NOTA DE TAPA
En las próximas semanas, Horacio Tarcus, director del Centro de Investigación y Documentación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina, publicará dos trabajos capitales para la historia de la izquierda en el país. Por un lado, un diccionario biográfico que se remonta a 1870 y que dará que hablar tanto por sus exclusiones como por sus hallazgos. Por otro, una investigación sobre la recepción de Marx en la Argentina desde un temprano 1871. El punto de contacto entre ambos libros es el belga Raymond Wilmart, enviado por Marx a Buenos Aires para controlar la presencia anarquista en la sección local de la Internacional, y en cuyas cartas, inéditas hasta ahora en castellano, Wilmart expone los motivos por los que cree imposible un destino marxista para este país. Bajo una simbólica nevisca, Tarcus habla de estos monumentales trabajos que recorren casi 150 años de historia argentina.
› Por María Moreno
Detrás de los cristales, los copos de nieve caían sobre la calle Sarandí. No eran consistentes, pero bastaban para que Horacio Tarcus se riera de los grandes libretos de la historia menuda. El estaba hablando de la publicación de su Diccionario Biográfico de la Izquierda Argentina, de los anarquistas a la “nueva izquierda”, 1870-1976, que publicará Emecé en los próximos días, y su barrio hacía una copia tímida de San Petersburgo. En la cercana avenida Rivadavia más de uno intentaba recordar la letra de Ferradás Campos, ésa donde los lobos aúllan de hambre y Olga no vuelve. Y Tarcus traducía en voz alta una carta a Carlos Marx escrita por su enviado en la Argentina, el belga Raymond Wilmart, y que es la estrella de otro de sus libros que saldrá próximamente editado por Siglo XXI (Marx en la Argentina), porque él, director del Centro de Investigación y Documentación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina (Cedinci), es hombre de revistas, de archivos y de diccionarios para registrar lo que según se mire es tiempo pasado o herencia a interrogar.
Tarcus dice que su trabajo de recopilación comenzó con unas cuantas biografías de izquierdistas argentinos destinadas a integrar un diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas del francés Robert Paris.
–El quería hacer un diccionario a la manera de los grandes diccionarios del Movimiento Obrero Europeo, que son diccionarios totales en el sentido fuerte del término: cualquier personaje que aparezca referido en un libro de historia o en una entrevista oral existió y tenés que rastrear algún dato biográfico, algo que requiere de financiación y de un equipo muy grande. El gran referente para todos nosotros que es el Dictionnaire biographique du mouvement ouvrier français de Jean Maitron, de 100 mil entradas, se pudo hacer en el contexto de la posguerra y en parte por la gran voluntad prometeica de Maitron, que se encontró con cientos de investigadores dispuestos a trabajar gratis, ya que no tenían que desviarse de su propio tema. Gente que podía producir treinta, cuarenta, cincuenta biografías de militantes de su provincia. Cuando Maitron estaba armando su proyecto, existía un movimiento obrero potente con una agenda política, con peso social, político y cultural.
El proyecto de París se frustró porque, como en Europa hay modas científicas e intelectuales, el movimiento obrero entró en un reflujo y dejó de tener interés académico y editorial. Además, muchos de los exiliados con los que trabajaba se volvieron a sus países de origen.
Pero eso parece mucho menos azaroso que un síntoma. Hay un contexto de derrota de las izquierdas en Latinoamérica. Tu diccionario puede ser un epitafio o una apuesta.
–Mi posición es que, aceptando que hay un cierre histórico –para mí, el comunismo, el anarquismo, el trotskismo, el maoísmo, son un ciclo cerrado, porque las condiciones que permitieron que fueran grupos activos, militantes y con fuertes mitos colectivos capaces de alimentar los diferentes pensamientos, desaparecieron y hoy estamos en los albores de un nuevo pensamiento de izquierda y de nuevos movimientos que todavía no constituyen un paradigma como podría haber sido el marxismo a fines del siglo XIX–, me preocupa encontrar el modo en que la crítica y los relatos históricos acerca del pasado se mantengan como una memoria viva de aquel momento histórico en el presente.
¿Y cómo te ubicás vos en ese espacio?
