ENTREVISTAS > NAZARENO CASERO: LA ESTIRPE CONTINúA
Debutó de purrete en Cha cha cha. Compartió algunas de las mejores escenas en Culpables (incluida una a los golpes) haciendo de hijo en la ficción de su propio padre. Ya subió al escenario y ahora protagoniza dos de las películas argentinas que se estrenan por estas semanas. A los 19 años, Nazareno Casero ya demuestra la desfachatez, la chispa y el talento que lo hacen digno hijo de papá Alfredo.
› Por Natalí Schejtman
En unos días, cuando se estrene Arizona Sur, Nazareno Casero estará protagonizando dos de las películas argentinas en cartel. En la ópera prima de Miguel Angel Rocca y Daniel Pensa (filmada en 2003) interpreta a Remo, un adolescente crecido y algo aventurero, al que en un momento su mamá le señala emocionada la pelusa incipiente que lo convierte en un hombre. En Crónica de una fuga, de Israel Adrián Caetano, la otra que lo tiene como personaje principal, Casero es Guillermo Fernández, uno de los detenidos y torturados en la Mansión Seré: el más enérgico, el más joven y el más barbudo.
Nazareno, un chico de 19 años que vive en un departamento de soltero con la heladera agonizante, poca luz del día y su acelerado perro Yeso, no parece próximo a ninguno de los dos personajes, separados por cerca de dos años y una evolución notoria (más allá de los pelos). Ni al niño con expresión de extrañamiento que descubre cosas a cada minuto ni al joven encarador, arriesgado y audaz. Pero tampoco a los diversos papeles para los que, entre uno y otro proyecto, fue convocado más de una vez, especialmente cuando se trataba de ponerles la cara a experimentos televisivos orientados a televidentes adolescentes. Fue el caso de la telenovela juvenil Paraíso Rock y de un curioso producto llamado Sprite TV, craneado por una consultora, emitido primero por Much Music y después por Canal 9, y conducido por él en esta última parte. El programa hacía desfilar bandas de rock ignotas, artistas jóvenes desencajados y las nunca del todo desterradas tribus urbanas, a las que se veía ejerciendo su tribal marca distintiva (haciendo malabares, saltando sobre un skate) y también en debates intertribus. Nazareno, más que nunca, tuvo que trabajar “de joven” y, con eso en la cabeza, intentó manejar con alguna sensatez ese lugar extraño en el que estaba ubicado, la distancia y la cercanía que lo relacionaban tanto con sus entrevistados como con sus jefes: “Tenía que hacer las notas y al principio me costó bastante y no me gustaba lo que salía y estaba un poco incómodo con esto del encasillamiento. Pasa que sea tribu o sea ‘bandita de pibes’ o algo, ellos estaban bien en el programa y se sentían identificados dentro de todo”, cuenta él, que asume un pasado hardcore y de barra brava de Comunicaciones. “Yo antes iba mucho a la cancha y tiraba piedras, hacía cosas que no tenía que hacer. Ahora no me considero de ninguna ‘tribu’. Pero sí, uno siempre está buscando qué es, qué no es, qué le gusta, qué no. Es un poco tribu eso. Por ahí decir tribu es un cliché de vejete, de pendeviejo, de querer ponerle un nombre copado. Pero sería un grupo de pibes que están siendo algo o están viviendo alguna realidad de alguna manera que en ese momento es la de ellos. Es un grupete.”
Pero no son sólo éstos los tipos de jóvenes de los que Nazareno parece más bien alejado. Las últimas dos ediciones del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires coronaron a películas sobre adolescentes conflictuados y confundidos (Como un avión estrellado, de Ezequiel Acuña y Glue, de Alexis Dos Santos) y en ambas volvía a ponerse en primer plano el personaje joven de pocas palabras y ninguna certeza, que contagia de un tono particular a varias de las últimas películas locales. Casero podría ser uno más: tiene la edad y un ascendente laboral en el mainstream que no hace ningún ruido con una posible intromisión en el mundo del cine independiente, considerando que, por ejemplo, Verano del ‘98, el indiscutible hit adolescente de la factoría de Cris Morena, fue el jardín de infantes de varios de los protagonistas del Nuevo Cine Argentino. Pero su carrera no cuenta con estas incursiones (si bien Arizona Sur sacó mención como Work in Progress en la sexta edición del Bafici) y Nazareno ni pisó las inmediaciones del festival: “No me gustan los lugares con mucha gente, no tenía entradas y tampoco me entusiasma como para ir a hacer cola a las diez de la mañana”. Tal vez por linaje, Casero hijo no se aproxima ni un poco a esos personajes abúlicos, y como hasta ahora tampoco le tocó interpretarlos, ni siquiera puede hablar con seguridad sobre alguno de ellos. El no va al cine muy seguido, señala a Los bañeros más locos del mundo y Esperando la carroza como referentes y sigue evadiendo la formación teatral porque le teme al profesor perturbado que basurea a los alumnos en pos de su supuesto desarrollo. Además, su falta de solemnidad frente a casi todo –y también su falta de data cinematográfica– lo distancia del mundo de la actuación como una actividad que implica algo más que ir, “jugar a ser alguien”, divertirse –importante– y cobrar –ídem–: “Esa cosa del actooooouuur que habla de la enerrrrgggggía y cómo commmpone sus perrrrsonajjjjes, y qué fuerrrte, cómo sacás y cómo peláaáaaas...”, dice, con una voz que remite directamente a la de su papá. “Le quieren dar mucho porque les encanta, buenísimo que les encante... A mí no me cabe tanto. Yo, digamos, voy y hago lo mío y trato de ser el más profesional del mundo, pero después, cuando salgo, salí.” Tan lejos estará él de eso, que en su dvdioteca tiene, en lugar de, por ejemplo, las obras completas de Francis Ford Coppola, la versión de El Padrino para la Playstation 2: “¡En el juego ya estoy acusado de 10.800 asesinatos!”.
