NOTA DE TAPA
Desde Alta suciedad que Andrés Calamaro no entraba a un estudio a grabar un disco de canciones propias. En el camino conoció la fama, desistió de las vulgaridades del estrellato, atravesó una hiperfertilidad creativa y un raid tóxico que lo volvieron célebre y se convirtió en el compositor más influyente en castellano. Casi diez años después, mientras su disco de tangos, su disco en vivo y los discos en que otros músicos lo homenajean se mantienen durante semanas como los más vendidos, Calamaro edita El palacio de las flores, en el que se puso en manos de Litto Nebbia para volver a mostrar su ductilidad y preciosismo en un estudio. A continuación, ambos presentan a dos voces el disco grabado a cuatro manos.
› Por Santiago Rial Ungaro
Durante años, la idea (que quizás en algún momento también se lleve a cabo) fue la de hacer un disco compartido, en el que Litto Nebbia grabara sus canciones favoritas de Andrés Calamaro y éste hiciera lo mismo con las canciones de Litto, para después volver a cantar juntos las nuevas versiones elegidas. “Lo de interpretarnos mutuamente es una idea antigua y sigue siendo un deseo, puesto que las canciones de Nebbia son de una profunda belleza, de una gran riqueza lírica y armónica, además de que tiene una canto extraordinario”, comenta Calamaro.
Siendo ambos artistas que se alimentan del derroche de energía, capaces de llevar a cabo varios proyectos en simultáneo, la idea de compartir un disco podría haber terminado en una comedia de enredos, como una larga anécdota de incompatibilidades y desencuentros. Incluso circulaban algunos chismes: que Andrés le habría pedido a Litto que “no pusiera acordes raros” en sus versiones de los temas, algo que para Litto (orgulloso fan del jazz y la bossa nova desde siempre) resultaba inaceptable. Cuesta demasiado imaginarse a Nebbia intentando entrar en el bizarro mundo de la Honestidad brutal y sus furtivas e interminables grabaciones caseras.
Hasta los horarios de cada uno parecían atentar contra el proyecto. Cuando la luna salía, el sol siempre se estaba yendo. Calamaro estaba abocado a un maratón de excesos de todo tipo, presa de una fiebre de hipercreatividad que derivó en El salmón y en cientos de grabaciones colgadas en Internet (algunas de ellas, hoy parte del proyecto que los une, como “El palacio de las flores”). Por su lado, Litto se instalaba en el Tigre, abandonaba el tabaco (algo que cambió su voz) y dejaba de desayunar con cerveza, sin perder nunca sus hábitos diurnos y su disciplina cotidiana para descifrar en su piano de cola las intrincadas armonías de sus inacabables melodías.
Nebbia siempre disfrutó al máximo de las posibilidades de tener a su disposición su propio estudio, al punto de hacer de la autocomplacencia un estilo de trabajo: si Litto quiere hacer un homenaje a Brian Wilson va y lo hace. Si quiere homenajear a Los Beatles va y graba un disco, aunque luego muy pocos se enteren. Y como Los Beatles tienen muchos temas que le encantan, unos meses después graba otro disco con otros temas de Los Beatles. Así hasta que en un momento llega al volumen 4 de su propio Nebbia’s Beatles Songbook...
En el caso de Calamaro, su talento compositivo explotó con El salmón, un verdadero suicidio comercial que también significó, con el tiempo, un cambio de piel, un renacer. Desde cualquier punto de vista, está claro que para él haber hecho El salmón fue liberador, catártico y necesario. A los fans de ese disco probablemente los desconcierte la armonía de El palacio de las flores, pero los que extrañaban al Calamaro “normal” se van a sorprender gratamente: la honestidad también puede ser amable.
“Mis seguidores viven indignados y decepcionados. Sufrieron con El salmón... ¡Y ahora sufren porque no hago El salmón todos los días! Están alterados desde que grabé El cantante. El salmón es un disco con 103 grabaciones-canciones. No sé si es un exorcismo o si es un caso de posesión diabólica... o sea el momento anterior al exorcismo. Lo más preocupante es que, después de El salmón, seguí grabando con similar intensidad un par de años más.”
