MúSICA > BRUNO ARIAS, LA REVELACIóN DEL FOLKLORE
Hace tres años que llegó a Buenos Aires desde Carmen, el mismo pueblo jujeño donde nació Jorge Cafrune. A los 26, Bruno Arias ya tocó y grabó con León Gieco, Mercedes Sosa, Jaime Torres, Angela Irene, Peteco Carabajal y hasta Charly García; pero en su disco Changuito volador queda claro que sus principales influencias son los cantores que vio en guitarreadas eternas cuando era adolescente, el bailecito y los ritmos tradicionales de Jujuy y el carnaval del norte argentino, tiempo de festejo, amores y agradecimiento a la Pachamama.
› Por Santiago Rial Ungaro
Según la antigua sabiduría oriental, el conocimiento baja de la montaña al valle. En el caso de Bruno Arias, que en tres años ya se abrió camino en la misteriosa y cruel Buenos Aires, lo que nos trae de las montañas jujeñas es un disco que se anima a ser, a la vez, emocional, tierno, bailable, profundo y costumbrista. Jujeño y universal, Bruno nació en el Carmen, el mismo pueblo en el que nació Jorge Cafrune. Sus canciones son historias típicamente jujeñas, tocadas al ritmo del bailecito, ritmo tradicional de la región que hasta ahora fue curiosamente subestimado. También hay por ahí algún huayno (parece que en su próximo disco va a haber varios), un carnavalito y hasta un par de chacareras, pero lo que le da el tono al disco es el bailecito. “Estos bailecitos les gustan mucho a los que están empezando a aprender a bailar, y a la gente mayor le encantan porque son bien tranquilitos. En el disco hay ocho, y no creo que nadie en el folklore haya grabado en un disco tantos bailecitos juntos. ¿Por qué? Porque en el folklore, cuando se toca un bailecito, se toca para que baile la gente, no para que escuche. Por ejemplo, si vos tocás La firmeza, que es un baile tradicional, no lo tocás por la letra sino para que baile la gente.”
Cambiándole la instrumentación y la velocidad del ritmo (el bailecito original es bastante más veloz), la selección de canciones que hizo Bruno para el que hasta ahora es su único disco, titulado Changuito volador, tiene todo lo necesario para dejar una marca: su rescate de los bailecitos y su conciencia jujeña ponen en escena un auténtico colla power que tiene en el Carnaval su expresión más colorida y, de alguna forma, accesible. Pero lo de Bruno Arias no es un producto for export, sino la consecuencia de una forma de vida expresada en un puñado de canciones en las que les canta a las imillas (mujeres), a sus chascañabuies (ojos grandes de abundantes pestañas) y a esa omnipresente Pachamama que le da a estos bailecitos, carnavalitos y huaynos su gracia telúrica y divina.
Cuando Bruno Arias canta en Abra del Zenta (de Enrique Benavides) sobre un niño tocando su quena, todo parece muy bucólico y bonito... hasta que uno se entera de que el tema es un “homenaje al niño Guillermo Yampa, para acordarse de todos esos chicos que mueren congelados en la Quebrada”.
Guitarreada y vida
La historia de Bruno Arias es simple, pero es esa sencillez la que lo distingue: “Yo empecé tocando la guitarra de grande, recién me puse a tocar en quinto año de la escuela. Pero por suerte, en esa época, mediados de los ’90, estaba pegando muy fuerte el folklore y la bohemia. Había una casa que se llamaba La Yuli, en la que vos podías caer a cualquier hora a guitarrear. Vos tocabas la puerta y decías ‘Ey, Yuli, vengo a guitarrear’, y ella te hacía entrar. Y se armaban ruedas de guitarristas jujeños y todos componían y cantaban sus propias canciones, fueran o no conocidos. Ella vendía algunas bebidas y vivía de eso. Vos entrabas y la energía era diferente de la que te podés encontrar en una peña: la entrega era diferente. Y ahí yo aprendí lo que es cantar con sentimiento, con corazón. En las guitarreadas de la Yuli a vos se te ponía la piel de gallina, cantara quien cantara: cuando vos escuchabas la historia de cada canción se te erizaba la piel”.
