MúSICA > DAVID LEBON Y PEDRO AZNAR, JUNTOS DE NUEVO
Tres décadas de amistad y compartir la banda más importante del rock nacional, Seru Giran, los marcaron como compañeros de leyenda. Pero, fuera del grupo, nunca se habían dado la oportunidad de trabajar juntos (como sí lo hicieron Charly García y Aznar). Este año comenzaron una serie de shows en el ND Ateneo, que iban a ser cuatro. Pero la chispa de la creatividad y el entusiasmo los hizo alcanzar más de treinta presentaciones y un disco doble grabado en vivo, que tendrán su gran despedida el próximo jueves en el Gran Rex. David Lebon y Pedro Aznar prometen, además, un disco nuevo.
› Por Juan Andrade
Vestido de riguroso negro –remera, jeans y zapatillas–, David Lebon luce de buen humor. El músico invita a pasar al bar del apart-hotel como si se tratara del living de su propia casa. Según cuenta, sus habitaciones también son frecuentadas por colegas como Miguel Zavaleta y Felipe Staiti, de los Enanitos Verdes. En su caso, la familiaridad con el lugar también puede explicarse por la calle de Villa Urquiza sobre la que está ubicado: Mendoza. Apenas sonríe ante la sugerencia y señala con cierto orgullo el jardín, la pileta y un techo de vidrio que el granizo convirtió en colador. “Cuando llegué a Mendoza, veía que la gente tapaba los autos con chapas y pensaba: ‘Están locos’. Pero allá el granizo es enorme, de este tamaño”, dice, formando un círculo con el anular y el índice de cada mano del tamaño de una pelota de fútbol 5. “Cada vez que vengo, me quedo acá. Ahora estoy por terminar de grabar un disco que empecé en Mendoza, me voy a quedar unos meses. Pero tuve que parar todo por el tema de los shows, porque se nos fueron de las manos. Nunca viajé tanto en avión como en este último tiempo”, confiesa sonriente.
El motivo de las idas y vueltas, con postergación de planes incluida, fue la imprevista seguidilla de recitales que encabezó junto a Pedro Aznar desde marzo pasado y que los mantuvo ocupados durante el resto del año. Todo comenzó cuando les propusieron compartir un show para la reinauguración del teatro ND Ateneo, luego de su remodelación. Iban a ser cuatro fechas, pero el interés del público estiró la cifra a diez. Y algo similar sucedió en ciudades como Rosario, Córdoba, Mendoza e incluso Santiago de Chile. En el año de los regresos, nadie quería perderse el encuentro de la mitad de Seru Giran. Sólo que en este caso no hubo pompa ni planes premeditados. En cambio, lo que sí hubo fueron dos músicos experimentados y talentosos con ganas de juntarse para repasar en público la música que los marcó antes, durante y después de uno de los momentos más importantes de sus respectivas carreras. El repertorio incluyó “Seminare” y “Noche de perros”, sí, pero también versiones de piezas ajenas, canciones de sus respectivas obras solistas y otras que permanecían inéditas a la fecha. Para cuando se hayan despedido el próximo jueves en el Gran Rex, habrán dejado momentos imborrables en la memoria de los que asistieron a sus presentaciones y un disco doble grabado en vivo.
Después de casi tres décadas de amistad, advierte el guitarrista, saldaron una especie de cuenta pendiente. “Siempre fuimos amigotes con Pedro, inclusive dentro de Seru. Pero nunca se nos había ocurrido grabar un disco ni nada. Yo siempre le hinchaba: ‘Tenemos que hacer algo juntos’. Pero no salíamos de invitarnos mutuamente a nuestros shows. La idea era hacer cuatro conciertos, pero al final se hicieron treinta y cinco por el resto del país. Y así llegamos hasta acá: avisamos que el 20 paramos, porque cada uno tiene que volver a sus cosas. La verdad, fue un regalo del cielo. La pasamos muy bien. Y lo bueno es que nadie lo tomó como ‘la vuelta de’ nada. Fue fundamental para mí y para él. Esto es algo nuevo. Y la gente lo siente así. Los llevamos a través de un pequeño viaje, que termina y ni se dieron cuenta. Nosotros tampoco: pasan las dos horas más rápidas de mi vida. No reniego de Seru, me encanta. Pero todos nos liberamos un poco de eso.”
