Dom 25.03.2007
radar

Un militante irlandés

› Por Andrew Graham-Yooll

Prefiero el recuerdo de una etapa de mayor ternura, de la amistad y la charla, de la anécdota y el cuento. Eso no anula el compromiso. Pero, a esta distancia, me gustan cada vez menos las explicaciones y exaltaciones de la militancia combativa, la que veo casi como un apunte histórico, una línea al pie de la página de la razón perdida. En el recuerdo ahora están los encuentros en la casa de Susana “Pirí” Lugones, en el edificio Hogar Obrero, de Rivadavia al 8000, tertulias interminables donde en buena parte del discurso se transparentaba la ascendencia irlandesa. Ese pasado familiar había sido de una dureza y austeridad que marcaron a Rodolfo Walsh con cicatrices que jamás se desvanecieron. Esa firmeza, casi un rasgo de alguien criado en el siglo diecinueve, encajaba bien con mi propia ascendencia escocesa, y llevaba al entretenimiento de comparar, quizás competir, en torno de cuál de los dos pueblos era más duro, más frío, más guerrero. En esas reuniones en lo de Pirí, donde concurrían Augusto Roa Bastos, Manuel Puig, Tomás Eloy Martínez, dramaturgos, poetas, editores y más, había fraternidad, humor, mucho humor, y cierta habilidad para la diversión. Walsh ponderaba a los que respetaba. Ahí el discurso era serio, Walsh era el hombre de Operación Masacre. Pero sabía divertirse, por sobre su huesuda cara y semblante severo, atraía a la compañía reunida con chistes, juegos y relatos. Ahí estaba su hija Vicky, mujer hermosa si las había, y la cita permitía a padre e hija una alegre, cariñosa reunión “familiar”.

Eran los años del general Onganía, hipócrita si los hubo, y también eran los tiempos de la CGT de los Argentinos, que fundó el gráfico Raimundo Ongaro (luego de su elección como secretario general en el congreso Alejandro Olmos, el 30 de marzo de 1968), e instaló en el edificio de la Federación Gráfica en Paseo Colón al 700. Walsh, y su compañero de los comienzos de Prensa Latina, Rogelio García Lupo, cuyos libros, La rebelión de los generales, o Mercenarios y monopolios, siempre ponderaba, hicieron el periódico de la CGT. Ahí se publicaron algunos extractos de ¿Quién mató a Rosendo? (1969), y creo que algo de El caso Satanowsky (1973). En esos tiempos de creciente militancia y represión, no tardó en caerles un militar de alta graduación con un juicio por difamación. La nota que provocó la acción, sin firma, pero de la pluma de uno de los dos editores, fue atribuida a un compañero muerto en un tiroteo. El juez dejó sin efecto la causa.

Creo que a poco de la clausura del diario Noticias, el 27 de agosto de 1974, publicación de la JP (Tendencia) y Montoneros, en la que Walsh dijo en algún momento, y no todo en chiste, haber alcanzado su ideal periodístico como jefe de policiales, no volvimos a vernos. El 6 de noviembre el gobierno de María Estela Martínez Cartas de Perón implantó el estado de sitio, decreto que fue una especie de cheque en blanco para la Triple A.

La noticia de su muerte me llegó en el exilio londinense. De ese marzo de 1977 tengo dos documentos de recuerdo. Uno es la publicación de la Oficina de Prensa del Partido Montonero que comenzaba a distribuir, con fecha 19 de abril, la Carta Abierta de Rodolfo Walsh. El otro documento es la misma Carta, pero en inglés, “A Year of Dictatorship in Argentina”, publicada en Londres con fecha de julio de 1977, distribuida por un “Committee to Save Rodolfo Walsh”, entidad formada y dirigida por Lord Avebury, miembro activo y dirigente del partido liberal y de Amnesty International. Esa campaña fue, para mí, una justificación de la acción de Rodolfo Walsh, pero también el texto del adiós al que fue un amigo.

En la biografía de Walsh, escrita por el periodista irlandés Michael McCaughan, True Crimes: Rodolfo Walsh, the life and times of a radical intellectual, publicada en Londres en 2002, se me cita comentando, “No creo que Walsh sea una figura heroica. La figura de un héroe es imponente y Walsh era flaco y no muy alto, pero aun así tiene un gran parecido con la figura del héroe de la independencia irlandesa, Michael Collins: su estrategia era implacable en la guerra, su causa fue traicionada y fue muerto en una emboscada”.

Es un recuerdo personal.

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