MúSICA
Música Después de diez discos y una incalculable serie de convulsiones, The Flaming Lips ratifica su condición de Gran Esperanza tecno-psico-lumpen-aristocrática en el mundo del rock. Entre la pompa cibernética y una humildad íntima y desenchufada, el último disco de la banda, Yoshimi Battles The Pink Robots, habla de robots, de corazones rotos y de la muerte del cuerpo, pero su fuerte –mucho más raro– es que hace llorar de alegría. Rodrigo Fresán explica cómo y adelanta el curioso argumento de Christmas on Mars, la inminente película con la que estos freaks de Oklahoma pretenden fundir a Frank Capra con David Lynch y Stanley Kubrick.
› Por Rodrigo Fresán
EL ÉXTASIS Y LA
AGONIA
De eso trata Yoshimi...: de darse cuenta de ciertas cosas, de estar de vuelta
de todo y, ya que estamos, de invertir los factores del lugar común.
El éxtasis antes de la agonía y así escaparle a la facilidad
de armar otro álbum alrededor de la muerte proponiendo, en cambio, un
álbum sobre lo que ocurre antes sin por eso esquivar la certeza del final
más final de todos. Y también trata de llorar. Llorar de alegría:
ese acto entre contradictorio y lógico, pero que se hace perfectamente
palpable en la música de The Flaming Lips, una banda de freaks de Oklahoma
que a lo largo de diez discos y múltiples convulsiones se las arreglaron
para convertirse en la más que grande esperanza tecno-psicodélica-lumpen-aristocrática,
dejando muy en la retaguardia a supuestos vanguardistas profesionales como Björk
y Radiohead. Tres tipos que construyen la música de fondo perfecta para
leer a Philip K. Dick o –lo que es lo mismo– asomarse a la ventana
y ver lo que ocurre ahí afuera, en ese espacio exterior de todos los
días al que viajamos sin traje presurizado y escafandra, pero con la
misma audacia de aliens o de colonos marcianos: lo importante no es la raza
sino el viaje, el trip, estar en las nubes, orbitando, como un Syd Barret al
que el LSD, en lugar de freírle el cerebro, le aumentó hasta extremos
preocupantes el coeficiente intelectual.
EL VIAJE MAS LARGO
En cualquier caso, Wayne Coyne –voz y líder de los Flaming Lips–
asegura que no se droga, que alguna vez fumó marihuana, pero que lo puso
“muy paranoico” y que le alcanza y sobra con tener un hermano de cincuenta
años adicto al crack. “Mi música es como drogarme, sólo
que sin drogas. Yo me metí en esto para saber más del mundo y
de mí. No hace falta meterse en el rock para drogarte. Lo único
que necesitás son drogas y un sofá cómodo”, dice Coyne.
Y eso se nota en Yoshimi...: una autenticidad que viene del sentimiento verdadero
y atemporal, y no de la moda del momento y la droga by design que suele acompañarla.
Y una forma de ver las cosas y la música que lo emparienta con otros
inocentes alucinados de la sensibilidad –como They Might Be Giants, Jonathan
Richman, The Magnetic Fields y Violent Femmes–, pero los coloca, también,
en otra parte, a solas con esa música donde el pop más gentil
se funde con lo industrial más lírico y se oye esa vocecita de
Coyne cantando a mitad de camino entre el John Lennon más vulnerable
y el Neil Young más... Una cosa es cierta, indudable: en la vida de cualquiera
hay un antes y un después de llenarse los oídos con The Flaming
Lips. Y Yoshimi... es el vehículo perfecto para el debut, aunque, si
se puede, lo más recomendable sería tragarse de golpe el doble
Big-Whopper que esta dosis fuerte de pop-manga existencialista y romántico
compone con el majestuoso The Soft Bulletin, encandilante obra maestra de 1999.
