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Domingo, 10 de septiembre de 2006

PERSONAJES > A DIEZ AñOS DE LA MUERTE DE TUPAC SHAKUR

El eco nombra aún

Hace diez años moría, con cinco balazos en el pecho, un chico de nombre épico y carisma de líder: Tupac Shakur. Hacía años que la comunidad negra norteamericana no encontraba una voz que la representara tan claramente ni que la dejara tan huérfana: nunca el rap volvió a conjugar activismo político y calidad musical. Y ahora, irónicamente, su único heredero es Eminem, un blanco.

 Por Mariana Enriquez

Elegir el propio nombre siempre fue una tradición de los artistas, deportistas y líderes negros norteamericanos. Hay algo de orgullo en esa operación y de rechazo al nombre esclavo, a los John y Joseph que les dieron los blancos. En el blues proliferaron los nombres vagamente amenazantes, como Howlin’ Wolf o Muddy Waters; el jazz se llenó de reyes y duques y Cassius Clay se convirtió en Muhammad Ali de la Nación del Islam.

Tupac Shakur no necesitó de esa operación. Su nombre verdadero, Tupac Amaru Shakur, era mejor que cualquier adopción. Y su origen no necesitaba ninguna reescritura ni subrayado. Su madre, Afeni Shakur, había tenido un alto cargo en las Panteras Negras, algo muy extraño dado el sexismo de la organización. Su padrastro Mutulu Shakur también fue un revolucionario, compadre de Geronimo Pratt -padrino de Tupac–, líder de las Panteras en la Costa Oeste. El padre verdadero de Tupac, Billy Garland –con el que jamás tuvo relación– también era parte de la organización, y su tío, Legs Saunders, un mafioso reconocido.

Afeni Shakur fue arrestada en su casa cuando estaba embarazada de cinco meses, por conspiración para colocar una bomba e intento de asesinato de un policía. La iban a condenar a treinta años, pero hizo su propia defensa y ganó el juicio. Tupac nació un mes después de que ella fue liberada. Madre estricta y militante, hizo debutar a su hijo en una obra de teatro en el legendario Apollo de Harlem en 1984, cuando su amigo personal Jesse Jackson lanzó su candidatura a presidente.

Doce años después, le dispararon al hijo de la revolución negra en una intersección de calles de Las Vegas, después de asistir a una pelea de Mike Tyson. Agonizó una semana, y murió el 13 de septiembre de 1996. Tenía 25 años, los críticos lo consi-deraban el mejor rapper de la historia, y su carisma e inteligencia lo habían llevado a ser un líder de la comunidad, además de un artista famoso y un actor con enormes condiciones. Diez años después de su muerte, poco queda de ese rap realista y activista que Tupac encarnaba; lo más cercano a su figura es Eminem que, claro, es blanco y está cada vez más inmerso en su propio mundo. Los nuevos “gangsta” –categoría un tanto arbitraria que nuclea a artistas diversos– son del estilo de 50 Cent: poco talento, y una explotación del estilo de vida que resulta genérica y bastante inocua. Tupac fue el último de su especie, y un símbolo complejo: encarnaba la autodestrucción de los jóvenes negros urbanos, pero también la urgencia militante. Quizá porque sus extraordinarias letras estuvieron confinadas a los problemas del ghetto y la búsqueda de la identidad en el contexto específico de Estados Unidos, nunca llegó a ser una estrella global. O a lo mejor le faltaban algunos años. En cualquier caso, hoy su ausencia marca el vacío que nadie ocupa en el hip hop rebelde y político –o incluso la falta de un artista con relevancia sociológica en un país paralizado por su propia complejidad–.

El mas buscado

Tupac nació en Nueva York, pero hizo la secundaria en la Escuela de Arte de Baltimore, donde estudió teatro, ballet, música y literatura. Pero, al mismo tiempo, vivía en el ghetto, sin electricidad, y con una madre que, frustrada por las espantosas condiciones políticas de Estados Unidos en la era Reagan, había caído en una fuerte adicción al crack. “Odié crecer pobre. Vivíamos en una zona de guerra, con ochenta personas hacinadas en un mismo edificio; había que salir armado de casa para protegerse.” A los 17 años, se fue a Los Angeles para escapar de su madre y la miseria, y recaló en Marin City, donde encontró más o menos lo mismo. Fue una especie de despertar: “Me di cuenta de que, como negros, lo que compartíamos era la pobreza. No se trataba sólo de mí o mi familia. Era algo más grande. Abusaban de toda mi gente”.

