DIBUJO > CROQUIS DE ARQUITECTOS: ¿ARTE O TRABAJO?
En general, los bocetos, croquis y borradores de los arquitectos son percibidos como ideas preliminares de lo que después serán los precisos planos hechos en el programa de computadora Autocad. Sin embargo, al igual que los bosquejos de escultores y pintores, esos trazos rápidos, a mano alzada, muchas veces encierran infinitas posibilidades a las que volver una y otra vez en busca de ideas que ni siquiera quien las dibujó sabía que estaban ahí. Por eso, la muestra Arquitectos, primeras líneas. 2007 las expone como lo que son: piezas de arte sin exigencias de inmortalidad.
› Por Gustavo Nielsen
Desde que existe, la arquitectura se la pasa preguntándose si es verdaderamente un arte, o no. El tema de la utilidad manifiesta parece que condicionara su experiencia. La mejor respuesta la escuché de un arquitecto brasilero, Lelé, en una Bienal de Buenos Aires: “La diferencia entre arquitectura y arte reside en que la arquitectura está para simplificarnos la vida, y el arte para complicarla”. A este panorama de siglos se le ha agregado ahora, en plena post-post-modernidad, el valor artístico de los dibujos de los arquitectos. Nadie duda del valor de la obra pictórica de Clorindo Testa o de Roberto Frangella, por nombrar dos arquitectos que exponen sus trabajos en galerías de arte y museos, y cotizan a escala global. Pero... ¿cuál es el valor de los dibujos que realizan para después poder construir una obra?
La post-post dice que estos dibujos están aquí para hacerse valer. Hace un par de semanas, Frank Gehry vendió en varios millones su archivo de croquis para el Guggenheim de Bilbao a una universidad norteamericana; lo mismo le ha sucedido a Zaha Hadid con un museo privado. Podemos preguntarnos si estos dos casos son un fenómeno aislado o si, por el contrario, se trata del nacimiento de una tendencia. Una tendencia que haría que los croquis de los arquitectos se empezaran a cotizar como arte. Todos los indicios parecen apuntalar la segunda hipótesis. Y no sólo en el Primer Mundo. También en nuestra ciudad, desde hace un tiempo, se enmarcan, se exponen y se venden croquis de arquitectos.
Con éxito.
La diferencia entre dibujar como herramienta para crear un determinado espacio u objeto y dibujar para crear por el simple gusto de hacerlo –o dibujar per se– es similar, tal vez, a la de contar un argumento en un guión de cine o escribir un cuento. El guión es un instrumento para construir una película o, mejor dicho, para que otro, el director, pueda construir su producto final. Es más un medio que una obra de arte acabada. El cuento, en cambio, es el fin de un camino: solamente sus palabras y la disposición de ellas sobre el papel hacen la historia.
Sin embargo, Picasso, para fabricar el Guernica, se valió de cientos de croquis que hoy se exponen en una sala aparte, en el Museo Reina Sofía. Y esos bocetos son tan buenos como el producto final. O aún más expresivos que la obra acabada, en mi opinión. También me conmovió más ver la serie de esculturas sin terminar de Los esclavos, de Miguel Angel Buonarroti, que el mismo, acabadísimo, David (expuestos también en salas contiguas en la Galería de la Academia, Florencia). Quizás esto se deba a que en ellos no se respira esa tremenda exigencia de inmortalidad que sí tienen el propio mural de Picasso o la perfección del David.
Lo mismo ocurre con los primeros croquis de los arquitectos: hay una necesidad despreocupada por relatar un mundo interior. Se parecen a los garabatos de los niños; vienen con un sentido incorrupto de la forma y del color que los hace enormemente sugerentes. “En el adulto medio de nuestra civilización”, dice Rudolf Arnheim en su libro El pensamiento visual, “el sentido de la forma antes se desvanece que se adecua a la complejidad cada vez mayor de la mente. Su arte puede contener elementos de expresión auténtica –una mujer con su hijo en brazos, un monstruo que acecha en la oscuridad–, pero en general se limita a contar una historia de la mejor manera posible, sin transmitir su significación intrínseca a través de la propia disposición de formas y colores”. Los dibujos de los niños expresan de algún modo un concepto de la realidad percibida directamente, sin mediación de censuras sociales ni preconceptos racionales. En esto, los niños funcionan como artistas cabales, como pequeños Picassos, dando cuenta de sus mundos interiores para reflejar la realidad que sienten.
Los arquitectos, según Arnheim, somos como los niños.
