NOTA DE TAPA
La revista virtual www.edge.org nuclea a más de un centenar de científicos e intelectuales brillantes en su campo, muchos de ellos las máximas eminencias en su materia y autores de teorías que han aportado a la historia de la ciencia y el pensamiento. Como todos los años, la revista les pide a sus miembros que respondan una pregunta. El año pasado, los lectores de Radar recordarán que fue “¿Cuál es la idea más peligrosa del mundo?”. Este, la pregunta es todavía más enigmática: “¿En qué es optimista, y por qué?”. A continuación, las diez respuestas más significativas e inesperadas para tener fe en un futuro que parece negro.
› Por Federico Kukso
Hace un par de años el cosmólogo, astrofísico y sir inglés Martin Rees salió con los tapones de punta y presentó en su libro Nuestra hora final un panorama desolador, lúgubre y apocalíptico de los años que se avecinan con la noble intención de sacudir al lector, dejándolo en un estado de perplejidad y abandono, y con los ojos abiertos ante los dilemas del presente: calentamiento global, asteroides furibundos que en cualquier momento pueden toparse con la Tierra, contaminación, la nanotecnología fuera de control o los experimentos con colisionadores de partículas que podrían provocar la creación de un agujero negro artificial. Hasta le apostó un millón de dólares a la revista Wired que, para antes de 2020, el terrorismo biológico habrá causado un millón de muertos.
La cuestión es que tiempo después Rees se arrepintió, aplacó su pesimismo y volvió a las filas optimistas de la ciencia que se abrazan a una idea algo bucólica del futuro como si fuera su última esperanza. En realidad, a lo largo de la historia la mayoría de los científicos (y de los profetas tecnológicos) vieron casi siempre el vaso medio lleno. De ahí tantas fichas puestas en el progreso, la constancia de las innovaciones, la irrefrenable evolución de la técnica; un entusiasmo a veces agigantado por el frenesí de la novedad que tembló un par de veces en el siglo XX con el pánico a la bomba, los horrores de las guerras y la unidimensionalidad de la ciencia como discurso de la verdad.
Así como hacen los cazadores de tendencias, la revista virtual Edge (www.edge.org) advirtió una nueva orientación en el campo científico y cultural: un lento renacer de una ola de optimismo. Y la volcó, como hace desde 1997, en su pregunta anual, que hizo llegar a los principales investigadores y embajadores de la tercera cultura: “¿En qué es usted optimista? ¿Y por qué?”. Hay quienes le apuntan a Malthus, los que aplauden el triunfo de la energía solar y la detección temprana de dificultades en el aprendizaje, y quien espera el fin de los “ismos” (racismo, sexismo, fundamentalismo) y de las guerras. Pero lo que más sorprende en las 160 respuestas (110 mil palabras) es la persistencia asintomática de una palabra: fe, como si para pensar en el futuro además de imaginarlo, hubiera primero que creer en él. Para bien o para mal, pero creer al fin y no mirar atrás.
“Comprendiendo las intrincadas interacciones entre los grupos, aumentará la inteligencia humana. Comprender a otros nos ayudará a acrecentar nuestra inteligencia en un sentido cognitivo (para resolver problemas) y emotivo. Y con suerte, estos desarrollos producirán redes sociales altamente integradas y emergerá una nueva clase de ‘sociedad inteligente’.” Stephen M. Kosslyn
Por Richard Dawkins
Soy optimista en que los físicos de nuestra especie completarán el sueño de Albert Einstein y llegarán a una teoría del todo antes de que criaturas superiores que evolucionaron en otro mundo hagan contacto con nosotros y nos den la respuesta. Aunque esta teoría unificará las leyes de la física, estoy convencido de que la disciplina continuará floreciendo, así como se desarrolló la biología después de que Charles Darwin resolviera su problema más profundo.
Las dos teorías –la teoría del todo y la teoría de la evolución– nos equiparán con una satisfactoria explicación naturalista de la existencia del universo y de todo lo que hay en él. Confío en que esta iluminación científica final infligirá un golpe de muerte a la religión y a otras supersticiones juveniles.
Richard Dawkins es biólogo evolucionista y profesor en la Universidad de Oxford. Recordado por ser el autor de El gen egoísta, su último libro se llama The God Delusion.