Siendo Calamaro tan efusivo a la hora de expresar sus admiraciones musicales, de parte de Nebbia su actitud inicial parece haber sido más pasiva. Pero cuando se le pregunta a Nebbia –recordando aquella idea de hacer un disco de covers compartido– si conoce bien los discos de Calamaro, retruca: “¿Vos querés saber si escuché El salmón entero? Claro, por supuesto. Igualmente, su música está en el aire, es imposible no conocerla. A mí siempre me gustó mucho lo esponja que es él. Yo escucho una canción como ‘Dulce condena’ y veo que el tipo escuchó bien a Los Gatos Salvajes. Y también me parece muy esponja en su faceta compositiva, esa capacidad que tiene para crear temas ingeniosos con asuntos cotidianos. Pero a mí lo primero que me gusta de Calamaro es que cantando no copia a nadie. Lo bueno con Andrés es que uno puede hacer covers y transformarlos en temas “nuevos” y también hacer temas nuevos que parezcan oldies”. Si Calamaro no escatima elogios hacia Nebbia, Nebbia se muestra afectuoso, pero más circunspecto. Está claro que a Nebbia, fiel a su estilo, lo que más le entusiasma es lo que acaban de hacer y lo que puedan hacer juntos en un futuro. Mañana es mejor.
“La verdad es que a mí Los Abuelos no me gustaban. No es que los odiara, ja, ja. Pero soy muy duro con la gente que toca. Sí creo que cuando salieron Los Abuelos eran gente con espíritu artístico, comenzando por Miguel y también por Andrés. No se trata de que uno se crea mejor que nadie, pero yo en esa época estaba con otros delirios musicales mucho más refinados y complicados armónicamente.” ¿Será que Calamaro se cansó de los aduladores y se animó a juntarse con un músico al que muchos consideran como un verdadero “maestro”?
“A mí no me importa que un amigo me admire”, aclara Calamaro, quizás uno de los artistas más admirados de la Argentina. “No creo que sea una obligación. Pero sí espero que me respete, eso es lo básico, lo fundamental. Y creo que nos brindamos amistad, respeto y confianza.”
Claro que la relación hubo que construirla y en ese sentido el encuentro de Los Gatos Salvajes a mitad del año pasado fue una oportunidad para conocerse un poco más. Nebbia: “Andrés apareció con Ciro Fogliatta en la sala de ensayo y su actitud fue de mucha humildad y admiración, se veía que simplemente quería compartir ese encuentro con nosotros”. Calamaro terminó cantando un par de temas con Los Gatos Salvajes y el encuentro de alguna forma marcó un punto de inflexión en la relación: “Creo que fue justo en el recital de los Wild Cats en el Ateneo cuando de repente me di cuenta de la clase de tipo que era. Por eso después lo presenté así cuando vino a cantar en Obras. De repente se me armó el personaje y lo quise decir”.
Todo aquel que haya escuchado mucha música sabe que, llegado un punto (suerte de “punto crítico de sonidos escuchados”), se hace difícil que la música sorprenda: es como si el residuo de los pensamientos sobre la música escuchada limitara de alguna manera nuestra capacidad de sorpresa. Aunque uno disfrute, baile, cante y todo lo demás, hay una sensación (espantosa) de déjà vu, de que eso uno ya lo escuchó antes. Pero la música, como la vida, siempre se guarda la posibilidad de sorprendernos.
Hace casi un año (en diciembre del 2005), en el concierto de Andrés Calamaro en Obras, la música surgió desde el escenario sorprendiendo a todos, empezando seguramente por los propios músicos.
