CINE > CARS, LA NUEVA DE LOS AUTORES DE TOY SORY
Los autos y la nostalgia por los años ‘50, esas dos obsesiones recurrentes del cine y la cultura norteamericana, se unen para la última película animada de los estudios Pixar, una fábula moral que rinde homenaje al coche como objeto de adoración y cuenta con una camioneta hippie, las voces de Paul Newman y Owen Wilson, y una Porsche que decide vivir en el desierto. Eso sí: sin personas, y sin ningún auto japonés.
› Por Mariano Kairuz
En Cars, la nueva película animada de Pixar, no hay gente que conduzca o se transporte en los autos que la protagonizan. Lo que sí hay son autos (y algunos otros vehículos) que hablan y se comportan como personas. Pero no es exactamente un universo de autos: es como si el mundo, o la muy pequeña y muy norteamericana porción del mundo en la que transcurre, hubiese sido vaciado de personas y entonces los autos se hubieran hecho cargo de seguir adelante, solos. Los autos tienen ojos con pestañas y unas bocas antropomórficas, con lenguas y dientes, pero cargan nafta (o gas, según el caso) por un tanque ubicado en su parte trasera; tienen puertas pero nadie entra ni sale de ellos. No tiene mucha lógica, pero bueno; es una de esas prerrogativas que tienen los dibujos animados.
Lo de Cars es menos la aventura que una pequeña fábula moral estadounidense hasta las tuercas: un pequeño y prepotente corredor rojo llamado Lightning “El Rayo” McQueen (al parecer, un homenaje menos a Steve McQueen, un aficionado a las motos y los autos rápidos, que a Glenn McQueen, un animador de la empresa que murió prematuramente hace tres o cuatro años) en camino hacia una carrera en California, se pierde en un viejo pueblito del desierto. Debido a su intempestiva entrada, se ve obligado a cumplir una sentencia de trabajo comunitario, durante la cual sus escasos habitantes le darán una de esas lecciones de humildad y amistad que aguardan al final de muchas fábulas morales. Su creador, John Lasseter, artífice de Pixar, director de Toy Story y Bichos, los dos primeros largometrajes de la compañía y productor de todos las demás, ha dicho que el motor de esta historia fue la enorme fascinación que comparte con los norteamericanos por los autos. Una fascinación que se ha reflejado en infinidad de películas: de autos de carreras, como Línea Roja 7000, del gran Howard Hawks, o Días de trueno, y de autos que se persiguen, como Bullitt y Contacto en Francia; y de autos que chocan y dan tumbos y se destruyen como si fueran de cartulina o explotan como si fueran de nitroglicerina (podría decirse que son “héroes de acción”, pero en todo caso serían heroínas: la machine/machina, en inglés como en italiano, es femenina). Lo que es insoslayable es que los protagonistas de Cars son autos o bien norteamericanos o bien europeos, pero no japoneses: el mecánico del pueblo, Luiggi, es un fanático de la escudería Ferrari que jamás ha visto una en persona (o más apropiadamente dicho, “en auto”); el interés romántico de McQueen es una brillante Porsche que cambió las luces de la ciudad por los atardeceres del desierto; también hay Chevrolet y algún BMW. El juez del pueblo es un Hudson Hornet ‘51 con la voz de Paul Newman, el actor y también piloto en la vida real, con algún desempeño memorable en el circuito de Le Mans hace alrededor de 25 años. Lo dicho: con la excepción de algún personaje muy secundario inspirado en un Mazda, la industria nipona, los Toyota que tanto han hecho temer a la General Motors y demás en su propio territorio, ni siquiera aparecen por estas pistas.
Pero el verdadero centro emocional de Cars probablemente sea esa nostalgia por los años ‘50 tan norteamericana también, que atraviesa el cine de Hollywood desde los ‘80 (en películas como Volver al futuro, viaje por el tiempo en auto deportivo) y que ninguna película termina de explicar. Cars está poblada de autos viejos, impecables u oxidados, pero mayormente de aquella época; el gran anacronismo del grupo de los ‘50 es una camioneta VW muy flower power que vende combustible orgánico, escucha el himno según Jimi Hendrix y denuncia La Gran Conspiración Petrolera. Los ‘50 vuelven a encarnar en el cine cierto ideal de progreso perdido y Cars lo pone en escena en su recuento de cómo el pueblo conoció días de gloria, cuando era una parada inevitable para todo viajero y lo que importaba era el viaje en sí, y de cómo ese sueño se desvaneció cuando las nuevas autopistas que cortaban camino y acortaban tiempos, lejos de acercarlos al mundo, los borraron del mapa. Pero es una canción algo gastada ya. ElVillage Voice neoyorquino identificó además en su crítica el origen de esa sensación de déjà vu que recorre Cars: su argumento está calcado del de Doc Hollywood, una película de principios de los ‘90 en la que Michael J. Fox interpretaba a un prepotente cirujano de la ciudad que llega intempestivamente en un auto rojo a un pequeño pueblito y que, obligado a cumplir una sentencia de trabajo comunitario, recibe una lección “de humildad y de amistad”.
John Lasseter tuvo un codirector a bordo de Cars. Se llamaba Joe Ranft, era californiano y trabajó mucho para Pixar: fue la voz de varios personajes de todas sus películas y colaboró en los guiones de Toy Story, Bichos, y ésta. Murió a los 45, hace algo menos de un año, en un choque de autos.
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