Esa premisa vivencial y epidérmica es la que mantiene Bruno en el único tema que compuso solo para su primer disco: “Ese tema habla de una historia personal, de abandonar Jujuy, mi familia, y de abandonar a mi novia”, dice sobre Tristecito, un bailecito en el que Bruno tuvo el buen criterio de grabar un bandoneón. Por entonces, en su provincia, Bruno Arias ya era una celebridad, y acá, un ilustre desconocido que se venía en el auto de un amigo sin dinero y sin ropa pero con la idea de seguir aprendiendo y creciendo. Y aunque a las dos semanas ya estaba cantando con León Gieco en un homenaje a Sixto Palavecino, Bruno recuerda la casa de la Yuli como una verdadera escuela: “En esa casa pasé una época buena, llegué a quedarme un mes entero viviendo ahí. Lo bueno era que cuando terminaba todo la Yuli compraba carne, hacía un asado y todos nos quedábamos a comer y a beber ahí. Yo estaba acostumbrado a otra cosa, mi familia no estaba acostumbrada a hacer una Pachamama, no eran tanto de la tierra, no es una familia bien jujeña. Lo que sé de música lo aprendí ahí, no de haber estudiado en un conservatorio. O sea que las mañas de los viejos cantores, bien de asado y de la bohemia las tengo incorporadas, porque todos los días aparecía gente distinta. Ahí aprendí también a respetar a la gente mayor”.
De esto hace ya casi diez años, y ahora Bruno tiene 26. Y aunque ya haya cantado con grandes como Mercedes Sosa, Jaime Torres, Patricio Jiménez (del Dúo Salteño), Angela Irene y acabe de grabar en el último disco de Peteco Carabajal con Charly García, Bruno considera que Pachi Alderete, un cantor de entrecasa que conoció en lo de la Yuli, es una de sus principales influencias: “Pachi Alderete ha hecho un aporte importante al cancionero popular jujeño de los últimos diez años. Le dio un aire fresco con sus interpretaciones. Tengo mucha influencia de él desde el principio, desde las primeras guitarreadas me llamaron la atención sus canciones porque eran diferentes, tenían otros mensajes”. Otro mensaje puede ser ingeniárselas para cantarle a un changuito (un chico, un pibe) que se hamaca cada vez más fuerte, con el sol en la punta de los pies. “Hamacando recuerdos”, el tema en cuestión, es precisamente de Pachi Alderete, y allí habla de un “changuito volador”, expresión que terminó identificando en las peñas a Arias.
Tristezas de Carnaval
Pero si hay algo que recorre el disco de Bruno Arias es, sin dudas, el Carnaval. “Yo fui muchos años al Carnaval, pero lo veía siempre desde afuera. Tenía la experiencia de ver a la gente copleando, despidiendo el Carnaval, de haber visto gente arrodillada, llorando, frente al mojón, el agujero de donde sale el diablito y de donde después lo entierran, y todos dan vuelta alrededor bailando. Porque cuando queman al muñeco y entierran el carnaval, la gente baila alrededor del mojón tirando harina, bebida, papel picado, y van pidiéndole cosas, a la vez que hacen alguna promesa. El Carnaval es también un agradecimiento a las cosechas. Y después de cuatro años participando de las comparsas pasé de preguntarme por qué la gente estaba ahí llorando a ser yo el que lloraba cuando terminaba el Carnaval. Es algo muy profundo y sagrado para mí. Tenés que ir todos los años y no podés faltar. No te pueden quitar el Carnaval.”