Para 1989, Tupac ya rapeaba en el famoso Marin City Festival de Los Angeles y poco después firmó contrato con Digital Underground, como rapper y bailarín. Había intentado vender crack –el camino más sencillo y a mano para la movilidad social en el ghetto– pero no sirvió para el trabajo. “Lo hice sólo dos semanas, pero seguí juntándome con dealers, fiolos, gente de la calle. Eran los que se preocupaban por mí.” En 1991 lanzó su primer disco, 2Pacalypse Now, y empezaron los problemas. Hay que tener en cuenta que, antes de grabar, Tupac jamás había tenido problemas con la policía. Pero en 1992 estallaron las revueltas de Los Angeles, y el disco de Tupac en las bateas –en las letras, su principal enemigo era la policía corrupta– resultaba una especie de bomba. El vicepresidente Dan Quayle proclamó que el disco “no tiene espacio en nuestra sociedad”. Historias de violencia, racismo y crack sobre bases que sugerían películas de terror urbanas: “Lo que quiero es que se vea el horror, para que pare. Con Vietnam vimos el horror por televisión, y por eso terminó la guerra. Quiero hacer lo mismo. Este disco es mi informe de lo que he visto. Es un grito de guerra contra Estados Unidos”.

De ahí a ser el enemigo público Nº 1 había poco, y la actitud beligerante de Tupac ayudaba a quienes querían silenciarlo. Para colmo, obtenía papeles en el cine (en películas como Juice y Poetic Justice junto a Janet Jackson) ayudado no sólo por su formación como actor, sino por su impactante atractivo físico –Tupac rara vez usaba una camisa, orgulloso de su cuerpo escultural–. En 1992, dos policías lo acusaron de “cruzar la calle temerariamente”, le dieron una paliza y terminó preso. Los demandó por diez millones de dólares, y finalmente hizo un arreglo por U$S 42.000. “No pienso callarme”, dijo, y estuvo en todos los programas de TV posibles denunciando a la policía. A partir de entonces, fue detenido 12 veces más. Y en 1993, participó de la Indiana Black Expo, un importante evento artístico y político de la comunidad negra, donde dio un discurso que espantó a todos, incluso a los líderes negros tradicionales que hasta entonces lo habían apoyado, como Jesse Jackson. Dijo: “Diagnostico que nuestra vida debe llamarse Vida de Matón, y que así debemos definirnos. Los blancos nos ven como matones. No importa si somos abogados o ‘afroamericanos’: para ellos somos matones y negros de mierda. Y hasta que tengamos algo, nuestra vida debe llamarse así. ¿Cómo vas a ser persona si te morís de hambre? ¿Cómo vamos a ser afroamericanos si necesitamos armas? Somos matones y negros de mierda hasta que arreglemos el estado de cosas”.

Pocos comprendieron la postura de Tupac, pero los gángsters detenidos en todas las cárceles del país empezaron a llamarlo por teléfono para recibir instrucciones. “Me asusté. Mi ego estaba fuera de control. Yo era un inmaduro. Tenía 22 años”, dijo tiempo después. El proyecto de Vida de Matón no llegó más lejos de redactar un código de ética para delincuentes y juntar plata en festivales para organizar los barrios y “patrullar las calles”. Mientras tanto, sus discos llegaban al doble platino.

Hay que entender el contexto en el que el gangsta rap se convirtió en popular. No es sólo el glamour callejero, que también vendía entre los fans blancos de Tupac: en los años ‘90, un informe de la ONG Sentencing Project reportó que 610.000 negros norteamericanos entre los 20 y los 29 años estaban en la cárcel, mientras que sólo 400.000 recibían educación universitaria. Escribe el crítico Nelson George en su libro Hip Hop America: “Con tantos hombres jóvenes negros en la cárcel, la mayoría de los afroamericanos tenían un familiar o un amigo tras las rejas o con problemas con la ley, ya fuera como perpetradores o como víctimas. Por supuesto, de esta manera las narrativas que tenían que ver con el crimen y sus consecuencias tenían tanto atractivo: sospechar de las mujeres, adoptar dureza para enfrentar al mundo, odiar a la autoridad, todos temas del gangsta rap, le deben su presencia e influencia a la cantidad de jóvenes negros detenidos en los años ‘90”.

Y pocos articulaban ese estado de cosas con la empatía, potencia y vuelo poético de Tupac Shakur.

Vida bandida

“Sí, hay rabia en mi música. Es que hay que aplicar la lógica. Si uno sabe que en una habitación hay comida, y la están revoleando por el aire, pero los dueños de la habitación dicen: ‘No hay comida’ –e incluso te abren la puerta y te dejan ver la fiesta... Bueno, al principio uno va a cantar: ‘Tenemos hambre, por favor, déjennos entrar’. Una semana después, la canción cambia: ‘Tenemos hambre, queremos comer’. Después de dos o tres semanas, es así: ‘Dénnos comida o tiramos la puerta abajo’. Después de un año es: ‘Vamos a romper la cerradura y reventar la puerta’. Hace años que cantamos y pedimos. Lo pedimos con el Movimiento por los Derechos Civiles, con las Panteras Negras... Hoy toda esa gente está muerta o en la cárcel. Entonces, ¿qué quieren que haga nuestra generación? ¿Pedir?”

“Lo que quiero es que se vea el horror, para que pare. Con Vietnam vimos el horror por televisión, y por eso terminó la guerra. Quiero hacer lo mismo. Este disco es mi informe de lo que he visto. Es un grito de guerra contra Estados Unidos.”

