PERSONAJES > NICHOLAS MOSLEY: UNA HISTORIA DEL SIGLO XX
A pesar de que Nicholas Mosley escribió más de veinte novelas, sólo una está traducida al castellano: Monstruos de buenas esperanzas. Sin embargo, aunque más no sea como tibio consuelo, no es poco. El libro de Mosley parece encontrar ese modo de registrar los trágicos desencuentros de una historia de amor empecinada en sobrevivir con las influencias de Darwin, Freud, Einstein y Wittgenstein en la concepción que tenemos de la vida. Y, de paso, arroja una luz reveladora sobre el pasado de este autor reñido a muerte con la literatura contemporánea de su país.
› Por Juan Forn
Quizá les haya pasado que un libro les llama la atención, en diferentes librerías, a lo largo del tiempo. No sabemos nada del autor, tampoco se debe a lo que dice la contratapa: simplemente el libro nos llama, no hay otra manera de explicarlo. Eso me venía pasando los últimos años con una novela inglesa llamada Monstruos de buenas esperanzas, de un tal Nicholas Mosley. Cada vez que me lo cruzaba, el libro mantenía su precio prohibitivo (editado por Siruela y con más de 600 páginas, era inevitable), así que decidí esperar que se me pusiera a tiro, o me lo cruzara con plata dulce en el bolsillo. Ocurridas ambas cosas hace más o menos un mes, me lo traje por fin a casa, me lo devoré y procedí después a averiguar lo que pude sobre su autor, convencido –sin la menor evidencia– de que esa suerte de summa de experiencias y conocimiento era el único libro que había escrito el tipo en su vida.
Primera decepción: el octogenario Mosley no sólo ha escrito más de veinte novelas sino que tres de ellas están directamente conectadas con ésta (personajes muy secundarios de Monstruos que son protagonistas de esos otros libros). Segunda decepción: no hay otros libros de Nicholas Mosley traducidos al castellano. Por el otro lado, me topé con unas cuantas cosas sobre él que me resultaron sencillamente hipnóticas. Las dos principales: que su padre fue el tristemente célebre Sir Oswald Mosley (fundador y líder de la Unión de Fascistas Británicos hasta que fue encarcelado en 1939), y que la extraordinaria pareja protagónica de Monstruos de buenas esperanzas está moldeada en el fugaz e intenso matrimonio entre la antropóloga Margaret Mead y el psicobiólogo Gregory Bateson, durante la juventud de ambos.
Monstruos relata la historia de Max Ackerman y Eleanor Anders, él un estudiante de física y biología en Cambridge y ella una estudiante de medicina y filosofía en Heidelberg, que se conocen en un encuentro de juventudes en la frontera entre Alemania y Suiza a principios de los años '20. Se ven una sola vez, durante unas pocas horas, pero la intensidad del encuentro es tal que, diez años después, la segunda vez que se ven, Max ayuda a Eleanor a salir de la Alemania nazi y le salva la vida (en el tercer encuentro entre ambos, durante la Guerra Civil Española, será Eleanor quien salve la vida de Max, prisionero de las tropas franquistas, y a esa altura del libro él viene de estar un año trabajando como físico en la Unión Soviética y ella un tiempo equivalente estudiando las costumbres de una tribu del desierto africano). La estructura del libro es simple: capítulos alternados en los cuales Max le cuenta a Eleanor y Eleanor le cuenta a Max lo que fue sucediéndole externa e internamente antes y después de verse por primera, por segunda y por tercera vez. El tono del libro es el de esas conversaciones íntimas en la cama entre dos personas que se buscaron sin saberlo toda la vida y por fin están juntas.
La magia del libro es que Eleanor y Max no están juntos: el mundo en que viven, tan empeñado en autodestruirse, se lo impide.
Durante la infancia de Eleanor, su padre (que la ha llevado a ver a Einstein defendiendo en público su teoría de la relatividad) le explica que lo más revolucionario de ese concepto es lo que nos dice acerca de la naturaleza del tiempo: una persona de pie en una llanura con un telescopio absolutamente potente sería capaz de ver la parte de atrás de su propia cabeza, o el lugar donde está ahora su cabeza, a billones de años en el pasado o en el futuro. Durante la infancia de Max, su padre biólogo, especializado en el estudio de las mutaciones de las especies según la teoría evolucionista de Darwin, le explica que se llama "monstruos viables" a aquellas mutaciones de una especie nacidas ligeramente antes de tiempo, cuando el medio en que viven no está del todo listo para recibirlas, razón por la cual esas criaturas suelen morir enseguida, y si llegan a vivir lo hacen con muy pocos rasgos distintivos, porque en caso contrario se delatarían y los demás miembros de su especie acabarían con ellos.