Por Steven Pinker
En la París del siglo XVI, una de las formas de entretenimiento más populares era la quema de gatos: se subía un gato a un escenario y se lo bajaba lentamente al fuego. De acuerdo con el historiador Norman Davies, “los espectadores, incluyendo reyes y reinas, chillaban de risa mientras los animales, gritando de dolor, eran chamuscados, rostizados y finalmente carbonizados”.
Pese a lo horrorosos que son los eventos de la actualidad, muestras de sadismo como ésa serían impensables en la mayoría del mundo. Este es tan sólo un ejemplo de la tendencia más importante y menospreciada en la historia de nuestra especie: el declive de la violencia. Crueldad como entretenimiento popular, sacrificios humanos para complacer la superstición, esclavitud como fuerza de trabajo, genocidio por conveniencia, tortura y mutilación como formas rutinarias de castigo, ejecuciones como crímenes triviales, asesinato como medio de sucesión política, progroms como desahogo de la frustración y homicidio como el principal camino para resolver conflictos: todas éstas fueron circunstancias comunes y corrientes a lo largo de la mayoría de la historia humana.
Aun así, en la actualidad son excepcionales en Occidente y son condenadas cuando ocurren. La mayoría de la gente encuentra poco creíble este argumento, pero se ha demostrado que la tendencia en los últimos 50 años ha ido en baja. La aplicación de la pena capital en Texas, las barbaries en la cárcel de Abu Ghraib, la esclavitud sexual en grupos de inmigrantes son prácticas excepcionales que cuando se conocen resultan controversiales y condenables. En el pasado, no eran consideradas gran cosa.
Steven Pinker es psicólogo experimental, profesor de Harvard y autor de libros como El instinto del lenguaje, Cómo funciona la mente, y La tabla rasa.
Por Martin Rees
Hay sin duda argumentos poderosos para ser tecnoptimista. Para la mayoría de la gente en la mayoría de las naciones, nunca hubo un mejor momento para estar viva. Las innovaciones que conducirán a un avance económico –tecnología de la información, biotecnología, nanotecnología– podrán potenciar el mundo en vías en desarrollo. Nos estamos internando en un ciberespacio que puede conectar a cualquiera en cualquier lugar con toda la información y cultura del mundo así como conectar con todas las personas del planeta. La creatividad de la ciencia y del arte se encuentra mucho más al alcance que en el pasado. Y las tecnologías del siglo XXI ofrecerán estilos de vida benignos con el medio ambiente que reducirán las demandas de energía.
En este siglo seremos testigos de cómo ciertas drogas potenciadoras de la mente, la genética y las “cybertécnicas” alterarán a los seres humanos. Eso es algo cualitativamente nuevo en la Historia y conducirá a nuevos dilemas éticos. Nuestra especie podrá ser transformada y diversificada (acá en la Tierra y tal vez más allá) dentro de apenas unos pocos siglos.
Martin Rees es astrofísico, profesor de Cosmología en la Universidad de Cambridge y presidente de la Royal Society. Su último libro se titula Nuestra hora final.
Por Paul Davies
En algún momento antes del fin del siglo XXI habrá una colonia humana en Marte. Ocurrirá cuando la gente se percate de que los viajes de ida y vuelta al planeta rojo son innecesarios. Un viaje de ida a Marte no es una invitación a una misión suicida. Se pueden mandar por adelantado provisiones y una fuente de energía nuclear, y renovarlas cada dos años. Si bien Marte es relativamente inhabitable, tiene todos los materiales para que una colonia llegue a ser autosuficiente. Seguramente, la vida será incómoda para los pioneros, pero así fue también la de los exploradores de la Antártida hace cien años.
¿Por qué la gente decidiría ir a Marte y no volver? Hay muchas razones: un sentido innato de la aventura y la curiosidad, el atractivo de ser los primeros humanos en estrenar un planeta nuevo, el deseo de explorar un ambiente exótico y único, fama, gloria. Un geólogo en Marte se sentiría como un chico en una tienda de golosinas.
Pero, ¿cuándo partirán los primeros colonos? En algunos años, si no se entromete la política. La NASA podría mandar una tripulación de cuatro con la tecnología actual, pero la agencia carece hoy del temple y de la imaginación para ese tipo de misiones aventuradas. Sin embargo, soy optimista en que los nuevos jugadores en el espacio –China e India– no sufrirán de la timidez occidental. Una colonia indio-china en Marte para el año 2100 no sólo es tecnológicamente viable, sino políticamente realista.
