INTERNET > EL ATLAS AMBIENTAL DE BUENOS AIRES
¿Cómo se modificará la costa de Buenos Aires? ¿Hacia dónde crecerá la ciudad? ¿Y hacia dónde el río? ¿Qué zonas abrigan un potencial insospechado y cuáles decaerán si no se toman medidas urgentes? Un proyecto conjunto del Conicet, la UBA y el Gobierno de la Ciudad ha creado el primer mapa virtual de Buenos Aires, capaz de unir la biología, la sociología, la política, los servicios, los transportes y la arquitectura al servicio de la toma de decisiones. Ciudades como Berlín, México DF y casi todo Estados Unidos se benefician de programas como éste. Puede que ahora Buenos Aires también.
› Por Gustavo Nielsen
Cáceres es una ciudad de Extremadura, España. Tiene un pequeño centro medieval, con calles ajustadas y de trazado tortuoso, por las que no pueden transitar los autos. Los muros son de piedra. Parece una Siena gris. Es maravillosa. Patrimonio de la Humanidad, según la Unesco y sus propios habitantes.
Cuando llegan las seis de la tarde, el cielo se llena de murciélagos y de pterodáctilos que van tapando la luz hasta la noche. Alguien me explica que no son murciélagos sino becejos, unos pájaros cercanos a las golondrinas, muy bonitos de cerca, pero con un vuelo agresivo y cegado, como comandado por radares. Me da la razón: parecen murciélagos. Millones de murciélagos. Y agrega:
–A las que más odiamos es a las cigüeñas.
Miro cómo esos bichos enormes bajan sobre sus nidos. Entre punta y punta de ala desplegada debe haber más de un metro y medio.
–Son las aves más grandes del planeta. Sus nidos pesan entre trescientos y quinientos kilos y son más duros que las piedras de Cáceres.
Me muestra una almena caída desde lo alto. Me muestra dos cornisas rotas, una chimenea del año novecientos, quebrada en dos por el exceso de peso de esos nidos. Un arco apuntalado. “¿Y por qué no las echan?”, le pregunto. Porque las cigüeñas gigantes son fauna en extinción.
Podían haberlas echado al principio, con los primeros nidos, pero quién iba a imaginarse que serían miles y estropearían los edificios de una ciudad patrimonio histórico. De una ciudad que no se puede alterar, ni renovar, ni demoler. Ellas lo hacen sin culpa, por el mero hecho de existir. La preocupación del Ayuntamiento es alta: la especie en extinción ha dejado de ser un detalle exótico para convertirse en piqueta de alturas. Si Cáceres se queda sin castillos, se queda sin turismo.
Los de Greenpeace ven este suceso como un milagro de la vida. Los de Cáceres, como un atentado a sus arcas.
–Si nos hubiéramos dado cuenta a tiempo –dicen en la Diputación–, se podría haber trabajado con un pronóstico de crecimiento de la especie, reaccionar y mudar los primeros nidos. Si algún biólogo nos hubiera asesorado, hoy el panorama sería distinto: las cigüeñas podrían vivir en otro lado, tal vez en un parque hecho para ellas.
Nadie en el Ayuntamiento tuvo un amigo biólogo para preguntarle. Ninguno estaba casado con una bióloga, ni tenía vecinos biólogos. El discurso de las autoridades de Cáceres está esencialmente referido al azar: si alguno hubiera recibido información creíble, habrían podido evitar la catástrofe que se les viene.
Algo parecido sucedió con el Riachuelo. Un río en la ciudad es una joya, si está limpio. Sevilla, Londres, Roma, París. Puentes, márgenes, cauces. Las aguas de un río normalmente tienen capacidad para regenerar residuos, siempre y cuando no sean tóxicos o imposibles de biodegradar. Además, el volumen de residuos no debe ser superior a la capacidad de regeneración que tengan las aguas. Al Riachuelo lo hemos venido contaminando desde hace cien años. Hoy tiene, en su desembocadura, la densidad del aceite y un flujo a contracorriente que no le permite la normal salida al Río de la Plata. Sus lotes han bajado de precio tanto que ya no existen y en muchos de sus terrenos se han instalado villas miseria. Podía haber sido el territorio más lindo de Buenos Aires, pero está destinado a la exclusión y a la pobreza. ¿Por qué? ¿Nadie de los que tiraba cosas tenía un amigo biólogo? ¿Nadie cruzó nunca un estudio de suelos con uno sociológico o con uno químico sobre el estado de las aguas?
