CINE > ADRIáN CAETANO REVISITA LOS ’70
La nueva película de Adrián Caetano propone alejarse del cine de denuncia para narrar la célebre fuga de detenidos ilegales en la Mansión Seré, durante la última dictadura militar. Basada en Pase libre, la novela testimonial del sobreviviente Claudio Tamburrini, Crónica de una fuga está cerca del thriller de suspenso, abordaje que tanto el director como el verdadero protagonista consideran riesgoso. Y algo de razón tienen, porque hasta ahora nadie se había atrevido a que una película sobre la dictadura pueda, además, contar una aventura.
› Por Mariano Kairuz
Adrián Caetano está a punto de estrenar una película sobre una fuga de prisioneros de un centro clandestino de detención durante la dictadura militar 1976-1983, basada en una historia real. Pero cuando se le pregunta por sus referentes cinematográficos mencionará, entre otros pocos, a John Carpenter. Y no es que sea algo paradójico porque el cine de Carpenter –de terror, aventuras y ciencia ficción– sea apolítico, sino porque el director es antes que nada un contador de historias que pone la narración por encima de cualquier declamación o discurso, y el cine argentino ambientado en la dictadura ha sido tradicionalmente (salvando unas muy pocas excepciones) un cine menos de relato que temático, donde el tema se impone, por su importancia, por su gravedad, a toda narración. Lo que se propone Crónica de una fuga es otra cosa: que una película sobre la dictadura pueda contar una historia, con recursos esencialmente cinematográficos.
Y la historia que tiene para contar Crónica de una fuga es la de Claudio Tamburrini, sobreviviente escapado de la Mansión Seré, alguna vez una casona aristocrática ubicada en Morón, que desde el comienzo de la dictadura hasta principios de 1978 funcionó como centro de detención clandestino. Arquero de Almagro y estudiante de Filosofía en la época en que fue secuestrado por un grupo de tareas en 1977, Tamburrini consiguió fugarse con otros tres detenidos, cuando todos ellos estaban ya convencidos de que no saldrían vivos de allí. Exiliado en Estocolmo desde algún tiempo después de su fuga, Tamburrini narró la fuga en su novela testimonial Pase libre, base del guión del propio Caetano (escrito en colaboración con Esteban Student y Julián Loyola) para su nueva película. Que, a la manera del Carpenter clásico y a diferencia de la mayor parte del verborreico cine nacional sobre la dictadura, está contada con unos pocos diálogos y una puesta en escena de suspenso que apuesta a la creación de atmósfera.
Aunque la propuesta de adaptar Pase libre le llegó como un encargo de parte de los productores Oscar Kramer y Hugo Sigman, no es la primera vez que Caetano pone manos a la obra en un guión ambientado durante los años de plomo. Por la época de Un oso rojo, recuerda, empezó a escribir un guión que llevaba por título Subversión; marcando una separación entre las dos partes que componen la palabra, dice “sub-versión”. “Era sobre un militante de la guerrilla. Cuando llega el golpe, es cada uno por su cuenta, a salvarse como se pueda, y entonces este tipo se queda solo con su secuestrado, un empresario, y tiene que decidir si matarlo o no a partir de lo que va ocurriendo. Una de las cosas más interesantes para mí era que el protagonista llevara una especie de doble vida: trabaja en una fábrica durante el día, y a la vez es militante de Montoneros. Voy a hacer un paralelo muy arbitrario, pero es como un superhéroe, que durante el día trabaja y durante la noche es un tipo de armas llevar.”
En parte porque Crónica de una fuga es la adaptación de un libro escrito por alguien que vivió la experiencia en carne propia, Caetano aclara que él no pasó por nada parecido ni tuvo parientes ni amigos desaparecidos. Sí guarda el recuerdo de la represión en Uruguay, donde pasó su infancia y parte de su adolescencia, y desde donde llegó con su familia a la Argentina en los casi dos años que mediaron entre el fin de la dictadura argentina y la uruguaya. “Yo fui militante de la JP, y vengo de una familia muy militante, gente muy de izquierda”, explica. “Una familia donde se charla de fútbol, se charla de mujeres y se charla de política, básicamente. Cuando se me ocurrió lo de Subversión, lo que quería era contar esa época desde otro punto de vista, el del militante que está muy decidido; siempre tuve la idea de hacer algo sobre esta época, pero nadie te la quiere bancar.”
