ESPECIAL SORIANO II > REPERCUSIONES, POLéMICAS Y HOMENAJES
Este texto de Ana María Shúa sobre Soriano no pudo ser incluido en el especial de la semana pasada por un problema técnico, pero no queríamos dejar de publicarlo.
› Por Ana María Shua
Qué anticuado fue este hombre. Uno de esos escritores que hasta el final creyó que tenía algo que decir. Que nuestro país merecía ser pensado, interpretado, querido. A diez años de su muerte, los lectores que lo extrañamos no podemos dejar de fantasear con la novela que habría escrito en estos años, esa novela que nos habría ayudado a soportar y quizás a entender un poco las recaídas, catástrofes y hecatombes de nuestra pobre historia nacional.
Contra el fracaso ético y estético de una narrativa revolucionaria, Soriano propuso una narrativa rebelde. Rebelde a la preceptiva de nuestra crítica, que la pretende puro juego verbal, como Macedonio, o pura operación sobre el mundo, como Sarmiento. Allí está A sus plantas rendido un león para mostrar que es posible contarnos la Argentina desde un ignoto país del Africa, lleno, por cierto, de gorilas. Que es posible, como Arlt, hacer literatura fantástica sin dejar de ser rigurosamente realista.
Soriano hablaba de nosotros, con nosotros, por nosotros. Nos devolvía el idioma de todos los días convertido en literatura, en una visión del país que era también visión del mundo, y de ahí su éxito internacional. El mundo de Soriano era disparatado, cruel y sin sentido, pero al mismo tiempo colmado de una ternura íntima, privada, que sus personajes entregaban sin reservarse nada. Para nosotros, Colonia Vela fue un pueblo cualquiera y todos los pueblos del país. Para el mundo, Colonia Vela fue un microcosmos de la corrupción y la miseria de la sociedad occidental. Pero también fue, para todos, más que eso, porque de otro modo no habría sido gran literatura: ese lugar aleph donde se concentra el universo entero, la revelación de la condición humana.
Soriano podría haber escrito policial negro, pero prefirió el policial gris oscuro de la pampa. Sus protagonistas tenían algo de esos detectives borrachos, cínicos y desencantados, quijotes cuerdos y por lo tanto tristes. Quijotes fracasados (¿pero acaso no es el fracaso la esencia misma del quijotismo?), incapaces de confundir con gigantes a los molinos de viento y que sin embargo se lanzaban igual, lanza en ristre, en modestas aventuras, jugándose el alma y los sueños en un partido de truco. Porque aunque la lucha esté perdida de antemano, parece decirnos Soriano, igual vale la pena: porque dejaríamos de ser humanos si no hubiera entre nosotros esos locos geniales, dispuestos a apostarlo todo sabiendo que van a perder, y ganándose la eternidad en el acto mismo de jugarse. Eso es literatura.
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