SEXO > HAY CLASES PARA TODOS
Clases de seducción, de beso y de fellatio. Pero también de masturbación, de sadomasoquismo, de uso de adminículos diversos y hasta de actuación porno. Los profesores del deseo proliferan en Buenos Aires y tienen alumnos para todos los gustos.
› Por Soledad Barruti y Violeta Gorodischer
Circulan por Buenos Aires desde hace meses y son parte del mismo fenómeno que puso a Alessandra Rampolla en lo más alto del rating del cable: la necesidad de la gente común de aprender todo lo que haya a disposición en materia de sexo. Una masturbadora profesional, otra experta en juguetitos sexuales, dos en seducción, una ama del sado, otra que es porno star y uno que se conoce como autoridad en materia de besos. La troupe de los profe–sex vernáculos que caminan unidos en pos de un mismo mensaje: hay que gozar, gozar y gozar (¿que se acaba el mundo?). El planteo, al menos, parece simple. Está el profesor, están los alumnos y está el contrato implícito de la educación clásica: los que enseñan saben, los otros no. Pero, ¿hay parámetros comunes a todos? ¿Hay nuevos profesores porque hay nuevas técnicas? ¿Quién da por aprobada la lección y cómo se corrobora lo aprendido? Preguntas, preguntas y más preguntas. Lo único cierto es que el sexo está sobre el tapete. O sobre la cama. O sobre la mesa de disección.
Los encuentros de Tupper Sex organizados desde hace un año fueron recibidos en diversos medios como “la nueva revolución sexual”. Su idea, inspirada en las vicisitudes que plantean las mujeres de Sex & the City, consiste en llevar a los livings ya no las prolijas cajitas de plástico que cierran al vacío sino lo que hasta entonces sólo se conseguía transitando alguna lúgubre galería de Belgrano o porno shops del centro. ¿De qué se trata? De la venta directa de accesorios sexuales revestidos de una pátina cool. Ahí están, sobre una mesa en el restaurante de comida afrodisíaca Te Mataré Ramírez, el consolador fucsia con ojitos y boca a lo Barney, al lado de otro que parece una foca y un tercero que aparenta ser un simpático pingüinito. O el patito amarillo que es potente vibrador y un dúo de margaritas kitsch que cumplen la misma función. Un rosario anal que se llama Félix y también (¿cómo podría ser de otro modo?) tiene cara con sonrisa. “La idea de las formitas es para acercarlas, porque el estigma del vibrador es tan fuerte y tiene una connotación tan negativa que, si no lo mostrás así, no se animan”, asegura Ana Ottone, dueña e ideóloga de la empresa Sophie Jones. Todo el catálogo está desplegado a la espera de que se largue el encuentro sólo para grupitos de amigas de entre 20 y 60 años. “Todas tenemos algo de ingenua y algo de mujer atrevida”, sugiere entonces, pícara, la mentora antes de comenzar, con dedicación docente, la clase/introducción en materia sex shop. Tras deslizar que siempre es mejor jugar en pareja antes que masturbarse sola (¿cómo?, ¿no era que...?) y aclarar que hay que dejar volar la imaginación entre reglas (“si eligen las esposas, nunca las usen con alguien que no conozcan mucho, ni se dejen atar por más de 30 minutos”), Ottone hace énfasis una y otra vez en las ventajas de su marca por sobre el resto del mercado: “Son todos de silicona, nada de látex, porque un 40 por ciento de las mujeres son alérgicas” o “las esposas Sofie Jones no lastiman los nervios como puede suceder con las de policía” y “esta crema saborizada sirve como lubricante y no mancha ni pegotea como una Nivea”. Y al fin queda claro por qué hay que pagar casi un ciento por ciento más que en cualquier sex shop: no es sólo por el camuflado bonito de los juguetes sino por el carácter aséptico, pulcro y siempre seguro de la marca, ajena a posibles sustancias y olores, para que las chicas que escucharon con el ceño fruncido que “hay gente que es capaz de meterse cualquier cosa” puedan comprar tranquilas. Entradas en confianza, Ana pide que pasen, toquen y sientan. Pero parece que la desfachatez alcanzó no más para dejar a las chicas cruzar la puerta: una frente a la otra, nadie se anima a estirar la mano. Y algo similar sucede a la hora de las compras. Ninguna elige el consolador más grande, ese que ameritó más minutos de charla. “Les da morbo. Piensan que van a gozar demasiado y no se lo llevan”, dice Ana. “Pero muchas después me llaman y, cuando no hay nadie, lo vienen a buscar.”