–De alguna forma, siempre fue una carga. Eso significa que fuimos buenos, si no, no hubiera pasado nada. Pero con Pedro nos debíamos un poco de mimos, un tiempo de estar juntos. Cuando terminó Seru, yo me fui para Mendoza y él empezó con sus cosas. Nos veíamos muy poco, así que estoy feliz por esto. Fue un trabajo muy apasionado. No tuvo fechas, ni contrato, ni reglas, ni nada. No hubo marketing, fue como cuando empezamos a tocar: los lugares se llenaban a medida que la gente se enteraba. No te dejaban pegar afiches, no había radios, salvo programas como El tren fantasma. Y esta vez tampoco hicimos mucho para convocar a la gente. Era un proyecto para tocar y hacer algunos temas, nada más. Pero es mejor cuando las cosas suceden así. Lo voy a nombrar a Ringo, pero no porque dijeran que éramos “los Beatles argentinos”. Nada que ver. Ringo Starr iba a poner un salón de belleza, después del cuarto o quinto show de Los Beatles. Porque nunca se imaginó lo que iba a pasar. Y de una manera mucho más chiquita, a nosotros nos pasó lo mismo. Nunca nos hubiéramos imaginado que íbamos a llenar dos River con Seru. Y esto tampoco. Nos abrió muchas puertas: es un regalo saber que a la gente le sigue gustando lo que hacemos. Quiere decir que tenemos un lugar, todavía. Quiere decir que no estoy viejo.
Charly García hizo todo lo posible y más aún para convencer a Lebon de formar un nuevo grupo. La historia es conocida: acababa de disolver La Máquina de Hacer Pájaros y andaba en busca de pares para generar una música poderosa en la que él dejara de ser el centro excluyente. El flamante ex Polifemo recibió en su casa sucesivas visitas del bigote bicolor, que insistió con medialunas y, finalmente, consiguió su propósito con una botella de whisky. “Más que nada percibí un entusiasmo en él que no había que desaprovechar. Así que hice las valijas y nos fuimos a Buzios. Nos quedamos muchos meses, casi un año. Y compusimos, anduvimos en moto, nadamos. Fue un poco de trabajo y otro de vacaciones. Seru fue un grupo muy unido y muy profesional. En los grupos, las distintas personalidades pueden generar roces o cuestiones de ego. Pero en Seru había tanto ego que eso ni se notó”, dice, antes de soltar una carcajada. “Eramos cuatro tipos totalmente distintos, pero cuando nos juntábamos nos dábamos cuenta de que eso funcionaba muy pero muy bien”, concluye.
En medio de aquel prolongado verano brasileño del ‘78, Charly viajó a Buenos Aires y una noche, en el boliche Jazz & Pop, quedó deslumbrado por un bajista que la rompía. Pedro Aznar era la pieza que faltaba en un cuarteto soñado que completaban él, Lebon y el baterista Oscar Moro. ¿Qué pensó el joven prodigio de las cuatro cuerdas cuando recibió la propuesta más o menos formal para unirse al proyecto? “Tanto Moro como yo estábamos un poco incrédulos, lo tomábamos con cierto recelo: sonaba como una locura. Nos vinieron con que Charly y David estaban en Brasil componiendo y no sé qué más. Era riesgoso: ‘¿Estos sabrán lo que están haciendo o va a ser todo un divague y vamos a terminar varados con los instrumentos a cuestas?’. Pero fue bárbaro desde que llegamos”, evoca Aznar. A las 3 AM, hora serugiraniana si las hay, la combi en la que viajaban los nuevos integrantes se detuvo frente a una casa de dos plantas que los fundadores habían alquilado en San Pablo. Después de las presentaciones y los abrazos, bajaron los equipos, enchufaron los instrumentos y se pusieron a tocar. Sigue el bajista: “Estuvimos conviviendo como un mes en esa casa, entre ensayos y grabaciones. Se armó un clima muy piola entre todos: de entrada hicimos buenas migas, como amigotes. A pesar de que siempre fuimos muy distintos, los cuatro con personalidades muy marcadas, siempre hubo respeto entre nosotros”.
