INSTALACIONES > EL SEMáFORO DE SERGIO AVELLO EN EL MALBA
Con un gigantesco semáforo que transforma el nivel del sonido ambiental en luces (y que alcanza casi permanentemente el rojo), Sergio Avello convirtió la explanada del Malba en el lugar donde expone lo peculiar de su arte: el de hacer humor, y político, con la abstracción.
› Por Mercedes Halfon
En ese espacio intermedio, que no es museo, ni tampoco ciudad, que se extiende en la explanada de ingreso al Malba, Sergio Avello puso un semáforo gigante. Lejos de ordenar el tránsito de Figueroa Alcorta o a los visitantes de turno, lo que hace es señalar un complicado estado de cosas. Se trata de un vúmetro, una torre de siete metros de altura que traduce en color el sonido de la ciudad, en tiempo real. Así, durante el día, esta torre gigante va indicando el nivel de contaminación ambiental de la zona. Las ópticas verdes indican sonido normal, las amarillas sugieren una intensidad tolerable y las rojas marcan un nivel desagradable y molesto. A las doce de la noche, como una cenicienta digital, esta torre de control se apaga hasta la mañana siguiente.
Volumen se basa en esa traducción del sonido a la imagen. Una relación que este artista marplatense nacido en 1964 viene forjando a través de las distintas facetas que componen su trabajo. Abocado a la abstracción desde los comienzos de su carrera, en cada una de las muestras que realizó siempre estuvo presente la musicalización, a través de loops grabados o música en vivo. Porque Avello, además de pintor y artista lumínico, es DJ. Por eso cuando cuenta el proceso de construcción de la obra, en el que intervinieron arquitectos e ingenieros en un complejo diseño que luego terminó de confeccionarse con una factura industrial, dice: “Desde que tuve la idea hasta que quedó hecho pasó bastante tiempo, hubo seis meses de delay”.
Avello se dio a conocer en Buenos Aires en la agitada década del ’80, cuando expuso sus materiales en espacios no convencionales como discotecas o lugares públicos. Lo que llama la atención de su recorrido es que a partir de una férrea militancia en la abstracción y la geometría, y un lenguaje abiertamente antinarrativo, consiguió el efecto inverso: la sugerencia política basada en el humor ácido y pretendidamente carente de sutileza. En el 2006 se vio en Estudio Abierto su bandera argentina de luz intermitente con la que viene girando desde la Bienal del Mercosur (Porto Alegre, 2003). A ésta le siguieron otras banderas argentinas, esta vez realizadas sobre piel de cordero, en alusión al en ese momento reciente gobierno de Néstor Kirchner y otras de diversos países como la estadounidense, pero virada hacia el rosa y llamada precisamente Peste rosa. Esta inesperada dimensión de su trabajo, él la explica así: “Es crítica pero no es denuncia. No dice el problema es éste y la solución es ésta. Es una presentación estética de un problema. La obra Bandera, que era como un cartel luminoso defectuoso con los colores argentinos, la hice en la época de la caída de De la Rúa. Era un pedido, una forma de decir que mi país es genial pero no arranca. Era una crítica burda y muy estetizada”.
Estos lineamientos críticos y juguetones se continúan en Volumen, una suerte de manifiesto contra la contaminación sonora: “Hay un volumen que ya no nos damos cuenta, nos vamos volviendo insensibles, pero eso también nos hace insensibles para disfrutar”, dice. Y se expone a los reparos que pueda causar el emplazamiento geográfico del vúmetro, porque convengamos en que la zona de Malba puede no resultar la más representativa de la ciudad de Buenos Aires: “Mirá, le pasa el 130 todo el tiempo y pasan los aviones. Podés no darte cuenta o decir OK, pasa un avión, qué canchero, es divino viajar y todo lo que quieras, pero tienen mucha contaminación. Yo me di cuenta cuando vinieron amigos míos europeos y se compraban en la farmacia las esponjitas para los oídos”.
Volviendo al carácter lúdico de la obra, tal vez lo más interesante esté justamente en esa zona donde la torre se comunica con la ciudad y se vuelve permeable a ciertas intervenciones. Las luces cambian –suben, bajan, cobran tonalidades en su interacción– al menor grito o bocinazo. Volumen se completa, necesita de los espectadores. “Ahora se está empezando a comprender que tiene que ver con el medioambiente”, explica Avello. “Al principio parecía más una escultura. Ahora la gente, los jóvenes sobre todo, lo pueden interpretar. Los jóvenes son los que lo ven más literalmente, porque todos ven en sus equipos de música el mismo sistema que marca cuándo sube o baja el volumen, cuándo satura y se pone rojo. Por eso es simple de interpretar para ellos”, comenta. La estética de discoteca de la obra también da cuenta de un producto que puede leerse mejor desde lo generacional. Y no es casual que en este preciso momento en los jardines del Victoria & Albert Museum de Londres haya una obra muy parecida, llamada también Volume. Una pieza hecha en colaboración por un colectivo de diseñadores entre los que se encuentran integrantes de Massive Attack. Geo-Art, como lo define Avello, arte urbano, en conexión con el medioambiente, una corriente que tiene este tipo de coincidencias temporales, en distintos lugares del mundo.
Artista plástico y DJ, Avello no se despega de las mañas de uno y otro oficio, ni para explicar lo más sustancial de su obra: “A mí me gusta mucho la política y es muy difícil salir de la abstracción y meterse ahí. Es algo dicotómico. Hace poco hablábamos de eso con Roberto Jacoby, él me decía cómo podía hacer ese tipo de chistes, que es algo que no le toca a la abstracción. La abstracción es lo no literal. Y al hacer lo que yo estoy haciendo, darle un sentido político, aunque sea en broma, le da un punch a la abstracción misma”.
Malba, Avda. Figueroa Alcorta 3415
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