–Yo me veo en un lugar de bisagra, lo que significa que para algunos ortodoxos puedo aparecer como demasiado posmoderno o demasiado antiguo como posmoderno, el historiador de las clases subalternas del siglo XX. Es decir, entiendo las razones de la militancia presente y la necesidad de establecer un corte, pero al mismo tiempo pienso en la necesidad de hacer un balance con beneficio de inventario. No creo que de las experiencias del comunismo, del socialismo, del anarquismo, sea necesario hacer borrón y cuenta nueva. Hay vidas que nos conmueven, nos ayudan a pensar y que permiten alumbrar pensamientos del presente, al mismo tiempo que son callejones sin salida, aporías que se corre el riesgo de repetir.
El departamento de Tarcus es muy socialismo siglo XIX, con sus empapelados discretos, sus máscaras indígenas –Trotski debía tener unas parecidas– y el lujo concentrado en libros de pared a pared. El mismo parece una cita, con sus anteojos de aro fino y su barba moderada.
Si se sospecha que su diccionario puede ser parcial, hay que reconocer que hizo cálculos que apuntaban a un cierto equilibrio, dando cuenta de “una treintena de biografías de precursores del siglo XIX, ciento veinte anarquistas, ciento veinte socialistas, una decena de sindicalistas revolucionarios, más un centenar de comunistas, cuarenta trotskistas, diez maoístas, treinta guevaristas y cincuenta peronistas de izquierda”. Y antes de que salten las feministas: “Cuarenta y dos biografías de mujeres, siete anarquistas, una de la corriente sindicalista, once socialistas, siete comunistas, tres trotskistas, cinco guevaristas, cinco peronistas, una psicoanalista independiente vinculada con la nueva izquierda, una feminista librepensadora y una sufragista simpatizante del socialismo”.
En la introducción, Tarcus describe la satisfacción de haber reconstruido vidas militantes a partir de los folletos y documentos que denuncian a los “agentes del desorden público”, de volver los archivos policiales a favor de sus perseguidos.
–La memoria de la izquierda es demasiado angosta, demasiado acotada, fuera de media docena de figuras canónicas. Están los 30 mil desaparecidos y personajes como Rodolfo Walsh o John William Cooke, que utilizan los estudiantes universitarios para nombrar a sus agrupaciones. ¿Por qué fracasó el proyecto revolucionario de las izquierdas, pero también el civilizatorio –en los movimientos armados de los ’70 estaba muy desdibujada–, el de la cultura anarquista, la socialista, el comunismo como cultura alternativa y de la que se nutrieron los combatientes armados a través de revistas, editoriales, todo un espacio cultural? ¿Es posible refundarlo? ¿Es en vano? ¿O se pueden recuperar conceptos, momentos de aquella cultura, esfuerzos militantes? ¿Es un ciclo completamente cerrado? Yo no lo puedo saber. Si bien hay un cierre y no va a haber ya estos mismos ismos, va a haber otros que se van a nutrir de los del siglo XX. Quería además recuperar la idea del itinerario, más allá del enunciado de que alguien participó en tal huelga o estuvo en tal congreso, si fue anarquista y después se hizo socialista. Es decir, no quería hacer una recopilación de datos sino –en el armado discursivo de las biografías, en la medida en que el género lo permite– recuperar un cierto dramatismo de la vida militante.
Para incluir a ciertos personajes de Montoneros, por ejemplo, era complejo decidir un criterio de inclusión o no de los que se definieron en conflicto explícito con la izquierda o con origen nacionalista católico, pero que fueron hacia la izquierda. Pero, ¿y un Galimberti?
–Nuestra historia tiene este tipo de tensiones y el peronismo, como anomalía entre comillas, nos coloca fuera de los parámetros tradicionales. Mi idea fue incluir en el diccionario todo el espectro político que iba del anarquismo a la nueva izquierda y dentro de la nueva izquierda, al nacionalismo revolucionario, el peronismo revolucionario o el populismo revolucionario. Dentro de esto hay muchas figuras que fueron socialistas o comunistas en su juventud y después se transformaron en liberales o desarrollistas. Hay también socialistas que se hicieron tan moderados o conservadores que terminaron apoyando el golpe militar del ’76, pero durante mucho tiempo cantaron la Internacional. Es decir, el criterio fue más inclusivo que exclusivo.
¿Tu diccionario discute con el de Galasso?
