Dom 29.09.2002
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PERSONAJES

El gato sobre el tejado de zinc caliente

Empezó tocando en los Wild Cats mientras trabajaba en La Caja de Seguro y Ahorro rosarina. Pero enseguida se vino a Buenos Aires, los Wild Cats se transformaron en Los Gatos, ellos en los náufragos del hippismo y fundaron el rock nacional. Después, se refugió en los piano bares españoles hasta que su incorporación a la banda de Andrés Calamaro lo volvió a poner bajo los reflectores porteños. Ahora, cuando muchos emigran, Ciro Fogliatta vuelve a vivir y tocar en la Argentina.

› Por Martín Pérez


Antes de abandonar definitivamente Madrid para regresar a la Argentina, Ciro Fogliatta estuvo cuatro meses viviendo en Marruecos. Su agente le consiguió trabajo en un piano bar de un hotel cinco estrellas, y el rosarino cargó un auto con todos sus bártulos y se dirigió hacia el sur para cumplir con un trabajo que le permitiría seguir conociendo el mundo. No es difícil imaginarse al siempre elegante Fogliatta sentado frente al piano de cola de un hotel de lujo. De hecho, la primera imagen que viene a la cabeza es la de un argentino gritando “Tocala otra vez, Ciro”, con un Fogliatta de traje impecable cuya estampa es mitad Bogart y mitad Sam, en una película que ya se ha visto varias veces. Pero que no por eso deja de ser disfrutable. Ciro Fogliatta, digamos, como el súbito pianista ideal del Piano Bar rocker imaginado por Charly García durante aquellos ‘80 porteños que él no vivió porque ya estaba instalado desde hacía tiempo en Madrid.
Cuando se comparte la imagen con el legendario pianista, ya definitivamente de regreso en Buenos Aires, lo primero que hace es apuntar que estuvo efectivamente en Casablanca, pero que la ciudad lo defraudó. “Es muy industrial”, explica. “Aunque ahí sí pude escuchar música árabe”, aclara. Y con respecto a la imagen del pianista de traje impecable, Fogliatta explica que últimamente anda medio distraído. “Antes de salir de Madrid llené el auto con libros y mil cosas que iba a terminar no usando en Marruecos, pero me olvidé todo lo que usaba para tocar: sacos, pantalones, todo. Me di cuenta de que me los había olvidado cuando ya estaba en Sevilla, y ya no me iba a volver. Una vez allí me decidí a tocar con una camisa, aunque para intentar disimular que no tenía traje me puse una corbata. Y todo anduvo bien. Como hacía mucho calor, al poco tiempo de estar ahí incluso el pianista italiano que tocaba antes que yo terminó dejando el saco de lado y tocando en camisa.”
Carne de piano bar desde que se instaló en uno madrileño a comienzos de los ‘80, Ciro Fogliatta es en realidad una suerte de dandy blusero del más histórico rock argentino. Fundador de Los Gatos y uno de los protagonistas de aquel primer éxodo rocker local hacia la Madre Patria que data de fines de los años ‘70, a cuatro décadas de aquellos lejanos comienzos en su Rosario natal Fogliatta está de regreso casi sin quererlo, justo cuando todo el mundo parece querer irse. Sentado en un bar de Palermo, mientras menciona al pasar que ha vuelto a tocar con alguno de sus viejos amigos, ese morderse la cola de su historia musical también descansa en el recuerdo de alguno de los problemas que tuvo durante los cuatro meses de su estancia en Marruecos. “Algunos tipos se quejaban porque les molestaba el sonido”, precisa Ciro, que no puede evitar darle con ganas a las teclas. Al menos con más ganas que los clásicos pianistas de piano bar, algo que él aclara no ser. “Pero en general me iba bien. Me salvaban los clásicos americanos, y mucho blues. Había mucho francés en Marruecos, y a los franceses les gusta el blues. También de vez en cuando me lanzaba a tocar tangos, algo que no me atrevería a hacer acá, pero en ese contexto sé que puedo hacerlo bien”, cuenta Fogliatta, que asegura no haber sido reconocido por ningún argentino de esos que vagan por el mundo. Nadie le pidió que tocase “La balsa”, digamos. “Lo más curioso que me pasó fue un tipo que se fue a quejar porque yo tomaba agua de una botellita, en vez de servírmela en un vaso”, cuenta. “No sabés lo que son esos tipos, los de los hoteles de lujo. Exigen de la gente todo lo que no se exigen a sí mismos”, explica Fogliatta, al que –de regreso al punto de partida– ya nada lo sorprende. Ni tampoco lo altera. Tal vez por eso diga al pasar que siempre fue un solitario. Y también que le gusta pensar en él como un entertainer. Le gusta esa palabra. Claro, entretener es lo que siempre supo hacer una vez sentado al piano. Un lugar que ocupó durante los mejores momentos del más histórico, y también del más oscuro, rock nacional.