Dicen que el problema de la limpieza del Riachuelo es político: hay tantas jurisdicciones (Buenos Aires, los barrios, la Provincia, la Nación) que no hay cómo ponerse de acuerdo. Creo que es más que eso: hay un ánimo de quedarse que en ocasiones es sano (los villeros que la habitan desde hace años) y en ocasiones es insano (las empresas que siguen ahí con sus vertidos malvertidos). Los villeros seguirán tirando basura. El pensamiento es: si el río se limpia, los terrenos pasarán a valer más y nos expropiarán las casas. El argumento de las empresas es parecido: tener un vaciadero en plena Capital, al alcance de la mano, sigue siendo baratísimo, aun después de haber pagado las multas. El problema de los residuos es el gran problema de la actualidad y del futuro cercano.
¿Cómo se hace para cruzar datos ambientales con planos geográficos para que lo entienda un ministro, un urbanista, un trazador de redes? ¿Dónde se juntan la biología, la sociología, la política, los servicios, los transportes, la arquitectura y la toma de decisiones? En un Atlas Ambiental.
Buenos Aires ya tiene el suyo y está en el site www.atlasdebuenosaires.gov.ar
El Atlas Ambiental de Buenos Aires es un proyecto de investigación y desarrollo financiado por el Conicet, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires y el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Inicialmente iba a ser un libro, pero la doctora Paulina Nabel y el arquitecto David Kullock, directores del equipo, decidieron ampliarlo a un soporte que pudiera editarse a medida que los contenidos fueran llegando. La página web se convirtió en el proyecto principal por ser mucho más versátil que un libro. Y además es actualizable, gratuito, universal e interactivo.
La idea es poner a disposición del público todos los aspectos naturales y antrópicos del Area Metropolitana de Buenos Aires.
“Los investigadores tenemos la responsabilidad de hacer una transferencia de nuestros conocimientos a otros investigadores y a quienes gestionan”, dice la geóloga Paulina Nabel. “Nos fijamos cómo lo habían hecho en otros lugares del mundo y nos topamos con varios Mapas Ambientales muy buenos. Hay uno interesante para la ciudad de Berlín, otro para todo el territorio de Estados Unidos, uno muy completo para Canadá, otro en ciudad de México y uno bellísimo de Porto Alegre. Todos realizados por investigadores de primer nivel en cada área.”
La característica principal que debían tener los investigadores reclutados para el Atlas Ambiental porteño fue la de no ser transcriptores de información, sino que la supieran obtener en campo, por sus propios medios.
“La buena información siempre está dispersa”, sigue explicando Paulina. “La cuestión fue convocar a los mejores en cada tema: en suelo al INTA, en agua a la gente del Instituto Nacional del Agua, en meteorología a la UBA.”
El objetivo del proyecto es volcar toda la información ambiental sobre mapas del Area Metropolitana de Buenos Aires y hacer que esa información gráfica se hipervincule con textos e imágenes.
“Como geóloga puedo escribir un texto sobre la geomorfología de la costa de Buenos Aires, pero hasta no relacionar lo que yo escribí con las investigaciones de los sociólogos, urbanistas y biólogos no se puede suponer cómo influyen sobre la misma porción de territorio mis investigaciones en las inundaciones, en la población que vive allí y en sus servicios.”
Varios profesionales observan el mismo punto de la ciudad en sus microscopios. Dan su opinión. Luego, alguien cruza todas las miradas. Del cruce saldrán nuevos descubrimientos, soluciones, modos de frenar a tiempo lo que de otro modo sería irreparable. Así como los viajeros del siglo XV hacían sus grandes descubrimientos cuando viajaban en sus barcos, los cibernautas de hoy hacen sus descubrimientos cuando la información se encima.
“En México se acaba de descubrir, gracias a esta tecnología, que todos los hospitales de alta complejidad del DF están alojados arriba del sistema de fallas geológicas más severas, por lo que un movimiento sísmico dado podría eliminar de una vez todo el sistema hospitalario... ¡cuando más se lo necesitaría!”
