TELEVISIóN > EL FINAL DE “THE WEST WING”
Después de siete temporadas, se fue de la Oficina Oval el presidente Jed Bartlet (Martin Sheen) y le dejó el puesto a un latino encarnado por el actor Jimmy Smits. Así terminó la serie que planteaba unos Estados Unidos más progresistas y éticos desde la pantalla, aunque siempre pragmáticos y guerreros. La nueva era, sin embargo, vira hacia la concertación con los republicanos y el recorte de las libertades individuales. Pero eso, claro, queda librado a la imaginación.
› Por Adriana Meyer
La serie The West Wing (el Ala Oeste de la Casa Blanca) llegó a su final definitivo con la séptima temporada, pero sin la tensión que la caracterizó. Como ya no es necesario dejar enganchado al público, la despedida no tuvo las explosiones que abundaron en los cierres de otras series emitidas por el canal Warner (como el dramático cierre de E.R.), pero tampoco los vertiginosos duelos verbales ni las ingeniosas y arriesgadas negociaciones políticas a las que los espectadores se habían acostumbrado. Fue una transición ordenada para el traspaso del mando entre dos presidentes demócratas, el saliente Jed Bartlet (Martin Sheen) y el entrante Matt Santos (Jimmy Smits), un arrollador y joven latino. En tal sentido, los productores de este drama de NBC se jugaron a reforzar la impronta semiprogresista y políticamente correcta de sus personajes, llevando al Salón Oval por primera vez a un presidente latino, minoría ya no tan menor en los Estados Unidos.
Más jugoso estuvo el penúltimo capítulo, cuando Santos le ofrece el cargo de secretario de Estado a quien fuera su oponente en las elecciones, el senador republicano Arnold Vinnick (Alan Alda), y éste acepta consolidando pavada de concertación, ya que la palabra está de moda. O cuando la jefa de Gabinete, C. J. Cregg, rechaza seguir en el gobierno y se retira a vivir “de civil” con el periodista Danny Concanon.
La fría mañana del 20 de enero comienza con oficinas vacías, mudanzas, mucho protocolo, entrada y salida de funcionarios del ala oeste. La radio dice que fueron “tumultuosos” los ocho años de Bartlet, pero que su popularidad ayudó a Santos en lo que fue una elección muy reñida. Un guiño para tranquilidad de los fanáticos: Josh Lyman (Bradley Whitford), futuro jefe de Gabinete, amanece junto a la rubia Donna Moss (Janel Moloney), habiendo resuelto juntos la tensión sexual-amorosa acumulada durante dos períodos presidenciales. La nueva primera dama, la blonda Helen Santos, se queja de tener que acudir a nueve fiestas inaugurales, mientras Santos le cuenta que acaban de darle una tarjeta con los códigos nucleares. “No la dejes por ahí”, le recomienda ella. Luego, vestida con absoluta sobriedad, sostendrá la Biblia durante el juramento de su esposo.
Bartlet recorre los pasillos cercanos al Salón Oval con su bastón, herencia de la esclerosis múltiple cuyo ocultamiento tantos dolores de cabeza le trajo, y saluda a los empleados con confianza, como si los conociera de toda la vida, preguntando por sus familiares, con la misma mezcla de carisma y demagogia que usaba Carlos Menem. Y al igual que solía hacer el riojano, su sucesor Santos se niega a ponerse un abrigo durante la ceremonia de asunción al aire libre, a pesar de los 10 grados bajo cero. “¿Qué quería demostrar ese lunático?”, se pregunta la esposa de Bartlet (Stockard Channing) sentada en la limusina. “Que es un joven y vigoroso lunático”, responde el jefe de Estado.
El único gesto político serán los indultos que firma Bartlet, como último acto de gobierno, y entre los perdonados estará el siempre triste Toby Ziegler (Richard Schiff), un ex miembro del gabinete que filtró información secreta, luego confesó, fue despedido, enjuiciado y estaba a punto de ser encarcelado. A Bartlet le cuesta decidirse, pero prima el afecto por sobre el rencor de lo que consideró una traición. Y para ratificar la línea progre-liberal también fue indultada la “abuelita Porro”, la anciana Peggy Ann Green acusada de difundir la cultura cannabis. “El primero va a ser gratis”, bromeó el afroamericano valet Charlie Young (Dulé Hill), otra designación políticamente correcta de la administración Bartlet. Claro que no tan correcta como para evitar dejarle como herencia a Santos una intervención en el lejano Kazajstán o recortar libertades ante una supuesta amenaza terrorista, infaltable incluso en la pantalla chica, durante temporadas anteriores.
En el último bloque del capítulo denominado “Mañana”, Donna y Josh regresan a la Casa Blanca junto al gran regreso que augura la serie: Sam Seaborn (Rob Lowe), reclutado nuevamente para la causa pública a pesar de sus buenos ingresos en el sector privado. Uno de los mejores diálogos lo mantienen las dos secretarias privadas del presidente. “Tú eres la que decide quién entra y quién espera, quién tiene preferencia para entrar, que suelen ser la primera dama y el jefe de Gabinete. El presidente te dirá que suprimas la prioridad de su esposa, pero no lo hagas por más que te lo ruegue”, le dice Lili Tomlin a la nueva, que mira el Oval con la boca abierta. “Tu respuesta más frecuente será ‘no’. Dilo enfáticamente y te irá bien.”
La creación de Aaron Sorkin cierra con el nuevo staff probando sus fastuosos despachos. Y C. J. Cregg parada en el púlpito del salón de prensa, que supo ocupar durante el primer período. ¿Se imaginan al vocero Miguel Núñez como jefe de Gabinete en un segundo mandato de Néstor Kirchner? La última escena es el toque emotivo. Bartlet abre un paquete que le dejó la hija de su ex jefe de Gabinete Leo McGarry, encarnado por el actor John Spencer, que falleció durante la serie. Es una servilleta enmarcada en la que Leo escribió “Bartlet for America”, el día que fue a proponerle al entonces gobernador que se candidateara a la presidencia.
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