UN GATO LEPROSO
Antes de ser rocker tiempo completo, mucho antes de dedicarse a tocar en los piano bares, antes de armar bandas de rock, antes incluso de naufragar con los hippies por la noche porteña, Ciro Fogliatta trabajó en un Banco. Nacido en el centro de Rosario y luego mudado al sur –“Por eso soy hincha de Newell’s”, aclara–, el que luego fuese el famoso tecladista de Los Gatos comenzó a trabajar en La Caja de Ahorro a los 17 años. “Cuando había que ir a tocar a la radio, tenía que pedirle permiso al gerente para salir antes”, cuenta. “Me acuerdo que el más caradura de mis compañeros llamaba haciéndose pasar por el director de la radio, y el tipo no se podía negar.” Aunque a su padre le gustaba que fuese contador, Ciro recuerda que a pesar de todo supo comprarle su primer piano. “Me compró un piano en vez de una guitarra porque quería que tocase en casa”, apunta, divertido. Ese piano fue el comienzo de todo. El contador Fogliatta pasaría a ser el tecladista de un grupo llamado los Wild Cats, que luego se traduciría al nombre de Los Gatos Salvajes, y que mucho más tarde quedaría sintetizado en Los Gatos, a secas. Nada menos que el grupo que dio el puntapié inicial de esa música orgullosamente llamada rock nacional.
Pero antes de ser nacionales, los Wild Cats eran simplemente rosarinos. Y apenas si tocaban en unos bailes organizados por un locutor llamado Vilmar junto a grupos como The Hurricanes o Los Green Cats, cobrando apenas unos pesos y la eterna promesa de viajar a Buenos Aires para tocar en la mítica Escala Musical. “Al final vinimos a la Escala, y tocamos con Los Búhos y Sandro y los de Fuego”, recuerda Ciro, que apunta que ya entonces el grupo tenía su sonido propio, sin nada que envidiarle a las otras bandas. “Teníamos nuestro órgano, hacíamos cosas interesantes”, explica el tecladista, que confirma aquella leyenda que cuenta que cuando Litto Nebbia se fue a probar como cantante fue rechazado porque aún no le había cambiado la voz. “Pero lo de Litto era algo especial”, explica Ciro. “Era un artista desde el comienzo, venía de una familia de artistas y ya en esa época se notaba que era un tipo con talento. Ya componía, y le gustaba todo lo nuevo.”
Los Gatos Salvajes dejaron de ser Salvajes cuando, llegado el momento de regresar de una de sus temporadas porteñas, Litto y Ciro decidieron no volver a Rosario. Eso, al menos, es lo que cuenta la historia oficial del grupo, que asegura que los demás se volvieron a esperar el llamado de los que se habían quedado en Buenos Aires. “En realidad, el grupo no se disolvió. El guitarrista, por ejemplo, se quedó acá, pero abandonó la música”, precisa Fogliatta, que junto a Nebbia pasó a formar parte de aquellos náufragos porteños entre los que estaba, por ejemplo, Tanguito. “Miles de veces fuimos a comer a su casa”, recuerda. “Su viejo estaba harto de los hippies, pero su mamá nos preguntaba siempre si teníamos hambre. Y nos daba de comer. Yo nunca me olvido de eso, de lo difícil que fue sobrevivir en Buenos Aires. Porque nosotros éramos náufragos en serio, no teníamos dónde caer.” Finalmente terminaron cayendo todos en una pensión llamada Hotel Santa Rosa, donde se hospedaron Los Gatos que luego Litto Nebbia llevaría a tocar a La Cueva. Y de ahí a “La balsa” casi no habría escalas.