Hay una versión de los hechos dando vueltas desde hace décadas, que permite suponer que el comienzo y el final de la primera etapa de la banda tuvieron como telón de fondo distintas escenografías brasileñas. Con una dosis de amarga ironía, su protagonista principal sintetiza el desenlace con la siguiente frase: “Aznar conoce a Pat Metheny en el Río Jazz Festival y decide irse de Seru Giran para tocar en su grupo”. A continuación, su desmentida de la leyenda rockera: “No me fui a Estados Unidos a tocar, ésa es una idea falsa que quedó establecida. Alguien contó mal la historia y se llevó puesto un año, se lo salteó, porque faltan montones de cosas en el medio. La verdad es que estuve un año estudiando en Berklee. Resultó la casualidad que el tipo vivía en Boston, que yo era fan de su grupo y que nos habíamos conocido en Río de Janeiro. Le había dado un casete, pero su elogio me llegó muchos meses más tarde, a través de un argentino que se lo cruzó en San Francisco. En Boston nos encontramos un par de veces, fui a presenciar ensayos del grupo. Y después lo invité a grabar dos canciones que salieron en mi segundo disco solista. De alguna manera, eso hizo que me invitara a su grupo. Pero entonces ya llevaba un año viviendo allá”.
Diez años después de la primera separación, cuando empezaron a pensar en el regreso, el planteo unificado fue: “Tenemos que hacer un disco nuevo, para que no parezca un revival o que nos juntamos por una necesidad económica”. Apunta Lebon: “No tengo ningún problema con la plata, bienvenida sea. Pero tampoco queríamos que se nos tome por unos ladroncillos. Entonces grabamos Seru Giran 92, un disco que me encanta: a pesar de no haber estado tan unidos como antes, mostramos que podíamos seguir armando temas juntos y ser Seru Giran. Cuando empezamos a tocar, se notó que la gente tenía el disco, era otra cosa. Para mí, fue la mejorcita de todas las reuniones que hubo hasta ahora. Estábamos muy inspirados, cada uno tenía canciones para aportar. Hay algunas de Pedro que son muy bonitas. Fue un muy lindo proyecto, pero también fue muy fuerte. Se lo comentaba a los trabajadores, no a los músicos: ‘Esto no es Michael Jackson, muchachos. Estamos en Argentina, está bueno lo que pasa, pero no nos vayamos por las ramas’. Pero igual se fue por las ramas. Era un despelote, mucha gente trabajando, mucha locura alrededor: era como un barco lleno hasta la manija. Había tipos que ni conocías. ¿Cuál es tu rol? ‘Soy el secretario del secretario’. En un momento dado nos sentimos un poco mal y dijimos: ‘Basta, paramos acá’. La idea era seguir por Latinoamérica, pero llegó hasta ahí: no era sano seguir. Duró poco, pero fue fantástico”.
A pesar de semejante pasado en común, el peso de Seru Giran en el repertorio del espectáculo que los tuvo de acá para allá durante los últimos meses es más bien relativo. Una cuarta parte del total, aproximadamente. El álbum del cuarteto que más aporta a la lista de temas es Seru Giran 92, con “Mundo agradable”, “A cada hombre, a cada mujer”, “Nos veremos otra vez” y “Si me das tu amor”. Luego de intercambiar correos electrónicos con las propuestas de cada uno, Aznar se encargó de confeccionar el listado final: junto a “Dos edificios dorados” y “Casa de arañas”, del notable primer disco solista del guitarrista, se ubican composiciones del bajista como “Fotos de Tokyo” y “Amor de juventud”. Las distintas formaciones que se suceden sobre el escenario se completan con el tecladista Andrés Beeuwsaert, un miembro estable del grupo de Aznar al que su jefe define al pasar como “un músico extraordinario”.