Esta indefinición del croquis es más que nunca necesaria hoy, en los tiempos de la exactitud del Autocad. En los borradores hechos a mano se pueden ver cosas distintas todos los días, mientras que en el plano acabado sólo deberíamos poder ver una indicación precisa, con el nivel de detalle pertinente. Cuando el arquitecto vuelve a estudiar los primeros esbozos lo hace para encontrar datos nuevos en el laberinto retorcido de la imperfección.
Un dibujo hecho a mano es una especie de archivo de ideas, porque no sólo tiene los elementos necesarios para aplicar a la obra que se va a construir: tiene muchos datos más. No sólo alberga la racionalidad consciente del arquitecto, sino también su propio inconsciente. Un esquema sobre una servilleta guarda más elementos que todos los planos juntos de un edificio, porque se vale de conceptos abarcativos. El imaginario de los dibujos iniciales da un abanico de ideas importante para el paso de escalas.
Un croquis hecho a mano es como un bailarín que danza en la intimidad. Lo hace porque tiene ganas, y no respetando una coreografía frente a un público. Tiene la máxima libertad del movimiento: baila para él, como ejercicio y como disfrute. Un croquis hecho a mano es un dejar fluir la creatividad. El dibujo de cad está mediado por la técnica. Ambas instancias son necesarias, y pertenecen a distintos momentos de un plan de trabajo.
Los soportes de estos croquis son precarios, porque su razón de ser se apoya en la inmediatez. Por decirlo así: están hechos en cualquier momento, con lo que se tiene más a mano. Sobre anotadores, gráficas de propaganda, reversos de papeles usados, cuadernos de obra, las mismas paredes de un local. Hojas cuadriculadas, calcos, papeles de envolver; hojas con agujeritos que revelan haber sido arrancadas de espirales; pliegues en el papel madera que hablan de que eso, antes, quizá fue un sobre. Los instrumentos son lápices, tizas, marcadores, pinceles: lo que se encuentra en el bolsillo o en el cajón del escritorio. Los dibujos suelen estar acompañados de números y marcas de productos o materiales. Conviven con flechas y círculos que dicen “acordate de ese detalle, arquitecto”. Teléfonos de clientes, precios de insumos, signos y cotas de nivel. Representaciones de vistas dudosas o confusas perspectivas; en definitiva: apuntes gráficos.
Los dibujos en computadora son severos: reflejan la exactitud necesaria para la construcción. Pero es indudable que tienen menos personalidad que los hechos a mano; los de computadora se parecen mucho entre sí. En los croquis iniciales se ve la personalidad del autor. Sus rasgos.
Y la arquitectura es una cosa de autores.
Pensar y dibujar, para un arquitecto, es el mismo trabajo. Los dibujos miden, exploran, acumulan, disertan, sugieren, convocan, hacen suponer, regalan. El lápiz del arquitecto es la cerradura de la caja de Pandora, la punta del ovillo de Ariadna, el vértice de la Cornucopia y el rincón más oscuro del Aleph. Un dibujo de arquitectura podrá servir en una construcción, o tal vez no. Hay profesionales que hicieron historia simplemente dibujando, sin levantar un solo ladrillo. Boullé es el ejemplo patente. Greenaway hizo una película sobre su obra intangible: El vientre del arquitecto.
En la República, Platón recomendaba la música para la educación de los héroes, porque la música hacía participar a los seres humanos del orden matemático y de la prolija armonía del cosmos. El dibujo y la pintura eran artes más dudosas, porque intensificaban la dependencia del hombre de imágenes ilusorias o ficticias. Hoy sabemos que la actividad artística es una forma de razonamiento en la que percibir y pensar son actos que se encuentran indivisiblemente entremezclados. Una persona que pinta, escribe, compone o danza, piensa con sus sentidos.
Arquitectos, primeras líneas-2007 es una muestra de la Galería Amancio en la que veinte profesionales exhiben sus dibujos iniciales intentando disolver los límites imprecisos entre arquitectura y arte. Es la segunda convocatoria que la curadora Romina Massarino realiza en Buenos Aires. En la primera ocasión expusieron, entre otros, Fontana, Rasdolsky, Soler, Gigli, Janches, Schere, Penedo, Hampton, Sardín y los ya nombrados Testa y Frangella. En esta nueva ocasión estarán Minond, Daitch, Berdichevsky, Ferreiro, Pérez Moralejo, Silberfaden, Ferrari, Sorondo, De Elía, Varas y Vilamowski. Hay de dos a cinco dibujos de cada cocina profesional; para todos los gustos.
Galería Amancio
Arenales 1239 puerta 1, p. a.
de lunes a viernes, de 15 a 19.30
Hasta el 29 de septiembre
(Versión para móviles / versión de escritorio)
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