La prisión es un tema (comprimido en Un oso rojo, y explícito en Tumberos) que siempre vuelve en el trabajo de Caetano. Pero Crónica... no es una película claustrofóbica ni trata sólo sobre el encierro. Caetano usó el libro de Tamburrini (interpretado por Rodrigo de la Serna), muy cronológico en su relato, y tomó algo de los relatos de Guillermo Fernández (uno de los detenidos que se fugó junto a Tamburrini, interpretado por Nazareno Casero) para corroborar recuerdos. “A mí me interesaba contarla desde el interior de los personajes, ver qué les pasaba, qué sentían; nunca se me hubiera ocurrido una película desde el punto de vista de un torturador, ni desde la relación entre torturador y torturado. Se han hecho millones de películas sobre la tortura; uno ya sabe de qué se trata.”
De visita en Buenos Aires con su familia en vísperas del estreno de la película, Tamburrini (que sigue viviendo en Estocolmo) también habló con Radar, y manifestó su acuerdo con el abordaje de Caetano. “Creo sinceramente que esta película marca un corte”, dice. “Hasta hoy se ha hecho un cine que refleja lo sucedido durante la dictadura militar de una forma simplista, maniquea; un relato en el que los conflictos se planteaban entre dos bandos, unos de uniforme y los otros, maniatados, siendo torturados. Hubo muchas películas muy bien hechas, pero quedaron por reflejar, por relatar y por recuperar en la memoria colectiva los otros conflictos importantes, entre civilidad y poder militar, y los conflictos dentro de la misma ciudadanía, entre algunos militares, y hacia el interior del campo popular. Este último aspecto está muy bien reflejado en esta película, hace centro en los que estamos con la venda puesta, desnudos y atados; en las distintas actitudes entre unos y otros, las grandezas y bajezas que se manifiestan entre los secuestrados y también entre guardias y patotas.”
Caetano recuerda muchas de aquellas películas de los ‘80, de la inmediata post-dictadura, como referentes para lo que no había que evitar. “El exilio de Gardel es una película que yo respeto mucho”, exceptúa. “Pero hubo muchas que no me sirvieron; lo que veía era lo mismo que podía leer en algunos libros o ver en el juicio a las Juntas. No tenían un valor cinematográfico. No eran películas, eran denuncias.”
“Hay una época histórica, del ‘85 al ’87”, coincide Tamburrini, “que fue un período de acopio, de relato, de difusión de datos. Pero pasaron veintiún años desde el juicio a las Juntas, y ya debería haber un cine que reflexione sobre esos datos acopiados, por el juicio, por los relatos de víctimas, y por el cine internacional. Si hoy se siguieran haciendo películas donde sólo se relata ese conflicto principal –acá están los malos, los torturadores; y acá están los buenos, las víctimas–, sería un ejercicio inútil, una utilización poco provechosa de un medio tan fuerte como el cine. Sería una memoria inercial, no activa; no recuperadora, ni generadora de debate”.
“Como en el cine sobre el Holocausto, el tema se puede abordar desde mil lugares”, agrega Caetano. “Lo que creo que pasó en los ‘80 en el cine argentino fue muy unilateral en ese sentido: era mostrar tortura y mostrar tortura y mostrar tortura. Fue muy contraproducente: dentro de esas películas cobraron más importancia y tenían muchos más matices los torturadores que los torturados. Yo desconfiaba mucho del metamensaje que podía tener. Me pasaba con La noche de los lápices: cuando la pasaron en televisión, fue todo un acontecimiento, y de lo que hablaba la gente era de las escenas de tortura. En lugar de despertar conciencia, despertaban morbo. Muchas de estas escenas me parecían obscenas.”
En consecuencia (y en reacción contra aquel recurso fatigado), las escenas de tortura en Crónica de una fuga son narradas desde el audio, desde afuera de la pantalla. “Cuando le dan picana al protagonista, no se ve. A mí me gusta laburar fuera de campo, me parece que es mucho más inquietante que verlo todo”, dice Caetano. “Es como cuando ves cómo carnean a un cordero, que después te da un poco de impresión comerlo.”