VIAJAR PARA VIVIR
Capaces de hacer un reverb con pelotitas de ping pong o de conseguir el sonido que tenían los Kinks cuando nadie lo conseguía, dicen quienes escucharon a Los Gatos en su momento de gloria que era una banda que sonaba realmente bien. “Yo recién tomé conciencia hace poco de todo lo que hicimos”, confiesa Ciro. “Viendo los Anthology de Los Beatles, me di cuenta de que yo hacía de George Martin cuando entrábamos en el estudio. Y no me puedo quejar de nada. Eramos unos preciosistas. Habíamos descubierto que para hacer un surco ideal en un disco de vinilo, el lado debía durar 18 minutos. Y si le tomás el tiempo, vas a ver que ningún ladode ningún disco de Los Gatos dura más que eso”, desafía Ciro, que aclara que nunca hicieron verdadera guita con el grupo. “El único despilfarro que hicimos fue pasarnos casi un año sin laburar en Nueva York, allá por 1969”, recuerda el tecladista, haciendo foco en uno de los momentos más particulares de la historia del grupo.
“Fuimos a aprender”, cuenta. “Fuimos al Greenwich Village, alquilamos un piso y nos pasamos dando vueltas por ahí. Fue una de las cosas que más me marcaron en mi vida”, confiesa Fogliatta, que asegura que “hicieron de todo”. Tuvieron viviendo en su casa a un hippie que era amigo de Warhol, y que insistió con llevarlos a Woodstock. “No fuimos porque el primer día era de folk, y no nos gustaba. Y después no se pudo ir porque era zona de desastre y todo eso.” Como corolario de su experiencia neoyorquina Los Gatos llegaron a grabar dos temas en los estudios de la RCA de allá, con un cantante llamado John. Pero si la cuestión musical no pasó de allí, el hecho de presenciar en vivo una revolución cultural marcó a Ciro para toda su vida. “Lo de ellos iba en serio”, recuerda. “Era muy parecido a la época de La Cueva o de La Perla de Once, pero en vez de ser decenas como nosotros, ellos eran miles”, intenta comparar Ciro, que sin embargo aclara que nada puede compararse con las marchas masivas en contra de la Guerra de Vietnam. “Me acuerdo que vos decías que eras argentino, y todo el mundo te preguntaba cosas. Querían saber dónde quedaba eso. Un día un vendedor de hash incluso me llevó a su casa, porque decía que tenía un té argentino. Tenía todas las bolsas de hash colgadas del techo, y estuvimos hablando con él y con su mujer; era gente muy educada y culta. Y resultó que el té del que me había hablado era nada menos que yerba mate.”
Si aquel viaje de Los Gatos sin Nebbia a Nueva York marcó el final de la primera época beat del grupo, fue un viaje similar a España un par de años más tarde el que cerró definitivamente el capítulo del grupo dentro de la historia del rock local. Un viaje que, para Fogliatta, funcionó como prólogo del gran viaje que haría a fines de los ‘70. “Yo me fui a España en el ‘79, respondiendo a un llamado de Moris para que me fuese a tocar allá con él”, cuenta Ciro, que luego de Los Gatos y antes de viajar integró los grupos Sacramento, Espíritu y Polifemo, entre otros. Recuerda que incluso llegó a tocar en una primera encarnación de los Dulces 16, llamada la Blues Banda, un grupo que había armado en el oeste de Gran Buenos Aires el mítico León el Blusero. Y allá en España, como el trabajo con Moris le duró tan poco, terminó anotándose como un pionero del blues español con un dúo llamado los Hot Dogs. Y luego llegó el trabajo en un piano bar, que le permitió vivir bien en un Madrid fabuloso, el de la década del ‘80. “Tocabas media hora en el piano bar y, si no tenías vicios, eso te alcanzaba para vivir. Por eso sólo hacía lo que quería, y apenas si trabajé con grupos como Los Secretos, Los Elegantes e incluso grabé algún tema con Joaquín Sabina”, recuerda el mismo Ciro Fogliatta que recién volvió a aparecer en el radar del rock argentino en la década del ‘90 cuando pasó a integrar la banda de Andrés Calamaro.