Ahí estaba Calamaro con su banda de entonces, los Bersuit Vergarabat. Aunque ya nos había acostumbrado a aceptar el valor de los desafíos, para muchos de sus seguidores incondicionales la decisión de elegir a los Bersuit como banda de acompañamiento no sólo parecía desafortunada sino también preocupante. Más allá de la innegable eficacia rítmica de la banda, la simplicidad de las canciones de Calamaro siempre distinguió por tener un sentido estético y una sutileza bastante alejada de ese catálogo de lugares comunes que es La Argentinidad al palo. Para colmo, Calamaro (siempre lleno de proyectos) periódicamente daba a entender que no sabía qué hacer, que se sentía dubitativo, acabado.
Y sin embargo hubo que reconocer que, promediando el show, el oficio de la banda, sus ganas y su emoción los llevaban a cumplir bien su función: hacer que las canciones de Calamaro mantuvieran su sensibilidad a flor de piel dándoles un pulso caliente, pero sobrio. Sin el Pelado Cordera, la faceta más rockera y suburbana de Bersuit Vergarabat cumplía su cometido. Y punto. Hasta que Calamaro, devolviendo la gentileza, decidió presentar a un invitado muy especial: Litto Nebbia. La introducción con la que presentó a su invitado generó un ambiente de expectación propicio para lo que vino después. Calamaro habló de un viaje en auto compartido con unos amigos, escuchando un casete con un compilado de Nebbia.
Y si en su momento la calidez de las canciones de Nebbia lo conmovieron profundamente, el espontáneo panegírico de Calamaro lo pintó de cuerpo entero como lo que es: un “salmón” más viejo y grande, abocado a esa aventura oceánica, heroica, casi quijotesca que viene llevando a cabo con Melopea, y que tiene en su propio proyecto musical su ejemplo más emblemático.
El discurso de Calamaro debe haber tocado alguna fibra íntima del rosarino. Y como lo que decía era cierto (y ahí está el catálogo de Melopea para confirmarlo), ese rescate de Litto Nebbia (rescate emotivo e intelectual, ético y estético) tomaba una dimensión política.
Lo cierto es que Nebbia subió al escenario a tocar con Calamaro y los Bersuit, y se tocó todo. Mejor dicho: se tocaron todo.
Cuesta imaginar dos proyectos más diferentes que los de Bersuit Vergarabat y de Litto Nebbia y La Luz (Daniel Colombres en batería, Ariel Minimal en guitarra y en bajo), banda que finalmente acompañó a Calamaro durante la grabación de su último disco solista. Y sin embargo, Calamaro aclara que aquel explosivo encuentro se debió, en parte, a una sana influencia bersuitera.
“Fue el núcleo duro de los fundadores de Bersuit el que me inculcó el espíritu Nebbia que me faltaba, si es que me faltaba. No hay músicos más atentos y fieles a la música de Litto que Juan, Pepe y Carlos.” El palacio de las flores, nuevo disco solista de Andrés Calamaro, plasma ese encuentro entre ambos, con Calamaro volviendo a la carga con sus propias (y esperadas) canciones. Un encuentro muy esperado: desde finales de los ’90 que Calamaro venía manifestando insistentemente su admiración por Nebbia, y en algunas de sus canciones se percibía la influencia de Los Gatos Salvajes, la primera banda de Nebbia, hace casi cuatro décadas.
“Muchos años atrás Andrés me habló, varias veces, para hacer un disco, pero consideré que no era el momento”, explica Nebbia. “Hacer un disco no sólo es la calentura de querer tocar con alguien, tiene que haber algo que conecte a los que intervienen, que se dé una confianza entre los que lo hacen que les permita divertirse con cada cosa que va pasando. Y cuando digo que se diviertan me refiero a que puedan enorgullecerse de lo que están haciendo.”
La idea de que la unión Calamaro-Nebbia decantara en el nuevo disco de Andrés fue de Litto. “La verdad es que cuando se reúnen dos figuras conocidas las cosas suelen terminar mal. Charly-Spinetta, Sabina-Páez, Cortez-Cabral, todos terminaron mal. Es como si los dúos siempre tuvieran que terminar peleados. Si no, mirá el ejemplo de Tom & Jerry.”