Sobre el final de Crónica... se aclara que algunos hechos han sido ficcionalizados a los efectos dramáticos de la narración. Pero antes que generar intriga sobre qué pudo ser distinto en las instancias reales del escape de la mansión Seré, el suspenso se alimenta de lo que el film elige guardarse para sí sobre los personajes. Por ejemplo, cuál era el nivel de militancia verdadera de Tamburrini. “Adrián (Caetano) trabajó algunos temas puntuales en lo que se podría llamar un ‘metanivel’”, explica el propio Tamburrini. “Está esa escena en la que mi personaje duda sobre si pasar a colaborar, y Claudio le hace unas preguntas a Guillermo, como para sacarle algo de información. Creo que es una idea que pasó por la cabeza de todos los que han pasado por una situación así. Pero no ocurrió realmente, yo jamás dudé sobre si ‘cantarlo’ a Guillermo o alguno de los otros detenidos. Y creo que lo que Caetano hace magistralmente es hacerme decir algo que yo no dije, pero un poco leyendo el pensamiento. Yo podría enojarme, como principal imputado, y decir, ‘¿Cómo me ponen a mí dudando? Eso no fue real’, pero es un recurso que le da fuerza al relato; es un elemento de dramatismo que le pone tensión. Lo que hace con la militancia también es una descripción de un metanivel: no presenta lo que ocurrió en la realidad, porque en la realidad, cuando me torturaban, y me preguntaban ‘¿vos dónde estuviste?’, yo les decía que había estado en la Federación Juvenil Comunista, en la secundaria, y me plantaba ahí, en el ‘72. Lo que no les contaba era que había estado en la organización correspondiente también en la Facultad. Caetano deja esa nebulosa y no cuenta lo que yo realmente dije y lo que no, sino lo que los militares (y en especial el oscuro personaje que interpreta Pablo Echarri) deben haber pensado de mis respuestas. Vuela por encima de los hechos reales según aparecen en mi libro, y describe cómo deben haberlos visto los de enfrente. La falta de certeza sobre mi pasado político tiene toda la fuerza de algo sugerido, desde el punto de vista de los torturadores. Es un juego que me gusta mucho. Pero otra lectura posible es que Caetano nos está diciendo que ese dato no es importante; que lo relevante jurídica, política y humanamente es el tratamiento al que fueron sometidos independientemente de lo que hubieran hecho.”
Caetano se muestra particularmente satisfecho con dos escenas de su película. Por un lado, un primer intento de fuga frustrado, en la cocina de la mansión, con la televisación de un partido de la selección argentina ‘78 como fondo, y un suspenso estirado en segundos interminables. Luego, la fuga en sí, en medio de una tormenta. Recursos de thriller, como los que podrían encontrarse en el clásico de clásicos sobre campos de concentración El gran escape (1963, de John Sturges, con Steve McQueen). “Qué linda peli ésa”, dice Caetano. “A mí el género es algo que me sucede: si tengo que definir a Crónica... creo que es más un thriller psicológico que tras la fuga se transforma en cine de aventuras. Yo consumo cine de género y mis referentes en cine son tipos que han hecho género. Esa es una de las impunidades que tuve, entre comillas: poder hacer género cuando nadie lo había hecho a partir de este tema.” Y entonces aparecen los referentes, y la mención al director de Noche de brujas y Asalto al precinto 13. “Siempre tengo como el angelito y el diablo a Carpenter, a Torre Nilsson, a Favio, a Buñuel. Para mí son los principales referentes. Pero a la hora de jugar al fútbol te olvidás, hacés lo que te parece.” Con pudor, insiste, y con la libertad de hacerlo después de una generación que no lo vivió en carne viva, a diferencia de Lita Stantic (Un muro de silencio) o Marco Bechis (Garage Olimpo). “Es un tema que se puede abordar siempre y cuando tengas algo para contar; no para ‘hablar del tema’, como esas películas grandilocuentes que te quieren contar todo. Tomo riesgos: capaz que es una película que puede molestar aalguno, por la ausencia de discurso político. Pero ahí no importa si los pibes son militantes o no; lo que importa, lo que me importa, es un discurso más humano, más de sobrevivientes, más amplio, más por arriba. No la mirada inmediata. A la larga, son seres humanos sobreviviendo a situaciones inhumanas.”
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