Dom 14.01.2007
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CINE > LA MARíA ANTONIETA DE SOFIA COPPOLA

La cabeza del mundo

Este mes se estrena María Antonieta y, como sucedió con las dos películas anteriores de Sofia Coppola, las aguas ya están divididas. Y esta vez, de manera turbulenta. Algunos ya la acusan de frivolidad incandescente. Otros la celebran como una sutil y brillante actualización de una figura histórica. Para la autora norteamericana y teórica del feminismo Camille Paglia, las alusiones al rock, a la adolescencia impenitente de nuestra época y una maquinaria capaz de crear estrellas y divas mientras afuera el mundo se desmorona no son casuales.

› Por Camille Paglia

María Antonieta está de moda nuevamente. En septiembre pasado se estrenó un documental de la televisión pública inglesa sobre la última reina de Francia, y ahora se estrena la película de Sofia Coppola. Ha habido también un notable torrente de libros sobre el tema: dos obras de ficción histórica –The Hidden Diary of Marie Antoinette, de Carolly Erickson, y Abundance: A Novel of Marie Antoinette, de Sena Jeter Naslund– además del ensayo erudito Queen of Fashion: What Marie Antoinette Wore to the Revolution, de Caroline Weber, profesora de francés del Barnard College.

Todos esos trabajos están en deuda, de un modo u otro, con Marie Antoinette: The Journey (2001, recién editado en la Argentina por editorial Edhasa como La última reina), la hermosa e ingeniosa biografía escrita por Lady Antonia Fraser. Fue la traducción inglesa abreviada (2000) de una enorme biografía de María Antonieta escrita por la historiadora francesa Evelyne Lever y publicada en 1991 lo que despertó inicialmente el interés de Coppola. Sofia Coppola compró los derechos del libro de Lever (que asume una mirada algo escalofriante de la reina) y más tarde la contrató como consultora histórica para la película. Pero fue la biografía de Fraser, que según Coppola había “humanizado” a María Antonieta, lo que inspiró directamente el guión (escrito por la propia directora). La película está protagonizada por Kirsten Dunst y fue rodada en los jardines y palacios de Versalles con un permiso especial del gobierno francés, que les franqueó acceso incluso a la Galería de los Espejos. Recibió reseñas desparejas (e incluso se dice que hubo abucheos) en el Festival de Cannes, en mayo pasado. Cierta controversia ya se arremolinó en torno de las citas que hace la banda de sonido al new romantic de los ’80, así como alrededor de la sorprendente negación del film respecto de la Revolución Francesa (la película termina antes del encierro y la muerte por guillotina de María Antonieta). Coppola alega, provocativamente, que lo que ella ha hecho es simplemente una película acerca de “adolescentes en Versalles”. La propia Fraser (junto con su marido, el escritor Harold Pinter) se ha mostrado entusiasta, llamándolo “el film más hermoso que he visto jamás”.

La saga de María Antonieta presenta problemas verdaderamente intimidantes para cualquier adaptador. ¿Dónde deberíamos depositar nuestras simpatías?: ¿con la resuelta y divertida chica de 14 años de edad que fue arrancada de su hogar en la corte vienesa de los Habsburgo para servir como yegua reproductora para la realeza francesa? ¿O con el empobrecido proletariado francés cuyos impuestos aseguraron los ostentosos lujos de una aristocracia parásita? A lo largo de los últimos dos siglos, las miradas sobre María Antonieta se han visto filosamente polarizadas: fue o bien una santa y mártir o bien un monstruo y una Mesalina (uno de los muchos mordaces apodos que lanzaron sobre ella durante su vida).

Habilidosamente imparcial, Fraser hace de María Antonieta una presencia palpable, sensible sin forzarnos jamás a suspender nuestro juicio ético. Explota los mitos (María Antonieta nunca dijo “que coman torta”), desestima los rumores lascivos acerca de la ninfomanía y el lesbianismo de la reina, e induce respeto por su valentía ante la adversidad. Pero Fraser también admite como creíbles los cargos de traición, parcialmente basados en una filtración de secretos militares, que llevaron a la condena y ejecución de María Antonieta. Fraser se extiende relativamente poco sobre los problemas sistémicos de la sociedad francesa que harían eclosión en la Revolución de 1789. El feudalismo medieval se dilató en Francia como no lo hizo, por ejemplo, en Inglaterra, que ya se encontraba en los primeros pasos de la Revolución Industrial. Y la resistencia de los franceses a la reforma deprimió su economía hasta el siglo XIX. En el fascinante libro de Fraser, el sufrimiento o la frustración de la ciudadanía francesa a veces parece ser mero ruido de fondo –como lo fue durante mucho tiempo para la propia María Antonieta–.

