Dom 25.08.2002
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TELEVISIóN

Extraña pareja

Versión proletaria de El Principito, Kes –la segunda película de Ken Loach– injerta la amistad entre un chico y un halcón en un contexto social signado por la tensión y la violencia.

› Por Horacio Bernades

Aunque seguramente nunca se lo propuso, Ken Loach logró con Kes la más completa refutación del viejo adagio que aconseja no filmar con niños ni animales, dos especies supuestamente “imposibles de dirigir”. Rodada de modo semiprofesional y estrenada en 1969 con un sorpresivo éxito de público en su país, la segunda película de Loach -posiblemente el realizador contemporáneo más consecuente con el cine social y político– es la historia de un chico y un halcón. Verdadero clásico moderno del cine inglés –al punto de que hace tres años se lo reestrenó a toda pompa para celebrar sus primeros treinta–, modelo de realismo cinematográfico bien entendido –todo lo que se hizo de allí en más en el género le debe algo–, Kes no había vuelto a proyectarse en Buenos Aires desde su estreno, allá por principios de los 70. De esa noche acaba de rescatarla el canal Europa Europa (30 de Cablevisión, 30 de Multicanal, 34 de Telecentro), que viene programándola con cierta regularidad desde hace un tiempo y volverá a ponerla en pantalla (acaso por última vez) el próximo miércoles a las 22.
Es curioso, pero el film –un paradigma del cine social– jamás hace de lo social su tema central. De allí, seguramente, su eficacia, su falta de didactismo, su ausencia de sermones totalizadores. Al adaptar la novela The Kestrel and the knave, Loach, que todavía firmaba “Kenneth”, intuye que basta poner a un personaje en contexto para que uno y otro hablen por sí solos y pone en práctica lo que le enseñó una larga década de filmar documentales para televisión. Se limita a elegir un personaje y seguirlo, sabiendo que de allí surgirá –necesariamente– alguna forma de verdad. El personaje es Billy Casper, un chico de Yorkshire y de familia de mineros. Como sus compatriotas Jagger & Richards, Billy no puede encontrar satisfacción; pero no tanto en las chicas (el sexo nunca fue el fuerte del cine de Loach) como en el mundo social que le ha sido destinado: la mina (en la que se abisma su hermano mayor), la escuela (cuyos profesores ignoran a los alumnos), los partidos de fútbol (donde queman energías sus compañeros), las reuniones de los sábados a la noche en el pub de la zona. Es posible que, a raíz de su inadecuación, Billy sea lo que hoy se llamaría un “diferente”. Pero Loach tiene la decencia intelectual de no convertirlo en una indefensa víctima social (al menos hasta la últimasecuencia, donde el director se deja tentar por la desgracia). Billy es un chico muy despierto, bastante díscolo, que eventualmente puede incluso funcionar como victimario (como cuando abusa de un compañerito de escuela). Puede que no sepa lo que quiere, pero lo quiere ya. Y lo que quiere es entrenar al halcón cuyo vuelo lo fascinó en una de sus frecuentes escapadas al campo. Como si se tratara de una versión de El Principito en clave de realismo sucio, el halcón –que, como los niños, no admite la doma pero sí la domesticación– es la rosa que Billy decide cuidar. En su connotada denuncia del sistema educativo británico, Kes puede ser vista también como la contracara working class de If..., otro clásico coetáneo con el que comparte, sobre todo, la denuncia del castigo corporal –ese viejo vicio inglés– como pieza esencial del sistema.
Pero Loach no tiene la menor intención de alegorizar. Ejercita la mirada pura y simple del documentalista, acentuada aquí al trabajar con noactores cuya vida diaria es idéntica a la de los personajes. El documentalista aborda lo real como quien le pide prestadas imágenes al mundo. En Kes, esa política se manifiesta en el modo en que el cineasta abre y cierra cada escena: siempre por la mitad, dando la sensación de que la vida de los personajes excede las dimensiones de la película. Quizás ésa sea la mejor lección del realismo de Kes y del cine de Loach todo: la idea de que el mundo es más grande que el cine.

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