“Hacerlo en formato semiacústico era una buena oportunidad de mostrar las canciones de manera más despojada. Es una relectura, desde un ángulo diferente, que la gente supo apreciar”, describe el bajista. En los ensayos que se sucedieron en las semanas previas al debut, también sacaron a relucir un material fresco e inacabado. “Pedro me mostró ‘Mano dura’ y me encantó. Yo traje ‘Sin decir adiós’, lo agarramos y lo hicimos medio Rolling Stones. Y nos dimos cuenta de que lo podíamos llevar más lejos. De hecho, hemos hablado de grabar un disco dentro de dos años. Salió tan bien, que no me cabe duda de que podemos hacer un gran disco.”
Hubo un tema ajeno que no integraba los planes iniciales y que se incluyó en el repertorio casi a último momento. Sentado al piano, Aznar les estaba dando los toques finales a unos arreglos de voces en su casa. Y sin que mediara explicación, empezó a juguetear con la introducción de “Muriendo por vivir”, de Edgar Winter. “‘¿Te acordás de esto?’, le dije a David. ‘Sí, claro.’ Nos pusimos a cantar, nos entusiasmamos. Es una canción que nos trae recuerdos de una época muy linda de Seru. Fue como un homenaje a aquel momento”, repasa. Y sigue: “Me acuerdo de ir en el auto de Moro, los cuatro, escuchando ese disco de Winter, White Trash. Pero fue notable, porque hacía décadas que no la habíamos vuelto a escuchar. Y con David la empezamos a cantar inmediatamente. Salió bien, con total fluidez. Fue una buena señal. Esa misma noche traduje la letra al castellano de un tirón y lo llamé a David para leérsela”.
El hecho de haberse encontrado después de la muerte de Moro, coinciden, tuvo un sentido especial. “Cuando arrancamos fue bastante difícil, porque había fallecido el padre de Pedro, también Moro. Había canciones que nos costaba tocar, porque nos quebrábamos. Pero después empezaron los shows y fue como un bálsamo, todo se transformó en alegría”, explica Lebón. Agrega su compinche: “La de Moro es una presencia innegable. Pero cuando nos acordamos de él, lo hacemos con una sonrisa, a partir de alguna anécdota chistosa o alguna de sus locuras. Era un tipo muy gracioso, de muy buen corazón y, de alguna manera, tenía la inocencia de un chico”.
La intensidad con la que viven cada presentación, dicen, es contagiosa: “La gente se conmueve mucho, y lo demuestra”. En medio de ese clima, vieron subir al escenario de ND Ateneo a un tipo flaco y desgarbado, de cara muuuy conocida, en... ¡patas de rana! ¿Qué pensaron en ese instante? “¡Por Dios!”, contesta Aznar con una sonrisa incrédula. “Fue muy gracioso. Musicalmente, no pasó nada. Pero estuvo bueno que Charly se diera una vuelta. Su estética actual no coincide ni a palos con lo que nosotros planteamos, no pega ni con la gotita. Pero ése no sería un motivo para que no funcione. Si tenés un escenario color naranja y los músicos vestidos de azul, y cae un amigo vestido de negro, arriba, no pasa nada. El problema con Charly es que musicalmente no hubo enganche.” Completa Lebon: “Sabíamos que podía venir, pero se invitó solo. A él le gusta hacer ese tipo de quilombos, y la cosa cambió completamente. Igual lo acompañamos en un par de temas. Era Charly y nosotros dos. Ya había pasado algo similar en River: era EL. Y yo le repetía: ‘Mirá, Flaco, los Seru somos cuatro. No eras vos y Seru’. En fin, el Flaco es así y yo lo adoro. Está todo bien: se dio el gusto de venir y después, por respeto, nunca más apareció ni preguntó nada”.
