Dom 23.09.2007
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CINE > LA NUEVA PELíCULA DE FITO PáEZ

Con faldas y a lo loco

Hay Fito Páez para todos: por un lado, estrena ¿De quién es el portaligas?, una comedia desfachatada y almodovariana con Romina Ricci, Julieta Cardinali y Leonora Balcarce que rinde homenaje a los años ’80; por otro, edita Rodolfo, un disco despojado, de piano y voz con canciones nuevas compuestas durante las noches de rodaje.

› Por Salas Hugo

A diferencia de tantas películas que se justifican por necesarias, ¿De quién es el portaligas?, la segunda de Fito Páez, sólo viene a ofrecer su gratuidad, un saludable culto al capricho que no deja de ser bienvenido en el panorama del actual cine argentino, a menudo asfixiado por la necesidad de rendir una y otra vez –ante quién, no termina de ser claro– el examen del control y el autodominio. Pop donde se la mire, en su hora y media de duración esta montaña rusa apila ámbitos y situaciones obedeciendo alternativamente una doble lógica: llevar a término un relato que se esboza cerrado desde el principio y dar lugar a todas las ideas bonitas, todos los chistes (muchos efectivos, algunos olvidables) y todas las canciones. Como ocurre en los discos del rosarino desde Circo Beat hasta la fecha, este eclecticismo hipertrófico en que el Corán ríe junto al Split, permite por momentos la aparición de una superficialidad refrescante, convulsa, conmovedora en su incontinencia, mientras en otros se condena a llamar la atención sobre los puntos débiles del talento cuando se mide a sí mismo con la vara del genio.

Llamarla despareja supondría una unidad que ¿De quién es el portaligas? no tiene y probablemente no haya buscado nunca. Su tortuosa trama, donde se cruzan dos bandas de matones de segunda línea, policías, un militar retirado y hasta una mucama alemana interpretada por Lía Crucet, parte, no obstante, de un principio relativamente simple. Situado en un presente cómodo aunque algo tenso, un grupo de mujeres (las sombras impiden, al principio, saber exactamente cuántas y quiénes, pero el suspenso se diluye pronto, tal vez antes de lo buscado) pasa revista, ayudado por viejas filmaciones en Súper 8, a una alocada cadena de incidentes que tuviera lugar en Rosario (nunca filmada más bonita), allá por los ’80. Sus protagonistas son un músico profesional y cineasta amateur flaco, desgarbado, narigón, de pelo largo, y un trío de amigas al que muchos han querido considerar almodovariano pero bien podría tener su antecedente telúrico en las Bay Biscuits (Lisa Wakoluk, Fabiana Cantilo, Mayco Castro Volpe, Casandra y Vivi Tellas).

A decir verdad, esta comedia frenética guarda con el universo de Pedro Almodóvar una relación de sentido inverso. La oposición, difusa si se piensa en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón o Laberinto de pasiones, resulta mucho más clara al considerar sus últimas producciones, particularmente La mala educación. Allí, el español demuele el mito de la movida madrileña desde una mirada crítica del presente de la que no se excluye, sino en la que se inscribe de un modo voluntaria y amargamente autorreferencial.

En ¿De quién es el portaligas? Páez también pone el cuerpo, no sólo se representa a sí mismo por medio de un personaje sino que aparece en pantalla (significativamente travestido), para desplegar una mirada nostálgica de los ’80 como fiesta frenética y cálida, amena, inconscientemente feliz. A diferencia de lo que ocurría en La mala educación, con sus tristes víctimas y sus despiadados sobrevivientes, o en Volver, con las heridas abiertas, aquí el presente es un espacio de reconciliación, purgado todo conflicto del ayer, un nuevo horizonte de sentido que lleva a los personajes (y al espectador) a advertir –ayudados por una canción y una larga secuencia de tortazos en la cara– que nada fue tan terrible, nada dolió demasiado y siempre, siempre, será posible ser feliz; esa cuestión de actitud que caracteriza las letras del rosarino de El amor después del amor en adelante, disco que supo resolver de un solo corte y para siempre el duelo de aquella visión más negra planteada en Ciudad de pobres corazones.

Y es que la presencia de Páez, representado y representando, al igual que la de varias figuras significativas de los ’80 en cameos y roles secundarios, no debiera hacernos olvidar aquello que la imagen de sus tres protagonistas femeninas (impecables Romina Ricci, Leonora Balcarce y Julieta Cardinali) se encarga de sugerir con insoslayable insistencia. Más que una revisión o un tributo a aquella década, ¿De quién es el portaligas? ilustra el mito romántico de los ’80 que –a su propia imagen y semejanza– se encargaron de labrar los ’90: el de una era de noche, descontrol y cocaína ingenua y totalmente inofensiva (así como los ’70 se convertirían en los años de la perenne utopía). Con esta delirante comedia de heridas que no duelen, enfermos que sanan solos y mafiosos ineficaces, Páez logra iluminar, en toda su complejidad, la particular dinámica de reescritura y domesticación del pasado que caracteriza a buena parte de la cultura argentina de los últimos años, donde todo estertor, toda lágrima, sólo llega a nosotros como el (necesario) eco de una interminable y agobiante fiesta.

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