. Entonces me dijo: “Voy a entrar y decir ‘Hay bichos disecados’”.
Esa semana los televisores estallaron. “Nuevediario” midió 45 puntos de rating anunciando posible vida extraterrestre en un cerro cordobés hasta entonces ignoto: el Uritorco. A De Zer no le importaba romper ese incómodo límite que suele haber entre ficción y realidad. Pero había un problema: el día después. “¿Y mañana qué hacemos?”, recuerda el Chango que le preguntó De Zer. Fueron a ver a un vaqueano que los llevó a unas cuevas desconocidas por el público. “Cuando entramos José dijo: ‘¿Ché, qué podemos hacer acá? Vamos a hacer que haya vida extraterrestre’.” Al Chango todavía se le suelta una sonrisa cuando se recuerda pintando dibujos en el techo de la cueva. Después, dice, tomaron unas piedritas, se las llevaron al hotel y durante una noche entera se dedicaron a dibujarlas como muñequitos con esmalte para uña. “Al otro día volvimos y enterramos las piedritas con un palito para no perderlos.” Entonces, sucedió la escena: De Zer llegaba a la cueva con una antorcha que provocaba una inmensa humareda y señalaba: “¡Unos jeroglifos extraños, miren!”. De repente descubría: “¡Acá hay una piedra que está caliente todavía!”, y cuando la destapaba aparecía la vida extraterrestre: muñequitos recién hechos por el Chango.
Cuando el dúo aterrizó en Capilla del Monte nadie los quería: “Nos cuestionaban la viveza criolla”. Hasta que los pobladores comprendieron el negocio. “Después nos adoraban porque hicieron fortunas con nosotros: abrieron hoteles, casas de comida, hasta alambraron la montaña y ahora cobran para subir.” La noticia de vida extraterrestre en el cerro Uritorco cruzaba fronteras inimaginadas. “Cada vez que volvíamos a Buenos Aires el director del noticiero nos mandaba de vuelta porque manteníamos un encendido increíble. Hasta que un día nos intimó: ‘Tienen que acampar arriba del cerro’.” De Zer y el Chango eran valientes pero no tanto como para enfrentar el frío de una cumbre. Entonces, cranearon un plan: “Mandé al vaqueano con una camioneta para que armara una carpa con tres extras en la cumbre. Yo me fui a La Falda, alquilé una avioneta y le dejé un handy a José, que no se movió de la base del cerro. Cuando yo aparecí con la avioneta, él comenzó a relatar: Saludamos al avión de apoyo de ‘Nuevediario’ desde la cumbre del Uritorco que ha llegado para cuidarnos. Vamos a pernoctar en busca de los extraterrestres. Mientras tanto, yo filmaba a los tres vaqueanos que saludaban desde la cumbre”. De Zer y el Chango armaron su carpa en el fondo del hotel que tenía la misma pajabrava del cerro. “En la madrugada comenzamos a gritar, prendimos un reflector, salimos de la carpa y José señaló Allá se ven las luces.” Era una zona del campo de Los Terrones donde cruza la ruta por una cuesta creando la ilusión de naves alocadas. “Nunca llegamos a la punta del cerro.”

EL JADEO Y EL JALEO
José De Zer había adquirido, con el tiempo, un latiguillo y un vicio que hacían que todo el embuste terminara pareciendo cierto: el latiguillo era decir “Seguime Chango” cada vez que fuera posible. El vicio era respirar fuerte cerca del micrófono para dar una sensación de agitación, de cansancio, de fatiga. Era, probablemente, lo más cierto de José De Zer. “El cansancio era producto del café, del valium y del cigarrillo. Tomaba valium para tranquilizarse (había tenido un accidente de autos a fines de los 60, haciendo una nota para Gente en Comodoro Rivadavia y le habían puesto platino en los brazos), casi no comía, ni bebía. Se agitaba a morir. Pero todo lo hacíamos con placer. Realmente nos fascinaba estar a medianoche en un pueblito planificando el día después”, cuenta.
Otra historia que forma parte del corolario de noticias guarras es la de los gnomos que habían aparecido en La Plata. Al poco tiempo de la noticia del Uritorco, “Nuevediario” recibió el llamado de un parapsicólogo: decía tener fotos de un fenómeno. Horacio Larrosa, director de aquel “Nuevediario”, le pasó “el caso” a De Zer. El dúo viajó a La Plata. El hombre los hizo entrar a su casa y les mostró: “Miren esto”.
Eran dos fotos de un pozo cuadrado y de cemento. En una había una especie de duende que miraba a cámara. En la segunda, el muñequito estaba de costado, como queriendo meterse en el pasto. “¿Cómo pasó esto?”, preguntó De Zer. “Yo venía caminando con la cámara colgada y en eso sentí una atracción magnética desde el campo. Caminé hacia él y la cámara se disparó sola. Cuando me moví un poco se disparó otra vez. Yo no vi nada, pero cuando revelé el rollo salió esto”, relató el parapsicólogo. El Chango miró las imágenes y dijo: “Podemos contar la historia, pero no podemos mostrar estas fotos. No son creíbles”. De Zer le pidió un número de teléfono donde ubicarlo y volvieron al canal. Ahí, una vez más, armaron el plan. Organizaron una expedición para altas horas de la noche siguiente. Llevarían péndulos cerca del pozo para observar qué tipo de atracción magnética había por la zona. “Ya en el lugar comenzamos a caminar. Para crear más tensión le pedí al hombre que apagara la luz y filmé el péndulo que se veía a través de la linterna. Caminamos dos pasos, se perdió la linterna y el tipo se cayó accidentalmente dentro del pozo. Entonces comenzó a gritar Me atrapa. Me lleva. El pozo me traga. Mientras tanto, De Zer decía Hay una atracción magnética y entre todos hacíamos como que trabábamos de sacarlo.” Desde entonces y, por varias semanas, peregrinó por el magnético pozo todo tipo de gente.