Eso es lo que son Max y Eleanor: dos monstruos viables, dos mutaciones providenciales, empeñadas en entender su diferencia, en sobrevivir y en encontrar (o generar) un entorno menos hostil al cambio. La mutación de Eleanor es producto de la fascinación de su padre ario con Einstein y la fascinación de su madre judía con Rosa Luxemburgo (en cuyo grupo milita). La mutación de Max es producto de la influencia que ejercen sobre él las enseñanzas del joven Wittgenstein y un fugaz incesto con su propia madre (estudiosa del psicoanálisis e integrante del grupo Bloomsbury). Un azar intersecta sus caminos y termina de operar la mutación de ambos: la atracción que sienten uno por el otro, el afán de unirse (o reunirse) es lo que termina de definir sus personalidades. No sé si la biología dice que la vida es más fácil para un monstruo viable cuando conoce la existencia de otro monstruo viable, pero puedo dar fe (y me parece que ustedes también) de lo que dice la literatura al respecto.
Mosley tenía sesenta y siete años cuando publicó, en 1990, Monstruos de buenas esperanzas y ganó inesperadamente el Premio Whitbread (para muchos, el premio literario de Inglaterra, por encima del Booker). Hasta entonces y desde entonces, ninguna de sus novelas logró despertar interés similar. Hace unos años, Mosley se retiró públicamente del jurado del Premio Booker, asqueado del flagrante desinterés de sus colegas por "cualquier novela que tuviese el menor contacto con el aspecto espiritual del ser humano". A. N. Wilson resume así la actitud mayoritaria entre críticos y escritores británicos hacia Mosley: "Todos dicen que lo admiran pero nadie lo lee". El único libro de Mosley que logró superar esa proverbial tirria de los ingleses hacia lo espiritual es la biografía en dos tomos que escribió sobre su padre: Beyond the pale. Sir Oswald Mosley and his family (un coloquialismo inglés que podría traducirse como "pasarse de la raya" o "más que castaño oscuro", referencia que les calzaría como anillo al dedo a las marchas de "camisas negras" que encabezaba Mosley padre en la Inglaterra de preguerra).
Allí, Mosley cuenta lo que fue para él alistarse y hacer toda la guerra en un regimiento de infantería mientras su padre era el hombre más odiado de Inglaterra. O, años antes, enterarse en los pasillos de la universidad de que su padre acababa de casarse por segunda vez, en Berlín, con Lady Diana Mitford (una de las legendarias hermanas Mitford, ex esposa del magnate de la cerveza Walter Guinness e invitada de honor del Führer durante las Olimpíadas de 1936), con Hitler y Goebbels como testigos y únicos invitados a la ceremonia (además de la prensa, por supuesto). O, durante la infancia, lo que significó para él contemplar cómo su joven progenitor, considerado por las mujeres el hombre más apuesto de su tiempo y por los hombres el futuro primer ministro laborista que Inglaterra necesitaba, redefinía el rumbo de su vida al fundar, con bombos y platillos, "el partido fascista que nuestra nación pide a gritos".
Mosley visitó a su padre en prisión (que no era tanto: Mosley y señora, ambos nobles, pasaron la guerra en un chalecito con jardín en los fondos de la prisión de Holloway) y durante su autoexilio de posguerra en Irlanda y luego en Francia, intentando comprender aquella inexplicable deriva ideológica. Cuando su padre le manifestó después de la guerra que seguía creyendo en las bondades del fascismo, se interrumpió todo contacto entre ambos hasta que, cerca del final de su vida, en 1979, Mosley padre logró que se reiniciara la relación, a través de las cartas y encuentros que desembocaron en la biografía publicada después de su muerte (Lady Mitford, que sobrevivió a su marido y fue catalogada por el servicio secreto británico como "más peligrosa y más inteligente que su consorte", no le perdonó nunca ese libro a su hijastro y mantuvo incólumes sus simpatías hacia Hitler hasta su muerte, en el 2003). El elogio más interesante que recibió la biografía en la prensa inglesa pertenece a David Pryce-Jones, quien dijo en el conservador Listener: "Este libro es tan bueno no porque nos enseñe algo sobre fascismo o sobre determinado aspirante a dictador, sino porque nos muestra el funcionamiento de una mentalidad no-fascista, la de Nicholas, por una vez comprometido profundamente en un análisis político, sin el habitual maniqueísmo librepensador al que somete a sus criaturas narrativas".
