TEATRO > ALEZZO Y CHáVEZ SUBEN A ESCENA A LA MíTICA CHARLOTTE VON MAHLSDORF
Fue un mito de la Alemania del Este: la travesti que atravesó el auge del nazismo, la caída de Hitler y el endurecimiento del régimen comunista cuidando su museo privado de muebles del Segundo Imperio Alemán. Charlotte von Mahlsdorf inspiró a muchos autores, como Rosa von Prauheim, que la hizo famosa con un documental. Pero ahora, en Buenos Aires, la pieza Yo soy mi propia mujer del norteamericano Doug Wright, con dirección de Agustín Alezzo y protagonizada por Julio Chávez, cuestiona la leyenda preguntándose sobre la colaboración de Charlotte con la policía secreta Stassi. Y así pone en juego los temas de la autenticidad y la supervivencia.
› Por Hugo Salas
Tras la caída de la Cortina de Hierro, Europa “descubrió” un nuevo Oriente, su Este, que no tardó en convertirse en un territorio de leyenda, un mito moderno, con su exotismo propio, su encanto bohemio, su miseria y, no menos importante, su potencial amenaza: la “invasión” pobre. Como no podía ser de otra manera, en ningún otro lugar este proceso fue tan profundo como en el país y la ciudad donde un Muro encarnaba el límite. Al día de hoy, mientras el Este estrictamente geográfico (y su patrimonio) cede a las presiones de los negocios inmobiliarios y la modernización urbanística, un Este berlinés mítico se afirma cada vez más.
Entre las muchas historias que contribuyeron a su consolidación, se cuenta la de Charlotte von Mahlsdorf, nacida Lothar Berfelde, una travesti de 61 años cuya vida había estado dedicada a preservar su curioso museo privado de mobiliario y vida cotidiana del Gründerzeit (las primeras décadas del Segundo Imperio Alemán). A lo largo de esos años, sin quitarse las faldas, Charlotte atravesó el auge del nazismo, la caída de Hitler y el endurecimiento del régimen comunista (más tarde habría de padecer también el flagelo skinhead). Desde luego, Lotte no tardó en publicar su autobiografía, Ich bin meine eigene Frau (Yo soy mi propia mujer), y en 1992 el cineasta Rosa von Prauheim filmó con ella y bajo ese mismo título uno de sus mejores trabajos hasta la fecha.
Por estos días, de miércoles a domingo, Julio Chávez sube al escenario en el Multiteatro para dar vida, otra vez bajo el mismo título, a uno de los últimos trabajos inspirados en la enigmática coleccionista, la obra del dramaturgo estadounidense Doug Wright que le valiera los premios Tony y Pulitzer en 2004. A diferencia de los anteriores, esta propuesta tiene por eje las oscuras revelaciones según las cuales Lotte habría colaborado con la Stassi, la policía secreta de la RDA, durante los ’70. De allí que se convierta él mismo, el autor, en personaje de su propia obra, uno que espera angustiosamente que ella le cuente “la verdad”. Ambos personajes (dramaturgo y entrevistada) se alternan en la voz del mismo actor.
“En verdad –aclara Chávez–, no articulé el trabajo pensando en dos personajes, sino en una misma conciencia que relata dos realidades; es más, diría que no son dos experiencias sino una sola, la del autor. No es un documental, no es una biografía, no se trata siquiera del problema de representar lo real; para mí, lo fundamental es el problema de la percepción: sobre cualquier ser humano, nuestra mirada sólo puede ser parcial, nunca completa. Incluso sobre nosotros mismos. De hecho, en el documental de von Prauheim, cuando la propia Charlotte cuenta su biografía, no logra hacerse cargo de lo que cuenta, es una mala actriz de su propia vida, porque lo que relata es tremendo, pero ella es tan pueril, tan ingenua, tan naïve, que lo vuelve inverosímil. Por no decir, además, que es muy selectiva en cuanto a qué cuenta y qué no, porque acerca del arresto de Alfred Baum (amigo al que habría delatado) y la Stassi jamás se pronunció, ni en la película ni en su libro, y ése es justamente el nodo de la experiencia de Wright.”
Ciertamente, cuando la obra comienza parece tratar el mismo asunto que los materiales anteriores: Charlotte muestra sus adorados (y en el fondo, cursis) objetos, su inmensa colección de banalidades, y sus leyendas sobre “la vida en el Este”, pero todo cambia drásticamente al revelarse los documentos de la Stassi. “Para mí y para (Agustín) Alezzo, el director, era muy importante –cuenta Chávez– que en primer lugar el espectador se interesara por el personaje; recién entonces puede aparecer el conflicto. Esto te lleva a tomar distintas decisiones. En Estados Unidos, por ejemplo, la puesta está basada en que el actor personifique a todos los personajes: Charlotte, su tía, el agente de las SS, Arthur. A nosotros, desde nuestra mirada, nos pareció que el virtuosismo actoral iba a competir contra la naturaleza de Charlotte, y entonces decidimos que fuera ella la que cuenta los personajes, no el actor. Mejor dicho, en escena soy Doug, que cuenta a Charlotte, que a su vez cuenta a los demás personajes.”
