CASOS > VIDA Y PLAGIOS DE DAN BROWN
Mientras termina su quinta novela, en la que finalmente promete demostrar todo su talento literario, Dan Brown se ha convertido en un enigma tan grande como el de sus libros: quiso ser estrella de rock sintetizando sonidos de animales, escribió libros de autoayuda con el sugestivo seudónimo “Danielle Brown” y, ahora que es el escritor más famoso y rico del mundo, mantiene un férreo hermetismo con la prensa y logra escapar de las cadenas de varios plagios (casi) probados.
› Por Juan Pablo Bertazza
¿Cómo es el Dan Brown que no conocemos? Son varios los misterios que se esconden en este escritor que no combina una ascendencia criolla y corajuda con otra europea y culta, pero sí tiene un doble linaje, religioso (por parte de su madre compositora de música sacra) y científico (proveniente de su padre matemático), y que sigue contando entre sus más fervientes devotos con los números. Sí. Los números, que cuando se acercan a Dan Brown pierden toda su frialdad característica. Ya nos acostumbramos a que El Código Da Vinci fuera traducido a cuarenta y dos idiomas y a que su versión cinematográfica resultara en EE.UU. el estreno más visto del año con una recaudación de 77 millones de dólares durante los tres primeros días de proyección. Pero algunas cifras todavía son capaces de generar sorpresa. Suficiente con recordar que Matthew Pearl incrementó considerablemente las ventas de su segundo libro La sombra de Poe con respecto a El Club Dante por gozar del auspicio del autor de La conspiración, o que los libros realizados a contraimagen y desemejanza de Dan Brown (con el objetivo de criticar sus versiones de la Historia) ya están rozando los mil títulos, a tal punto que algunas librerías de Estados Unidos se vieron obligadas a bautizar una sección con el risible mote de “Gente que no está de acuerdo con Dan Brown”; o que la censura en China y en Irán de la obra que propone un matrimonio secreto entre Jesús y María Magdalena ya generó el record de prohibiciones que sufre un libro en los últimos cien años. Y eso sin contar las incontables denuncias de plagio que Brown viene acumulando y evitando con bastante cintura. Resumiendo: al lado de las enigmáticas letras que conforman el nombre de Dan Brown, a cuya bibliografía ahora viene a sumarse El hombre detrás del Código Da Vinci –una biografía no autorizada a cargo de la periodista Lisa Rogak–, las cifras siempre vendrán acompañadas de jugosos y regordetes ceros, y no precisamente a la izquierda.
Pero antes de ser el autor de El Código Da Vinci, su cuarta novela, con la cual trepó al número 1 de los más vendidos del New York Times el 6 de abril de 2003, habría que imaginarse a un Dan Brown verdaderamente buscavida, mucho menos sonriente y muy concentrado en trazar su itinerario y poder llegar algún día a buen puerto. Por ejemplo, en su variado currículum se cuentan dos obras paródicas que realizó antes de diseñar su fortaleza digital y que permanecen inéditas en nuestro país. Una es 187 hombres que debes evitar: guía de supervivencia para la mujer románticamente frustrada (publicado en 1995, con el seudónimo de Danielle Brown), en la cual prevenía a las damas alejarse lo máximo posible de algunas clases de tipos, entre ellos: “Los que creen que la ovulación es una bebida con chocolate que se toma como desayuno”, “los hombres cuyos perros son más pequeños que los gatos”, “los que conocen más de diez formas de nombrar las tetas” y, para cerrar el círculo humorístico y autorreferencial: “Los hombres que escriben libros de autoayuda para mujeres”. El otro es un original consuelo para los calvos totales o incipientes, The Bald Book (salió en 1998 firmado por su mujer Blythe Newlon), que los mima con frases como “tenés la ventaja de ser más aerodinámico” o “ahora podés bañarte rápido”.