Cruzar parece ser la palabra del futuro. El célebre crítico catalán Ignaci de Solá Morales (es el que reconstruyó el Pabellón de Barcelona de Mies Van der Rohe en el Montjuic) se refiere a la nueva crítica urbana en su libro Topografía de la arquitectura contemporánea, usando estas palabras: “Desde una multiplicidad de plataformas la crítica actual puede acometer la construcción de mapas, de descripciones que, como en las cartas topográficas, muestren la complejidad de un territorio, la forma resultante de agentes geológicos que se enfrenten a una masa aparentemente inmóvil pero surcada por corrientes, flujos, cambios e interacciones que provocan incesantes mutaciones”. La masa es la arquitectura, los edificios. Ya nadie podrá leer críticamente la arquitectura sesgando una época, haciendo un corte histórico y apartándola de los demás datos. Ya nadie podrá separarla del todo, como hicieron en su momento Kennet Frampton o Bruno Zevi. Lo que queramos apartar, a partir de la nueva tecnología, deberemos obligatoriamente referirlo al todo, al cruce de caminos. Del cruce aparecen las nuevas informaciones.
Si hoy tuviéramos que buscarle una ubicación al aeropuerto Ministro Pistarini, seguramente no lo ubicaríamos en la zona de mayor concentración de niebla de toda la ciudad.
La poca cantidad de Atlas Ambientales del mundo se debe a que la tecnología a utilizar es muy joven. Está basada en mapeos GIS (Geographic Information Systems), que son planos geo-referenciados en los cuales se puede manipular la información digital. Es la tecnología del GPS que utilizan los barcos y algunos vehículos terrestres. Un GPS para el auto se consigue en Madrid por menos de 600 euros. La tecnología del GPS permite saber dónde queda cualquier punto del planeta en coordenadas de longitud, latitud y altura. El GIS es lo más avanzado. Antes de la aparición del software gratuito Google Earth, todos los planos eran en dos dimensiones; ahora son en tres.
Al Atlas Ambiental de Buenos Aires se puede entrar por las unidades de Paisaje, por las unidades Temáticas o por los Mapas Interactivos.
Las unidades de Paisaje analizan el territorio desde la geografía, en planta y en corte. El área del Atlas ocupa todas las cuencas hidrográficas de la región y abarca la costa que llega hasta Quilmes, toda la mancha urbana del AMBA, un sector rural, el delta del Paraná y el Río de la Plata.
Las unidades Temáticas son catorce. Nueve de ellas tratan esencialmente de la planicie pampeana; las otras cinco, de la zona urbana. Finalmente, la unidad de Mapas Interactivos agrupa múltiples mapas y tablas que, como layers o calcos, se pueden superponer al buscar temas.
El tiempo de navegación total es aproximadamente de cuatro horas, y solamente está subida la mitad del material. La versión inicial del Atlas estará terminada en abril de 2007, aunque la idea es ir actualizándolo en una comisión permanente, dado que los datos bioambientales y geográficos de una ciudad son cambiantes.
“¿Y el futuro de Buenos Aires?”, les pregunto. “¿Se podrá ver?”.Hernán Bisman, vocero del Atlas, contesta: “La proyección del efecto invernadero y del crecimiento del calor en toda el área metropolitana permite hacer futurología en la cuestión de los climas. Y en la zona del delta podríamos hacer proyecciones del crecimiento de las tierras”.
Los datos actuales ya están presentes en la sección Ecología. Explica cómo arrancaron las islas de un lugar que no era el que hoy ocupan y muestra adónde podrán llegar en base a la sedimentación de las corrientes.
También hay futurología en las proyecciones para controlar catástrofes naturales (en nuestra ciudad, inundaciones). Y están enumeradas las previsiones a futuro: hasta dónde y cómo crecerán los subtes, los trenes y los servicios.
Cruzar futuras estaciones de trenes con alertas meteorológicos y crecimiento poblacional podría servirles a los especuladores para valuar tierras en el mañana. Sin embargo, los más de 500 usuarios actuales registrados en el sitio son gente con los pies en la tierra: arquitectos que precisan saber resistencias de suelo, urbanistas que estudian cambios de trazados y densidades, políticos que toman decisiones a nivel de gestión, profesores que hacen sus doctorados y hasta un ama de casa que les escribió diciendo que tenía en su sótano unas cucarachitas amarillas durísimas que había identificado por el Atlas. Sencillamente quería saber de dónde habían venido y cómo hacer para sacárselas de encima.
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