ARTE > CAMPOPSI: CINCO ARTISTAS JUNTAS Y UNIDAS
Cinco artistas jóvenes, cada una con una obra propia, se juntaron para montar un trabajo que respira el aire de libertad, utopía y camaradería que no abunda. Campopsi no es producto de una sola cabeza, y se nota; pero lo que no se nota es quién hizo qué. Feliz, dispuesta a la interacción con el público, y abierta a las emociones, esta muestra en la galería Juana de Arco sorprende porque no busca la sorpresa sino la esperanza.
› Por Leopoldo Estol
Campopsi. Es una muestra, una instalación, son pinturas, un espacio para usar, instrumentos para tocar, son algunas melodías que suenan desde distintos aparatos, pero más que nada es un estado, un ánimo. Una forma de gracia: creer en lo sencillo. Creer en nosotros. Una forma de entusiasmo acogedor.
Para aquellos que nacimos en los ‘80, los ‘60 parecen un oasis lejano. Libros, documentales y canciones testimonian un tiempo lleno de cambios estéticos, tecnológicos y políticos repentinos, un flujo permanente e incontenible de ideas, discusiones, asesinatos y revoluciones. Estados Unidos y la Unión Soviética en plena carrera espacial abrían camino para que muchísimos adelantos científicos fueran primero espaciales y después cotidianos, los movimientos pacifistas en contra de la guerra en Vietnam con John Lennon y Yoko Ono a la cabeza pidiendo paz desnudos desde la cama, Cuba recién revolucionada, la playa está debajo de los adoquines parisinos o la vanguardia argentina con sus muy particulares dosis de pop y medios con figuras tan singulares como Oscar Masotta o Romero Brest. Un momento en el que la palabra utopía se decía a menudo y Woodstock agrupaba a miles de jóvenes dispuestos a pasar el fin de semana a cielo abierto.
Volvamos a lo que nos convoca: año 2007, durante algunos meses, cinco jóvenes artistas se reunieron intermitentemente en dos talleres para construir en colaboración una muestra que hoy ocupa Casa Juana, la galería de la boutique Juana de Arco. Natalia Cristófano, Laura Hita, Alina Perkins, Julia Sánchez y Victoria Colmegna, todas ellas nacidas entre el 83 y el 87, con apenas un par de muestras en carpeta y la organización conjunta de algunos eventos: el kiosco Chocolat en donde se hicieron unas cuantas muestras colectivas, instantáneas y felices mezclas y remixes de fiesta-merienda-muestra y más recientemente, Shangrila, un mini festival de artes y música que con algarabía recibió la primavera en el hotel Boquitas Pintadas mostrando obras tan delicadas como íntimas que, acondicionadas en las habitaciones del hotel, encontraban una buena hora para la mirada. Ahora, con la misma falta de agenda, la frescura y el desparpajo, presentan Campopsi, una muestra imperdible.
No van a ver cosas caras, ni obras hipersutiles ni ideas recontra inteligentes. Porque no se trata de ostentar un hacer, una técnica, algo que solo el artista pueda hacer y así asegurarse una porción del mercado de las cosas. Campopsi es un espacio abierto a los otros y por lo tanto, un saber que se ofrece desde acciones muy simples: decorar una sala, intervenir objetos, transformar un espacio de muestra en un espacio habitable. Una carpa hecha con cañas de bambú guarda varios instrumentos que los visitantes están invitados a usar, una canasta llena de electrodomésticos con volúmenes distorsionados y colores flúo, una enorme pintura toma el fondo de la sala en donde distintas figuras se entrecruzan en una gran selva de formas. Al ver la pintura sorprende algo que bien puede pensarse en relación con toda la instalación: no hay restos de individualidades y eso llama la atención porque ellas no son un colectivo sino cinco artistas que en el día a día tienen su obra y su propio registro. La unión aquí es perfecta ya que si bien uno intuye que este universo nunca puede responder a una sola cabeza, es imposible afirmar quién hizo qué. Una bola proyecta colores sobre las cosas, un cofre para guardar partituras alberga una pequeña colección de hojas, insectos y monedas, recortes de otra época abrazan objetos, varios paisajes primitivos son visitados por ovnis, hay montañas pintadas en las paredes, de entre ellas sale un río que sigue en el piso y termina en charco. Un charco morado en donde cae una bicicleta con alas, quizás un logo, una posible bandera para la imaginación lisérgica de los ‘60.