Así hablaba Tupac Shakur en televisión durante uno de sus dos años más complejos, 1993-1994. Primero fue acusado de dispararles a dos policías, después de pegarles a los hermanos cineastas Hughes, y finalmente de abuso sexual a una groupie –por último fue detenido por once meses, y la principal acusación fue ‘abuso por tocar el trasero’–. En noviembre de 1994, sin embargo, empezó el fin: cuando salía de grabar un remix en el mismo edificio en el que trabajaban los líderes de la industria del hip hop de la Costa Este (los productores André Harrell y Puff Daddy, más el rapper Notorious B.I.G.), le dispararon cinco veces, aparentemente para robarle. Pero Tupac aseguró, en una entrevista a Vibe, que había sido una trampa de los tres neoyorquinos. La “guerra” entre Costa Este-Costa Oeste había comenzado: por un lado Bad Boy, el sello de Puff Daddy, por el otro Death Row Records, del conocido mafioso Suge Knight. Los problemas de los empresarios –diversos– desgraciadamente terminaron por dirimirse con el enfrentamiento entre sus dos estrellas. Y la escalada recién comenzaba.

“Decían que como estaba preso iba a sacar mi mejor disco. Pero es al contrario, la cárcel te mata el alma. No tenía inspiración porque era un animal enjaulado.”

Tupac, paranoico, escapó del hospital, y tres días después entró a la Penitenciaría del estado de Nueva York, por cargos de abuso sexual. “Decían que como estaba preso iba a sacar mi mejor disco. Pero es al contrario, la cárcel te mata el alma. No tenía inspiración porque era un animal enjaulado.”

Mientras Tupac estaba detenido, su disco Me Against The World llegó al Nº 1; es el único caso en la historia de un artista preso con un álbum en la cima de los rankings. Pero cuando salió, Tupac era otro. No se trató sólo de la experiencia carcelaria: pagó su fianza Suge Knight, el poderoso y temible dueño de Death Row Records, que le ofreció un contrato leonino: con tres discos, iba a pagarle el millón y medio de dólares que costaba su libertad. Eso, además, exigía un alineamiento cuasi militar con los intereses de la Costa Oeste. Radicalizado, Tupac entró en su última etapa, la más contradictoria y tensa.

El soldado

Artísticamente, Death Row fue un lugar importante para Tupac. Trabajó con el gran Dr. Dre (hoy productor de Eminem) y con Snoop Doggy Dog, uno de los mejores y más notables rappers de la historia. Compuso 24 temas en dos semanas. En febrero de 1996 lanzó All Eyes On Me , un disco doble que vendió nueve millones de copias. Pero, en el medio, a Suge Knight se lo acusaba de tener oficinas donde se torturaba a artistas, y Dr. Dre se fue, para formar su propio sello, Aftermath. Tupac grabó un tema donde insultaba a su archienemigo Notorious B.I.G. (decía que se había acostado con su esposa Faith Evans, una típica bravuconada), y la cuestión se calentaba hasta límites muy peligrosos. “No tengo piedad en una guerra”, le dijo a la revista Vibe. “Voy a sacar a estos negros del negocio. Ya les saqué todo el poder. Y voy a destruir a cualquiera que quiera ayudarlos.”

El 7 de septiembre de 1996, Tupac y Suge Knight se agarraron a piñas con un joven de 21 años llamado Orlando “Baby Lane” Anderson, después de ver la pelea Tyson-Seldon en el MGM Grand de Las Vegas. Pocas horas después, Tupac recibió cuatro disparos en un cruce de caminos –él iba en auto con su jefe–. Nadie fue detenido jamás por el crimen: varias teorías aseguran que fueron Notorious B.I.G. y la gente de Puff Daddy quienes enviaron a un asesino a sueldo, aunque ellos lo niegan fervientemente. Como sea: un año después, Notorious B.I.G. y el supuesto asesino Anderson también estaban muertos, ambos asesinados. La guerra se terminó, de la peor manera. “El gangsta rap –dice Nelson George– generó paranoia y vendió millones, además de producir los mejores discos jamás hechos. Pero también creó el clima para que continuara el autogenocidio de los jóvenes de nuestra comunidad, y acabó con la muerte de uno de los artistas negros más talentosos de Estados Unidos.”

Afeni Shakur, la madre de Tupac, descubrió que su hijo sólo tenía 300 dólares en su cuenta bancaria al momento de su muerte. Se supo que él quería grabar a artistas de ambas costas para realizar una especie de tregua artística en la guerra, y que quería abandonar el sello. En los barrios, se lo elevó a la categoría de mártir. En abril de 2003, la importancia de Tupac quedó patente cuando Harvard organizó un simposio académico llamado: “Todas las miradas sobre mí: Tupac Shakur y la búsqueda del héroe popular moderno”. El profesor Mark Anthony Neal lo llamó “una celebridad gramsciana” y concluyó en que era un ejemplo de “intelectual orgánico”. En las multinacionales, se vendieron sus discos post-mortem, pero nunca se volvió a contratar a otro rapper tan potente, contradictorio, relevante, y político. Salvo, claro, a Eminem. Que, se sabe, no es lo mismo.

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