Así, un carnavalito como La vi por vez primera cuenta otra vivencia, aunque escrita por Justiniano Torres Aparicio: “En el Carnaval vos estás medio tomadito y siempre te enamorás. Siempre hay o grandes encuentros de amores que llegan al casamiento, o grandes desencuentros. Es lindo el Carnaval pero es feo cuando te va mal y te enamorás de una que te hace sufrir; porque te agarra para el Carnaval, te hincha las bolas y jode y chau, después no te da más bola. Disfrutás el amorío del Carnaval pero después te deja el sinsabor por todo el resto del año”.
Claro que para el Changuito volador, Jujuy era el trampolín para saltar al vacío: “Yo en mi provincia me había vuelto bastante popular, con mis músicos éramos algo así como el grupo del momento. Y hace unos cinco años fuimos a un encuentro de música folklórica independiente y me encontré con la movida que se estaba generando en Tucumán en ese momento, músicos como Lucho Hoyos, Juan Quinteros con el grupo Acaceca, Claudio Sosa, Verónica Condomí y otros que estaban haciendo cosas más avanzadas, que usaban otras armonías. Veía que los vagos manejaban mejor la voz, o que se notaba que habían estado tocando cinco horas por día durante años, por lo bien que lo hacían. Estando en tu pueblo, la gente te adula y capaz que te quedás en el mismo lugar y no te das cuenta que pasan años; y de repente me cambió la historia, y me di cuenta de que tenía mucho que aprender”.
Claro que ese aprendizaje implica, muchas veces, aprender a valorizar el lugar de donde uno viene, el terruño del que tanto hablaba Don Atahualpa Yupanqui. “Como decía Atahualpa, cuando uno se va empieza a valorar mejor las cosas de su lugar. Porque para valorar el bailecito yo me tuve que venir para Buenos Aires. Y con sólo mover la mano ya me suena el ritmo del norte. Quién mejor que yo para hacerlo, que vengo de Jujuy. Encontrar tu copla a veces es complicado, pero en un momento me pregunté: ‘¿por qué no voy a grabar estos bailecitos, si es lo que más me representa y lo que más placer me da tocar?’. Lo que pasa es que Jujuy tiene mucha influencia en la parte de los valles de los gauchos, como el Chaqueño Palavecino o el Chango Salteño, Los Fronterizos, que es una música más criolla. O en una mano más comercial, grupos como Los Nocheros. Y de la parte del norte se nota mucho la influencia de los grupos bolivianos, por ejemplo los Jarcas... Es jodido saliendo de Jujuy tener un repertorio jujeño, aunque hay gente como Ricardo Vilca, Tomás Lipán o Fortunato Ramos, que tienen una propuesta bien tradicional. Pero a los jujeños nos cuesta tener nuestra identidad. Yo antes bajaba del escenario y me preguntaban ‘¿Vos de dónde sos?’. Tocaba una chacarera y me preguntaban ‘¿Sos de Santiago del Estero?’. Tocaba una zamba y creían que era de Tucumán. Encima mis rasgos no son bien collas. Antes yo tenía que decir: ‘Soy de la provincia de Jujuy’. Yo sé que empecé a sentir otro placer cuando veía que bajaba del escenario y me preguntaban ‘Che, ¿de qué lado de Jujuy sos?’. Me gusta que reconozcan mi origen.”
Además de su talento y su simpatía personales, lo que hace interesante a Bruno es su humildad, y sus propios conflictos como cantor. A pesar de saber lo valioso que es su rescate emotivo del ‘bailecito’, sabe que no quiere limitarse. “Muchas veces me pasa de caer en el facilismo, en el agite. Pero a veces en el mismo recital viene un grupo que toca una canción que hace pensar a la gente, y eso me hace volver, no quiero dejarlos solos. Me gusta buscar un equilibrio. Yo he vivido mucho el Carnaval y sé lo que es la fiesta, sé lo que es divertirse, pero trato de mostrar un mensaje primero. Después, si puede ser fiestero también, mejor.”
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