Paul Davies es físico de la Universidad de Arizona (Estados Unidos). Sus últimos libros son How to Build a Time Machine y The Goldilocks Enigma.
Por Daniel C. Dennett
Soy tan optimista que pienso vivir para ver la evaporación de la poderosa mística de la religión. Creo que dentro de 25 años casi todas las religiones evolucionarán en fenómenos muy diferentes a lo que son hoy. Por supuesto mucha gente continuará aferrándose a su religión con la misma pasión que acrecienta la violencia y otros comportamientos intolerantes y reprensibles. Pero el resto del mundo verá este comportamiento como lo que es, y aprenderá a evitarlo hasta que amaine.
Al igual que hoy fumar ya no es cool, llegará primero el día en que la religión será una elección del tipo “tómala o déjala”, para luego dejar de ser bien vista, excepto en sus formas socialmente valorables. ¿Acaso para entonces aquellas instituciones seguirán siendo religiones o se habrán extinguido para siempre? Todo dependerá de los elementos que uno considere que constituyen una religión.
Confío en que esto ocurrirá principalmente porque, con la proliferación de la tecnología de la información (no sólo Internet sino también celulares, radios y televisión), ya no será factible para los guardianes de las tradiciones religiosas proteger a sus jóvenes de la exposición a los hechos que lenta e irresistiblemente socavan los requisitos mentales del fanatismo y la intolerancia religiosa.
El fervor religioso de hoy es un último y desesperado intento por parte de nuestra generación para tapar los ojos y oídos de las generaciones venideras. Y no está funcionando: los jóvenes se alejan cada vez más de la religión de sus padres y abuelos. Alrededor del mundo la categoría de “no religioso” está creciendo más rápido que los mormones, los evangelistas, incluso más rápido que el Islam.
Muchas religiones ya están haciendo la transición y de a poco desenfatizan sus elementos irracionales así como abandonan las prohibiciones xenofóbicas y sexistas para correr la atención de la pureza de la doctrina a la efectividad moral. Esto favorecerá la evolución de formas de religión no violentas, bienvenidas como partes del patrimonio cultural del planeta. Eventualmente la verdad nos hará libres.
Daniel Dennett es filósofo de la ciencia. Es autor de La peligrosa idea de Darwin, Dulces sueños: Obstáculos filosóficos para una ciencia de la conciencia y Breaking the Spell: Religion as a Natural Phenomenon.
Por Max Tegmark
Al levantar la cabeza, es fácil sentirse insignificante. Desde que nuestros ancestros admiraron las estrellas, nuestros egos humanos sufrieron una serie de golpes. Para empezar, somos más chicos de lo que creímos. A pesar de toda su grandiosidad, el Sol terminó siendo una estrella ordinaria entre cientos de miles de millones en una galaxia que a su vez es apenas una entre otras mil millones de galaxias en nuestro universo observable.
También nuestras vidas son temporalmente cortas: si condensáramos la historia cósmica de 14 mil millones de años en un día, los 100 mil años de historia humana serían cuatro minutos, y una persona de 100 años estaría representada por apenas 0,2 segundos. Aprendimos que tampoco somos tan especiales: Charles Darwin nos enseñó que somos animales; Sigmund Freud, que somos irracionales. Y las máquinas ahora ya nos sobrepasan.
Pese a esto, en años recientes, de repente me volví más optimista en cuanto a nuestra importancia cósmica. Llegué a pensar que la vida avanzada y evolucionada es muy rara, lo que hace que nuestro lugar en el espacio y en el tiempo sea remarcablemente importante.
Nuestro universo contiene incontables sistemas solares, muchos de los cuales son miles de millones de años más antiguos que el nuestro. Enrico Fermi señalaba que si civilizaciones avanzadas hubieran evolucionado en muchos de ellos, ya nos hubieran contactado.
Pienso que la vida puede expandirse hasta envolver nuestro universo observable. Y eso justamente se va a determinar aquí, en este planeta, durante este siglo, si es que alguna vez ocurre.
Max Tegmark es físico del MIT.