¿Cómo traer esa imaginación a estos días? ¿Cómo hablar de las consignas de las generaciones pasadas sin ser inmediatamente acusados de ingenuos, naïves o hippies huérfanos de movimiento? ¿Qué queda de esa época además de canciones? Entusiasma que Natalia, Laura, Alina, Julia y Victoria se hayan animado a hacer algo juntas, a cruzar sus registros y sensaciones en un todo tan caótico como ordenado. Entusiasma que prefieran ser cinco a ser una sola. Y es ese vértigo comunitario, el que convoca y nos pregunta de repente: ¿Te animarías a creer de nuevo? ¿A explicarles a tus amigos qué es una utopía? ¿Cómo te imaginas los años que vienen? Muchas preguntas que todos estos objetos reunidos con algo de timidez y mucha sinceridad nos hacen. Y es que los 2000 y los 60 parecían compartir varias estrellas. Por ejemplo, lo influyente que fue la tevé para los niños de los 60 resulta Internet para los jóvenes de hoy, el fervor que la música generó antaño desplegándose en festivales gratuitos multitudinarios hoy parecería tener eco en la cultura mp3 y también los malos, el terrorismo jugando a ser una muñeca rusa o el presidente de los Estados Unidos que sin mucho cuidado sigue embarcándose (hoy, ayer y anteayer) en guerras muy lejos de su territorio. También, es cierto, hay muchas cosas que nos separan de esa gran primavera de formas que fueron los 60, más que nada el sida, una epidemia que sorprendió a los cuerpos en los 80 y sí, los cuerpos nunca volvieron a ser los mismos obligados al plástico o la nada. ¿Qué dejó la experiencia de los ‘60? ¿Qué sabemos hoy que no sabíamos en ese entonces? Acordemos que existe un ruido parecido. El paisaje sigue siendo tan sórdido como absurdo y, de vez en cuando, la esperanzadora mirada de algunas personas. Para los más pesimistas, ¡estamos perdidos! En realidad, ¡siempre lo estuvimos! Los más jóvenes parecen felices en enormes fiestas de música electrónica, cada uno en busca del paraíso personal en la pastilla de turno. La música electrónica vista de lejos se parece mucho a un club de autistas pero... ¿y si no se tratara de autistas? ¿Y si en cambio fueran muchas personas soñando juntas? Parecería haber en la historia momentos más propicios al cambio que otros pero es imposible determinar desde el confuso hoy qué es lo que marca la diferencia. Personas. Miradas. El entusiasmo de algunas personas, cierta vocación para persistir y convencer a los escépticos. Una posible tarea para el arte: que no haya más escepticismo en el mundo.
Campopsi es una clara señal en ese camino: muchos objetos y cosas con colores y órdenes particulares tan personales como triviales. Natalia, Laura, Alina, Julia y Victoria hacen y se ríen un poco de ellas mismas pero confían, saben que hay una energía poderosa en ese hacer todas juntas. Algo que siempre es más, muchísimo más que la suma de todas las partes, de todos los objetos y de todas las operaciones plásticas. No hay especulación sino un saber intuitivo y la confianza que se genera entre las personas. ¿Acaso no es esa confianza la que le da tiempo al arte para ser visto y vivido? Muchos instrumentos, pinturas, algunos aparatos, luces, colchonetas. Con mucha soltura ellas se animaron a colaborar sin pensar demasiado en qué ni dónde y la muestra sorprende porque no busca la sorpresa sino la esperanza. Hay una pequeña casa de pájaro hecha en madera que tiene una linterna adentro. La linterna no funciona pero la imagen es cautivante y hay algo en el conjunto... un certero olor a esa otra época. Uno de esos palos que hacen sonido a lluvia, una misteriosa poción amarilla y Bob Dylan pintado rápido en la pared mirando todo con aires de tío. ¡Los 60! Ese momento en el que tanta gente se animó a creer y a decir lo primero que le venía a la cabeza. Campopsi es un viaje a ese estado tan primario de la juventud. ¿Hace falta decir que nuestro principal capital es la inocencia? Podemos creer en todo lo que se nos cruce, aun sabiendo que muchas cosas nos van a desilusionar, aun sabiendo eso: podemos creer. Y Campopsi es creer y hacer y compartir. Hay ese olor a un momento hermoso en la historia de la humanidad. ¿Dónde se conocieron John y Yoko? Un músico pop y una artista conceptual. Se conocieron en una muestra de arte. John se enamoró de Yoko cuando visitó una galería londinense. Se trepó a una escalera de pintor para leer una palabra minúscula escrita en el techo. Después dijo: “Si la palabra que leí hubiese sido NO, me habría ido. Pero decía SI. Y quise conocer a la artista que difundía un mensaje positivo. Entonces me enamoré”. Campopsi son por lo menos cinco Sís. ¡Sí! Nos debemos a toda la gente que creyó antes que nosotros, que nos dejó ideas y canciones. Campopsi es una forma de creencia: ¡Peter Pan es negro! El sol es un gran círculo abstracto atravesado de cintas, todo el mundo cabe en una sala de arte. ¿Podrían unas chicas, ellas solas, inventar una nueva religión en sus casas? Creer en las imágenes, en las ideas, en las palabras, en el hacer, en las miradas.
Es difícil que hoy una imagen condense tanto como algunas postales del siglo XX. Por ejemplo, estudiantes poniendo flores en los fusiles o el hombre en la luna. Hoy hay otras postales: los miles de celulares levantados en el recital o la todavía hipnótica caída de las Torres Gemelas. En los años que separan esas imágenes, se han confabulado varias constelaciones de sucesos y descubrimientos que hacen que sea difícil hacer una síntesis de lo diverso que es el mundo hoy. Todavía es injusto, todavía hay mucho por hacer. Campopsi abre un portal temporal, está en los ojos del público la posibilidad de usarlo y en sus corazones, el saber conservarlo abierto para los que vendrán. ¿Qué pasaría si la revolución más silenciosa de la historia estuviese sucediendo ahora mismo? ¿No les gustaría formar parte?
Campopsi
Casa Juana
Costa Rica 4574
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