La pregunta insistente es por qué María Antonieta se ha vuelto de pronto tan ubicua. Aunque la invasión y ocupación de Irak han sido percibidas por muchos alrededor del mundo como un ejercicio de imperialismo norteamericano, nuestra actual Primera Dama, Laura Bush, tiene mucho más en común con la Pat Nixon de abrigo de paño que con Nancy Reagan, que gastó 200 mil dólares en nueva porcelana para la Casa Blanca durante una recesión, o con Hillary Clinton, quien vistió un generoso abrigo de terciopelo negro con una impresionante trenza de oro, a la manera de María Antonieta, para su interrogatorio por el fiscal especial Kenneth W. Starr.

¿Se ha convertido la democracia representativa, paralizada por partidismos rencorosos e incompetencia burocrática, en un ancien régime disminuido y amenazado por hordas a sus puertas? Hay una incómoda sensación de asedio en Europa y en los Estados Unidos respecto de las inquietas minorías inmigrantes que han tomado las calles o han engendrado saboteadores. La intelligentsia parece fatigada, saturada de teoría sin sentido, e incapaz de afectar los hechos. El fervor se ha volcado a los fundamentalistas religiosos tanto en el Cristianismo como en el Islam. El materialismo y la ansiedad por el status (evidente aun en la educación superior, con su esnobismo de consumo de marcas) ha tomado la delantera en el Occidente relucientemente hi tech. Incluso el turbulento Tercer Mundo ofrece contrastes agónicamente absolutos. La historia de María Antonieta, con sus premoniciones de perdición en medio de un fatalismo vertiginoso, parece señalar una culpa penetrante relativa a inequidades sociales casi ingobernables.

La maquinaria de la Corte creada por Luis XIV en Versalles fue precursora de la fábrica de estrellas del sistema de estudios de Hollywood, con su glorificación de la belleza y el glamour. Bajo el vacilante e ineficaz Luis XVI, de todos modos, la artificial superestructura de la elite francesa había alcanzado su decadente límite. Como muestra Weber, la exhibición de moda de María Antonieta ya no tenía que ver con la nación sino con una autoindulgencia desenfrenada. Hoy, de manera similar, “la imagen”, fabricada por estilistas y a menudo divorciada de todo logro discernible, se ha convertido en el principal foco de la cultura de la celebridad (y se ha desbordado sobre el mundo del arte). Aun así, las estrellas se han vuelto más y más chicas, cifras intercambiables con vacíos rostros de muñecas. La perversa prolongación de la juventud creada a fines del siglo XVIII mediante el empolvamiento del cabello de ambos sexos tiene su paralelo actual en la cirugía estética y las inyecciones para matar los nervios, las cuales producen un forzado simulacro de juventud.

En esta época de ideología insípida y genéricamente neutral en el lugar de trabajo, el mundo de María Antonieta tal vez ofrezca la arcaica fantasía de sofisticados ardides femeninos y fascinantes artes de seducción. A veces, las novelas sobre María Antonieta parecen recordar a Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell, con su panorama épico de la destrucción de una civilización imprudentemente explotadora gobernada por el placer. La imagen de una inocente María Antonieta como chivo expiatorio, resistiendo firmemente a sus acusadores y conducida al matadero, es reminiscente de obras y películas sobre Juana de Arco, que solían estar mucho más en circulación. También hay ciertas semejanzas con la Princesa Diana, quien fue similarmente reclutada para la procreación Real y se perdió en un laberinto cortesano artero y engañoso. Como María Antonieta, Diana tuvo un violento final en París.

Tras el 11-S –cuando las grandes torres cayeron, como la Bastilla, en un solo día–, para la clase profesional ha sido necesaria una disonancia cognitiva para salir adelante. La rutina de la vida sigue adelante en medio de un bombardeo surrealista de noticias sobre mutilaciones y masacres. ¿Cuándo, desde el Reinado del Terror, se ha vuelto la decapitación ritual una cosa tan constante? La furia y la crueldad del pueblo francés quedaron extrañamente mezcladas con la risa –como cuando la cabeza rebanada de la amiga de María Antonieta, la Princesa de Lamballe, fue arreglada por un peluquero y agitada en la punta de un pico ante la ventana de la familia real–. Estas son las espeluznantes sorpresas que ahora nos saludan todos los días a través de nuestras propias ventanas, las pantallas de los televisores y de las computadoras personales. El regreso de María Antonieta sugiere que hay ciertas fuerzas políticas en funcionamiento en el mundo, que el humanismo occidental no entiende del todo y que tal vez no vaya a poder controlar.

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