El mundo según “Nuevediario”
“Nuevediario” había inventado un mundo por aquellos años caracterizado por dos cosas: la sangre y la ficción. Sin embargo, el Chango estuvo en varias realidades bastante sangrientas: cubrió el motín de Monte Chingolo: “Ahí me tuve que tapar con un muerto para que no me maten”, recuerda. Y junto a De Zer filmó durante tres días los acontecimientos de La Tablada: “José nunca me dejó en ningún momento”. Cuando no había demasiado que filmar o cuando las cámaras llegaban tarde, De Zer y el Chango inventaban o repetían los operativos con el consentimiento expreso de Gendarmería o la policía. “Armábamos los bandos de los buenos y los malos. Hacíamos salir a los presos encapuchados de nuevo, o los mismos policías hacían de extras. Reconstruíamos los tiroteos y persecuciones de delincuentes. Los policías hacían de delincuentes, tiraban tiros, se caían, los esposaban y se los llevaban. La gente me preguntaba: ¿cómo puede ser que hayamos filmado eso? Nosotros sólo respondíamos: estábamos ahí.”
De aquel delirio realizado por De Zer y el Chango, la lucha contra el narcotráfico, en el norte argentino, está bien grabada en la retina de los televidentes de los 80. Ese trabajo tuvo vida propia: “Hicimos prácticamente una película sobre los narcotraficantes. La misma Gendarmería realizó tiempo después un concurso cinematográfico sobre ficción y puso nuestro trabajo a competir con otros dos. El nuestro ganó la Medalla de Oro”, dice el Chango del premio que todavía conserva.

SIGA ESA VACA
La prensa nacional ha descubierto en las últimas semanas un tema-pantalla ideal para hablar de cualquier cosa sin decir nada: las vacas mutiladas.
–¿Usted cree en los extraterrestres?
–Nunca vi ninguno, pero creo en ellos. Porque dentro de esa magia que inventábamos con José a veces veíamos cosas inexplicables. Como la vez que vimos un grupo de árboles que parecían en buen estado aunque estaban completamente disecados; el perro atado a uno de esos árboles había quedado chiquitito y lo vino a buscar la NASA y se lo llevó.
–¿Cómo cubriría José el tema de las vacas mutiladas?
–José hubiera encontrado vacas hasta en el Obelisco. Hubiéramos hecho una película. Usaríamos vacas propias, no vamos a esperar a que se muera una vaca...
La ética es una mala costumbre que el Chango nunca asimiló. “Mirá –se pone sincero– en ciertos casos uno hacía cosas que cuando las pensás decís Está mal. Pero nosotros nunca sentimos estar haciendo mal porque son historias que en realidad no hacen daño a nadie. Hacés ficción, igual que un mago. Después de las notas, la gente se apasionaba y comentaba mucho.” En aquella época el Chango nunca aceptó en público que lo que hacía era parte de una gran mentira. Cuando algún amigo o vecino le preguntaba si existía aquello que había salido por la tele, él siempre tenía una respuesta: “¿Cómo no va a existir? ¿Vos me decís que te estoy mintiendo? Eran polenta las luces, no tenés idea de lo que eran”.
–¿Se sentía poderoso?
–No, porque nunca nos pusimos a pensar que éramos famosos. Con José nos hemos divertido a más no poder. Pero puedo decir que he aprendido a comer junto a presidentes con cubiertos de plata y tomar vino de una lata de cartón en medio de una villa.
El fin del Chango en la tele llegó en 1997, cuando la palomita pasó a ser Azul. El canal quedó en manos de un grupo australiano que terminó haciendo un muy mal negocio. “Nuevediario” había dejado de existir tres años antes. “Echaron a 28 camarógrafos, a todos los que tenían más de 25 años de laburo. Con lo que yo ganaba tomaron dos chicos contratados.” El Chango volvió a ser Carlos Torres, regresó a sus pagos y se puso una remisería en la zona sur “que anda bastante bien”. Por el momento, prefiere no volver a la tele. Después de la de Viale, recibió una invitación de “Rumores”, que va por Azul: “Les agradecí, pero no puedo ir: después de 32 años me despidieron como un número más. Era uno de los pocos que quedaban de la época en que ‘Nuevediario’ todavía ganaba los Martín Fierro”.
–Cuando falleció De Zer, ¿qué sintió?
–Bronca. A José lo mató la misma televisión. La televisión se come a la gente. Hoy sos Gardel y mañana, si no apareciste, no sos nadie. ¿Sabés por qué se acuerdan del Chango? Porque no apareció nunca. Como nunca lo conocieron, está la espina.
–¿Qué fue De Zer para usted?
–Un ídolo.
Al final de la charla, cansado de tanto hablar, el Chango se levanta del único café que ya terminó de tomar hace rato en un bar de Adrogué. Extiende una mano y la aprieta con fuerza mientras mira a los ojos para establecer ese lazo de confianza al que tan acostumbrado lo tenía su compañero. “Gracias por acordarse de mí”, dice. Antes de salir, este cronista se siente tentado de decírselo, de sacarse el gusto sólo para ver qué sucede, de espetarle un seguime sólo para probar qué se siente pedírselo. Pero Chango acaba de salir por la puerta del bar sin dar tiempo a nada, como persiguiendo el fantasma de su amigo José que le viene diciendo desde hace rato: “Seguime Chango, seguime”.

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