DE REGRESO
“Primero dejé las drogas, luego el alcohol y ahora lo estoy dejando todo, incluso la carne”, dice el elegante Ciro, regresado a Buenos Aires tan a contramano como cuando dudaba de irse a Madrid allá en 1979. “Cuando Moris me llamó aquella vez yo estaba con una amiga que apenas colgué me retó, diciéndome que cómo no le había dicho que ya mismo me iba para allá”, recuerda el tecladista, que asegura haber recibido algún reproche similar cuando contó que se volvía. “Lo que apuró mi regreso fueron cuestiones familiares”, explica Ciro. “Pero además no me gusta lo que está pasando en España, que ahora es un país europeo como cualquier otro, lleno de burgueses. A mí me interesa lo que pasa acá, y aunque a lo mejor mi regreso no sirva de nada, me gustaría aportar algo”, confiesa Ciro, que desde que regresó no ha dejado de tocar, tanto como invitado junto a Botafogo como junto a la banda de Napo en el Samovar boquense, e incluso en alguna que otra zapada junto a viejos amigos como el baterista Rodolfo García (ex Almendra), el guitarrista Héctor Starc y el bajista Alfredo Toth (ex Los Gatos).
“Me llamaron para formar parte de un jurado de un concurso de rock, y tuve que escuchar como cuarenta bandas. Me sorprendió cómo la llama está prendida todavía”, se asombra Ciro, que confiesa que fue su relación con Andrés Calamaro lo que mantuvo su llama encendida. “Para mí, formar parte de esa banda fue como rejuvenecer”, cuenta. “Nunca había tocado con un tipo con tanta energía y tanto control. Él me hizo retomar el camino de la música, porque antes de su llamado estaba desanimado”, confiesa Ciro. Aunque en realidad fue él quién llamó primero a Calamaro para tocar en el disco de blues que grabó en Barcelona. “Yo no lo conocía, conocía más a Ariel Roth, su compañero en Los Rodríguez, desde que me había llamado allá lejos y hace tiempo para tocar en unos demos que estaba grabando para su hermana Cecilia, que quería cantar”, recuerda tal vez más de lo necesario Fogliatta, que terminó llamando a Andrés para tocar unos blues, y después Andrés lo terminó convocando para integrar su banda.
“A mí no se me cae ningún anillo si tengo que dejar de tocar. Siempre fui un tipo realista y pensé en dejar de hacerlo, pero mi misión es la música y entonces tocar con Calamaro me hizo volver a ella”, asegura Ciro, que ha regresado ahora aún más lejos, y vive en Florida, junto a su hermana. “No me pidas que me critique, porque como soy argentino y también rosarino, me destruiría a mí mismo”, explica Fogliatta. “Pero si algo descubrí en este tiempo de pianista de piano bar es que soy un buen entreteiner, que es una palabra que me encanta. Porque eso eran Jerry Roll Morton o Fats Weller, por ejemplo. Y no me quiero comparar con ellos, sino con lo que transmito. Con eso estoy más que satisfecho.”

Todos los sábados de octubre, Ciro Fogliatta toca como invitado de Miguel Botafogo en Casual Bar (Cabrera 3877).

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