Pensar en Yoshimi... como en algo que surge de la fascinación made in
Japan de la banda y la muerte temprana de una amiga japonesa. Pensar en Yoshimi...
como en algo más que un simple álbum conceptual, porqueYoshimi...
maneja tres conceptos diferentes para acabar fundiéndolos en un todo
armonioso. Las once canciones del disco tratan de: a) la heroica lucha de Yoshimi
–una especie de Lara Croft japonesa– contra un robot terrible que
termina amándola; b) la fatiga de materiales de los sentimientos; y c)
la brevedad de nuestro paso por este mundo, en el que “no se suponía
que tú y yo fuéramos parte del futuro... Todo lo que tenemos es
el ahora”. Así, Yoshimi... es el menos ortodoxo de los discos-de-protesta;
su tema es la rendición combativa ante la inevitable victoria de la muerte.
La guerra se pierde, pero se pueden ganar todas las batallas. ¿Cómo?
Pasándola lo mejor posible mientras estamos aquí. Así,
el álbum inspecciona lo que vendrá –robots, corazones rotos,
muerte del cuerpo– desde diferentes ángulos, con una música
que oscila entre la gran cyberpompa y la humildad íntima y desenchufada
para –ya se dijo, lágrimas y risas– terminar convirtiéndose
en el más feliz de los discos tristes.
VERDADERO/FALSO
Hoy, luego de varios cambios y sismos, por suerte, The Flaming Lips gozan del
respeto de toda persona sensible e inteligente -además de disfrutar de
la adoración crítica y de sus colegas–, mientras parecen
haberse estabilizado “grabando álbumes de alto presupuesto”
como terceto: la voz del gurú Wayne Coyne (41 años), el multiinstrumentista
Steve Drodz (33), el bajista Michael Ilvins (39), más la presencia omnisciente
de Dave Fridmann, productor georgemartiniano y cuarto hombre. Sin embargo, en
la composición química de The Flaming Lips hay un “pequeño
problema”. Uno de esos pequeños problemas que pueden crecer sin
problemas a la categoría Gran Problema: la propensión casi patológica
al anecdotario bizarro que, para un oyente al que acaso le interesen más
esas cosas que esta música, puede distorsionar el perfil del grupo hasta
convertirlo en un cautivante pero poco respetable circo freak. Ese anecdotario
-inevitable– será explorado en las siguientes líneas mediante
el transitado método del verdadero o falso. Ustedes eligen. 1) The Flaming
Lips –cuando arrancaron en Oklahoma City, 1983– eran tan pero tan
pobres que se robaron los instrumentos musicales de una iglesia. El problema
es que ninguno de ellos sabía tocar algún instrumento. ¿Verdadero
o falso? 2) Y les iba tan mal que llegaron a pensar que no estaría mal
prenderle fuego al escaso público para que los medios les llevaran el
apunte: “Mejor raros que estúpidos”, era su lema. ¿V/F?
3) El nombre de la banda proviene de un sueño ¿inventado? por
Coyne en el que, cuando tenía siete años, hacía el amor
con la Virgen María y ésta le decía: “Besa mis labios
en llamas”. Los encargados de prensa del sello Restless se lo creyeron
y lo pusieron en su primera gacetilla. ¿V/F? 4) Se hacen conocidos en
1993 con el tema “She Don’t Use Jelly” -que le canta a una chica
que en lugar de mermelada les pone vaselina a los sandwiches– y se ganan
una aparición surrealista en la serie “Beverly Hills 90210”.
¿V/F? 5) En 1996, Drozd casi pierde una mano como consecuencia de la
picadura de una araña. “Seamos sinceros: no fue más que una
infección monstruosa ocasionada por la jeringa con la que me inyectaba
heroína... No sé, me pareció más interesante y simpática
la historia de la araña”, confiesa Drozd por estos días,
libre de adicciones y de arácnidos. ¿V/F? 6) Drozd tiene una foto
de Rick Wakeman en su teclado: “Para inspirarme”, explica. ¿V/F?