En determinado momento de Beyond The Pale, Mosley hijo cuenta que desde la infancia sufrió un pronunciado tartamudeo que nadie le pudo curar hasta después de la guerra. La leyenda dice que fue Margaret Mead quien finalmente lo liberó. En Monstruos de buenas esperanzas, Eleanor cura de la misma manera a un joven ex combatiente. Sin embargo, Eleanor no es Mead ni Max es Bateson en la novela. Lo que tomó Mosley de ellos fue la naturaleza de su vínculo (en particular los períodos en que uno estaba de lejos del otro y mantenían el contacto por correspondencia), esa rarísima intimidad a la distancia, esa forma de amor que era fruto de un pálpito inexplicable, y a la vez ilustraba de manera inquietante muchas de las tesis que tanto Bateson como Mead habrían de formular mucho después, cada uno por su lado, en sus respectivos libros.
Por momentos uno siente que Mosley ha inventado a Max y a Eleanor para explicar su origen: de dónde viene verdaderamente, él también una mutación providencial, un monstruo sólo viable con esas figuras tutelares como padres –como padres espirituales, para decirlo de una manera muy poco inglesa–. De eso trata en el fondo toda la novela: de lo que una generación, una época, lega a la siguiente. De los padres que elegimos como hijos (no los que nos tocaron en suerte), de los hijos que engendraremos o desconoceremos.
Influidos por la suma de acertijos que plantean las teorías de Darwin, Einstein, Freud y Wittgenstein, y las evidencias de colapso que ven en la Europa que los rodea, los jóvenes Max y Eleanor se sorprenden de que "se estén dando tales circunstancias en el mundo de la ciencia en el mismo momento en que se están derrumbando los viejos órdenes del mundo de la política" y con sus vidas intentan develar cuáles son las conexiones entre esos órdenes de cosas aparentemente distintos. En determinado momento del libro, el biólogo Max se pregunta: "¿Qué es lo que buscamos en esta historia en la que estamos metidos? ¿Qué es lo que nos están contando una piedra, un pájaro, un estanque, un árbol?". El interrogante, para la antropóloga Eleanor, es levemente distinto. Lo que se pregunta ella es: "¿Qué es una historia, fundamentalmente? Tal vez algo cuyo efecto, a pesar de que no se vea, crece".
La novela de Mosley llega hasta el primer día de la Segunda Guerra, en 1939. Max y Eleanor están por cumplir treinta años y siguen vivos aunque el mundo que habitan sigue empeñado en autodestruirse. Eso ocurre en la página 576 del libro. A continuación viene una coda de veinticinco páginas que da un salto de cuarenta años en el tiempo. Las voces de Max y Eleanor desaparecen y quien nos habla ahora es un tal Jason, personaje una generación menor, hasta entonces inexistente, tal como los demás jóvenes de uno y otro sexo que rodean la cama del viejo Max y ven llegar a una vieja Eleanor a esa habitación. El tal Jason se toma la irritante atribución de relatar telegráficamente qué fue de la vida de Max y Eleanor desde 1939 hasta 1989 y cómo se han tejido los destinos de esos dos ancianos con los de los jóvenes que se hallan en aquella habitación. Jason reaparecerá en la novela Serpent. Judy y Bert también tendrán novela propia: Imago bird y Judith. Por último, Lilia y los demás habrán de reunirse en el indefinible Catastrophe Practices.
Me atrevo a decir que nada de eso importa. Es innecesario, o por lo menos irrelevante, leer esas últimas veinticinco páginas de Monstruos de buenas esperanzas. Tómenlas como esas glosas promocionales sobre otros autores que suele haber en los fondos de un libro que hemos terminado de leer, detrás del índice y antes del colofón. Intentaré contra toda esperanza sensata explicar por qué. En algún momento de la novela, refiriéndose a ese modo tan íntimo de relatarse las cosas que tienen Eleanor y Max, uno de los dos lo compara al acto imposible de poder mirarse a sí mismo por encima del hombro. "Es tan necesario encontrar un modo de mirarse a uno mismo por encima del hombro. Sé que existen técnicas orientales para eso, pero en mi opinión tienden a fomentar un alejamiento místico del mundo en lugar de una relación con él." Eso es lo que ocurre cuando Mosley nos ofrece la voz de Jason y nos deja sin las voces de Eleanor y Max: nos impone un alejamiento casi insoportable luego de 576 páginas de haber estado tan extraordinariamente cerca de ellos, a través de sus voces, viendo cómo se miraban a sí mismos por encima del hombro. Tal como Sir Oswald, el padre de Mosley, y tantos hombres como él, fueron completamente incapaces de mirarse así a sí mismos, siquiera un momento de sus vidas.
Monstruos de buenas esperanzas
Nicholas Mosley
Traducción: Celia Montolío
Ediciones Siruela (Madrid, 2000)
602 páginas.
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