–El sacó hace un par de años uno que se llama Los malditos: ahí están desde Juan Manuel de Rosas a Evita Perón, pasando por Abelardo Ramos. Son las figuras que él construye como no reconocidos por la historia oficial, que es una construcción como cualquier otra. A su vez se construye él mismo como maldito. Yo creo que ni esas figuras son hoy malditas en la historia, ni en la política, como tampoco lo es hoy Galasso, un best-seller que vende muchísimo y es más leído que Tulio Halperín Donghi. En la Feria del Libro había un puesto dedicado a Norberto Galasso, que escribe más de lo que yo puedo leer. Roberto Baschetti acaba de publicar dos tomos de los militantes peronistas. En un tono mucho menos historiográfico, con muchas menos pretensiones de rigor, de cientificidad y de completud que el que yo me propongo –pero él aclara ya en el prólogo sus intenciones que tienen más que ver con el afecto y el interés por determinados militantes que con hacer algo exhaustivo–, reconstruye de algún modo el mundo de la militancia peronista y, dentro de éste, el de la militancia peronista de izquierda. Yo me propuse incluir todo el conjunto del espectro de la izquierda, más allá de si me simpatizan o no me simpatizan los personajes.
¿Estás seguro? ¿Nunca dijiste: “Este no entra y listo”? Más allá de los olvidos inconscientes...
–Al revés. Por ejemplo: “¿Quién me podría escribir hoy una biografía de Victorio Codovilla?”. Pero ahí reaccioné a la inversa. Dije: “Claro, hoy es fácil cuestionar a Victorio Codovilla”. Y te puede resultar paradójico que yo, que he sido parte de mi vida un trotskista y a mi modo lo sigo siendo, te diga esto. Pero una cosa era combatir a Victorio Codovilla cuando era poder y el stalinismo era poder. Hoy es muy fácil cargárselo, mostrarse pluralista, especialista democrático, comunista posmoderno, autonomista, todas las cosas que ahora pueden estar de moda para darlo por antediluviano, pero fue una figura prototípica de la izquierda del siglo XX. Entonces no lo podía dejar afuera. Con esto no es que lo esté valorizando. No digo “Codovilla es de izquierda y lo legitimo”. Como no digo “Galimberti es de izquierda y lo legitimo”. Los dos son personajes que, desde el punto de vista de lo que podría llamar casi mi sensibilidad de izquierdista, me repugnan.
Dentro del nacionalismo ponés a Eduardo Astesano y no a Fermín Chávez...
–Porque hay algo de la autodefinición que yo respeto. Hay una distinción entre un Fermín Chávez nacionalista que publica sus libros en la editorial Teoría, nacional-fascista, un Jauretche que es un peronista orgánico antiizquierdista y un Hernández Arregui que sí incorpora el marxismo y quiere correr a los comunistas por izquierda pretendiéndose más marxista que los marxistas comunistas. Fermín Chávez es un tipo al que le fascina la figura de Germán Ave-Lallemant, autor de un libro, Memoria descriptiva de la provincia de San Luis, de 1882, que puede considerarse el primer esbozo de una interpretación marxista de la estructura social argentina a partir de la lectura del primer volumen de El Capital, un marxista argentino. Pero Chávez lo recupera desde el nacionalismo. Porque Fermín Chávez es un nacionalista cabal, como Arturo Jauretche es un populista antiizquierdista. Juan José Hernández Arregui, en cambio, es un nacionalista discípulo de Rodolfo Mondolfo, un lector de Marx que está permanentemente disputando el marxismo con la izquierda. Y Jorge Abelardo Ramos, si bien terminó siendo un funcionario de Menem, lo hizo desde un origen de izquierda. Es discutible con relación a lo que yo sostengo –si me apurás hasta digo que es una claudicación de las ideas de izquierda frente al populismo–, pero la suya era una de las formas posibles de ser de izquierda en el siglo XX sin convertirse en un marginal como Milcíades Peña o Silvio Frondizi. Hay peronistas que re-radicalizan por izquierda y que vienen de la resistencia y se convierten en figuras de la JP, la JTP y de Montoneros.
¿Y Felipe Vallese? ¿Por qué quedó afuera?
–Fue un clásico de la resistencia, una figura del peronismo combativo que por una cuestión epocal uno puede presuponer que se hubiera convertido en una figura del peronismo revolucionario de los años ’60 y ’70, pero se murió sin recorrer ese espectro. Es más una construcción de la memoria que un itinerario militante. En las lecturas que se hace de cada una de las corrientes, para los socialistas los anarquistas son provocadores policiales, para los anarquistas los socialistas son politiqueros que transan con el Estado burgués, para los comunistas los socialistas son reformistas que claudicaron a la lógica del orden mercantil y del orden estatal, para los socialistas los comunistas son totalitarios que no responden a los verdaderos ideales del socialismo, y así hasta el infinito. Entonces yo tenía que descentrar cada una de las corrientes para tratar de pensar como historiador que la izquierda del siglo XX estalló en una multitud de líneas en disputa entre sí, una de las cuales es el peronismo revolucionario.
