Dom 29.10.2006
radar

Quererse sirve

› Por Martín Pérez

Lo primero que se puede decir de un disco deslumbrante y generoso como es El palacio de las flores es que éste es el verdadero regreso de Andrés Calamaro. Pero tal vez semejante afirmación no sea del todo fiel a la verdad: El palacio... no es el disco del nuevo poeta fértil dándose a conocer –tal vez lo sea el que promete realizar el año próximo junto a Cachorro López– sino que es el que termina de dar una completa muestra de todo lo que es Calamaro ahora que se ha dado la mano con la industria, y que está en paz con su historia y consigo mismo, tanto con su lado oscuro como con ese otro del que habla en “Miami”, uno de los nuevos temas de este disco junto a Litto Nebbia: “Que el mundo se entere de que quererse sirve”.

Si Javier Limón fue la persona que pudo sacar a Calamaro de ese exilio de campo y burro en el que –a decir de Ariel Rot– se había recluido luego de su particular catarata de escribir canciones, si la Bersuit fue la banda que le devolvió la confianza sobre el escenario, El palacio de las flores demuestra que Litto Nebbia era la persona indicada para devolverlo al estudio y a la composición. “Ahora puedo lo que no podía”, canta Calamaro en uno de los temas nuevos del disco, y a las pruebas hay que remitirse. Puede, por ejemplo, rescatar del olvido una de esas “canciones turras”, temas pegadizos que condenó a no ser editadas en aquellos tiempos camboyanos por ser, justamente, demasiado contagiosas. “Corazón en venta” es uno de esos temas, y no casualmente es el que abre el disco. Pero eso es lo de menos: lo más importante de El palacio de las flores, lo que deja sin aliento a quien lo escucha, es el rescate de lo mejor de aquellos temas que siguieron saliendo después de la proeza de El salmón. Aquellas gemas del CD colgado online –un virtual sexto disco de El salmón quíntuple– rescatadas en El cantante (“Estadio Azteca”, “La libertad” y “Las oportunidades”) tienen su correlato en las seis canciones de El palacio..., rescates del naufragio de ese disco que nunca fue, llamado tanto El tilín del corazón como El 22.

Hoy que todo el mundo cree en Calamaro, que la industria lo abraza y lo celebra, y le concede cualquier deseo a fuerza de ventas, es fácil creer en El palacio de las flores. Pero cuando El salmón era recibido como una lápida sobre su carrera, Calamaro siempre aseguró que justo entonces estaba escribiendo sus mejores canciones. Y temas como el que da nombre a este nuevo disco, “Mi bandera” o “Patas de rana” así lo atestiguan, poniendo a Calamaro dentro de eso que Javier Limón llama la big music: esos géneros originales y eternos. Con los tan discutidos El cantante y Tinta roja lo que Calamaro hizo fue justamente empezar a dialogar con eso que hay más allá del rock y que ahora abraza junto a Nebbia en su nuevo disco (en el que, por ejemplo, por primera vez pone su voz sobre un arreglo de cuerdas en la maravillosa “Tengo una orquídea”). No es casual el vínculo con Nebbia, el histórico siempre ninguneado por la historia oficial del rock nacional en su faceta post-Gatos, que lo ignoró justo cuando estaba escribiendo sus mejores canciones al salirse del endogámico mundo del género y empezar a investigar otros horizontes, como el folklore. Así como Calamaro se muestra orgulloso de ser aceptado en Casa Limón, ser parte de un proyecto de Melopea completa esas medallas que descubre que puede lucir honrado en un presente que le sonríe cada vez más. Y al que le canta en las enamoradas canciones inéditas de El palacio de las flores. “Vivo el mejor tiempo de mi vida”, dice Calamaro, y no lo dejan mentir tanto los reconocimientos como las canciones.

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