Por lo pronto, la alianza entre el ex Gato Salvaje y el ex Abuelo de la Nada parece tener vínculos tan profundos como el orgullo que ambos comparten por un disco a la vez sorprendente y discreto. Calamaro sólo tiene palabras de agradecimiento: “Litto se portó como un amigo, como un verdadero compadre y me abrió las puertas de su estudio, de su familia, de sí mismo. Me brindó confianza y compartimos almuerzos, mates y buena charla”. Conscientes de que era una oportunidad excelente para los dos (a Nebbia esta alianza con Calamaro lo conecta con nuevas generaciones que no conocen sus discos), ambos hablaron mucho sobre la dirección a seguir. Nebbia lo confirma: “Hablamos de las cosas que nos gustan, que amamos y lógicamente de las que detestamos. Para hacer un disco de esta naturaleza hay que saber mucho qué piensa el otro. Es como casarse... Porque, si no, un disco de ‘famosos’ puede terminar sólo en eso: en una reunión de dos caretas”. Sobre el carácter fuerte de Nebbia, Calamaro tiene claro que para hacer una tortilla hay que romper un par de huevos: “A mí la gente con carácter áspero me cae bien. Respeto a los hinchapelotas”. Lo que Calamaro parece haber encontrado en Nebbia (que finalmente quedó en el rol de productor, arreglador e intérprete) es contención: “Hice todas las concesiones, de entrada ya le dejé el timón del barco. Por respeto, como estrategia espontánea y hasta por comodidad. Yo fui discreto y tranquilo. Sentí que podía confiar”.
En palabras de Nebbia: “El disco huele a que la hemos pasado muy bien. Tiene mucha unidad: es un disco largo y coherente, que tiene muchos rincones a descubrir. Los músicos de La Luz estuvieron fantásticos, y también hay violines, chelos, flautas, saxos. Hasta la gente de Dro (el sello discográfico español que edita los discos de Calamaro) me pareció muy buena gente, algo inédito para los tiempos que corren. Ojalá que la gente pueda disfrutar del clima de disfrute que tiene el álbum”.
Calamaro: “Antes de empezar a grabar analizamos distintas formas de abordar el abordaje. A Nebbia le encanta pensar, escribir y compartir la forma formal, la parte teórica de un próximo disco. Después de dialogar bastante, Litto me propuso que éste sea mi siguiente disco de canciones originales. Al mismo tiempo, sigo sosteniendo que lo importante es interpretar, que composiciones hay miles y muy buenas, pero que hay que poder cantarlas con sentido y con feelin’”. Si algo abunda en este disco amable y elegante es sentimiento, un sentimiento de búsqueda que, a pesar de pertenecer a distintas generaciones, ambos comparten. Esa búsqueda de la canción perfecta alcanza su máxima expresión en “El compositor no se detiene”, gran tema de Nebbia que confirma una vez más que la unión hace la fuerza.
“‘El compositor...’ es una canción que me mostró Litto en un momento importante, porque justo yo tenía que desatar un nudo creativo personal, y Nebbia me trajo esta canción llena de profundidad lírica y dignidad personal. En un momento pensé en que ya había dado todo lo que podía dar. Antes de conocer a Litto pensaba que era una duda legítima para cualquier autor de canciones, pero ahora sé que siempre hay una nueva canción para escribir. A veces la canción te encuentra, pero casi siempre hay que buscarla.” En este caso, la canción lo encontró: basta escuchar a Calamaro cantar las primeras estrofas de la canción (“Yo sé que estas calles no me pueden parar / Ando como el río sin mirar atrás / y si alguien me detiene es porque no entendió / que el dolor fortaleció mi corazón”) para aceptar que, al final de cuentas, sólo se trata de vivir y de seguir inventando esperanzas.
Ese es quizás el discreto encanto de El palacio de las flores: el disco emana una sentimiento de esperanza.