Hay una tradición de no incluir a los vivos, pero eso también permite eludir a los adversarios presentes.
–Es una tradición que responde a una lógica atendible; ¿viste que Hegel decía que era posible conocer la historia cuando se cerraba un ciclo histórico y partía diciendo que el búho de Minerva emprende el vuelo de noche? De algún modo, el cierre de una vida te permite un balance de esa vida y de los distintos sectores que, a través del obituario de La Nación o el de la prensa partidaria, te permiten cerrar. La biografía de un Firmenich, en cambio, es una biografía relativamente abierta.
Contame concretamente la historia de un perfil en donde hayas utilizado diversos materiales.
–Por ejemplo, muchas figuras que aparecen mencionadas alguna vez en las historias del movimiento obrero argentino, al cruzarlas con el diccionario de Maitron, me revelan que son figuras que tuvieron significación en Francia y aquí. Descubrí a un León Massenet que aparecía al mismo tiempo en una historia de la ópera en la Argentina, hermano menor de Jules Massenet, el músico francés. Un comunard que había sido teniente coronel del Batallón 215 de la Guardia Nacional durante el sitio de París, jefe militar durante La Comuna que se tiene que exiliar aquí. ¿Y de qué vive? De organizar eventos musicales. Entonces, con información de un diccionario del movimiento obrero francés, de una historia del movimiento obrero argentino y una historia de la música, de tres pinceladas, armó un primer perfil.
Tampoco incluiste a contemporáneos que fueron muy conocidos en su momento dentro de la cultura de izquierda, como un Mario Jorge de Lellis, Armando Tejada Gómez, Gerardo Pisarello o Nira Etchenique.
–Tomé tipos de mayor proyección político-intelectual como Alvaro Yunque o Leónidas Barletta. Me parece que los otros giraron en torno de su órbita. Algunos fueron compañeros de ruta como Pedro Orgambide, Gerardo Pisarello o Mario Jorge de Lellis. En cambio, un tipo como Alfredo Varela no ofrece ninguna duda porque fue un comunista orgánico. Ganó el premio Lenin, viajó varias veces a la Unión Soviética. Es una figura más representativa del intelectual integrado en un partido que un Juan L. Ortiz, por ejemplo. Porque, ¿quién no tuvo alguna vinculación o publicó alguna cosa en Cuadernos de Cultura u Hoy en la Cultura?
¿Y Néstor Pelongher?
–Perlongher se hace más conocido después del ’76. Si extendiera el diccionario al año 2000, lo incluiría.
Su militancia trotskista fue anterior.
–Pero se constituye después del ’76.
Pero hay figuras que rescatás sin tener en cuenta la relevancia. Ahí está, me parece, el límite de tu gusto.
–Seguramente el diccionario va a ser juzgado desde ahí.
¿Cuáles personajes considerás como hallazgos de tu investigación?
–Hay un personaje que aparece en la fundación de la Primera Internacional en la Argentina que se llama Stanislas Xavier Pourille, editor del periódico Le Revolutionnaire, adonde pone avisos ofreciendo todo tipo de servicios. Por ejemplo, ofrece lecciones de francés, inglés, ruso, alemán, latín y griego, y agrega: “Dirigirse de ocho a nueve de la noche al Sr Stanislao, Calle Corrientes 227, en el patio, altos”. Y debajo, otro aviso que dice: “Estanislao de París, discípulo del famoso doctor sifilógrafo Ricord. Curación sin mercurio de las enfermedades de las vías urinarias: sífilis, accidentes secundarios, llagas, incordios, acortamientos, etcétera”. También vende preservativos en frascos a 50 pesos la botella. Este personaje extraordinario de la época, mezcla de racionalismo con misticismo, autodidacta, tipógrafo, es en Buenos Aires uno de los mentores de la segunda Section Française de la Association Internationale de Travailleurs au Buenos Aires.
Descubriste algunos ascendientes, también militantes, de personajes de la izquierda actual en la Argentina.