Hay veces que sólo “la práctica hace al maestro”. Ahí está entonces, la primera Escuela de Sadomasoquismo Domina Sandra: una casona en penumbras y sin ventanas a la calle en el barrio de Caballito. La encargada de recibir a los alumnos es la Ama Sofía. Cordial cual vendedora inmobiliaria, muestra la sala de tortura light con una cama con soportes para atar o ser atado, látigos de todas las medidas, trajes de cuero y encaje y botas altas con diseño Mujer bonita. Y otra de tortura hard con jaulas y ganchos metálicos y filosos para colgar y retorcer pezones. Cadenas para golpear, prensas para estirar los cuerpos. También una habitación para la lucha y una cuarta donde los hombres pueden volverse mujeres. En un target que contempla principalmente a hombres (un 90%) de clase media alta o altísima: en un fin de semana acuden desde abogados hasta jueces o gerentes y afines que cuelgan el traje en la puerta de entrada para tomar los cursos intensivos de un mes o de una semana. Lo primero es separarlos. Porque acá hay cursos para dominados, dominantes o transformistas. De todo y para todos ofrece el listado de fantasías domesticadas dispuestas a satisfacer la demanda. “Vamos a enseñarles a jugar. Pero primero me tienen que contar todo. Qué quieren, cuáles son sus límites, del 1 al 10 cuánto aguantan.” Tras una introducción teórica, llega el momento del práctico. El alumno pasa a ser, cuerpito gentil, el cornudo, la mujercita, el sobrino que se portó mal, o el etcétera que prefiera. Fantasías nao tem fim, en esto de recibir torturas, golpes y humillaciones. Suena raro, pero para reforzar la idea, el comentario de un egresado de Domina: “Me quedan dos clases de recuerdos. Uno efímero, materializado por los moretones que adornaron mis redondeces traseras, y otro perenne: la experiencia de haber roto la estúpida barrera entretejida de pudor y prejuicios que hasta ahora me había impedido vivir las sensaciones que siempre quise conocer y nunca me había animado a buscar”.
La porno star vernácula Milena Hot y su director Danilo han creado una mini pyme para enseñar con el ejemplo: cómo ser un porno star y filmar en el intento. El gustito completo ronda los 5 mil pesos. Para una pareja con ese presupuesto, el team Mile-Danilo cuenta con set de filmación profesional, maquillador, peinador y productor-vestuarista, además de un rato de debate para el guión y una charla previa con la mujer de la pareja. Milena sabe que “para que todo salga bien hay que trabajar con ella”. “Voy a enseñarte trucos para que lo sorprendas”, asegurará, consolador en mano. Mostrará también formas de practicar sexo oral “todo sin manos: sólo la boca, los labios, la lengua”. Y después le dará la fórmula de la película perfecta: “Primero oral, después vaginal y anal”. Por último, Milena expondrá las reglas: el uso de preservativos es insorteable y la participación de Milena estará guiada por el director (“porque los que vienen acá son fans de ella y llegan con la idea de doblegarla, entonces la tengo que cuidar”). La confianza al aprendiz de actor (“si no se me para, me muero”) se la da Danilo: “Siempre puede pasar, pero cualquier cosa yo filmo otro cuadro”. Y fin de las reglas, empieza el juego. Una erección dudosa (“siempre pasa”) y un sexo que de tan filmado se vuelve casi mecánico. Algún intento del hombre por romper las reglas (un tirón de pelo a Milena) y una frenada a tiempo. Finalmente, las sonrisas cómplices ante el arengue constante y bajito (“tranqui, chicos, está saliendo bárbaro”). ¿El resultado? Una película no editada, pero dirigida ¿y actuada? a lo profesional.
Revelación femenina del know how del sexo porteño, Paola Kullock se jacta de haber creado la primera Escuela de Sexo del país: “Yo soy práctica, hablo de sexo y enseño sexo; cómo complacer, cómo masturbar, cómo hacer sexo oral, cómo ponerse un portaligas, cómo ser una puta”. El target mayoritario de su clientela son mujeres jóvenes y maduras de clase media que van en grupo a sus clases para aprender todo “lo que hay que saber”. Lo primero que cuenta la entrepreneur es que ella no es sexóloga sino especialista en juegos eróticos, autorizada a explicar “cómo se hace una buena paja”. Masajeando un pene imaginario, les pide a todas que imiten el movimiento mientras tira consejitos. “Lo hago siempre, en cada clase, les encanta; ¿no ves que no sueltan?”, dice mientras las alumnas tocan, preguntan y repreguntan, encubriendo cierta urgencia de aprobación. Deudoras de un discurso donde se sobreentiende que es el hombre el que sabe y ellas las que van a aprender, las mujeres escuchan a la maestra que brinda las pautas “para hacerlo gozar”. Allí están las técnicas infalibles para masturbarlo, o para hacerle una “chupada de lujo”, las posiciones para que se les abra la glotis y no tengan arcadas e incluso trucos por si no les gusta que les acabe en la boca: “Ahí pueden entreabrir los labios para que les chorree, ellos van a pensar que rebalsaron y se van a quedar chochos”. Hay también clases de masaje erótico con modelo vivo, strip tease, baile en el caño y una actividad para parejas denominada “de los cinco sentidos”: “Basta de tanta plumita y tanto sexo tántrico, cortémosla. Yo voy a lo directo: la idea es que se vayan calientes”.