Y hablando de pelo, en los años mozos de Dan Brown no faltaron guitarra, sintetizador ni unas ganas locas de convertirse en estrella de rock. Pero vayamos por partes: en 1982 Dan Brown egresa de la Phillips Exeter Academy (un colegio elitista que era tildado de sectario y de promover el aislamiento) y en 1986 del Amherst College. A principios de los noventa, se muda a Los Angeles con la mira puesta en convertirse en músico y compositor. Allí se compró un sintetizador y un equipo de grabación de segunda mano para experimentar y dar con un sonido parecido al de las ranas, y luego al de los elefantes, los cisnes y las ratas, con lo cual lanzaría su disco debut, Synth Animals, destinado al público infantil. Pero además sacó tres discos de música pop, Perspective, Dan Brown y Angeles y demonios (sí, como su libro), los cuales no dejaron de cosechar los reconocimientos del productor Barry Fasman, que había trabajado con Billy Joel, Paul Simon y Prince. Y acaso lo más simpático del Brown músico sea su propio fracaso. De acuerdo con la investigación de Lisa Rogak, él quería ser un músico pop aunque sufría de miedo escénico, con lo cual afrontaba la utopía de consagrarse en la música joven sólo a partir de sus discos de estudio. Por otro lado, la rebeldía de Brown consistía en ir de traje y corbata a las reuniones con los ejecutivos musicales, que con sus jeans y su bachillerato sin terminar veían con poca gracia los alardes de su exquisita educación. El propio Dan Brown, que no paró desde entonces de buscar el éxito, entendió las causas de su fracaso como músico, y las dio a conocer en una temprana declaración a la prensa: “¿Si de verdad me veo como alguien fabricado para MTV? No lo creo. Yo pertenezco al salón de clases; el mundo no está listo para ver a un sujeto pálido e incipientemente calvo sacudiendo su culo en la televisión nacional. No es una imagen muy bonita que digamos”. En ese sentido, habría que pensar en la faceta de músico de Dan Brown como una prueba de ensayo de lo que más tarde sería el megaéxito de sus novelas en un terreno más acorde con él: la literatura de best-sellers. Así lo demuestran incluso algunos versos que adelantan las tématicas de sus libros. Dice en la canción “Real”: “Sólo tus pasos/ en tierra sagrada/ Abandono estos votos que me atan/ Renuncio a esta silenciosa fe”; algo similar dice la canción “Angel de amor”: “El cielo no es todo eso/ que pensé que sería/ estoy cambiando mis alas/ por una amante/ entonces ella deja su halo/ al pie de mi cama”.
A pesar de no haber contado con el respaldo del público, Los Angeles fue el escenario donde conoció a su esposa Blythe Newlon y con ella volvió a New Hampshire (donde se había criado) para dar clases en su vieja secundaria. Pero la noble vocación de la docencia no dejaba del todo conforme a Dan, que pese a su fracaso musical ya pensaba en jugársela de nuevo con otra cosa, como aquellos admirables caraduras que, aunque los reboten mil veces, siempre tienen la habilidad de sacar a bailar a la más linda sin siquiera ruborizarse.
Según él mismo declaró, todo empezó en unas vacaciones que se tomó con su esposa en Tahití. En la playa encontró un viejo ejemplar de La conspiración de Doomsday de Sydney Sheldon, uno de los pocos autores junto a Jeffrey Archer que reconoce haber leído ya que desde hace algunos años asegura (tal vez para defenderse de las acusaciones de plagio) no leer más que obras de historia y arte. “Leí la primera página, y la siguiente, y la siguiente. Varias horas después terminé el libro y pensé: yo puedo hacer esto”.
Entonces consideró que para cautivar definitivamente al público lector sus novelas tendrían que desarrollar un tema que estuviera a la vez candente pero que no fuera efímero; y luego de un bizarro episodio en el que un servicio de inteligencia detuvo a uno de sus alumnos por querer conspirar contra el gobierno de los Estados Unidos, se le ocurrió abordar los enigmas y conspiraciones que era capaz de generar la informática. Así surgió La fortaleza digital (1998), luego Angeles y demonios (2000) y, poco tiempo después, La conspiración (2001).
Las ventas no estuvieron nada mal por tratarse de un escritor que recién entraba al campo, pero Dan Brown esperaba más y fue en el Museo del Louvre, donde en un baño de arte y snobismo turístico gritó eureka.
