MúSICA > EL NUEVO DISCO DE SERRAT, DESPUéS DEL CáNCER Y EN CATALáN
Joan Manuel Serrat acaba de sacar su primer disco después de la operación por un cáncer de vejiga, hace un año y medio. Pero las buenas noticias son dos: cantado en catalán, de espíritu íntimo y acompañado por su histórico compinche Ricard Miralles, además, Serrat vuelve en su mejor forma para ofrecer eso que muchos estaban esperando y pocos cantautores se animan a entregar: su visión del mundo después de cumplidos los 60.
› Por Diego Fischerman
En la música, las generaciones son cosa de pocos años y, a veces, pocos kilómetros. En la brillante novela El hombre de ninguna parte, por ejemplo, para hablar de Sarajevo, a Aleksandr Hemon le alcanza con mostrar los niños y adolescentes que imitan a los Beatles frente al espejo y que sueñan con el blues norteamericano, igual que cualquier joven inglés de posguerra. Pero claro, su escena, con Josef Pronek y su amigo Mirza deslumbrando a las compañeritas de escuela con “Yesterday”, sucede en los ’80, cuando en otras partes el punk ya había arrasado con casi todo. En ese sentido, Joan Manuel Serrat no es explicable sin el dato de la España franquista. Haber nacido apenas una década después o tan sólo del otro lado de los Pirineos habría producido una enciclopedia radicalmente distinta. Sus fuentes, a diferencia del Leonard Cohen básico estudiado con meticulosidad por Joaquín Sabina, están en la propia Cataluña y en su lectura de la canción francesa de los ’50. En Serrat no hay rastros de rock, ni folk, ni country, ni nada de lo que, a partir de determinado momento, se convirtió en lengua franca de la canción confesional. Y, tal vez, eso es lo que hace que las mejores canciones de Serrat sean, a secas, algunas de las mejores canciones. Que no se parezcan a nada que no sea español y que den cuenta, además, de un mundo inimaginable en otra parte que en esos pueblos donde, a la mejor manera bajtiniana, la fiesta –todavía– hace posible que el prohombre y el gusano bailen y se den la mano, o donde las señoras marchitaron su fragancia cuidando hijas de las que puntualmente serán desvalijadas. En todo caso, el mejor Serrat siempre fue el que cantó a los otros. No el que se dedicó a catalogar sus preferencias y aversiones, ni el que insiste en mostrarse en edad de ser merecido, sino el capaz de trazar retratos impecables, ácidos y, al mismo tiempo, llenos de piedad, de esos personajes siempre un poco anacrónicos –un poco españoles del franquismo– que alimentan sus canciones. Mô, manera en que los menorquíes pronuncian Mahón, el nombre de la capital de su isla –y donde el compositor tiene una casa–, es también el título de su nuevo disco. Es un álbum “fuera del mercado”, dijo a los diarios españoles. Está cantado en catalán, un dato que no pasa inadvertido en un año en que la discusión por la autonomía está en primer plano. Es, en todo caso, un disco íntimo, casi para sí mismo, con los acompañamientos llevados a una saludable mínima expresión y el viejo y bueno de Miralles más atento al clima que al lucimiento. Y es, tal vez, el primer disco en el que Serrat se atreve a hacer pública la mirada de un hombre de más de sesenta años y en que, nuevamente, pinta como nadie a esa generación educada un poco por Jacques Brel y otro poco por el Generalísimo.
Letra y música: Joan Manuel Serrat
Si hubiera nacido mujer, habría hecho feliz
a mi madre, que quería una niña.
En recuerdo de la abuela que murió en el ’36
me llamaría Joana,
Joana, Joana
la de la maña.
La del 95
de la calle Cabanyes.
Si hubiera nacido mujer, para bien o para mal,
sutilmente habría sido aleccionada
con muñecas, cocinitas, aguja y dedal.
Herramientas en miniatura
para una oscura
vida futura.
Venenos envueltos
en golosinas.
Es un decir, un suponer,
una historia en blanco y negro.
Blanco era el frío y negro el pan
recién acabada la guerra.
Si hubiera nacido mujer, habría hecho girar
mansamente el antiguo corro de la patata
mientras los chicos jugaban a saltar y parar,
se encaramaban a los árboles,
colgaban balones,
se zurraban
y meaban de pie
por las esquinas.
Si hubiera nacido mujer, habría estudiado
hasta cuarto y, con suerte, quizá magisterio.
Sumisa, discreta, que nunca el vecindario
pudiera decir ni media.
Serían de corcho
la llave y la paga
y en casa antes de las diez
como tarde. Te lo juro.
Y llorar sangre una vez al mes,
ocultos bajo una máscara
los sentimientos a flor de piel
como casi, casi todas.
Si hubiera nacido mujer, sigamos inventando...
Después de años de ahorros y noviazgo me habría
casado por la iglesia vestida de blanco.
Mi madre lloraría,
dice que de alegría,
cuando me llevara
del brazo un príncipe azul
de guardarropía.
Si hubiera nacido mujer, para mal o para bien,
me habría hartado de tragarme penas,
de preparar rancho, de cambiar pañales,
de follar sin ganas...
Joana, Joana,
apurando el marro,
bregando de sol a sol
y tirando del carro.
O quién te dice que no me habría agenciado
al sultán de la Verneda.
Si es cara o cruz nadie lo sabe
hasta que cae la moneda.
Si hubiera nacido mujer, hablando con el espejo
cada día más vieja, cada día más gorda.
Viendo cómo levantan el vuelo uno a uno los hijos
y cenando a solas
llantos a la cazuela,
ajados los labios,
poniendo flores a los recuerdos
y cuidando de los abuelos.
O quizás un buen día me habría ido
allende el cielo protector de la casa
por caminos indóciles lejos de mi rebaño
a buscar a la Joana,
Joana, Joana,
la de la maña.
La del 95
de la calle Cabanyes.
Letra y música: Joan Manuel Serrat
A veces llueve en el corazón
y no sabes muy bien por qué.
A veces llueve y sale el sol
llueve y no quiere llover,
pero llueve.
Llueve en tu corazón y en ningún otro sitio,
sin prisa ni reposo.
A veces llueve y no hace barro.
Llueve sin rayos
y sin truenos.
Y el alma huye como un perro empapado
que no halla cobijo en ninguna parte.
A veces llueve
sin hacer alboroto.
Llueve
y llueve
y llueve en el corazón.
Y hay leña en el hogar y plato en la mesa
y entre las sábanas duerme un sueño grato.
Pero nada de eso es suficiente.
Cuando quiere llover, llueve
y llueve
y llueve
y llueve en el corazón.
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