La escuela que hace roncha entre los hombres se llama Seducción Secreta. Iván Rodríguez Duch y Martín Albamonte son los jóvenes mentores de este lugar abierto desde septiembre de 2006. Después de confirmar que la tendencia era un boom en Estados Unidos, los chicos de 22 y 26 años decidieron poner en práctica clases para “aprender a seducir mujeres”. Con una investigación que incluyó charlas con asesores de moda, sexólogos, expertos en Programación Neurolingüística (PNL) y libros de mentalidad exitosa, se sintieron listos para salir al ruedo. “Nos enfocamos en cómo hacer para volverse atractivo”, explica Iván. “A cada estudiante le decimos que tiene un hombre atractivo adentro y que tiene que aprender a comunicar sus cualidades, no intentar adaptarse a la mujer sino que la mujer lo vea atractivo tal como es. Y si no le gusta, bueno: la siguiente.” Quienes toman las clases tienen entre 20 y 30 años, y aunque en su mayoría son de clase media, también hay algunos de más nivel económico que se acercan para tomar el curso intensivo de sólo uno o dos fines de semana (en general son mensuales o semanales). Variante edulcorada de la terapia conductista, ellos ofrecen una serie de pasos a seguir para superar el problema concreto que en estos casos suele ser la extrema (extremísima) timidez a la hora de abordar mujeres. Piense y hágase rico, El lenguaje de los cuerpos, Venza sus temores y Aunque tenga miedo, hágalo es parte del corpus teórico que ofrecen a sus alumnos, así como las pertinentes indicaciones prácticas: desde preguntar la hora por la calle hasta salir por boliches (siempre con los profesores al lado) para encarar chicas diciendo: “Hola, voy a besarte en menos de 30 segundos” y tirándoles la boca. Arriesgado. Aunque tiene sus resultados: “Noto un cambio en mi forma de comunicarme, tirando más chistes, piropeando a mis amigas, todos me dicen lo cambiado que estoy y se nota hasta en el msn, donde no saben qué decir cuando las jodo”, dice Juan Manuel, estudiante de Seducción Secreta. Agustín, otro estudiante, cuenta: “Ya no hago eso de inclinarme sobre una persona para hablarle, porque da la pauta de que estás muy ansioso. Como en general las chicas son más petisas que yo, eso les da sensación de miedo, como que las estoy sofocando”. Con más o menos suerte, después de un par de clases lo más probable es que todos puedan al menos acercarse a las féminas. ¿Y después? Eso ya no es problema de los maestros, que saludan afectuosos y cierran la puerta despacio, mientras terminan el Manual de seducción que les encargó Planeta para que salga a la venta en el mes de noviembre.
Son muchas las parejas que buscando renovar su empolvada rutina de cama recurren al mediático sexólogo Ezequiel López Peralta, quien conduce Simplemente sexo por Discovery Home & Health y dicta cursos de Seducción y de Inteligencia Sexual (que llevó incluso a universidades de América latina). Pero la novedad del menú radica en el taller montado en el restó Te Mataré Ramírez para enseñar a besar. Sobre las mesas, velas verdes, azules, rojas. Después de las presentaciones donde todos explican qué les atrajo de la propuesta (“tenemos más de 10 años de casados y queremos reavivar el erotismo”; “nos daba curiosidad”; “buscamos experimentar otras cosas”), Ezequiel les propone distribuirse en el espacio cómo más les guste: unos se esconden en mesas detrás de las cortinas, otros se acomodan en el sillón rojo, el resto se queda más o menos por donde estaba. Las luces bajan hasta llegar casi a las penumbras y empieza a sonar Mike Oldfield. “Relájense”, dice el guía y así empieza su célebre taller, valuado en $ 80 la pareja. Casi escondido (“para no incomodarlos”), cual voz en off de Gran Hermano, Peralta empieza a tirar consignas que todos cumplen a rajatabla: a los masajes en cuello y hombros siguen los besos esquimales de nariz acompañados por caricias en pelo y mejillas. Después, los besitos “en cualquier parte menos en los labios”, y un rato más tarde la propuesta de acariciarle los labios a la pareja usando sólo el labio inferior junto a mordiscos suaves en boca, rostro, cuello. “Si antes había veda de labios, lo que voy a pedirles ahora es veda de lengua, hasta que yo diga”, dice Peralta mientras entrega vendas para que se cubran los ojos y chocolates para que “los incorporen al beso y jueguen desde el gusto”. Obedientes alumnos de salón, las parejas cumplen. Aunque unos minutos más tarde, en medio del coffee break, la mayoría admite que les cuesta mucho eso de “tener que aguantarse”. Después llega la parte dos de la clase: los besos de presión/succión en el que uno toma con sus labios los labios de su pareja. Y después las caricias con la punta de la lengua durante casi 5 minutos. Y el “beso inclinado”” y el “giratorio”, y entre uno que se para y otro que se sienta, y ahora te toca de vuelta y cuidado que así me podés chocar los dientes, llegan al famoso “combate de lenguas” donde todo vale de la boca para adentro. Acaso el único rincón de resguardo que, ya en el cierre de la clase, habilita un placer no codificado.
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