Una de las razones evidentes pero no obvias del éxito de Dan Brown fue la confianza del joven editor Jason Kaufman, quien le había publicado sus dos últimas novelas en la editorial Pocket y que luego se lo llevó a la mucho más importante casa Doubleday, filial de Random House. Dan Brown había reflexionado mucho acerca de cómo descubrir un tipo de misterio que fuera aún más atractivo que el de sus novelas anteriores; y entonces encontró en el Santo Grial un tema evidentemente clásico pero a su vez absolutamente vigente o, al menos, con grandes posibilidades de generar mucha curiosidad si se decía algo distinto. La vuelta de tuerca de Dan Brown al decir que el Santo Grial no es más que la secreta unión entre Jesús y María Magdalena, confirmada a partir de pinturas como La Gioconda o La última cena, combinaba en un cóctel perfecto la santísima trinidad de los best-sellers: historia, teología y arte.
Y la campaña de marketing de El Código Da Vinci estuvo a la altura de las circunstancias, ya que convenció a casi todo el mundo de que esa era la historia del año, aún antes de leerla. Doubleday mandó a los comentaristas de libros, críticos y libreros 10.000 pruebas de galera, una cifra impresionante para un escritor poco reconocido. Enseguida hubo un pedido sorpresivo de 230.000 copias y el tiro de gracia fue conseguir que The New York Times, en un gesto también inédito, hiciera una reseña central del libro un día antes de su publicación.
Dan Brown lo había logrado: El Código Da Vinci es la novela de tapa dura más vendida del mundo (60 millones de copias, ganándole incluso a Harry Potter), con la cual se calcula que ganó 300 millones de dólares. A partir de ese tan proyectado pero al mismo tiempo inesperado éxito, Dan Brown sigue generando sorpresa tras sorpresa aún sin escribir. Hace mucho tiempo que no concede entrevistas y prácticamente no se deja ver en público. Tal vez porque los gritos de plagio comenzaron a escucharse apenas encontró la fórmula del éxito.
Las denuncias de plagio contra Dan Brown se fueron multiplicando exponencialmente a lo largo de los últimos dos años y, hasta ahora, el elusivo escritor salió casi indemne. Y eso que varios periodistas y académicos confirmaron públicamente algunos de los plagios. Sin lugar a dudas, si Dan Brown fuera efectivamente un ladrón su gran asalto sería el plagio que, aparentemente, le habría hecho a Lewis Perdue, un escritor con una vida y una literatura muy parecidas a la suya, de cuyos libros Hija de Dios (2000) y El legado Da Vinci (1983) se habría inspirado más de la cuenta. Las semejanzas parecen tales que en un artículo llamado “¿El Da Vinci clon?” la revista Vanity Fair afirmó que, de haber contado con la misma campaña publicitaria, Hija de Dios habría tenido el mismo éxito que El Código Da Vinci. De hecho, ambos libros comparten el argumento, la estructura y hasta el estilo de prosa. Y las dos novelas promueven la idea de que una organización secreta cristiana (el Opus Dei en el caso de Brown) esconde el gran secreto del cristianismo, que no es otro que el valor inestimable de la mujer, a partir de que María Magdalena se casara con Jesús.
Mientras el libro de Perdue comienza con una visita secreta a un coleccionista de arte, el de Brown empieza con una visita secreta al curador del Museo del Louvre; los dos hombres conservan el secreto más importante de la humanidad y, finalmente, en los dos libros los hombres portadores del secreto son asesinados.
Pero leyes son leyes; y, en mayo de este año, el abogado de Brown, Michael Rudell, se las arregló para demostrar que las coincidencias eran no motivadas ya que “mi defendido nunca oyó hablar de Lewis Perdue”; así el caso quedó cerrado, por ahora. Según la Vanity Fair, el escritor aparentemente plagiado, quien confesó que la esposa de Dan Brown lo extorsiona con mails firmados con el seudónimo de Ahamedd Saaddodeen, vive obsesionado por la figura de Brown, de quien habla pestes en tres páginas de Internet (una de las cuales es su blog: http://davincicrock.blogspot.com). Por su parte, un catedrático de lingüística inglesa, John Olsson, quien aceptó contrastar los dos libros de forma gratuita, dijo al New York Post: “Este es el plagio más paradigmático que vi en mi vida. Hay literalmente cientos de paralelos entre los dos libros”.
