MúSICA > LAS SONATAS DE BEETHOVEN, DE PRINCIPIO A FIN
El pianista húngaro András Schiff, quizá el mejor intérprete actual, recorrerá en ocho álbumes, editados a lo largo de tres años, las 32 Sonatas para piano de Beethoven, en orden cronológico y grabadas en vivo. Un trabajo magistral y obsesivo, que podría fijar un nuevo standard para apreciar al compositor alemán.
› Por Diego Fischerman
No se presentó en concursos. No actuó en el Carnegie Hall antes de cumplir 20 años. No es de los que electrizan con su gestualidad. Es, simplemente, un pianista perfecto, nacido y educado en Budapest. Nunca fue un ídolo y, sin embargo, sus versiones de Bach, Mozart y Bartók están entre las mejores de todos los tiempos. Y ahora, a lo largo de ocho álbumes, que se publicarán durante tres años, recorrerá las 32 Sonatas para piano de Beethoven, cronológicamente e íntegramente grabadas en vivo. Los dos primeros de estos volúmenes ya están a la venta y permiten anticipar que se trata de la nueva gran versión, en un campo que incluye, como referencia obligada, al pionero Arthur Schnabel –a pesar de la precariedad de las grabaciones, realizadas en los años treinta–, a Claudio Arrau, Alfred Brendel y Maurizio Pollini.
La edición, realizada por el sello alemán ECM –el mismo que publica a Keith Jarrett– se consigue en Buenos Aires, en la disquería que distribuye localmente ese sello y, además, tiene una calidad sonora absolutamente única. Parte del detalle y del nivel de obsesividad puesto en el proyecto, por otra parte, puede deducirse de la elección de los instrumentos. Para las sonatas más virtuosísticas, Schiff utiliza un piano Steinway y para aquellas que requieren una sonoridad más densa, un Bosendorfer. En el primer volumen se agrupan las tres Sonatas Op. 2 y la Sonata Op. 7; en el segundo, las tres Sonatas Op. 10 y la Op. 13, conocida como “Patética” y en el tercero, que saldrá a la venta hacia fin de este año, estarán las dos Sonatas Op. 49, las dos del Op. 14 y la Op. 22. En una época en que los sellos abandonan la idea de integralidad y la manía por las obras completas que los desveló a partir de la década de 1980, un sello nacido con el jazz y luego ampliado a la música de tradición escrita compuesta en el siglo XX, apuesta a una nueva integral de las Sonatas para piano de Beethoven, las mismas que el director Hans von Büllow definió como “El Nuevo Testamento”, cuando aún no había transcurrido medio siglo desde la muerte del compositor. Y es que si él ya era identificado como el dios del credo occidental de la música, las 32 Sonatas para piano constituían, sin duda, el relato más perfecto acerca de su paso por este mundo y del mito de su inmortalidad.
“Las obras de Bach y Mozart todavía me parecen un territorio virgen. Con las Sonatas de Beethoven siento que me confronto con una fuerte tradición interpretativa que se remonta hasta Liszt”, dice András Schiff. Su lectura, en la que resulta fundamental la idea de obra de obras, de gran relato dentro del cual cada sonata es apenas un paso, es, tal vez, la única que se anima a incorporar las enseñanzas del historicismo y a explorar poéticamente el inmenso campo interpretativo que se abre a partir de la literalidad más radical. El resultado implica una especie de paradoja. Schiff concibe el ciclo de las 32 sonatas como un cuerpo integrado y, sin embargo, nadie como él diferencia tanto cada una de ellas. Hay características que ya estaban en sus formidables versiones de la música para piano de Leos Janacek o, junto al genial cellista Miklos Perenyi, de las Sonatas para cello y piano de Beethoven (también publicados por ECM), en sus interpretaciones de la obra pianística de Bartók (para el sello Philips) o en aquellos discos donde, muy joven, acompañaba con sutileza y complicidad al tenor Peter Schreier en los ciclos de canciones de Schubert. Ni el fraseo extraordinariamente puntilloso, ni el respeto por las voces internas, ni el detalle de cada trino y apoyatura son nuevos en él. Lo nuevo, en todo caso, es esa sensación de narración que Schiff consigue establecer a lo largo de las sonatas. Las ocho ya publicadas, juveniles y muchas veces subvaloradas,no pierden, en este caso, nada de su frescura y, en ocasiones, su gesto de virtuosismo altanero y, al mismo tiempo, son capaces de anticipar los duelos con la forma y con la materia musical –incluso con el instrumento– de las composiciones tardías.
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