Por J. Craig Venter
Soy optimista en que uno de los principios de la investigación científica –la toma de decisiones basada en la evidencia– se extenderá a todos los aspectos de la sociedad moderna. No todas las preguntas pueden contestarse sólo observando la evidencia pues aún estamos en un estadio muy prematuro en la comprensión del universo que nos rodea. Para casi todos los científicos, por ejemplo, la evidencia de la evolución ha sido abrumadora. El registro fósil fue evidencia suficiente para la mayoría, pero ahora con la información genética secuenciada de todas las ramas de la vida (incluyendo la información genética de nuestros parientes como los Neanderthales, los chimpancés y otros monos) no deberían quedar dudas.
En oposición a esto, tenemos a los diarios, la radio y las señales de televisión que continúan presentando segmentos de información subjetivamente. También hay campañas políticas y anuncios sesgados hechos por aquellos que desean ganar o retener el poder. Así pues necesitamos tanto impulsar un sistema educativo que enseñe la toma de decisiones basada en la evidencia, como procurar que nuestros líderes no caigan en comportamientos parciales y partidarios en nuestro intento de afrontar algunos de los desafíos más difíciles de la historia, de cara al futuro de la humanidad.
Craig Venter es biólogo y conocido por ser el cerebro detrás del Proyecto Genoma Humano.
Por Rodney A. Brooks
Justo la semana pasada me encontré con un grupo de personas del siglo XXII, y fueron encantadoras. Nos reímos mucho, pero ninguna de ellas parecía hablar una palabra de inglés. Incluso su japonés no era muy bueno. La mayoría de los análisis demográficos nos indican que muchas de aquellas pequeñas niñas que conocí en Kyoto terminarán siendo las ciudadanas del próximo siglo. Incluso si ninguna de ellas lo logra, al menos hay alguien vivo en este momento que será la primera persona en procurarse un hogar fuera de la Tierra. En el próximo siglo las niñas que conocí se irán a dormir sabiendo que la humanidad se ha esparcido por el Sistema Solar. Algunos lo habrán hecho por riqueza. Otros, dirigidos por un impulso irrefrenable, seleccionado evolutivamente. La maravilla de todo eso es que aquellas ahora viejas y enérgicas mujeres que conocí en Kyoto serán capaces de deleitarse con el espíritu humano, siempre buscando aprender, comprender, explorar, ser.
Rodney Brooks es el director del Laboratorio de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial del MIT.
Por Stephen M. Kosslyn
Creo que la inteligencia humana podrá ser aumentada drásticamente en un futuro cercano. Como un fisicoculturista levanta pesas para aumentar sus bíceps y tríceps, podremos diseñar juegos de computadora para ejercitar una parte específica de los músculos del cerebro y desarrollar tipos específicos de razonamiento.
Comprendiendo las intrincadas interacciones entre los grupos aumentará también la inteligencia humana. Como una computadora puede extender nuestras capacidades mentales, otras personas nos ayudarán a acrecentar nuestra inteligencia en un sentido cognitivo (para resolver problemas) y emotivo. Además doy por sentado que los ingenieros continuarán diseñando poderosas máquinas al punto tal que la línea que separa lo que está en la cabeza y lo que está en dispositivos externos se vuelva cada vez más tenue.
Con suerte, estos desarrollos producirán redes sociales altamente integradas y emergerá una nueva clase de “sociedad inteligente”. Y, quién sabe, tal vez esa sociedad no sólo sea más inteligente, sino también más sabia.
Kosslyn es psicólogo de la Universidad de Harvard, y autor de Wet Mind.
Por Brian Eno
La razón principal de mi optimismo es el creciente poder que tiene la gente. El mundo está en movimiento, comunicándose, conectándose, fusionándose en influyentes bloques que finalmente les quitarán el poder a los gobiernos nacionales. Algo parecido a una democracia real se puede apreciar en el horizonte. Internet está catalizando conocimiento, innovación, cambio social y probando, con manifestaciones como Wikipedia, que hay otros modelos de evolución sociocultural: no se necesita control centralizado y verticalista para producir resultados inteligentes.
Hay una verdadera revolución del pensamiento en curso en todos los niveles culturales: personas que no se conocen y cooperan entre sí para participar en juegos cuyas reglas no han sido aún escritas, personas que escuchan música o se interesan por arte emergente en vez de arte predeterminado, y personas que aceptan el modelo wiki de código abierto para la evolución del conocimiento. Todo esto representa cambios drásticos y prometedores en la manera en que la gente piensa sobre cómo funcionan las cosas, cómo las cosas llegan a ser y cómo evolucionan.
Brian Eno es músico, compositor y productor de U2, Talking Heads y Paul Simon.
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