La primera vez que Lebon escuchó a Aznar fue en el cine Ritz, en Cabildo. Esa noche daban la película Woodstock y tocaba en vivo Madre Atómica. “Me quedé así, con la mandíbula por las rodillas”, gesticula el guitarrista. Según Aznar, la admiración era mutua: “Con David charlábamos mucho. Me acuerdo que la primera chispa de contacto personal fue una vez que nos enganchamos a conversar de filosofía, de espiritualidad. Me habló de sus experiencias de meditación, a mí me interesaba mucho el tema. Yo lo escuchaba hablar y me parecía, me sigue pareciendo, fascinante. Imaginate que en ese momento yo tenía 18 años y él 26. Cuando sos tan pibe, esas diferencias de edad te marcan más. Aparte, él era David Lebon”. Con el tiempo las charlas se sucedieron, aunque la excusa podía ser más terrenal. Recuerda el guitarrista: “Iba seguido a la casa de Pedro, porque el cuñado es dentista. La madre nos preparaba unas tortillas de papa que me encantaban, las más ricas que probé en mi vida. Entonces comíamos y después nos quedábamos horas charlando sobre cosas voladas y profundas: la vida, la música, Dios. Y ahora retomamos un poco ese diálogo”.
En cierta forma, el grado de intimidad y la profundidad que alcanzaban en aquellas charlas están presentes, pueden escucharse en sus encuentros musicales. Recostado sobre una cómoda silla del estudio de grabación en el que está bocetando su próximo trabajo solista, Aznar asiente. Y con su habitual tono reflexivo, agrega: “Lo pasamos súper bien, disfrutamos mucho haciendo música nueva para este espectáculo. Y eso abre la posibilidad de hacer más cosas, como un disco de música inédita de acá a dos años. Más allá de las búsquedas personales, seguramente va a estar bueno. Cuando te juntás a cranear algún proyecto con un colega, lo que termina saliendo es una combinación. No es ni uno ni el otro, sino algo nuevo. Y esa tercera cosa ya está dada entre nosotros, sabemos que la interacción funciona. David me decía que hacía un montón que no tocaba la armónica, y yo le insistía con que es un armonicista impresionante. Y también hacía mucho tiempo que yo no tocaba blues arriba del escenario. Un blues hecho y derecho. Ocurrió. Y lo disfruto como perro”.
–Si en algo modifica esta juntada el modo en que percibimos a Seru Giran, es en el hecho de que nunca habíamos compartido la música con David de manera tan completa y durante tanto tiempo. Eso nos ha hecho cobrar dimensión uno del otro, de una manera más cabal. Sabemos qué es lo que pasa cuando estamos juntos. Era una de las cosas que pasaban en Seru Giran, o sea: entre cuatro músicos hay una serie de combinaciones posibles. Y éste es uno de los vectores. Explorar en público todo lo que da esta conjunción fue interesante. Yo he hecho dos discos con Charly, de manera que ese vector ya fue explorado. Y el vector Charly-David, de alguna manera, es Seru Giran, o por lo menos su semilla fundacional. Pero esto no había estado buceado hasta el fondo. Nos abrió los ojos a una química que, por supuesto, también se daba en Seru Giran. Nuestro saborcito estaba presente en el estofado, claramente. Pero mucha gente nos dijo: “Ahora que los escucho a ustedes dos, entiendo de dónde venían un montón de cosas de Seru Giran”.
Cuando empezaron a desarrollar ese vector, como decís, estaban generando un lenguaje de ruptura para la época, que al principio fue resistido por el público. ¿Cómo es retomarlo ahora que son un clásico de la cultura popular?
–Hubo una resistencia muy grande al principio, sí. Pero bueno, esto de trabajar desde el lugar de clásicos también crea sus tensiones. Siempre va a haber alguien disconforme, no les podés gustar a todos. Al principio fuimos muy resistidos, no se entendía la propuesta. Tardó más de un año, recién cuando salió La grasa de las capitales la gente dijo “Opa, escuchá esto”. Pero hasta ahí, nada. Era una combinación muy loca, muy especial, muy única. Exótica, como puede serlo una flor que crece en el desierto. Uno de los principales frutos fue la sensación de desafío que compartíamos todos, que es lo que pasa cuando estás rodeado de gente que admirás y respetás, porque eso te obliga a sacar lo mejor de vos, a no achancharte. Yo no podría jamás tomarme a la ligera estar con David Lebon. Su presencia es historia, es excelencia. Te tenés que hacer cargo de que estás al lado de quien estás. Y agarráte. Yo no soy de tirarme a chanta, David tampoco, nadie en Seru Giran lo era: cada cual hizo de su vida lo mejor que pudo.
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