Con dos protagónicos en cine –que se suman a otras apariciones en pantallas grande y chica– se confirma que aunque sea una parte, todo eso le resulta bastante entretenido. En Crónica de una fuga, Guillermo Fernández es un joven detenido en la Mansión Seré durante la dictadura que, amenazado con saña por los torturadores a su cargo, propone, alienta y le pone el hombro a la fuga. Todo eso interpretado con una mezcla de parquedad, entusiasmo y desazón nada exagerados. En una escena de la película, Guillermo, con los ojos vendados, es empujado a hablar con un juez, que lo acusa de haberlos engañado y le da un ultimátum. El que interpreta a ese juez es el mismo Guillermo Fernández, protagonista real de la fuga, que participó de las charlas previas y el rodaje. Con un marco así, todo indica que el chico pícaro que usa pantuflas de patas de vaca de peluche cuando está de entre casa, tuvo que serenarse y ponerse serio, actitud incluso acentuada por esas aristas míticas que los temas ríspidos despiertan en quienes no los vivieron. Pero parece que no tanto: “Es un tema recontra jodido pero si no lo sacás un poco de ese contexto, de verdad es una depresión total. Se hacían chistes con cualquier cosa... Guillermo Fernández, que es del que hago yo, también tenía un cierto humor por todo. Fue algo que se habló antes de hacer la peli. En la peli no hay humor pero hay situaciones que son menos tensas, porque en todas las situaciones hay humor, pasan a ser diferentes por ahí los chistes o lo que se habla, con mucho respeto y con cuidado también. Mis viejos sí me contaron cosas sobre la dictadura, desde su parcialidad. Y es verdad... si más o menos sabés qué fue lo que pasó, hay una solemnidad y una seriedad que están ya metidas en el disco rígido desde chiquito”.
Nazareno se define como un “jodón, un hinchapelotas que siempre hace algún chiste malo” y tiene en claro que lo que más le tira es, justamente, el humor. En Arizona sur, más inclinada hacia la comedia, su personaje es el de un chico que busca al hombre que dejó embarazada a su madre anciana. En pleno viaje, se va descubriendo un parentesco entre muchos de los chicos del imaginario pueblo de Arizona Sur, cosa que lo envuelve y altera. Ahí, Nazareno no se pone en gracioso sino que más bien nunca termina de caer del todo en el escenario confuso con aires de dudoso realismo mágico que plantea la película. Ahora está en medio de un proyecto todavía incierto que incluye las palabras sketch y MTV. El, observa, tiene una predisposición genética para el lado del humor, aunque no sabe la calidad que tendrán sus chistes, muchos de ellos robados de papá Alfredo y reciclados. Ya trabajó con él en De la cabeza, cuando tenía siete años, en Culpables, donde dejó escenas memorables (incluido un sonoro cachetazo) como hijo en la ficción de su propio padre, y en el teatro en Casero (la opción del barrio), una revisita al inolvidable Cha cha cha, en dondetambién participaba el tirapapel picado Alakrán. Nazareno le consulta algunas cosas a su papá –su mandato suele ser: “Hacé lo que quieras”– pero la mayoría de las veces comparten situaciones padre-hijo por fuera del trabajo. Igual, no deja de mencionar cuánto lo admira: “Es al día de hoy que veo Cha cha cha y me cago de la risa, entendiendo ahora lo que no entendía cuando era chico. Me parece un humor increíble que no hay. El que hay es copiado de eso y deformado y mutilado totalmente”.
Con una mezcla de parsimonia adolescente y seriedad profesional a veces impostada a propósito, Nazareno cree que va a seguir metido en la actuación por un tiempo largo, aunque fantasea con otras veinte cosas a la vez: “Por ahí algún día me retire y sea ambulanciero, chofer de ambulancias. O tal vez tendría un taxi en alguna ciudad del mundo para levantar sólo a quien yo quiera. Si no, me compraría una playita en algún lugar tipo Roatán y tendría muchos perros. Se llamaría ‘Playa Perro Lindo’ y habría una estatua de Yeso, porque Yeso no creo que esté en ese momento. Pero por ahora, me parece que es esto de la actuación”.
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