7) Michelle Martin –esposa y musa de Coyne desde siempre– suele aparecer
en las fotografías junto a su marido vestida de conejo gigante Harvey
y tocando la guitarra. ¿V/F? 8) Ahora, Coyne –que en 1995 casi se
vuelve loco, pero hoy está perfecto y es muy feliz– sueña
con un montaje en vivo de Yoshimi... que incluya “máquinasmutantes,
inmensas secciones de vientos, coros... y un escenario que al final se expanda
y aplaste al público. ¿Qué tal, eh?”. ¿V/F?
Respuestas correctas: verdadero en todos los casos.
PROXIMO ESTRENO
En otra dimensión de este mismo mundo, casi al final de Blade Runner,
Roy Batty, replicante modelo Nexus 6, número de serie N6MAA10816, agoniza
diciendo que escuchó tantas cosas y, entre ellas, una canción
de Yoshimi... en la que se oye que “otro robot aprende a ser algo más
que una máquina”. Batty la canta y el nenito cibernético
de A.I. se acerca a él y lo ayuda con los coros y la palomita. Aquí
y ahora, la prestigiosa revista inglesa Uncut le otorga a Yoshimi... la calificación
maximísima de 5 1/2 estrellas (media estrella más que el máximo)
por ser “el mejor disco editado en toda la historia de nuestra publicación”;
los fans discuten si aquel formidable The Soft Bulletin de 1999 era el equivalente
de Revolver y este Yoshimi... viene a ser algo así como Sgt. Pepper’s...,
quién sabe, no importa. Las canciones orquestales de The Soft Bulletin
–anterior obra maestra sobre científicos, heridas de guerra y superhéroes
impotentes– se funden a la perfección con la electricidad del cuerpo
de estos robots y estos agonizantes del Sol Naciente. Y, ahora que lo pienso,
tiene cierta gracia que la salida de Yoshimi... coincida con la resurrección
treintañera del Ziggy Stardust de Bowie: hay aquí interesantes
puntos de contacto en ese futurismo del presente donde dos héroes a contramano
se enfrentan con el apocalipsis de todos los días. Sí, Yoshimi
y Ziggy serían buenos amigos, y sólo queda rezar para que todo
siga más o menos bien dentro de tres décadas, cuando salga la
edición especial y doble de Yoshimi... con todas las canciones que Coyne
se guardó para más tarde (“Satellite of you”, “The
Captain”, “The Switch That Turn Off the Universe” son algunos
de sus títulos, a los que se suma la versión cantada por Coyne
en japonés de “Yoshimi Pt 1”, que ya apareció en la
encarnación oriental del álbum).
Mientras tanto, y hasta entonces, Coyne trabaja en un muñeco que explotará
en la próxima Halloween, cubriendo de tuco y spaghetti a sus vecinitos.
Y en una película...
Christmas on Mars –noventa minutos que serán rodados en el patio
trasero de su casa, donde Coyne ya ha construido una especie de cápsula
espacial– será la primera película de The Flaming Lips. Coyne
la define como “una combinación de Frank Capra y David Lynch y Stanley
Kubrick... Y trata de un grupo de científicos que se preguntan en Marte
si hay que celebrar la Navidad. Ellos no creen en Dios, pero la idea de la Navidad
les recuerda sus hogares y... Uno de ellos –Steve Drodz– parece perder
la razón y se hace traer un árbol y un traje de Papá Noel
de la Tierra y todo va bien encaminado hasta que hay un problema con los tanques
de oxígeno y se enfrentan a la muerte. Entonces aparece un marciano –Coyne,
por supuesto– que los inspira para, en el momento de la muerte, creer en
lo increíble. Coyne explica: “La película terminará
con la idea de que el acto de creer no es algo teórico sino algo que
debe ser experimentado. Creer es una parte importante de lo que nos define como
humanos. Así, los científicos acaban creyendo en las Navidades
no como algo que se desprende de la religión o de la magia sino como
algo que alivia su desesperación. La moraleja de todo el asunto es que
la única forma de no volvernos locos del todo es volvernos un poquito
locos”.
Ah...
Verdadero.
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