John Olsson, catedrático de lingüística inglesa, aceptó contrastar El Código Da Vinci con La Hija de Dios de Lewis Perdue de forma gratuita y sentenció: “Este es el plagio más paradigmático que vi en mi vida. Hay literalmente cientos de paralelos entre los dos”.
El otro supuesto plagio de dominio público es el que habría cometido a partir del libro Santa sangre, Santo Grial (1982), tal vez el primero en proponer que Jesús no murió en la cruz sino que escapó para casarse con María Magdalena, cuyos autores son Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln. Lo gracioso en este caso es que Dan Brown, quien no puede con su genio de enigmático, hace homenaje a este libro en El Código Da Vinci: el curador del Louvre, asesinado al inicio del libro, comparte apellido con Berenguer Saunière, un sacerdote francés del siglo XIX que inspiró el argumento del libro caudillo; y uno de los malos de Dan Brown, Leigh Teabing, toma su primer nombre de Richard Leigh y su apellido de un anagrama de Baigent. Pese a tanta flor, o tal vez por eso mismo, en el 2004 Baigent y Leigh acusaron a Brown de plagio, pero Random House ganó el caso cómodamente porque la ley de copyright no prohíbe usar hechos (reales o no) empleados en otros libros ya que son juzgados como característicos de cada género.
Por último, un caso también singular se dio cuando un periodista descubrió gracias al Google que Dan Brown copió letra por letra el pasaje en el cual Robert Langdon habla del robot perdido de Leonardo, a partir de una página del Museo de Historia de la Ciencia de Florencia. Cuando el autor de esas líneas, Mark Rosheim, un experto en robótica, hizo la denuncia correspondiente, Dan Brown se salvó porque alegó que no se trataba de una copia sino de una cita (de, exactamente, 32 palabras) que estaba sujeta a la crítica o la parodia, otra de las posibilidades que contempla y exime al plagiador la ley de copyright de los Estados Unidos.
Quizá en la fórmula del éxito que diseñó a la hora de escribir El Código Da Vinci, había también un punto que contemplara la estrategia de plagiar con cuidado: robar pero logrando que el robo no sea reconocido como tal por la ley. Y mientras muchos se obsesionan con su figura y pierden fortunas en formular demandas que chocan contra su fortaleza digital, Dan Brown sigue recluido, engañando a la prensa con mentiras y jugarretas como aquella según la cual difundió que compuso un tema, “Peace in our time”, que fue interpretado en las Olimpíadas del 96. Según la base de datos de esa Olimpíada no existe ninguna canción llamada así. Por otra parte, en las Olimpíadas de 1988 se interpretó una canción llamada “Peace in our time” pero que ni siquiera se parece a la versión escrita y grabada por Dan Brown.
Uno de los grandes talentos de Dan Brown es haber entendido cómo mantener el vigor del formato libro a partir de, es curioso, sus inmersiones en el ancho mar de la informática. De hecho, además de tramar historias en torno a los usos y abusos de las nuevas tecnologías, Brown fue un verdadero precursor en realizar promociones de sus libros vía Internet (disfrazadas de preguntas y consultas para foros), en una época en que nadie estaba en condiciones de hacer demasiado equilibrio en la red de redes. Habría que ver si, entre tanto código y pista secreta, no se esconde –bajo la cáscara eficaz del best seller– un carozo de buena literatura por descubrir. Algunos críticos dicen que tanta tardanza en publicar se debe a que ahora lo que busca no es la fórmula del éxito sino la de la buena literatura. Todo eso y mucho más podremos averiguarlo, seguramente, cuando por fin salga la novela menos urgente y más tramada por Dan Brown: la postergada Las llaves de Salomón, el tercer libro que tendrá como protagonista a su alter ego Robert Langdon y se propondrá descifrar las relaciones peligrosas y secretas entre los códigos de la francmasonería y la historia de la ciudad de Washington. La nueva promesa de Dan Brown no va a revelarse antes de enero del año que viene.
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