–Los parientes, en muchos aspectos, saben menos. Entonces yo les cuento la historia pública y ellos me cuentan la privada. Intercambié información con Ricardo Janin, el marido de Maristella Svampa, que es bisnieto de Francisco Janin, estibador anarquista francés, militante destacado de la Federación de Estibadores de la Argentina, luego deportado por la Ley de Residencia. Alicia Dujovne Ortiz, para escribir El camarada Carlos, su padre, se instaló varios días en el Cedinci. La hermana de Daniel Hopen, dirigente estudiantil y organizador del frente cultural del PRT-ERP, sólo tenía de él una foto de documento. Pero yo tenía una de Joe Baxter en Cuba, adonde estaba con alguien que, tuve el pálpito, era Hopen. Y así fue; entonces, se la pasé a la hermana. En un momento me interesé por un Rinessi, estudiante de Derecho rosarino que formaba parte de la extrema izquierda militante por la reforma universitaria. Era antiparlamentarista, pro-revolución rusa, un anarco-comunista. Lo llamé a Eduardo Rinessi. El me dijo: “Una tía abuela dijo que sí, es el abuelo, pero no lo vayan a poner dentro de un libro de izquierda”. Porque había terminado siendo un juez liberal conservador en Rosario. Me encontré con Luis Grüner, abuelo de Eduardo, conseguí una serie de documentos y de cartas. Luego no incluí ni a Grüner ni a Rinessi porque no conseguí suficientes datos.
¿Preferidos?
–Hay personajes extraordinarios en los que para mí fue un placer bucear, como Virginia Bolten, una obrera del calzado feminista y anarquista. La imagino en el 1º de mayo de 1890 hablando en la Plaza López de Rosario y con esa bandera roja y negra que decía “1º de mayo Fraternidad Universal”. O Félix Weil, el hijo de un exportador de granos alemán que se convierte en el financista y fundador de la Escuela de Frankfurt, como decía él, “un comunista de salón”. O Silvio Gesell, el padre del fundador de Villa Gesell, una especie de economista anarco-liberal que termina siendo ministro de la República de los Consejos de Baviera y que es presentado como un economista por encima de Marx. O Raymond Wilmart, un enviado de Marx a la Argentina que se queda a vivir acá con una dama de la oligarquía cordobesa, estudia Derecho y se convierte en un abogado de la elite, socio de Aristóbulo del Valle, totalmente modernizador, prodivorcista, defensor de la autonomía del Poder Judicial frente al Ejecutivo. Ninguno de sus cinco hijos hereda las ideas del padre. Las cartas de Marx que él tenía, las de Paul Lafargue, yerno de Marx, fueron quemadas por una de sus hijas. Que alguien que había sido tan importante en el foro porteño hubiera sido un izquierdista resultaba incómodo. El cura Jerónimo Podestá es descendiente de Wilmart.
¿Cómo llega a la Argentina?
–Desde el momento en que se decide mandar a un hijo rebelde de la nobleza al culo del mundo es porque Marx le dice que en Buenos Aires surgió una sección de la Internacional y es posible que los anarquistas la monopolicen. Entonces tiene que llegar como marxista a dar un informe sobre el último Congreso y controlar el peso de los anarquistas. Pero se da cuenta de que acá no hay marxistas ni anarquistas. Los internacionalistas acá son socialistas internacionalistas en un criterio muy genérico, premarxistas y prebakuninistas, no entienden por qué la Internacional se divide en el último Congreso. Hay, sí, exiliados franceses que tuvieron que salir corriendo luego de la Comuna, pero son cuadros medios que no han leído los textos fundacionales. Para Wilmart es un gran desconcierto, se decepciona del grupo que integra y que enseguida se disuelve. Entonces le explica a Marx –podés verlo en la carta– algo así como: “Acá es muy fácil llegar como inmigrante trabajador y convertirse enseguida en pequeño patrón. No hay condiciones para la emergencia de un proletariado moderno y por lo tanto –te lo resumo– no hay posibilidades de leer El Capital. Yo repartí los fascículos de El Capital en francés, quedé para una reunión la semana que viene y no vino nadie. Todavía existen levantamientos de la barbarie en las provincias”. Lo dice por el de López Jordán. ¿Y qué hace este joven belga deseoso de aventuras revolucionarias? Se alista en las tropas para ir a sofocar la rebelión de López Jordán y termina siendo ayudante de Lucio V. Mansilla.
Conmueve ver en el diccionario la biografía política de muchos desaparecidos integrada a un vasto cuerpo común de militantes revolucionarios de diversos períodos, una necesaria inscripción simbólica más allá del campo específico de los derechos humanos. Wilmart, el belga reconvertido en argentino, todavía puede seguir su vida aventurera después de muerto y volver, como en su juventud, a correr peligros: convertirse en personaje de novela histórica.
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