ARTE > EL “DICCIONARIO” DE GABRIEL OROZCO
El mexicano Gabriel Orozco es uno de los artistas más reconocidos del arte contemporáneo. Sus dibujos, pinturas, esculturas, fotografías y videos están imbuidos de una misma sensibilidad: la de rescatar objetos y materiales ignorados en la vida cotidiana, para aprovechar la memoria que guardan y restituirles el sentido profundo que esconden. De paso por Buenos Aires, Radar lo entrevistó y obtuvo un minidiccionario artístico para entender su credo.
› Por Fabián Lebenglik
Invitado para participar del 3er. Encuentro Internacional de Pensamiento Urbano, pasó por Buenos Aires el mexicano Gabriel Orozco (1962), cuya obra intenta recuperar el sentido de los materiales que utiliza, aprovechar la memoria de esos materiales y vaciarlos de sentidos superfluos. Se trata de uno de los artistas visuales más requeridos en las principales bienales y museos del mundo. y sus fotografías, instalaciones, objetos, pinturas, videos, forman parte de importantes colecciones.
Durante el diálogo con Radar, Orozco esbozó parte de su “diccionario” artístico, cuya transcripción puede darle a los lectores algunas pistas sobre las ideas que subyacen en la obra múltiple de este artista libre.
Yo no aparezco en mis trabajos. Nunca resulto autobiográfico ni referencial. Es más: trato de desaparecer de mis obras como anécdota. Por otra parte, sería falso pretender el anonimato. Porque detrás del nombre del artista hay una responsabilidad, sobre quién dice qué. Y no debería esconderse tras lo colectivo ni tras las grandes palabras: eso es muy “setentoso”. Hay dos maneras que no acepto: una es la de refugiarse en las grandes palabras, la otra, es ser autoindulgente (“yo soy así”, o “soy un genio”, o “es mi naturaleza”).
No me gusta la palabra “espectador”, no la quiero para mi obra. El espectador es el que espera ver un espectáculo, un entretenimiento, el espectador es masivo. Y así no se accede a lo poético. Porque ante la “expectativa” viene la desilusión. Hay cosas, como el amor, que cuanto más las buscas, menos las encuentras. Yo quiero que a mis obras se acerquen sin expectativas: vacíos. La primera palabra debe ser: “decepción”. Es lo que sucede con todo el arte moderno. Lo primero que ha encontrado el público fue decepción... y aparecen los comentarios: “Pero esto lo puede hacer un niño... ¿Esto es arte?...” Luego, cuando ya se han bajado las expectativas, comienza a reconstruirse lo que se ve y entonces se recibe lo inesperado. Para mí, tanto la obra como el que mira deben estar inicialmente vacíos y todo comienza allí.
A partir de la niñez se inventan continuamente juegos, por ejemplo cuando se los deja solos y ellos toman un florero, vuelcan el agua... o hacen correr un autito por la mesa y luego lo introducen en la sopa para ver qué pasa. Esos juegos funcionan como un redimensionamiento de un espacio dado, tomando los mismos elementos que había. Son, cómo llamarlas... “metasituaciones” que no tienen una lógica habitual, pero también revelan algo de lo real. A mí me interesan el juego y el deporte como representaciones técnicas y teatrales del espacio, el tiempo y el paisaje de una cultura. El cricket, por ejemplo, expresaba ciertos usos del tiempo, del espacio y del paisaje. Hoy sería un juego muy difícil de jugar, aburrido, sin interés. Cada época se define por sus deportes y lo mismo sucede con los juegos de mesa. Yo presento cada obra como si moviera una ficha, a la espera de otra movida.
La palabra “producción” es muy importante para el arte contemporáneo. Según los materiales y condiciones con que fue hecha una obra, se determina la posterior circulación, su mercado, su “consumo”, etc.
Como artista, yo elegí no ponerme en situación de poseer medios de producción, ni herramientas, ni estudio... ¿qué se puede hacer sin nada? El ds, por ejemplo (el Citröen que Orozco cortó longitudinalmente y volvió a soldar, angostándolo) me costó trescientos dólares y con un asistente hice la obra en las afueras de París. Por supuesto que esta situación de “desposesión” es una actitud. Nadie frente a mi obra dice “Este artista es un desposeído”, pero sí que es una obra que busca liberar de prejuicios. Y el dinero también genera prejuicios. Hay que tener conciencia sobre la producción de la obra. Esto debe calcularse, porque tiene consecuencias fatales.
La politización del arte es algo que se vive en todo el mundo. No sólo en México o en la Argentina. Pero por otra parte todo arte es político. Lo que menos cuenta, en todo caso, es la intención política. Un artista como Guayasamín, por ejemplo, ha sostenido ideas nobles y sin embargo en la obra misma todo queda en las buenas intenciones. Y al revés, hay artistas reaccionarios en lo político y en sus actitudes, cuyas obras sí generaron cambios importantes en el arte. Si pensamos en dos artistas muy importantes para el siglo XX, como Picasso y Duchamp, y en sus respectivas relaciones con la política: tenemos por una parte las posiciones y la militancia de Picasso (en el Partido Comunista) y cuadros como el Guernica, que es todo un símbolo para la historia del arte. Y por otra parte tenemos el significativo silencio de Duchamp, y su migración a los Estados Unidos (que también es política) y con una obra que ha sido fundamental.
Yo elijo trabajar con objetos con memoria histórica. Y al dislocar los objetos estoy dislocando la memoria de esos objetos. Me gusta usar el término “estela”. La “estela” de un barco, del agua que deja la turbulencia después de la acción. Me atrae lo momentáneo, la “impresión” efímera sobre las cosas; no tanto lo permanente.
El prejuicio contra la información que había en nuestros países en los años ’70, sumado a la nula circulación de libros y revistas, fue dañino. Y para mí, en los ’80, fue una lucha aprender mucho y traer libros de mis viajes. Luego mi casa se llenaba de colegas y amigos que venían a consultar esos libros. Por supuesto hay que leer entre líneas, poder diferenciar entre información y conocimiento. Hay mucha información chatarra. Yo crecí con una educación marxista, que más allá de la ideología, proponía una metodología de análisis. En este sentido, los materiales y la metodología es lo que cada artista debe desarrollar. Hay que estudiar y saber mucho sobre arte para poder dedicarse y disfrutarlo. La información es indispensable. Al revés que en los ‘70, ahora hay mucho acceso a la información y eso permitió que viviendo yo fuera de México, mi obra circulara de todos modos en mi país, gracias a la tecnología.
Les doy mucha importancia a las impresiones iniciales. Como sucede durante las primeras veinticuatro horas que uno pasa en una ciudad. Yo presto especial atención a esos momentos y confío plenamente en ese comienzo, esa impresión, ese instante, ese paisaje. Si puedo tomar una foto, lo hago. Sin buscar encuadre, sin darle vueltas al asunto: tomo la foto. Hay que dejarse llevar. Es un trabajo de desprejuicio, un proceso en que busco librarme de prejuicios. Me dejo llevar, dejo que acceda el asombro. No se trata de “ponerse flojito”. Es más bien una disciplina en el “desprejuiciamento”. Porque constantemente estamos siendo invadidos por el prejuicio: a causa de la costumbre, el miedo, la sociedad que nos mete continuamente presiones y esto se suma al instinto de conservación, que nos inhibe. Con mi obra trato de que el individuo se libere de esos prejuicios.
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