Si se analiza, la obsesión de Wright por “la verdad” no es accidental. El mito de “el Este” necesita (en Estados Unidos tanto como en Europa, si no más) habitarlo de héroes simpáticos y simples, dotados de una pureza revolucionaria idealista en términos naïfs, cándidos e incluso infantiles o desalmados tiranos. La profunda ambigüedad de Charlotte von Mahlsdorf resulta indigerible (de hecho, las revelaciones de la Stassi desataron el previsible revuelo en la prensa alemana). “No tendrás doblez” es el mandamiento que Occidente ha impuesto a lo largo de su historia al otro, y eliminar ese doblez de la imagen de Charlotte, salvarla o condenarla, parece ser el objetivo último de la obra.
Sin embargo, tanto la puesta de Alezzo como el trabajo de Chávez parecen haber descubierto otra lectura dentro del texto. Según el actor, “este material habla de una experiencia humana reconocible. Yo no sé quién puede salir a la calle y arrogarse el 100 por ciento de la autenticidad, de la pureza cívica o ética. El problema del disfraz como vía para la supervivencia es muy común. La decisión de dónde pongo mi afecto, qué decido preservar y a qué renuncio en función de ello, es algo común a todos nosotros. Esto se expresa en la jerarquía que Charlotte expresa tan crudamente en términos ‘museo-muebles-hombres’, todos tenemos algún orden de este tipo, y en tanto hay orden, hay exclusión”.
El sesgo no es casual. El texto que en Estados Unidos probablemente fuera entendido como un juicio a la heroicidad del personaje (no por nada, en 2006 se estrenó en Alemania Ich bin meine eigene Frau, obra de Peter Süss, coescritor y editor de la autobiografía), o a partir del dilema entre la ambigüedad de lo histórico y lo límpido de la leyenda (de algún modo, Wright termina inclinándose por la necesidad de preservar la leyenda), adquiere en Argentina coordenadas totalmente distintas.
“Cuando preparaba la obra –explica Chávez–, leí mucho material acerca de la memoria, el olvido y el modo en que trabajan actualmente los historiadores, y me conmovió mucho el talento que tiene el ser humano para recordar u olvidar en función de la supervivencia. El de Charlotte me parece un caso ejemplar: es una persona grande, una persona que ha vivido, que como bien dice ella es ‘tan astuta como la serpiente’, y es posible advertir ese oficio que tiene de esquivar, de enhebrar su propio relato. Recuerdo un libro con 65 reportajes a personas que la conocieron en distintos momentos, y casi todos coinciden en que nunca resultaba posible saber si estaba diciendo la verdad o no. Por no hablar de su situación de travesti, un travestismo que acá no conocemos porque no tiene nada de espectacular, de extravagante. Entre los varones, que somos más de travestirnos que las mujeres (es muy raro que en una fiesta aparezca una mujer de traje, pero en una fiesta con veinte chabones, seguro que diez van vestidos de mina), el travestismo tiene siempre que ver con el lucimiento, con la exposición, pero el de Charlotte es totalmente lo contrario, una decisión casi privada, en una época en que equivale a disfrazarse exactamente de aquello que podría haberla condenado. No es el Brasil actual, sino la Alemania de los nazis, lo hace delante del padre, que era una bestia, y después lo mantiene bajo el comunismo. Entonces yo me pregunto: ¿buscaba que la exterminasen o tuvo la brillante idea de ser tan expuesta que inhabilitara al enemigo? A fin de cuentas, al homosexual tapado se lo critica mucho más que al que se muestra. El homosexual expuesto, la mariquita del pueblo, de la villa, del country, de la tribu que sea, bien expuesto y desfachatado, produce menos irritación que el homosexual tapado. Porque el tapado es más esclavo, intenta ocultar algo de la mirada del otro, pero al otro siempre le resulta mucho más agresivo lo oculto que aquello que se muestra. En cambio, cuando algo aparece tan expuesto, es así y no hay vuelta, por eso irrita menos, y algo de eso debió percibir Charlotte.”
Desde esta concepción, mientras la obra de Wright parece animada por la intención de atravesar el disfraz, de llegar a la verdad que Charlotte oculta, en la lectura de Alezzo-Chávez lo importante no es lo que se oculta, sino lo que se expone abundantemente, el despliegue del relato: “Creo que la puesta de Alezzo es justamente la que necesitaba esta obra, que a fin de cuentas trata del relato de un relato. El fue muy estricto al respecto, y por suerte no quiso imponerle ningún ‘ismo’ al material. Tanto la música de Diego Vainer como la luz de Félix Monti están al servicio del relato. Desde mi punto de vista, acá no hubiese tenido sentido ningún tipo de manipulación ‘moderna’, y por eso, desde que acepté la propuesta, lo primero que planteé fue la necesidad de un director con el que pudiera aventurarme a hacer justamente eso, a entregarme a la experiencia de un relato. Alezzo era mi primera opción, y con él pude trabajar esta situación tan sensible, tan humana, porque en definitiva, todos ocultamos algo, lo sepamos o no. La naturaleza humana no puede observarse a sí misma en su plenitud, está condenada a ser parcialidad, pero no por ello deja de ser menos apasionante el despliegue de lo que sí se muestra, de lo expuesto.”
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