Con Litto Nebbia pasa algo curioso. Aunque nadie niega su importancia por los caminos que abrió con su música, la verdad es que ser tan prolífico lo volvió esquivo, para muchos oyentes de nuevas generaciones (como son los que vienen siguiendo a Calamaro durante los últimos 20 años) sus discos son prácticamente desconocidos. Incluso su generosidad, al abocarse tanto a su trabajo en Melopea, hizo que su propia “carrera” solista perdiera protagonismo. Salvo para sus seguidores incondicionales, sus últimos discos han pasado casi desapercibidos. Como sea, a Nebbia no le queda bien la era MTV. Su relación con Calamaro es, desde ese punto de vista, una oportunidad para explorar su música y sus discos. Claro que para Calamaro (que en su momento de mayor celebridad, después de Alta suciedad, se quejó amargamente por la falta de reconocimiento de parte de Charly y de Spinetta, en un gesto de inocencia que lo pinta por completo) esta situación le resulta coyuntural: “La verdad que no es mi intención reivindicar ni redescubrir a Nebbia, no me parece correcto pensar así. Sí creo que el trabajo de Litto, su música y su dinámica creativa y productiva son aleccionantes y reivindicativas por propia naturaleza. Yo no pienso en ‘rock nacional’, ni siquiera me gusta el término. Prefiero pensar en música, o en arte o en música argentina o simplemente en la realidad. Las corrientes de valor y revalorización son caprichosas, pero también son firmes. Yo mismo, hace poco tiempo, pensaba que no existía. No sé si Litto tiene problemas con el lugar que ocupa en el universo rockero. Sé que siempre hizo lo que quiso, moviéndose entre el rock’n’roll, la música brasileña, el folklore, el tango y la música universal, y haciendo siempre su propia música... Litto ha hecho mucho”.
Desde Alta suciedad que un disco de Calamaro no tiene tanta musicalidad y la verdad que su faceta soulman no sólo es disfrutable sino que también es curativa. Haciéndose cargo de su nombre, Litto Nebbia y La Luz les aportan a las canciones de Calamaro una luminosidad –que en muchos de sus temas anteriores brillaba por su ausencia– y el inconfundible sello musical de Nebbia, con sus armonías enriqueciendo varios pasajes del disco, pero sin hacerle perder el swing ni la simpleza que a esta altura forman parte del estilo de Calamaro. El recorrido hecho por “El cantante” no ha sido en vano y ahí están sus letras, en las que no ha perdido ni el filo ni su don para crear canciones pegadizas. Pero si la música es “aire sonoro”, hay algo más en este disco, ese qué sé yo que necesariamente dividirá aguas entre quienes les guste este nuevo Calamaro y quienes extrañen el Calamaro de antes: el disco fue hecho en Melopea y él tenía claro que es lo que buscaba encontrar ahí. Si la intención de Andrés Calamaro era cambiar drásticamente ciertas “costumbres argentinas” y aprender a decir “no”, la filosofía atemporal con la que se trabaja en Melopea, el ambiente familiar y cálido del refugio de Nebbia y sus amigos (como ingeniero estuvo el infaltable Mario Sobrino) lo sedujo más que la posibilidad de grabar en un estudio millonario en cualquier lugar del mundo.
Desde la perspectiva de Melopea (un estudio profesional y a la vez casero) quizá sólo se trate de otro disco, aunque sea excelente. Pero que un artista tan popular y vendedor como es Andrés Calamaro decida grabar su esperado nuevo disco de canciones en un estudio tan marginal a las tendencias de la industria es, en sí, un manifiesto estético: “Melopea es la envidia de cualquier músico, de cualquier artista. Un estudio con una consola antigua, donde se están generando grabaciones todo el tiempo, un estudio donde Goyeneche grabó sus últimas cosas, donde Fats Fernández grabó 8 discos. ¡Un estudio donde se graba todos los días desde las 10 de la mañana! Además, un sello con tantas ediciones, que edita tanta música valiosa, interesante y pura. Es un gran ejemplo a seguir, un difícil ejemplo. Ojalá el legado de Melopea sea eterno”.
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